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POLÉMICA / El Joker, Trump, El Cohete y los progres

Por CARLOS BALMACEDA *

Mientras leía su crítica en el blog progre “El cohete a la luna”, me preguntaba cuál podía ser el motivo por el que Marcelo Figueras, valet literario de CFK, exaltara hasta el paroxismo a “Joker”, tanque de la Warner y vuelta de tuerca de DC comics sobre el villano de Batman.
Me quedé pensando, porque hace dos décadas y un poco más, Figueras era de los que hablaban de “doppelganger”, palabra alemana que se convirtió en un cliché por entonces, y que describía -en cuanto análisis se hiciera del “Batman” de Tim Burton-, la condición mimética de dos tipos oscuros como el Guasón y el Encapotado. La idea del “doble”, con todas sus resonancias freudianas, trazaba una distancia de respeto y revestía a ese gran entretenimiento de cierto lustre intelectual e ideológico.
De aquel análisis descafeinado, posmo, pretencioso, que introducía categorías excesivas a eso que no dejaba de ser un producto adolescente, pasamos –¿manes de la década ganada?- a una reseña con arrestos políticos, pero que de todos modos conserva la misma corrección. Eso sí, ahora nuestro muchacho kirchnerista se dio por enterado del contexto histórico y político. Nunca es tarde.
Por mi parte, debo decir que algo no me cierra cuando un progre, que por definición jamás se saca los zapatitos blancos y es invariablemente integrado y exitoso –en el perímetro del sistema-, se fascina con una figura tan incorrecta, tan brutal, tan cínica como es la del Joker. Me dije que es esnobismo, claro, pero después “reperfilé” algo más.
¿No será que lo están tomando como un personaje de “El marginal”, es decir, como cualquiera de esos antihéroes lumpenes a los que admiran porque representan en sus malos modos todo eso que ellos no son? Deseo oscuro del pequeño burgués, que busca un “doppelganger” a la Ortega, a la Trapero.
Porque entre otras cosas este Guasón es un lumpen. Uno de verdad, no de pose. Un tipo que se queda sin sus medicamentos porque la salud pública le saca el presupuesto a su lugar de asistencia, un tipo que no tiene trabajo, que lo pierde de manera humillante, que está ahí nomás de quedarse sin casa y que pasa hambre.
Un lumpen se integra en un circuito de crimen, delito, traiciones, pequeñas sociedades con códigos cerrados prontos a quebrarse, porque si hay algo que el lumpen no puede sostener es la lealtad. Este lumpen, el Joker, tiene algo que lo vuelve asocial, y que es su propia historia personal. Es un “freak”, es débil, no pudo aprender las tretas del lumpen. Intenta integrarse a la sociedad a través de lo que en los ochenta puede ser medio de vida e identidad en Nueva York, la comedia stand up, que es algo así como una corrida donde el público es el toro. En ese juego de espejos –de espectadores que vemos cómo otros espectadores lo van a cornear-, el fracaso del héroe se vivencia como amenaza y humillación, lo que configura uno de los hallazgos narrativos de la película.
Planteada así, la historia apunta a un clásico: un solitario en un mundo helado en busca de amor es número puesto para héroe romántico. Por eso en el joker se conjugan Quasimodo, El Fantasma de la Ópera, y quien es su inspiración icónica, El hombre que ríe, con su encarnación en la pantalla tal como la pensaron sus creadores, el actor Conrad Veidt.
Para acentuar estos visos, la línea argumental le hace sufrir el castigo de un afuera despiadado, lo que remite a una suerte de bullying no ya de naturaleza privada, sino social. Esta trama es básica, y nos deriva, de paso, el subgénero de películas de venganza. Unos adolescentes le roban el cartel con el que, vestido de payaso, promociona un comercio y lo golpean, sus compañeros de trabajo se burlan, su jefe lo humilla.
