BIGtheme.net http://bigtheme.net/ecommerce/opencart OpenCart Templates
sábado , abril 27 2024
Inicio / Sociedad / EL CASO BONGIOVANNI

EL CASO BONGIOVANNI

Por CARLOS BALMACEDA *

 

Promete convertirse en un “leading case”. El proceso tramita en la ciudad de Bahía Blanca y es, ni más ni menos, que una expresión perversa de la androfobia llevada adelante por lo que Rita Segato denominó “feminismo punitivista”.

Tanto la fiscal del caso como la abogada querellante no han ahorrado calificativos para el acusado, Juan Matías Bongiovanni, profesor, asistente social, acompañante terapéutico y ocasional guía de retiros espirituales con participación en comunidades de base de la Iglesia Católica.

En su entrega permanente al prójimo, el “profe” Juan no solo sirvió en el difícil entorno de un cotolengo, sino que, además, mantuvo un solidario contacto con los habitantes de barrios como Villa Esperanza, donde más de una vez acercó con su propio vehículo a madres humildes para que dieran a luz, o acudió al llamado de estas mismas familias cuando sus casas se inundaron.

Estos episodios han sido narrados espontáneamente al que escribe por todos aquellos que pidieron ser incluidos como testigos de la defensa, pero que, por cumplirse el plazo legal, y por la gran cantidad de declarantes –que, dicho sea de paso, la fiscalía intentó infructuosamente impugnar-, no pudieron formar parte de los que atestiguarán finalmente a favor del “profe” Juan.

De manera que, pese a la conducta de Bongiovanni, su impecable foja de servicios y su probada vocación docente, el fanatismo y el odio se impusieron, y así, todos estos antecedentes fueron pisoteados para crear un Frankenstein al que “La Brújula” y “La Nueva” ensamblaron con la carne podrida de la difamación.

No hay otra manera de definir el daño que han hecho estos medios, que hablaron de doce denuncias, cuando en verdad son dos, o afirmaron que Juan había fundado una ONG para organizar  retiros espirituales, un dato completamente falso.

De esta manera, Juan fue arrojado al chiquero de los foros de lectores para enlodarlo un poco más: “pervertido”, “degenerado”, “violador”; ninguna difamación le fue ahorrada,  hasta convertirlo en el Chacal de Bahía Blanca.

Lo que no previeron es que al mismo tiempo, atizaban el silencioso repudio de cientos de personas que, pasados los ataques, amagan convertirse en una multitud, que sin duda habrá de atronar los oídos sordos de la justicia.

Ellas son las que nos hicieron llegar el testimonio de su indignación; por eso, las voces que damos a conocer hoy son de ese pueblo bahiense, harto de que un hombre pueda ser echado sin más a los leones de género.

Pero atención, Juan no es el único; tal como lo testimoniará el párroco de la Unidad 19 de Saavedra donde el “profe” está detenido, su pabellón está poblado por quienes cumplen condena por falsas denuncias.

Como suele ocurrir, el caso nos llegó  a través de un anónimo ciudadano de Bahía, profundamente apenado por la suerte del docente. Como siempre, procedimos con cautela, porque al recorrer la información vertida por los medios bahienses, Bongiovanni parecía llevar el veredicto de “culpable” sellado en la frente.

Pero al confrontar esta verdad oficial que radios, canales y diarios difundieron, con los testimonios de allegados al caso, la distancia entre las afirmaciones mediáticas y quién era y qué hizo efectivamente Juan, nos fue helando la sangre.

Ahora, entonces, acerquemos la lupa al caso. Para esto, lector, le proponemos empezar por dos protagonistas prominentes.

 

Lara y Fernández Avello: las Thelma y Louise de la justicia bahiense

Mariana Lara ha mandado presos a muchos hombres por violencia de género. En algunos casos, los fallos han sido ejemplares; en otros, se ha ensañado con crueldad con varones falsamente denunciados.

Las pruebas endebles, la desfachatez de las acusadoras, los débiles hilos tendidos entre las causas y los efectos deberían alertarla, pero la fiscal Lara ha preferido convertirse en una noqueadora a la que el establishment judicial, temeroso de la locura punitivista, ha dado venia a sus excesos.

Oportunamente nos referiremos a un hombre que Lara condenó a ocho años con pruebas inconsistentes, pero apelando a los mismos recursos que usó con Bongiovanni.

Pero ahora, fiscal, nos centraremos en este caso, el de un hombre sin antecedentes, al que usted, cuando lo tuvo inerme en tribunales, con gallarda valentía tachó varias veces de “perverso”.

Lara, como se verá, es una parte de este circo judicial, pero no es la única.

