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lunes , abril 29 2024
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Historia de una foto, una pick-up y una estafa

 

 

Por HORACIO FIEBELKORN *

 

En una foto de 1960, mi padre luce orgulloso y tirando facha frente a Plaza Moreno de La Plata, junto a su pequeña camioneta recién comprada. Era una Institec, y mi viejo estaba en sus 30.

La Institec fue conocida también como “la pick-up Justicialista”. Era un diseño producido en la Argentina, fabricado en 1952 por la firma IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado). Esta empresa lanzó al mercado tres modelos de Institec, incluyendo a esta camioneta, que tenía caja de madera, cabina para dos personas y podía transportar hasta media tonelada.

Estas camionetas se fabricaron hasta 1957. Tras el golpe del 55 se le cambió el nombre. No fue más la pick-up justicialista, vehículo rendidor y económico.

Y en 1960 ahí estaba mi viejo orgulloso con su Institec. Pronto la cambió por un auto que le duró una semana y que no servía ni para respuesto de loco.

Alguna vez le pregunté qué marca era la camioneta de la foto, y se limitó a decir “una Institec”. Ni una palabra sobre su origen. A lo mejor ni sabía. Pero es curiosa la forma en que al borrarse un pequeño dato de la historia familiar, se elimina  toda una trama, un contexto y una parte de la historia argentina. Ni más ni menos que el nexo entre lo particular y lo general: la política. Tema excluido por completo de la mesa familiar, salvo para decir que Perón era un tirano, que dio cosas a gente que no lo merecía, y otros clichés y pelotudeces.

Pasaron los años y se fueron sucediendo cambios de auto y de vivienda. A mi padre no le gustaba admitir que mi abuelo lo ayudó a comprarse una casa. Prefería inventarse una historia en la que todo lo conseguía solo, con su propio esfuerzo. Aunque lo que en realidad obtuvo mi viejo fue el paquete entero de lo que ahora llamamos “meritocracia”. Antiperonista y anticomunista, afiliado radical, en esa clave peculiar que el partido de Alem e Yrigoyen imprimió en muchos de sus allegados: no le interesaba la política. El reverso exacto de esa idea llena de mala fe que propagó en su momento Osvaldo Soriano: “Nunca me interesó la política, siempre fui peronista”. Se lo hace decir a un personaje de esa novela horrible llamada “No habrá más penas ni olvidos”. Idea falsa de toda falsedad. No conozco un solo peronista, de la tendencia que sea, a quien no le interese la política. Porque sabe que la política le mejoró o le cagó la vida: la política es la discusión sobre la gestión del Estado.

Me salteo algunos capítulos de la relación con mi viejo, para llegar a lo decisivo. Ya jubilado, a principios de los 90, fue víctima de lo que dio en llamarse «estafa piramidal». Te proponen ser parte de un negocio de venta de lo que sea -en el caso de mi padre eran detergentes- y prometen enormes ganancias si lográs involucrar a más personas.

Una versión de este procedimiento en la Argentina fue conocida como “el avión”: entrabas como pasajero y llegabas a piloto de la nave. Cuando el reclutamiento se satura, disminuye la ganancia de los miembros originales, y el resto no ve un peso, tras financiar las ganancias de los primeros. Ahí es donde se cae todo, y los cerebros de la operación rajan de la escena buscando nuevos víctimas en otro lado.

Más recientemente quedó expuesto el “telar de la abundancia”, que captó la atención de cientos de mujeres: todo trucho.

Volviendo al caso de mi viejo, se ensartó, como era de esperar. Perdió plata, y se le amontonaron detergentes en un rincón de la casa. “No le saques el tema, lo hace sentir muy mal”, me dijo en algún momento su esposa.

Ahora bien, ¿qué es lo que hace falta para que este tipo de propuesta sea consumida por tanta gente? ¿Sólo urgencia económica? De ninguna manera. Por un lado, está la fantasía de enriquecimiento fácil y veloz, pero junto a eso está la idea de ascenso, y una predisposición a aceptar salidas mágicas. Dicho de otro modo, un vacío ideológico que es, en realidad, una ideología, la del individualismo. Personas que no conectan su realidad personal con las decisiones políticas tomadas desde el Estado: gente despolitizada, como mi viejo, que nunca le hizo una huelga a nadie, y que en cada contratiempo que tuve en mi vida laboral, nunca se puso de mi lado. Todo, siempre, era culpa mía.

Así pasó por la vida, negando haber recibido ayuda y sosteniendo una autoestima más bien pobre con recursos argumentales más pobres aún. Su empleo en el correo, obtenido bajo el peronismo, fue percibido como un logro de su tesón personal. La culminación de ese derrotero fue la estafa piramidal en que fue engrampado. Quiso ser como aquellos que siempre lo iban a cagar como desde arriba de un sauce.

Hay mucha gente así, demasiada. Ya sabemos lo que votaron. Cualquier cosa con tal de no ser confundidos con esa gente que no quiere trabajar y obtiene beneficios del Estado.

Mi  viejo, mientras tanto, aún mira desde la foto en blanco y negro junto a su camioneta Institec. La pick-up justicialista.

  • Escritor y periodista / Docente

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