Es un lumpen, entonces, pero un poco más oscuro, si hasta ha sido abusado de niño y abandonado por su padre. Es decir, la película se permite coquetear también con la coincidencia abusiva del melodrama, y en la circunstancia del abandono acercarlo a esos héroes clásicos como Edipo, despojados de su filiación.
El padre, millonario y dueño de una corporación, se llama Wayne, y tiene un hijito de nombre Bruce, con lo que –si se perdieron en detalles de traducción y doblaje- es como si dijéramos que el tipo se llama Díaz, y el niño -que en algún momento el Joker conocerá-, Bruno, lo que abre la puerta a un probable Joker II. No creo que después de este éxito mundial de taquilla, de la segura nominación para el Oscar de Joaquin Phoenix, del lustre que le dio ganar el Festival de Venecia, la Warner se pierda la ocasión de una secuela, con el niño ya crecido y en plan de venganza, tal como sucede en la historieta original.
Volviendo a los progres, lo que exaltan es el modo en que este tanque producido por la Warner, se permite mostrar la injusticia y el despojo generado por los poderosos, y exponer la pesadilla, el lado B del sueño americano. En esta celebración, se trenzan con los críticos de un presunto establishment, que critican a Joker por considerarla una película violenta y vacía.
Dice Figueras al respecto: “Por eso me indigna la hipocresía de estos críticos, que actúan como protectores de un sistema de mierda que siega y arruina vidas a destajo en el mundo entero y acusan a la peli de irresponsable por empatizar con un violento. La violencia no la crea personaje alguno, en el peor de los casos el personaje corporiza, tematiza un problema social”.
De modo que, creyendo encontrar una película que pone en jaque al sistema, este progre elogia por reflejo lo que medios como “The Guardian” efectivamente señalan como violento, oscuro, demencial. La condena de unos de algún modo termina justificando el rescate de los otros, lo que demuestra que en un punto se trata de dos caras de la misma moneda: como si dijéramos, los progres son Joker y los medios “reaccionarios”, Batman. Unos tratan de advertirnos del peligro antisistema que representaría la película para que los otros se solacen revelando esa cuestión.
¿Y a todo esto, qué pasa con la película? ¿Es una obra maestra? No lo parece, eso sí, es un magnífico artefacto cultural, que reúne como pastiche posmoderno, varios filmes, con citas, homenajes, guiños, y se permite reescribir el mito, acudiendo a la historia de los ochenta, al inicio de los “reaganomics”, para darle un espesor que la reescritura de la historieta no conseguiría jamás. De paso, ese atavío histórico, económico, moral, político, ideológico, da miga para discutirla y desmenuzarla pero también para sobrevalorarla.
Ciudad Gótica aquí no es la que conocimos a partir de las revisiones de Tim Burton, sino la Nueva York pre Giuliani, es decir, antes de que se la gentrificara y pasteurizara. Es una Nueva York cuyos bordes bohemios derraparon hacia lo lumpen y en donde la violencia demencial, gratuita, se arroja de lleno a un cuerpo a cuerpo que preanuncia en las calles el salvajismo que luego consagrará el sistema en la columna vertebral de la potencia, y que desde allí derrapará al planeta entero.
¿Cuál es el mérito de la película de Todd Phillips? Extraer el Joker del universo de la DC Comics donde, desde los setenta por lo menos, se usó al mundo real para sazonar el mito (apelaciones a los “grandes temas” entreverados con las aventuras de los superhéroes de la editorial) y proponer este desplazamiento: el centro ahora será la Historia, el comienzo del neoliberalismo, el inicio del horror que se corona en estos días, y el joker será su producto.
Si nos detenemos un poco en la narración, el camino del héroe, o del antihéroe aquí es básico: un tipo abusado de niño, con una madre enferma, abandonado por su padre, con una presunta enfermedad que lo acomete con carcajadas inoportunas en las situaciones más incómodas. Con esa cruz encima, es presa fácil del bullying y la reacción previsible que lo convertirá en una suerte de justiciero.