En un grosero nado sincronizado, la abogada querellante, Mónica Fernández Avello, tampoco le ahorra sufrimiento alguno a Bongiovanni, enviándolo a un lóbrego presidio bonaerense, que, como cualquier penalista sabe, es un círculo del infierno donde el estado se ausenta para dejarle las llaves a los “porongas”, o a su versión refinada y religiosa, los “siervos y pastores”.

Así, Fernández Avello, que se asume como una mujer progresista que cuenta cómo alguna vez, a sus dieciséis años, jugó ajedrez con don Arturo Jauretche, cegada por las políticas de género se ha pasado al otro bando que dice combatir: mientras lleva adelante la causa por los crímenes de la Triple A en Bahía Blanca, envía sin piedad a un inocente a un tugurio carcelero.

No hay, para Fernández Avello, distinción entre un criminal parapolicial y Juan Matías Bongiovani, que podría compartir pabellón con uno de ellos.

No hay, para Fernández Avello, piedad para un hombre que se dedicó durante más de veinte años a la docencia, con una destacada actuación, porque el delirio de género la obnubila, y entonces, brutal, embiste contra Juan, sin tener en cuenta ni la endeblez de los testimonios con los que concurrió al tribunal, ni la balanza completamente desequilibrada que los medios han manipulado.

Si a la progresista Fernández Avello le repugnó alguna vez “La Nueva Provincia”, aquel diario basal de la dictadura genocida, hoy le viene de perlas la condena anticipada de “La Nueva”, que continúa al medio en el ocultamiento y el infundio. Ayer, el “por algo será” se le dedicaba a “subversivos”, hoy, a varones que caen bajo falsas denuncias.

Fernández Avello perdió el rumbo, pero no lo puede perder en masa la ciudad de Bahía Blanca. Esa mujer que alguna vez compartió marchas denunciando las violaciones a los derechos humanos con la propia madre de Juan, hoy finge ignorar que esa misma madre insistió una y otra vez ante la jueza para que la escuche, que solo la escuche, con un sentimiento similar al de las madres que en los setenta buscaban un oído fraterno para hacer saber su verdad, y que la jueza, imperturbable, le ha negado incluso ese derecho, más cercano a la piedad que a una práctica maquinal de la justicia.

Fernández Avello sabe lo que es la injusticia, la impunidad, el silencio del poder. Lo que no sabe es que hoy, en este dislocado orden que nos plantea el capital financiero trasnacional, que subsidia causas vidriosamente progresistas, ella se cruzó de vereda.

Seguro que leyó a Scalabrini, pero no comprende que hoy revista junto al enemigo, con los sajones que con el sonajero de la diversidad, han hecho caer en su trampa a mentes y corazones alguna vez lúcidos como el de ella.

Seguro que leyó a Rodolfo Walsh, pero no entiende o, a esta altura, finge no entender que los silenciados estamos en la vereda de enfrente, que de su lado están los presupuestos abultados, la financiación de afuera, los miles de cursos de “deconstrucción”, los cargos y nombramientos.

La doctora Mónica Fernández Avello desconoce, en definitiva, que se ha convertido en una militante del nuevo “por algo será”.

No sabe que es la peor pesadilla de aquella chiquita que jugaba ajedrez con Jauretche; pero no se preocupe, doctora, a través de esta serie de notas, se lo haremos saber.

 

Alguien se anima a contar

Como ya se ha dicho, un bahiense honrado nos trajo la noticia. “No es el único caso”, nos dijo, “pero es el más escandaloso, por los antecedentes del detenido, por la crueldad de negarle la prisión domiciliaria, porque estas dos mujeres que lo acusan, no fueron sus alumnas como los medios nos quieren hacer creer, o, si lo fueron, después pasaron a ser amigas, fueron a sus cumpleaños, cuidaron a sus sobrinas, lo invitaron a sus casas”.

-Nos dicen que el tipo hizo que masturbara a una de ellas en una reunión de amigos. Eso parece más bien complicado para el profesor.

-Complicado es hacerlo rodeado de un montón de gente. Vamos, señor, si quiere escuchar la verdad, preste atención.

Por experiencia, sabemos que cualquier hombre hoy puede ser expuesto como un monstruo, o como diría con su latiguillo favorito la fiscala, un “perverso”; nos pasó con Samuel Oliva, preso un año y medio por un presunto abuso que terminó en absolución prácticamente pedida por el fiscal; nos pasó con el odontólogo Tortonese en Avellaneda, cuyo caso tramita –hasta donde recordamos- en el tribunal del juez Carzoglio: una historia amañada con fragmentos delirantes que sin embargo ha dañado cruelmente su reputación, nos pasó con Gastón Edgardo Ungar, dirigente del peronismo neuquino, a quien un grupo de militantes acusó –súbitamente, después de una ruptura amorosa, como suele ocurrir-,  de violencia simbólica, psicológica y todos los etcéteras que el manual de los Encuentros Nacionales de Mujeres determinaron. Podríamos seguir con otros casos, incluso con los de suicidados, que, como saben nuestros lectores, ascienden a catorce, incluida una mujer: María Luz Baravalle, empujada a la muerte por sus compañeras lesbianas, feministas y universitarias.

