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viernes , abril 26 2024
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#DiegoMaradona / Perfidia

Por Gustavo Ramírez *

I
Es la Peste. Así lo comenzaron a ver cuando abandonó su elemento. Pero él no se redimió. Cartoneó horas en hoteles de lujo. Jaló la mejor merca del mercado y se incendió antes que aconteciera un nuevo amanecer. Un animal sin costumbre. La Peste, sí. No la ficción de Camus. La suya, la propia. Esa que lo integró al éxito a través de proezas majestuosas que solo ocurren en las márgenes de los barrios profundos. La Peste de los parias que se olvidó de ellos una vez que intentó ser él.

Maradona. El mito transnacional. El tatuaje cósmico grabado en la piel del “negro” con lentes Rayban. El Diego. El ser nacional tomando agua podrida de un sajón después de una noche de reviente. Cumbia, putas y mística profética. El Medio de los medios. Maradona. Descuidado por su propia leyenda. Aturdido por un Ser que lo desnudad en cada esquina. Todo nos está permitido si somos Maradona. Porque la farsa es creíble. El Diego de la villa que copa un Penthouse en medio oriente. Y necesita un saque para cargar todas sus mochilas. Millones de mochilas que son ojos de millones de otros que no reflejan su otredad. Porque su otredad es una creación mestiza de un destino desparejo que lo sacó del anonimato para cumplir venganzas épicas que otros nunca van a consumar. Otros. Él. El mismo.

Diego, pura potencia. Arrullador catatónico de causas justas. Después de todo el héroe romántico defiende las mejores causas imponiendo su estirpe de anti-héroe. Su causa como la causa de todos pero no de otros. También hay otros que han dejado de creer en él. Dicen: Entonces Maradona ya no es Peter Pam. La decadencia le llega a todos. A destiempo y sin forma. La maldición de Maradona está en su propia historia maldita. En el derrape singular de sus interminables noches de bolsas que no se vaciaban. De piedras demasiado duras para picar. Maradona con mal aliento y olor a whisky en una habitación desconocida de su propia iglesia. Diego. Apuntándose a la sien, siempre al límite, con su propia imagen mescla de ídolo caído y hiena salvaje.

II
La fábula Maradona se atora en su propio laberinto. Inimputable por pobre se gesta batallas imaginarias donde deja vísceras y órganos inútiles. Ya no está en condiciones de hacer mágicas gambetas. La cancha le cerró la puerta y la pelota se fue con otro. Solo y despechado, cual Quijote sin Mancha, pelea su guerra intergaláctica contra fantasmas ilusorios que no son más que sus propios miedos. El gol a los ingleses es el veneno de ego. Tumbado sobre la barra de un bar oscuro Maradona es un sueño ebrio.
No debe ser fácil ser Maradona teniendo que soportar a Maradona. No es fácil ser Dios. Dios ha muerto. Morir todos los días un poco merece un pase cada tanto. No es castigo ser un reventado. Y es lo mejor. Largarse por un tiempo del paraíso que no es. Escapar de las sombras del padecimiento del ayer. Ayer. Un pasado verbal. Una abstracción temporal que se pliega sobre los sones del contador electrónico de billetes. No es la pena del Diablo. Es el miedo de Dios.
Y Maradona es un huracán que se alza con todo. Es difícil. Aun cuando sea un perdedor. Cada vez que su tormenta estalla es difícil contener la furia del Supremo. Arrasa y la tierra tiembla. Ruedan cabezas. A veces son de su séquito. En la tempestad Diego es víctima y victimario. Una especie de Doctor Jekyll y Señor Hyde. Un ensueño tétrico tras un marco telúrico. Maradona es una cucaracha gigante que sobrevive a cualquier veneno.

III
El “eh” infinito y afónico hecha por tierra la grandeza del mito. Una repetición rudimentaria de un opinador compulsivo sobre naderías que le sientan bien. Detrás de cáscara maradoniana no hay nada. A lo sumo un clan disperso por la comarca mediática. El Ser Maradona goza del beneficio de la leyenda popular. Diego es una secta de Maradona. Un Charles Mason de su genial zurda vehemente. También es la nada.

Maradona el inmortal. Ese genio inigualable de la pelota. El villerito que se plantó contra los poderosos. El mendigo trágico del afecto. El héroe nacional. El nosotros. El que fue y ya no es. La Peste. El reventado. El temor de Dios. Es solo ahora un fraudulento espectáculo circense. Ungido por el desasosiego. Extraviado en sí mismo. Creyendo que de verdad es Dios y el dueño del mundo. Maradona huele mal. Apesta. Y ha perdido el poder de su inmortalidad. En realidad lo vendió a mercaderes que trafican sangre infectada con el virus de la necesidad mediática. Diego. Nuestro querido Diego se está suicidando. Como los suicidados de Artaud.

Diego perdió la revancha. Aunque nunca se estuvo del todo claro contra que terminó peleando. Hoy es una sombra errante entre levedades insufribles. El Dios devenido en humano. Mortal al fin. Lleno de miserias contagiables. Maradona, la náusea de Diego. Una tristeza profunda que no se explica solo desde lo racional. Y en ese medio el fin es la propensión a la compulsiva expropiación de sí mismo. Un Yo enano cabalgando un pony para un show televisivo. Eso es Maradona en la fiebre maradoneana. Un showman vintage que nos cuenta una y otra vez, hasta el hartazgo, sobre su encumbramiento y sobre su caída interminable. Siendo Maradona siempre se puede caer más bajo. Y sobrevivir. Porque Diego también es un sobreviviente de la hecatombe Maradona.

En la encarnación del ser nacional la efigie del macho indomable emerge en la dominación de su clan y de su harén. Quizá como marca indeleble de su perdurable fragilidad. Humano, demasiado humano. Aun así su instinto lo lleva a comerse a sus crías si es necesario. Un lamentable espectáculo para los fanáticos del bien común que esperan un gesto misericordioso de su ser fantástico e impoluto. Maradona la miseria de Maradona. Nada es para siempre. Ni siquiera Dios.

Así que antes del fin imaginamos un Diego precario en sus intenciones, iconoclasta, furtivo, lapidario, reventado pero posesivamente nuestro. Porque más allá de todo, el orgullo del maradoniano es poder afirmar que Dios es nuestro y que lo va a ser hasta el final de los días. Dios. Diego. Él. Maradona, Nosotros. Tendido sobre el umbral del sol leyendo falsamente a Bukowski para sus mujeres:

“Querida, encuentra lo que amas y deja que te mate. Deja que consuma de ti tu todo. Deja que se adhiera a tu espalda y te agobie hasta la eventual nada. Deja que te mate, y deja que devore tus restos.

Porque de todas las cosas que te matarán, lenta o rápidamente, es mucho mejor ser asesinado por tu amante”.

Después de todo Maradona es nuestra mejor ficción.

* Feos Sucios Malas / La Señal Medios.

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