Con esos condimentos, la crítica de Figueras se vuelve grandilocuente, advierte que no hay muchas óperas que tengan los rasgos densos de este personaje, ni que alcancen en su entramado conceptual la profundidad de Joker. Un exceso, sin duda, el personaje, en algunos aspectos y en la circunstancia que lo rodea, se parece a ese empleado del Ministerio de Defensa encarnado por Michael Douglas en “Un día de furia” mezclado con el Jim Carrey de “La máscara”, más, obviamente, el Rupert Pupkin de “El rey de la comedia”, del que el filme sigue en una cita obsesiva con desplazamientos, copias e hipérboles.
Los progres han creído ver incluso cómo la Warner se jugó con esta obra “antisistema”. Tenga mano, tallador, que el final de la película deja abierta, como ya se mencionó, la secuela de Joker II, con Bruce Wayne viendo cómo matan a sus padres, justificado ya para calzarse la capa y convertirse en otro vengador, donde seguramente los rasgos del doble se acentuarán y probablemente la historia se vuelva más aguachenta, algo así como la vuelta de Martín Fierro. El sistema tiene sus recursos después de todo.
La trama debería sernos familiar, por constitutiva, incluso, de líneas prolíficas en la cultura argentina. Ya que lo mencionamos, Martín Fierro es un gaucho bueno, que trabaja la tierra, hasta que es despojado de ella y de su familia, empujado por la leva a luchar contra el indio. Hoy podríamos decir que ese estado le hace “bullying”, que trastoca entonces su carácter afable y se convierte en “gaucho malo”. La línea se continúa en Juan Moreira, que se rebela a los mismos abusos y tiene puntos de contacto con las historias de los bandidos rurales como Mate Cosido o Bairoletto.
Bien lo dijo Borges, nuestro drama nacional, la pregunta que no supimos responderle a la Esfinge, fue nuestra opción –a su juicio, equivocada- por elegir como poema nacional la historia de ese gaucho levantisco, en vez del Facundo de Sarmiento.
La fascinación por el antihéroe yanqui, carismático y sufrido, su elevación a mito a través de esta mirada crítica, también nos habla de cómo cierta “intelligentzia” se desentiende de la propia mitología nacional.
A todo esto, ¿por qué detenerse en la nota de Figueras? Porque entiendo que es el momento de discutirle al progresismo desde las ideas nacionales y populares. Esta “batalla cultural” no se dio hasta ahora. El progresismo, tan cercano a la izquierda que Jauretche veía como una de las pinzas que acechaban al movimiento nacional, ha tenido del ´83 hasta ahora un lugar preponderante en la industria cultural, en las instituciones académicas, en los medios. Hizo sus aportes y hoy no solo da muestras de un profundo agotamiento, sino que es la plataforma de lanzamiento desde la que diversas “fundaciones” dividen al pueblo argentino e introducen nociones opuestas a la refundación de un vigoroso proyecto nacional.
Esta pelea se eludió, dejándole el campo orégano a los comedores de palta de Palermo Hollywood, permitiéndoles que aparezcan incluso como el peronismo posible.
Pero el ciclo del progresismo, su discurso, su acción política, sus gestos convertidos en clichés, señalan el fin de un ciclo. Aun sus plumas, muestran los signos de este crepúsculo.
¿Será entonces el progresismo parte de lo viejo que no termina de morir?
No es casual que ayer nomás, Jorge Halperín lo diseccione en una nota de Página/12 y nos muestre su hilacha. Es llamativo que lo haga desde la boca del lobo, pero puede, porque es Halperín, a quien le sobran pluma y jeta.
Aunque Halperín se refiera a los “neoliberales progres” y se centre en Cambiemos, su descripción es perfectamente aplicable con los progres que conocemos. Veamos: “Son plenamente compatibles con la financiarización neoliberal. ¿Por qué? Porque estas comprensiones son meritocráticas, esto es, no igualitarias. Orientando la discriminación, tratan de asegurar que unos cuantos individuos “con talento” de “grupos poco representados” –sólo unos cuantos– puedan llegar a la cima de la jerarquía corporativa ¡y lograr puestos por los que les paguen como a los hombres blancos heterosexuales de su misma clase!”