Aun así, es nuestro deber indagar, ir al hueso, desconfiar. El profesor es un docente de prestigio, sí; ¿es un ciudadano modelo? también; ¿se ha mudado a Coronel Suárez y ha ganado todos los concursos docentes en los que ha participado? sin duda; pero eso no es suficiente: ciudadanos aparentemente honorables y populares, incluso estrellas de fama, pueden tener en el ámbito privado las conductas más aberrantes.

Así que en principio, nos pareció convincente la defensa que ese bahiense hizo de Juan, que no es un amigo cercano, que no es un familiar, sino un ciudadano indignado por la avalancha de denuncias falsas.

Convincente sí, pero ni remotamente decisivo.

Sobre todo porque los medios parecían estar demasiado seguros. Claro que si nos guiamos por las últimas fake news difundidas a raíz del conflicto entre Rusia y Ucrania, las noticias no siempre portan la verdad, sino más bien todo lo contrario.

Así que hicimos un seguimiento de los medios. Montamos un observatorio para estudiar el día a día de la noticia, diseccionamos adjetivos, leímos entrelíneas, buscamos en YouTube cómo se entraba un tipo con una campera en la cabeza, -que bien podía ser cualquiera-, a la DDI de Suárez, para enterarnos en la descripción de la imagen que se trataba de Juan Matías Bongiovanni. Nos preguntamos cuál es la pertinencia periodística de esa imagen, ¿por qué se expone de ese modo a una persona inocente hasta que un jurado popular demuestre lo contrario?

En esa inspección detenida de los medios, pronto descubrimos que ninguno se acercó al expediente, nadie preguntó a sus familiares, no hubo un solo periodista que investigara la relación que las denunciantes siguieron teniendo con su presunto abusador, incluso mucho tiempo después de ocurridos los hechos que son materia de juicio.

Y volvimos a preguntarnos ¿cómo es que no sintieron temor, asco, repulsión frente a su agresor? ¿Cómo es que se las ve posar en fotos con su victimario, sin un solo vestigio de pesar? ¿En qué momento, entonces, se activó el espantoso recuerdo del abuso?

Sabemos, desde ya, que una víctima procede a romper el silencio y manifestar su dolor cuando puede. Somos respetuosos de esa herida que les ha desgarrado el alma. Jamás se nos podrá acusar que subestimamos ese aspecto. Pero aquí se trata de otra cuestión: ¿por qué los medios no hicieron un trabajo equilibrado, una crónica justa, una difusión prudente?

Porque hay un par de cosas que, desmalezando el propio monte que sembró el periodismo local, nos empezaron a quedar en claro. Veamos:

*Las presuntas violaciones cacareadas por los lectores en los medios bahienses se limitaban a manoseos, supuestos besos groseramente robados o intentos confusos de algo a mitad de camino entre la seducción y un abuso torpe.

*De entre las más de doscientas alumnas que surgen de un sencillo conteo -según los años de actuación docente de Bongiovanni-, solamente dos lo denunciaron, pese a que el clima de linchamiento generalizado, y una justicia por demás parcial, podría haber alentado la aparición de otras presuntas víctimas. Sin embargo, esto no ocurrió.

Son dos denunciantes. Y son AMIGAS de Bongiovanni.

*Otro aspecto llamativo es que los testigos requeridos por la querella sean muchísimos menos que los que presentó la defensa, y que –según trascendidos-, sus testimonios resulten de una enorme debilidad.

¿Qué pasó entonces con el mentado chacal de Bahía Blanca?

Algo muy sencillo: el “profe” Juan, Juan Matías Bongiovani, sufrió lo que se conoce como “lawfare”, un concepto que se aplica a figuras de la política, pero que es igual de válido para los que dimos en llamar “varones linchados”.

Como seguramente el lector sabrá, el “lawfare” es la perversa combinación de una justicia parcial y una prensa adicta al poder, algo que el avance hegemónico de las políticas de género ha facilitado en nuestro país.

Para que se entienda mejor, vayamos a un ejemplo:

 

ACCIONES FEMINISTAS: LA BRUTALIDAD FEMIRULA EN ACCIÓN

  1. B., una de las presuntas víctimas de Bongiovanni, comparte la publicación del grupo “Acciones feministas”donde se lee esta rotunda afirmación:

“Se llama Matías Bongiovanni y es violador y abusador sexual de niñas de Bahía Blanca”.

