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KATHOLIKÓS / La totalidad de las estrellas errantes

Por NICOLÁS ESCRIBÁ *

El otro día debatíamos con un compañero sobre la cuestión de «los principios y valores universales del catolicismo».

Para empezar, es necesario comprender el concepto que encierra el término “católico” ya que el análisis de su etimología nos marca que su verdadero significado, el de origen, el real, dista en demasía con el correspondiente al uso que le damos hoy en día. En ese sentido, antes de continuar deberá Usted tener en cuenta que, lo que es, és; independientemente de cómo ello le haga sentir, lo que sus sesgos cognitivos le permitan interpretar y la opinión que del acto derive. En resumen, a partir de este punto, si Usted desea seguir leyendo, deberá adaptar su pensamiento a la realidad, y no al contrario porque; de no estar dispuesto a hacerlo, no podrá sacar nada en limpio de este texto y habrá perdido en su lectura un valioso tiempo que jamás podrá recuperar.

Católico deriva del griego KATHOLIKÓS, que se traduce literalmente como ‘a través del todo’ y conceptualmente como ‘universal’, ‘lo universal’ o ‘universalidad’. Ya utilizado en tiempos de Aristóteles y Polibio como adjetivo calificativo de ‘lo que es para todos’ o ‘para todos, igual’; fueron los primeros escritores ‘cristianos’ quienes retomaron su uso, en forma libre, y mayormente en referencia a su sentido ‘primitivo’ en lugar del ‘eclesiástico’, y un ejemplo de ello se puede apreciar en una frase atribuida a Tertuliano y que reza: «(…) la bondad CATÓLICA de Dios», como referencia a la benevolencia igualitaria de la Divinidad para con todas ‘las gentes’ indiferentemente del más mínimo detalle o rasgo diferenciatorio. El primer registro documentado del uso combinado de las palabras «iglesia” y “católica» (o, por lo menos, así reconocido por algunos sectores del ámbito académico) se presenta en la ‘Carta de San Ignacio a los Esmirnos’, -presuntamente- datada en el año 110 d.c, de la siguiente manera: «Allí donde deba aparecer el Obispo, donde esté la gente, incluso donde Jesús podía estar, HAY UNA IGLESIA UNIVERSAL». Amén de que las siete cartas atribuidas a San Ignacio de Antioquia aún hoy son objeto de crítica textual por parte de otros sectores académicos que especulan con la idea de que, las mismas, pudieran ser ‘reelaboraciones escritas’ pertenecientes al S.V d.c (debido, entre otras cosas, a que la lengua empleada y las afirmaciones en ellas contenidas así parecieran indicarlo); sabemos que el matrimonio y la ordenación sacerdotal no se encontraban reglados como sacramentos en los años que, se cree, pudo haber vivido Ignacio de Antioquia; y mucho menos se encontraba definida la jerarquía de la sede en Roma como cabeza de una ‘cristiandad’ y los ‘cristianos’, cuya presencia mayoritaria se concentraba en el Imperio Romano Oriental y, en el Imperio Romano Occidental, representaban una minoría ciertamente ínfima y sin constancia testimoniable de su presencia en territorios como -por ejemplo- Hispania.

Por otro lado, el adjetivo ‘catholicus’ en latín tiene un empleo bastante anterior al ‘cristiano’. La forma ‘catholica’ fue empleada por Plinio en el S. I.DC, dentro de su libro I de Historia Natural, a manera de «Catholica Siderum Errantium» («La universalidad, la totalidad de las estrellas errantes»). Quintiliano, en el mismo siglo, utilizó dicho vocablo con el valor de la totalidad de reglas generales, universales y absolutas.

¿Cuál es el vínculo entre la hispanidad y el catolicismo? Muchos creen que «Los Reyes Católicos» (Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón) lo eran en tanto su vínculo con la religión y su ‘comando romano’. A veces me resulta jocoso pensar que he escuchado esta imbecilidad de boca de jactanciosos -y, por qué no, pretendidos- «académicos» (con las comillas me refiero a que, por haber hecho una tecnicatura, haberse licenciado y jamás ejercido o simplemente haber cursado un par de años, cuatrimestres o materias -completas o sólo partes-; en un ataque de colérica soberbia tarada, intentan ejercer una ficticia superioridad intelectual y hasta incluso moral, y a duras penas logran imprimirla torpemente en un argumento tan pésimamente estructurado que sólo por piedad se le puede otorgar el beneficio de ser considerado, aunque fuese, una falacia ‘ad verecundam’).

Los Reyes Católicos fueron tales, desde el ‘mito’ de Don Pelayo y su yerno, Alfonso I de Asturias (el primer Rey Católico) en adelante, porque aplicaron el concepto de universalidad dentro del derecho jurídico con el que se ordenaba y regulaba la vida del, tras la Reconquista y hasta la caída el Reino del Perú, glorioso “Reino de las Españas”. ¿Vieron eso de los «derechos humanos»; lo del libre albedrío, la propiedad privada, el derecho inalienable a la vida y la existencia por el mero hecho de haber nacido, el equilibrio entre los derechos del individuo y los de la comunidad, el derecho a la educación, derecho al hospicio (comida, techo y salud), el derecho a la función social, la prohibición de la explotación del hombre por el hombre; la igualdad de derechos ante la ley, la presunción de inocencia, y todos los etcéteras que les ocurra? Bueno, no digo que desde el principio se encontraran consagrados de manera explícita en los textos de la ley, sin embargo, el derecho jurídico católico fue el génesis, el punto de partida del que derivan las Leyes de Burgos de 1512 y las Nuevas Leyes de 1541/2.
Ese es el aspecto crucial, el más bello y sagrado, de nuestra invaluable herencia hispánica: LA CIVILIZACIÓN; aún, por mucho, más valioso que la lengua, la sangre y los apellidos.