Se refiere, claro, a la compartimentación en parcialidades y reivindicaciones fragmentadas como el género.
Aunque todavía tibio, y con las inefables alusiones a Trump como parte de ese bloque de poder, es significativo que mencione la soga en casa del ahorcado. Se comprende entonces que la posible estrategia de Página/12 es inocular la vacuna a sus seguidores antes de que un terremoto cultural y político los deje culo para arriba.
Volvamos a Joker. Dice Figueras en esa sucursal un poco más progre, si cabe, que Página/12 (nos referimos a “El cohete a la luna”, que de todas maneras se procuró un ala derecha sólida con dos excelentes periodistas de investigación): “lo que la arrima un poco más a la peli de Fincher (se refiere a “El club de la pelea”) es la forma en que cierta crítica se apura a desactivar –o al menos intentarlo- la posibilidad de su importancia. Esto resulta aún más imperdonable en medios que la van de progresistas, como el portal The A.V. Club (que la define como un psicodrama sorprendente, pero superficial) o el diario inglés The Guardian que le tira munición gruesa al proclamarla la peli más decepcionante del año y procede a descargar una serie de juicios (que se parece a pelis viejas de Scorsese pero es peor, que es hueca) que nunca se molesta en fundamentar”.
Digamos de paso, aunque no leímos la crítica de The Guardian, que el apunte es atendible: Joker es, como ya dijimos, un completo homenaje a “El rey de la comedia” de Scorsese, y por cierto, sin ese basamento, su propia estructura haría agua. Lo curioso es lo que sigue en la nota de Figueras, cuando propone imaginar “que no se trata de una historia ambientada en una Ciudad Gótica que se parece a la New York sórdida y mugrienta que existía antes de que Rudy Giuliani la disneyficase, sino en las imediaciones de la villa 1-11-14 que un villano local, y harto real, propuso dinamitar”.
Por ahí va la cosa, como anticipamos, la progresía quiere ver en Joker un antihéroe lumpen, y justificar sus reacciones, la reivindicación de su nombre y el sentido de su propia vida haciendo una mudanza imposible.
¿Pero es que los desposeídos podrían emanciparse a partir de la venganza, el crimen y el caos? ¿No se vuelve a romantizar de este modo al lumpen como un sujeto revolucionario cuando es todo lo contrario?
Si nos situamos en un contexto preciso, lo que Joker nos muestra es el inicio de las desgracias históricas “de ellos”, que al fin –vía Consenso de Washington- serán las nuestras, pero tanto las consecuencias como las estrategias, no tienen que ver con nuestra historia política, con nuestra tradición.
Cuando Arthur Fleck, que se convertirá en el joker, asesina en el subte a tres brokers (de paso, otro posible homenaje a una película de los ´70, “El incidente”) genera una reacción política, un movimiento de gente que se viste de payaso para manifestarse públicamente. La reacción es desmedida, loca, asesina. No es política.
Justamente en estos días estamos discutiendo y observando lo que la política canaliza en Ecuador –una revuelta popular similar a las que pusieron fin a tres gobiernos- y Argentina –un fin de ciclo determinado por las urnas, con contención de movimientos sociales, sindicatos y una clase política a veces hábil y a veces ambigua y tiempista-.
Y en la historia real “de ellos” ¿dónde fueron a parar esos payasos a los que Wayne, el magnate y candidato a alcalde de la ciudad desprecia? Me refiero a los ciudadanos yanquis reales, insisto, qué se hizo de ellos. Sencillo, se empobrecieron y embrutecieron durante treinta años hasta que un magnate surgido de esos medios que los aturdieron, los representó en una revuelta cívica sintetizada en “Primero nuestro país” lo que no significa, “nuestro país por arriba de todos”, luego, industria nacional, defensa de nuestro comercio y, en definitiva, trabajo para todos. Una versión muy libre y yanqui del peronismo.