Lo primero que nos preguntamos es por qué se tilda de “violador” a quien no ha recibido legalmente esa imputación. Y por otra parte, ¿a qué se refiere con niñas?

Bongiovanni no es acusado de pedofilia, sino, en un forzado intento de adjudicarle una guarda que de todos modos siempre ejerció con honradez, se lo intenta asociar al abuso de menores. Ahora, qué es eso de niñas.

Echada a rodar al ciberespacio por una de las denunciantes, la especie cobra vuelo, se convierte en “palabra autorizada”, y entonces se replica a través de decenas de miles de personas.

De esta manera, la presión sobre la justicia se vuelve un hecho. Solo faltan para completar el cuadro una fiscal y una abogada convencidas de que San Jorge ha encarnado en ellas, y de que Bongiovanni es un dragón, un pervertido y peligroso dragón.

Sigamos con otro fragmento de esta publicación, tan tendenciosa como falaz y amarillista: como puede apreciarse en la imagen, se habla de “diez años de impunidad hasta hoy que fue detenido” como si se tratara de una retahíla constante de delitos sexuales cometidos durante todo ese tiempo.

Y ya sabemos que no es así. S.B., que comparte el escrito, lo sabe perfectamente. Por más que requirieron el testimonio de otras compañeras, no hallaron ningún eco, ni entre las de su grupo, ni en todos los que coordinó Bongiovanni.

 

Entonces, tenemos dos casos. No doce, como dijeron los medios bahienses.

Y no hay violación.

E insistimos: lo curioso y llamativo es que las dos únicas denunciantes S.H. y S.B., mantuvieron contacto con el círculo de amigos y familiares durante todos los años en que los hechos denunciados se produjeron.

Y es más, S.H. trabajó como niñera de un familiar cercano a Bongiovanni, cosa que en esta nota, como ya se verá, queda palmariamente demostrado.

 

 

La publicación, como se puede apreciar, destila violencia y punitivismo, tanto que sobre el final se cura en salud, aclarando “y no nos vengan a hacernos sentir culpable (SIC) con lo del “punitivismo” que si hay un movimiento que apunta al cambio estructural ese es el feminista”.

A S.B. no le importó demasiado viralizar este escrito que alcanza un odio demencial cuando afirma “que lo priven de su libertad por muchos años, y nos importa un bledo como la pase”.

Aislado en los “buzones” a su llegada, destrozados sus libros por los guardias como “manteada” de bienvenida, levantado desnudo a la madrugada y sin una cama para dormir durante más de diez meses, esa crueldad a la que “no le importa un bledo” resalta como un rasgo perverso (y aquí sí está bien usado el término) de este movimiento que hemos bautizado como femirulismo.

Por eso, a las femirulas de “Acciones feministas” no les importa que Bongiovanni haya pasado cuarenta días en el limbo de la indefinición legal en la DDI, que hoy  esté hacinado en la cárcel o que las autoridades no hayan respondido al cuidado de su salud.

Cuando dicen “nos importa un bledo como lo pase”, se refieren a un inocente –porque Bongiovanni lo es hasta que se demuestre lo contrario-, al que los medios han crucificado, y al que fiscal y abogada querellante han tratado públicamente de “perverso”.

Según fuentes seguras cercanas al tribunal, cuando se decidió si Bongiovanni iría a prisión domiciliaria o no, la jueza a cargo ni siquiera dejó que el reo se expresara, pero eso sí, consultó a las propias denunciantes sobre la alternativa. Entonces S.B. que compartió esta nota de “Acciones Feministas”, y S.H., que no dudó en traicionar la confianza de toda una familia, no dudaron: ellas, que pasaron cumpleaños, reuniones familiares y jornadas de trabajo con Bongiovanni, un hombre que ni siquiera vive en su misma ciudad, y que siempre estuvo a derecho, un tipo sin antecedentes penales y de conducta profesional irreprochable, marchó preso al penal.

Porque, claro, a S.B., que hoy da charlas feministas en círculos cercanos a la municipalidad de Bahía Blanca, le “importa un bledo como la pase”, a la abogada querellante Mónica Fernández Avello, “le importa un bledo como la pase” y a la fiscal Mariana Lara, –campeona de las causas de género en la ciudad del Sur-, también “le importa un bledo como la pase”.

El rencor de S.B. no parece el de una víctima que pide justicia ni se compadece con el tono de una especie de funcionaria municipal -cualquiera sea el escalafón que ocupe-, sino más bien con el de una chiquilina un poco desequilibrada a la búsqueda de venganza.

¿Y la fiscal? ¿Y la abogada? Posiblemente, cumplen el mandato de esta época donde imperan la difamación y el odio. Un mandato que puede resumirse en una frase: “a linchar que se acaba el mundo”.

