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lunes , abril 29 2024
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El Nuevo Orden (or the wonderful world of corporations)

 

Por WALTER RODRÍGUEZ

 

Vagamos por las estepas del sur del continente. Cazamos, pescamos, tomamos lo que podemos de donde podemos, subsistimos como los antiguos en este final de siglo XXI. Sufrimos el hambre, frío, persecuciones a manos del sistema de seguridad de los de adentro. Somos las sobras y por eso trato de dejar testimonio de nuestros padecimientos.

Hacia la década del cuarenta de este maldito siglo, la concentración económica dio lugar a la disputa planetaria de un grupo de corporaciones que, utilizando el control que poseen sobre todas las áreas de la producción y el conocimiento, incluyendo los laboratorios farmacológicos, desataron un virus que produjo una drástica reducción de la población mundial. La mano de obra ya no era necesaria, los robots obreros hacen el trabajo y son mejorados constantemente para ganar en productividad.

Los gobiernos y las soberanías nacionales han sido sustituidos por una administración basada en un concejo mundial de gerentes, cuyo presidente es a su vez el máximo accionista de Omnitouch, la megacorporación producto de la fusión de las pocas corporaciones que quedaban y que fueron asimilando toda la industria y el comercio mundial. Aquella primaria idea de la meritocracia (la cual terminó suplantando a la democracia como forma organizativa de una sociedad) deformo en un canibalismo del capital donde el mejor hombre, a diferencia de la antigua institución de dones y contra-dones de los originarios del norte llamada Poltlach, no es quien más brinda a la sociedad sino quien más acumula, quien más le saca al conjunto.

La estructura productiva se articula en torno a la altísima tecnología de robots-obreros, con una producción en escala menor a la conocida durante el siglo XX, pero especialízadísima y que genera bienes de alto confort, porque ya no queda nada del mercado por repartir, nada más por controlar. Los de adentro experimentan muy buenos niveles de beneficios materiales con bajos grados de libertad de pensamiento y acción, pero parece no importarles ya que todo funciona para ellos.

Su sociedad es profundamente jerárquica. El ascenso social se da en base a la efectividad en la tarea asignada, sea en las gerencias locales de seguridad, producción, ventas o cualquier otra, tarea predeterminada según la programación que propio sistema le asigna. Este ascenso nunca es libre, se da dentro de unos parámetros que bien se podrían definir como “compartimientos estancos”, nunca un empleado de seguridad, por ejemplo, podría llegar a la dirección en la Gerencia General, esa es una prerrogativa de sangre que demuestra la caducidad del ideario de la Revolución Francesa. La mentira de la libre empresa dio lugar a la realidad de una economía y una vida hiperplanificada. Se trabaja en lo que se te asigna, se tienen cuántos hijos te permiten para no desbalancear el sistema pequeño y excluyente, pero siempre según las necesidades de este.

La tecnología de punta existente permitió remplazar los viejos aparatos culturales por la simple programación de los individuos, tanto con datos técnicos como con los parámetros ideológicos dentro de los cuales deberá moverse. La vida confortable y el refuerzo propagandístico en todo producto cultural destinado al esparcimiento hacen el resto.

Afuera, separados por murallas y guardias robots, quedamos nosotros los excluidos. Si no nos han eliminado es porque les servimos como ejemplo negativo, como factor de miedo para reforzar la cohesión interna, como demostración de una barbarie latente que siempre pugna por emerger. Nosotros, quienes todavía anárquicos no tenemos medios para disputarle el control, continuamos con nuestras vidas miserables, vagamos, cazamos, procreamos, nos escondemos, leemos, sobrevivimos esperando el momento de surgir y crear un mundo para todos, para nuestros hijos….mientras tanto preferimos esta desdichada libertad a la confortable cárcel que construyeron para los incluidos, porque esa existencia tampoco puede ser llamada vida.

 

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