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Por MARTIN GOROJOVSKY *
Cuando un partido político reivindica figuras y momentos de nuestro pasado no lo hace por mera evocación o ejercicio de la erudición histórica. Se trata de trazar una línea de acción para el presente, siguiendo el camino trazado por otros.
En su discurso de asunción, Javier Milei levantó la figura de Julio A. Roca, a quien considera “uno de los mejores presidentes de la historia argentina”. Esa calificación va de la mano con la idea de que la Argentina era, a principios del siglo XX, la primera potencia del mundo, que recibía a millones de inmigrantes europeos en busca de un futuro venturoso en nuestro país, gracias a “las ideas de la libertad” y “la expansión económica más grande de nuestra historia”. No le reprochamos al Presidente la falta de desarrollo de la historia argentina en la jura de un cargo público pero cabe preguntarse, dada la generalidad de sus palabras, en qué consistieron esas ideas de libertad y esa expansión económica.
Milei se refiere a una época de poquísima intervención del Estado en la economía y en la vida de los argentinos, es decir a la arraigada (y por eso mismo sin necesidad de mayor aclaración en el discurso) idealización de la Argentina agroexportadora del período 1880-1930, que se inició con la llegada al gobierno de Roca.
Pero se trata, como todo en el discurso del líder libertario, de una estafa. Las presidencias de Roca (y la obra en general de sus colaboradores, la Generación del ’80) se caracterizaron por la construcción y consolidación del Estado argentino de formas que Milei consideraría aberrantes. Creó una moneda nacional unificada, impuso la educación pública, gratuita, obligatoria y laica a través de la Ley 1.420, construyó ferrocarriles desde el Estado, emprendió grandes obras públicas, como el dique San Roque en Córdoba, organizó el servicio de correos y las obras de agua corriente, incorporó el territorio de la Patagonia a la soberanía argentina (a conciencia del peligro que supone para nuestra integridad geográfica la presencia ilegal de los británicos en las Islas Malvinas -a las que Milei y la canciller Diana Mondino no consideran argentinas-), e implementó una legislación proteccionista en la economía que permitió el desarrollo de las industrias vitivinícola en Cuyo y azucarera en Tucumán. Incluso intentó, sin demasiado éxito, promulgar una legislación laboral favorable a la clase obrera.
La oligarquía financiera y terrateniente se opuso a estas realizaciones, aunque eventualmente disfrutó y acaparó los beneficios del boom agroexportador, creando un país dependiente económicamente de Gran Bretaña, de marcadas desigualdades sociales y pocas perspectivas de ascenso en ese plano para los trabajadores y las clases medias. Esto es lo único que Milei reivindica de Roca, y lo hace pasar como una obra de gobierno análoga a la que pretende imponer, la cual implica la práctica desaparición del Estado argentino y la renuncia a toda forma de soberanía nacional, ya sea eliminando el peso o entregando territorio y recursos nacionales.
La resistencia a este programa pide acciones concretas, pero no debe perderse de vista la construcción de una conciencia histórica que nos sirva de guía para el día en que el campo nacional vuelva al gobierno. Es de necesidad y urgencia arrebatar de las manos de la oligarquía al general Roca y romper la tramposa defensa que hace de la decadencia de su proyecto estatista.
- Docente e investigador.
