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jueves , mayo 2 2024
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MINERÍA Y CIANURO / Hay que tratar de centrarse en la realidad

 

Por NÉSTOR GOROJOVSKY *

 

Si te hacen ingerir entero el contenido de un inocuo salero te matan por deshidratación. Lo mismo se aplica a todas las prácticas de ingeniería minera y química (en realidad a toda la actividad humana: si una persona se zambulle en una pileta de natación puede disfrutar el fresco o morirse por asfixia, depende del tiempo que permanezca abajo).

En el tema de la «megaminería» (otro término que, analizado en detalle, se revela una zoncera, pero que no vamos a tratar aquí) se ha tirado al aire, con reminiscencias de novela policial inglesa y con el fin de impedir la discusión racional del hecho, la palabra «cianuro».

Concentrémonos, por ahora, en ella. La cianuración se inventó poco antes de 1890 para aprovechar los minerales auríferos del Witwatersrand (el filón de Aguas Blancas). Jamás produjo un desastre ambiental de ningún tipo. Johannesburg y todas las grandes urbes del antiguo Transvaal viven desde hace ya 130 años sobre ese filón. Digo: sobre el filón, no a centenares de kilómetros del filón.

El desastre que produjo fue social: creó lo que luego se conocería como Apartheid. Y, si queremos hacerla peor, creó también la banca suiza (la primera banca encubridora «offshore» de la historia europea) que ocultó enormes fortunas bajo la forma de lingotes de oro africano.

Si queremos discutir en serio el tema «cianuro», entonces, discutamos mejor. Centremos el debate en aquello que originó el Apartheid: la dominación imperialista.

No hay práctica minera (ni práctica humana alguna) que, llevada a cabo con precaución, sea intrínsecamente dañina. Por eso el ejemplo del salero.

Es inmensa la cantidad de prácticas potencialmente letales que se llevan a cabo a un par de kilómetros del lugar donde vive cualquier habitante de la CABA. Por ejemplo, en el polo petroquímico de Dock Sur.

Y que conste que no defiendo ese polo tal como está, con la Shell haciendo allí todas las porquerías que se le antojan. Se lo podría monitorear con mucha más seriedad, y algunas de esas prácticas quizás deberían ser prohibidas en la Argentina.

Pero de allí a vivir en permanente histeria antiminera, antiindustrial, es jugar la vida de nuestra nación a una ruleta rusa con todo el cargador lleno de balas.

 

  • Geógrafo UBA / Periodista / La Señal Medios

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