Y por supuesto, a nosotros, este encono, esta rabia punitivista que coquetea peligrosamente en los márgenes de la ley, nos empezó a hacer ruido.

Y fue entonces que, aun con mucha cautela, el “Chacal de Bahía Blanca” empezó a convertirse de a poco, y simplemente, en el “profe” Juan.

 

Lo primero es la familia

-Todos los diarios dijeron que Juan Matías es un depravado, un violador,  hasta la fiscal y la abogada lo trataron así. Por eso le pregunto: ¿por qué mi familia tendría que confiar en usted?

Era lógico. Un investigador de Buenos Aires, alejado del teatro de los hechos y metido en el microclima de una ciudad en la que el feminismo punitivista campea a su antojo, no es una figura fiable.

-La verdad, tiene razón. Pero al menos deje que me presente.

-Adelante.

-Escribo una columna que se llama “El varón linchado”, que, por lo que yo sé, es la única en el país que cuenta el lado “B” de las políticas de género.

No sé si fueron mi franqueza o mis antecedentes, pero esas palabras se convirtieron en una módica ganzúa para abrir la puerta de los Bongiovanni.

-Está bien, ¿qué es lo que quiere saber?

-En principio, si Juan estuvo a cargo de estas chicas.

-Sí, estuvo.

-¿Cuándo?

-Hace más de diez años.

-Eso lo convierte en un delito grave. Por lo que sé, hubo un par de episodios que se repitieron, y por los años que pasaron, alguno de esos ocurrió cuando estas chicas eran menores.

-Sí, pero eso no pasó.

-Yo entiendo que ustedes defiendan a Juan. Pero ¿por qué estas chicas inventarían una historia así? ¿por qué se complicarían la vida?

Después de un suspiro, como si tomara envión para lo que iba a decir, mi interlocutor disparó:

-Es que ellas no quieren complicarse la vida. Se la quieren complicar a Juan.

-¿Por qué?

-Mirá –me dijo, cambiando súbitamente el status del usted al vos-, hay un dato que seguro desconocés, y que me gustaría que cuentes, si es que vas a hacer una nota.

-Seguro, si es un hecho que se puede corroborar, con todo gusto.

-Estas chicas estuvieron en cumpleaños, en reuniones con todos nosotros; S.B. fue a llevarle una donación a Juan, cuando él organizó algo para un barrio muy humilde. Se lo encontró, hablaron, tuvieron el trato de siempre, del que yo soy testigo.

-¿Y la otra?

-Qué me dirías de una mujer que fue niñera de su sobrina hasta dos meses antes de la denuncia.

Debo haber sonado como Fantino al decir:

-Esperá, vos me estás diciendo que alguien la recomendó como niñera de la nena de su hermano.

-Hermana…

-Como sea, hermana, ¿quién la recomendó?

-Juan.

-O sea, que si tuviera que creerte, tendría que pensar en una situación en la que S.H. le comenta a Juan que busca trabajo, y entonces él, que evidentemente se preocupa por ella, piensa en que su hermana necesita una niñera y se lo dice.

-Exacto.

-¿Y no pasó nada cuando ella estuvo ahí? Digo… alguno de los hechos denunciados… porque de hecho se fue de ese trabajo.

-Cuando se enteró de que estaba embarazada se fue…

-No comprendo. ¿Y si no hubiera estado embarazada? ¿Hubiera seguido trabajando allí? ¿Estaría trabajando en la casa de la hermana y al mismo tiempo denunciando al tipo que la recomendó?

-¿Ahora entendés cómo se siente esta familia?

Me tomé unos segundos para contestar:

-¿Tienen fotos que confirmen esos encuentros? ¿Llamados o algo?

-Sí.

El chacal se volvía cada vez más inofensivo, pero esto era solo la punta del carretel. Pronto iba a comprobar qué pasaría si seguía tirando.

 

El perito literario en Bahía Blanca

Hace más de diez años, hice allí, en la “chacra asfaltada” –como algunos le llaman a la ciudad-, un peritaje literario.

Un caso curioso: un juez acusado de escribirle las sentencias a su mujer, -por lo que creo recordar, también jueza-, en lo que parecía un insólito plagio judicial.

Recuerdo mi sorpresa cuando, como perito de parte, tuve que enfrentarme a Jorge Monteleone, un sólido crítico literario y lingüista, frente al que la parte acusada dispuso a este humilde profesor de Lengua y Literatura, humorista, y Licenciado en Sociología sin mayores oropeles; más o menos como enfrentar a un pitbull con un caniche toy.

Sin embargo, no le fue tan mal a este escriba, y de allí quedaron varios contactos en el ámbito de la justicia y la educación.