Eso es lo que los progres no terminan de entender, y por eso “El cohete a la luna” cita en el foro de lectores la crítica de Michael Moore, que además de estar en sintonía e inspirar la de Figueras, no sabe cómo asir a Trump: “Esta semana que pasó, la semana en la que el presidente gobernante se acusó a sí mismo y –al más verdadero estilo de Joker- se burló de la incapacidad de Mueller y los demócratas de detenerlo, dándoles todo el material que necesitaban. Pero incluso así, diez días después alardeaba de su culpabilidad, seguía sentado en la oficina oval, con sus códigos nucleares, manchados por la grasa de un KFC (…) Trump le pedía a la República Popular China que interfiriera en las elecciones de 2020, mandándole información sucia acerca de los Biden”.
Todos los clichés sobre Trump juntos en la mirada torpe del demócrata Michael Moore: el loco que maneja el botón de la bomba, el guarango que come pollo frito, el fraudulento que antes permitió que Rusia lo ayudara a ganar las elecciones y que ahora acude a los chinos.
¿Se lo escuchó a Moore despotricar contra Obama y Hillary cuando decenas de miles de jokers del Estado Islámico financiados por Estados Unidos degollaban, violaban, empalaban y torturaban? ¿Entiende el bueno de Michael que la administración de Trump ha rehusado la fuerza de manera sistemática, abandona Siria e instala a Estados Unidos en la multipolaridad?
Sigue “En esta historia hay una pregunta desconcertante: ¿qué pasa si un día los desposeídos deciden pelear de vuelta?”
Nótese que en el interrogante de Moore flota la mirada muy de estos días que ve en los ecuatorianos el coraje que aquí no tendríamos, cuando en realidad se trata, como ya dijimos, de estrategias distintas, aportadas por momentos institucionales y fortalezas distintas, surgidas de los pasos que cada uno de estos pueblos ha dado.
La respuesta que los red neck le dieron a los brokers –los mismos que humillan a Fleck en el subte hasta que los mata- fue Trump. Si algo contiene e intenta disciplinar al Deep State y a Wall Street es ese tipo de aspecto payasesco, tan payasesco como que es el verdadero joker de esta historia.
Alguna vez lo dijimos por aquí: este mundo desplazó a los bufones de su lugar de “monstruo”, el que muestra, el único autorizado a decir la verdad con crueldad, y los puso en el lugar del poder: Jimmy Morales en Guatemala, Beppe Grillo en Italia, Zelensky en Ucrania y Trump en Estados Unidos.
Dejemos de lado los resultados. Zelensky lleva poco en el mando como para sacar conclusiones, Morales, un cómico a lo Del Sel, fracasó redondamente en su gestión, pero Grillo y Trump son como las figuras más acabadas de ese joker. El italiano fundó 5 Stelle, un movimiento al que equivocadamente se lo sigue tildando de populista, cuando no de reaccionario, y que se convirtió en árbitro de la política italiana, Trump puso de cabeza la forma de hacer política y la figura presidencial en Estados Unidos. Gran parte de sus estrategias, por oficio, por familiaridad con los medios y el show, tuvieron que ver con la figura del bufón, que provoca, que muestra hasta la crueldad, que se permite decir lo que otros no dicen, escudado en su propio perfil excesivo.
Un Joker, un bufón, es paradójicamente, lo opuesto a la figura de un progre, que, como ya señaláramos, en su rebeldía blanda, permanece siempre dentro de los límites del sistema, y configura con acentos a veces lastimeros, a veces victimistas, una oposición moderada que escamotea esta baja intensidad con algún arresto retórico y un par de toques folklóricos: un morral, una canción de Silvio y un hasta la victoria siempre, comandante Che Guevara.

 

* Escritor, guionista y actor / La Señal Medios

 

A continuación, la nota de referencia:

 

Yo seré tu espejo

 

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