Para muestra basta un botón: A su regreso a la Península, Hernán Cortés fue juzgado por La Corona. ¿El motivo? Haber utilizado a indios como porteadores, o sea, como «bestias de carga», atentando contra TODOS los principios y valores católicos.

Dicho esto, queda más que claro que para ser católico no es necesario ser cristiano, el único requisito indispensable es SER HUMANO. Lo cual me recuerda a Jorge Teperman, quien en vida supo ser -entre otras cosas- destacado violinista de la Orquesta del Teatro Colón, muchos años pareja de mi madre cuando mi infancia, mi electo modelo paterno pero, por sobre todas las cosas, un JUDÍO CATÓLICO. La primera vez que oí la palabra «universal» expresada en esta sintonía, debía tener yo entre 8 y 9 años, y fue de su boca, el día que le pregunté porqué siendo judío practicante, llevaba siempre colgando de su cuello una cadenita con la efigie de Jesús, a lo cual me respondió: “Porque Jesús no fue el “Rey de los judíos”, es el Rey de Reyes; el modelo a seguir para todo judío que se precie de serlo, sobre todo por ser quién limpió los templos de corruptos cambistas y mercaderes, y se opuso a aberraciones tales como la lapidación; pero, sobre todo, porque Jesús representa al AMOR UNIVERSAL”. Tuvieron que pasar 25 años para que pudiera yo entender dicha sentencia.

En fin, llevo varios días queriendo escribir esto y no pudiéndolo hacer debido al trabajo. Nunca se lo pregunté, porque ignoraba absolutamente TODO al respecto, pero cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que Jorge era peronista; peronista igual que Evita, igual que Jesús, como MI Reina Isabel I de Castilla, y como todo ser humano con los pies sobre esta tierra; porque ‘peronismo’ no representa con su terminación (“ismo”) una intención segregacionista y sectaria, más bien, todo lo contrario: es la palabra con la que hoy representamos esa visión universal del catolicismo como herramienta para neutralizar la tergiversación de ese término evitando toda connotación religiosa que pudiera confundirnos; lo que queda claro en la 4° verdad peronista: “No existe para el peronismo más que una clase de HOMBRES: los que trabajan”.

Y le recuerdo a los compañeros que se babean con el pusilánime de Eduardo Galeano o reivindican la figura del infame alemán que en vida fue furioso antiperonista y antiargentino, Osvaldo Bayer, o cualquier otro gorila eunuco y maricón (entiéndase maricón por cobarde): El peronismo fue el primer movimiento político auténticamente parido en la América Hispana, del S.XX, en reivindicar con amor y fervor NUESTRA INVALUABLE HERENCIA HISPÁNICA. ¡Muerte mala y muerte puta a los sirvientes del sajón genocida! ¡Viva el Reino de las Españas! ¡Viva el Reino del Perú! y ¡Viva Perón, carajo!

¡Viva la Patria!

Y en esta última fanfarria no existe contradicción alguna, pues Perón lo dejó más que claro (independientemente de que los progresistas posmodernos que se “autoperciben” peronistas y viven en constante riña con la realidad, queriendo adaptar el peronismo a las deformadas y grotescas idealizaciones nacidas de sus  brutales sesgos cognitivos en lugar de leer esa doctrina que evidentemente desconocen y a través de la cual se comprende y siente el peronismo; porque el peronismo no se aprende ni se proclama, y mucho menos se resignifica, ya sea con los anteojos de Beauvoir, Marx o Gramsci) en las siguientes palabras: «Los grandes enemigos de la Patria son los grandes enemigos del PUEBLO. Yo considero ‘la Patria’ a nuestros hermanos argentinos; no a las vacas, a las casas y a los campos».

En definitiva, la Patria no es el suelo que pisamos; SOMOS los que pisamos el suelo, y en lo que a mí respecta, NUESTRA PATRIA se extiende desde las Filipinas hasta los Pirineos, desde el Río Bravo a la Tierra del Fuego y la Antártida, y en ella jamás de los jamás se pondrá el Sol; aunque algunos quieran bajarnos el precio con las tesis recogidas en siniestras bibliografías, propias de diabólicos elencos culturales enemigos, ajenos y foráneos; escritas en lenguas perversas por psicópatas protestantes, y enseñadas en los reductos de adoctrinamiento eugenésicos, malthusianos y darwinistas.

Y cuidado, porque donde un hispano no llega con la pluma, llega con la punta de su espada; y nuestra espada será, justamente, la sumatoria de nuestros valores civilizatorios recopilados en los cuerpos de nuestra doctrina.

 

* Revista Insomnia / La Señal Medios

 

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