Hurgué entre ellos y pronto llegué a una ex compañera de trabajo de Juan, que, como era de esperar, se mostró reticente a mi requisitoria.

-¿Cómo conseguiste mi número?

-Gente de la Iglesia, María (obviamente, estamos dándole a mi interlocutora un nombre de fantasía, asociado a un cliché bíblico).

La referencia pareció atravesar el muro de su desconfianza. Pronto, entendí el porqué de sus evasivas: su marido había pasado por una experiencia similar a la de Bongiovanni. Así que desde ahí, empezamos a tantear un terreno en común. Por eso, apenas esbozado su caso, le dije:

-Ya sé cómo son estas cosas, me imagino que tu marido se habrá tenido que ir de la institución.

-¿Cómo sabés?-, pareció sorprenderse.

-Por un caso que investigué en Avellaneda. Un odontólogo del Churruca que sabe que -pase lo que pase-, tendrá que estar sí o sí treinta días en arresto. Bueno, mejor eso que una condena de ocho años ¿no?

-Lo de mi marido fue una cama que le tendieron jefes que tenían más manchas que un dálmata, porque uno de ellos, aparte de drogón, era narcotraficante.

-¿Estuvo preso?

-No, por eso lo de Juan es terrible. Igual, yo en ese momento lloré mucho. Tenía un bebé recién nacido y es duro, es muy duro, porque no sabés qué va a pasar.

El recuerdo le quiebra la voz, pero este asunto, además de resuelto, no es cosa mía. Así que trato de volver al eje de la charla, aunque es inútil, la mujer seguirá en su pasado por unos segundos más hasta que su corazón vuelva al teléfono.

Me explica que se salió de la Policía, que ahora es enfermero, que si tiene días francos, vuelve, “y sino, no”. Es terrible…

-María, comprendo tu caso pero me pregunto si no estás viendo a través de tu cristal el asunto de Bongiovanni.

-No, mirá, acá no hay dudas. Yo, viéndolo desde el lado de mujer, era impoluto cómo se portaba. Y las borregas estaban todas calientes con él.

-Le estás dando unos bonitos argumentos a la acusación con eso de “recalientes”

-No ¿por qué? Es la verdad. Yo sabía que ellas se le tiraban encima, y te estoy diciendo por todos los grupos que pasaron, porque pasaron muchos en los que yo estuve, y sé que más de una vez se las sacaba de encima porque, por ejemplo, se le subían a caballito, y él nada, siempre buscó de tener un respeto, una cercanía pero a la vez una cierta distancia, y bueno, viste que las hormonas hacen desastres, y a veces ellas se hacen más la película de la cuenta…

-Parece que los testigos dicen otra cosa. Que les hacía ojitos a las chicas, que siempre buscaba excusas para quedarse a solas con alguna…

-Qué disparate. Si hubiera tenido un lado violador o  acosador, me hubiera dado cuenta. Mirá, yo todas las mañanas en el monasterio cuando estábamos por hacer retiro, dormía con la puerta abierta y él tenía la habitación cerca y me despertaba, me golpeaba la puerta, se asomaba y me decía “María, hay que levantarse” entonces yo esperaba, él cerraba la puerta y yo iba a bañarme tranquilamente sin ninguna llave de ningún tipo, y tenía todas las borregas enfrente durmiendo y nunca vi nada, aparte las veces que fue después, más de una vez lo he ido a visitar, y jamás hizo nada raro.

Algo seguía sin cerrarme. ¿Por qué estas dos mujeres lo acusarían a Juan después de diez años, habiendo permanecido en sus círculos más íntimos y sin que les hubiera hecho nada?

-Te imaginarás cuántas veces me pregunté eso mismo en el caso de mi marido…

-María, ¿vos sos testigo en la causa?

-No. Me acabo de enterar, y tampoco sé si con la situación familiar mía, lo sería.

-¿Pero vas a colaborar?

-Más bien, después de enterarme (lo hizo a través de un contacto en el muro de Facebook de este servidor) es lo menos que puedo hacer. Ya mismo la llamo a la hermana.

 

JUAN Y SU CRUZ

-¿Qué hacés acá vos?

-¿No ve, padre? Estoy preso.

-Vos no podés estar acá. ¿Y por qué estás tan flaco?

Enseguida, el hombre de fe manotea el aire, desdeñando su propia pregunta. Cómo no iba a estarlo, si hacía medio año que lo habían depositado allí luego de más de un mes de incertidumbre; si su mujer, para visitarlo, debía hacer 200 kilómetros ida y vuelta, si los medios locales habían mostrado su cara y descripto sus hábitos de pervertido durante meses; si sus padres, mientras almorzaban, recibieron por televisión la noticia de que su hijo sería alojado en un penal después de 40 días en la DDI, novedad brutalmente difundida con el  zócalo en pantalla: “Preso hasta el juicio”, si la jueza de Garantías ni siquiera le permitió opinar sobre su prisión domiciliaria, aunque requirió a sus dos acusadoras que decidieran si correspondía o no esta condición, si escuchó cómo la abogada querellante gritaba “¡machirulo!” a su letrado patrocinante, solo porque señaló la grosera manipulación del testimonio de las presuntas víctimas.

