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domingo , abril 28 2024
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A vuelapluma. Apuntes sobre juicios, corrupción y política

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

La más reciente entrevista a Jorge Asis, con fuerte rebote, deja un beneficio imprevisto que merece ser destacado. La nota, quizás destinada a salvaguardar alguna figura importante, tuvo que ingresar –debido a eso, claro, pero con derivaciones positivas- en el tema de la corrupción.

Asís señala que nadie se presenta a la presidencia para hacer dinero particular. Bien, esa verdad, relativa pero verdad al fin, amerita consideraciones: en primer lugar, el bloque liberal antinacional si presenta a su candidato –el último de ellos ha sido Mauricio Macri- para orientar los recursos nacionales en dirección privada; luego, bien cabe situar el comentario para abordar los casos concretos que se ventilan sobre la dirigencia del campo nacional.

Es obvio que Lula, Néstor, Cristina, no se adentraron en esa labor para engordar la billetera. Comprender eso no radica en definir buenos o malos a priori, sino en comprender los intereses diferenciados sobre los que se asientan. Lo que surge de todo el debate es que creer en la corrupción como eje político, como principal preocupación, como centro informativo, es una tremenda estupidez que debería avergonzar a quien formula la idea.

Es preciso ser extraordinariamente zonzo para no registrar que las imputaciones difundidas por los grandes medios y canalizada por jueces alineados –esos sí, profundamente corrompidos- siempre están orientadas sobre las dirigencias que benefician de algún modo al Estado y al pueblo que habita este territorio.

En Perú la andanada absurda sobre el recién llegado Pedro Castillo es otra evidencia significativa. Todavía no sabía dónde se encontraban los baños de la casa de Gobierno y ya cargaba con acusaciones tremendas para condicionarlo. El periodismo de guerra que bien admitió como mensaje final Julio Blanck no es otra cosa que eso: una catarata de mentiras destinadas a castigar y advertir.

Esto no significa que algunos referentes nacionales no aprovechen estructuras y recursos para dinamizar su espacio político. Eso no significa nada a menos que consideremos centrales acciones propias de todas las gestiones del planeta empezando por las norteamericanas. Durante bastante tiempo en la Argentina se situó como “principal preocupación” de la población a la corrupción.

Tampoco significa que un gobierno no pueda tener un puñado de funcionarios pícaros que se llevan algo que no corresponde. La Argentina no es la excepción pero ni ahí el extremo que se piensa de continuo. Está dentro del promedio mundial y, en realidad, por debajo de la tabla. Lo que pasa es que cuando el país se pone de pie, lo hacen escalar y aparecen denuncias a rolete que los difusores hacen pasar como verdades.

Así se armó el circuito: Los medios de las grandes compañías dicen que fulano es corrupto, que la plata que falta en el Estado está en su peculio, cualquier pelandrún mete una denuncia y los jueces la estudian como si se tratara de algo real, y gravísimo. Miles y miles de ciudadanos imbéciles –hablemos claro, no cabe la demagogia- se indignan ante la “evidencia”. El problema es que entre esos miles hay muchos propios.

Mientras no se aborden los textos jauretcheanos sobre la corrupción y la honradez la opinión seguirá apresada en esta tontería propagandística que sirve para evitar la discusión política, el contraste de proyectos y el análisis serio de los intereses de fondo.

 

  • Director La Señal Medios

 

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