Nada de esto sabe nuestro hombre, y no tiene por qué. Le basta con ver a ese muchacho que conoce desde hace mucho, y que ahora ve con ojos llorosos, los huesos de la cara salidos, los hombros caídos. Un luchador de judo, disciplina en la que alguna vez se destacó Juan, incapaz de dar batalla.

-Dejá, voy a hacer todo lo que esté a mi alcance. Te consigo los remedios, no te preocupes. Pero vos comé, comé por favor.

El sacerdote se va de allí con una pesada bruma sobre sus hombros, en la que la palabra “suicidio” flota densa.

La ha pronunciado Juan, un hombre que jamás imaginó estar en esa situación, hijo y hermano de docentes, un tipo de vocación solidaria y comunitaria, al que de pronto han arrojado a un pozo, sin entender por qué ni para qué.

El padre Guillermo escribirá esa misma tarde una carta al abogado de Juan, un testimonio para describir su situación e influir en la justicia para que piadosamente le dé la chance de que este calvario de incertidumbre al menos transcurra en su casa.

Dice en uno de los párrafos:

“Con el paso de los días, desde su llegada a la unidad 19 empecé a verlo muy delgado. Me hizo acordar a las personas anoréxicas; al darle un abrazo, se palpaban los huesos de la espalda.

A esto contribuyó la mala calidad de la comida del penal, calidad que -al conversar por separado- se quejan todos los presos. La familia le lleva alimentos pero él los debe compartir con los compañeros de su “tribu”, dentro del pabellón.

En una época casi no comía. Los que lo queremos le insistimos para que coma un poco más, que haga un esfuerzo de comer aunque sea un poco más, lo que equivale a elegir seguir viviendo, a pesar de todo, por amor a los que lo queremos”.

La carta del padre Guillermo no es un mensaje rutinario, es una petición para que de uno u otro modo, la justicia bonaerense atienda el calvario de un inocente.

No se detiene en las penurias de Juan, aunque, alarmado, las destaca. No solo advierte que el detenido puede tomar una determinación fatal, sino que además, hace un paneo por la situación de todos los penales bonaerenses: la comida, el hacinamiento. Y no es el padre Guillermo un curita que pasaba por ahí, es quien asiste, en desventaja numérica frente al lobby de otra fe cristiana, a los presos de esa cárcel.

Pero el sacerdote hace algo más, habla de las circunstancias del juicio, de la denegación de la prisión domiciliaria, de las expectativas defraudadas.

Conoce algunos detalles del expediente y los describe con un rigor ecuánime y quirúrgico. Quedan fuera de su conocimiento, eso sí, otras cuestiones: cómo la fiscal Lara desoye por completo las sugerencias del psicólogo de Juan, intranquilo por las ideaciones suicidas de su paciente, el modo en que esta mujer se desentenderá de la suerte de un inocente que pasa sus días en condiciones subhumanas.

Sin saberlo ni conocerse, sacerdote y médico coinciden en una misma aflicción y la señalan. La fiscal ha tenido la chance de escuchar a uno de los dos y, tal vez, revisar las condiciones de detención. Jamás moverá un dedo.

Así como la jueza es incapaz de escuchar a la madre de Juan, de leer la carta que el preso le enviará contándole sobre el deterioro en su salud, Lara, la reina de espadas que como en la canción de Charly dice que los inocentes son los culpables, se negará de plano a cualquier tipo de intercambio con el profesional.

Dejamos aquí la visita de un hombre bueno, el padre Guillermo, que se repetirá cada semana, con algún remedio, una oración, una mano en el hombro. Ya nos reencontraremos con él en breve, cuando leamos esa descripción precisa del calvario de Juan y su cruz.

 

FINAL ABIERTO: JUAN ES INOCENTE ¿LO ENTENDERÁN ELLAS?

Lo que postula el feminismo extremo, talibán, andrófobo que el que escribe bautizó femirulismo, es un discurso de odio. Para que resulte, se nutre de una victimización constante, de la certeza de que los varones, “hijos sanos del patriarcado”, son capaces de violar o matar simplemente al activarse un chip cultural. Sobre esa premisa, generosamente financiada por el capitalismo financiero internacional, ha influido en principio en las cátedras universitarias, produciendo un copioso material que reúne desde la “teoría queer”  a las últimas invenciones del llamado feminismo de la tercera ola. Luego, su penetrante influencia en sindicatos, partidos políticos y movimientos sociales condujo a un adoctrinamiento con sus propias lecturas y estéticas.

De esa manera, y como nunca antes ocurrió en la sociedad argentina, la movida se hizo sentido común, dogma indiscutible, razón de estado. Y el que ose criticarla, será lapidado con la ayuda de esas grandes aliadas de las hordas posmodernas: las redes sociales.

¿Pero qué sostiene esa puesta en escena cotidiana de las falsas denuncias? Básicamente dos pilares: la indignación airada y la victimización épica. De alguna manera, ambos se retroalimentan y se presentan como mecanismos de defensa y ataque, aunque a veces resulta difícil distinguir cuál es cuál.

La indignación airada se presenta con narrativas insistentes: “mirá cómo nos ponemos”, “Enojate, hermana”, “No me calmo nada”, es decir, un alerta semiológico que nos dice “tengo todo el derecho al enojo, al grito, al pataleo, cuidado conmigo”.

La estrategia es hábil porque disminuye de movida a cualquier contradictor, y lo más interesante, ratifica desde lo emocional que aquello por lo que se alza la voz, es completamente justo y debe ser modificado. O sea, la indignación y el grito dan por sentado una injusticia.

Si se observa con detenimiento el video en el que la actriz feminista Zuleika Esnal discute con el abogado Facundo Onetto, se apreciará el mecanismo: una mujer completamente desbordada supone que puede gritar y exaltarse porque conoce “como nadie”, el sufrimiento femenino: no necesita ni interlocutores y mucho menos adversarios, pero por otra parte, tampoco los espectadores requieren algún tipo de escucha o participación crítica en la discusión: deben aceptar que la indignación valida y explica las razones de la expositora.

La victimización épica es una puesta en escena de las presuntas reivindicaciones, cuya expresión más acabada es la famosa performance “El violador eres tú”, que el grupo chileno feminista “Las Tesis” difundió a fines de 2019. Una escena tribal, que por momentos remite a brujas medievales, nos muestra a mujeres que toman la calle y que gritan a un interlocutor masculino (que por momentos será el estado heteropatriarcal) que uno es el violador. Le llamamos “victimización épica” precisamente por este carácter dual: el tono es de desafío, el lenguaje corporal y el ritmo, de guerra; pero se asume que hay una víctima y un victimario eternamente destinados a esos roles.

Vayamos a nuestro caso: cuando S.B. difunde la noticia de la detención de Juan, lo hace a través del grupo “Acciones feministas”, donde se dice que “nos importa un bledo cómo la pase”, o sea, mi indignación airada no puede reparar si hay arbitrariedades o incluso si ocurren aberraciones en el marco de esa detención. La indignación, como se ha dicho, da por supuesto el hecho. ¡Escuchen el tono de esa mujer, esa bestia no puede ser otra cosa que culpable! Hay un relato, el de un hombre que “abusó”, se habla de un “violador”, se mencionan “niñas”. Una narración perfectamente contada con el tono plañidero de la indignación airada. Esnal recure a esta instancia para atacar al doctor Onetto, y luego, cuando vuelva a tomar las calles, lo hará con el tono de la victimización épica. En definitiva, siempre víctima, siempre enojada.

Ese es el mismo tono que según allegados al caso tenían la fiscal Lara y la abogada Fernández Avello en una de las audiencias. Ese es el mismo talante que dispuso la jueza de Garantías, comprensiva frente a las presuntas víctimas, al punto de que prácticamente deja en sus manos la decisión de dónde debe transcurrir Juan su detención, sorda frente al acusado cuando éste pretenda decir unas palabras.

Estamos indignadas, estamos enojadas, el violador eres tú, y todo nos está permitido.

¡Qué mundo nos espera señores, qué mundo, si no cambiamos pronto esta perspectiva que no es de género, sino de odio!

Así que como ellas no escuchan, como solo abren la boca para gritar los clichés de su manual de género, como van montadas sobre los hombros de una justicia ciega, sorda, muda y soberbia, no nos queda más que levantar la voz. Ya empezamos, y de ahora en más, lo seguiremos haciendo. Si es necesario, con pasacalles, con páginas en las redes sociales, difundiendo el caso en el exterior, apelando a performances artísticas, videos, libros, obras de teatro.

La voz de Juan y la de su familia han empezado a gritar.

Y el pueblo de Bahía Blanca las acompaña a coro.

 

  • Periodista / Dramaturgo / La Señal Medios

Comentarios

comentarios

Visite también

La “plaza de la victoria” en 1810

  Por JOSÉ MARÍA ROSA   El 22 en la plaza.   Daba marco al ...