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domingo , abril 28 2024
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LA MUERTE DE UN MAESTRO. Legalidad y responsabilidades

 

Por HERNÁN JAUREGUIBER *

 

Podría ser un titulo que parodia la obra de Arthur Miller. Pero no lo es.

Todos los portales de noticias dan cuenta de la muerte por Covid 19 de Jorge Laugone, un docente de Lugano. El  gremio Ademys amenaza con un paro para los próximos días.

En primer lugar, es vital determinar si el desgraciado maestro contrajo la enfermedad en ocasión de sus tareas en un establecimiento.  Si así fuera, situación altamente probable, corresponde analizar el grado de responsabilidad causal en esa muerte y determinar, si correspondiera, la concurrencia de conductas criminales.

Anticipándose al calendario escolar, el distrito de la Ciudad de Buenos Aires, y una semana después el de la Provincia homónima, desoyendo  todos los criterios sanitarios resolvió, con el consenso de la autoridades nacionales, comenzar la concurrencia a los establecimientos de los niños, docentes y trabajadores de la educación.

Aventando los voces críticas, y también con el apoyo de los comunicadores, concretó el temerario emprendimiento, anunciando con bombos y platillos los supuestos protocolos para evitar la propagación del virus en el lugar mas proclive a ello, puesto que hay pocos lugares donde se congreguen tantas personas y en forma imposible de controlar diariamente.

Lo que se llama hoy comunidad educativa, advirtió rápidamente dos cosas: Por un lado que el protocolo definido desde las alturas políticas era de imposible cumplimiento, puesto que los establecimientos no resultan ni idóneos ni uniformes para concretar esas normas. Por otro lado la falta de idoneidad de los propios sistemas dispuestos para garantizar que no existiera contagios. La misma ministra Soledad Acuña afirmó despreocupadamente,  que sabían que contagios iba a ver. Tales sus palabras.

Ahora nos encontramos con el posible primer deceso de una persona y es importante delimitar responsabilidades en lo que incluso puede resultar un crimen.

Como señalé más arriba, desde el primer momento se evidenció que los protocolos eran de imposible cumplimiento y por ello, arteramente, se desligó en las autoridades de cada escuela la readaptación de los mismos y así fueron presentados antes padres y alumnos, reconociendo cínicamente, que no se iban a cumplir al menos en su observancia total.

Faltaban sistemas de ventilación, personal, capacitación y aptitud psicofísica de alumnos y docentes. Por otro lado la ponderada socialización de colegiales sería un espejismo si se cumplieran los aislamientos pretendidos.

Todos sabían que más temprano que tarde, la concurrencia de estudiantes y docentes no respetaría no solo las normas protocolares, sino el mínimo sentido común que los ciudadanos observan en sus  hogares cumpliendo las recomendaciones de las autoridades sanitarias.

Cualquiera que observe  la entrada y salida de una escuela hoy día, no podrá evitar admitir que los niños se amontonan, inclusive se sacan fotos así, bajo la  festiva mirada de docentes y padres que celebran los episodios.

Los directivos y maestros anunciaron en reuniones preparatorias que era imposible cumplir con el protocolo de manera que utilizarían el ajo y el agua. A joderse y aguantarse.

Hubo no pocos padres, pero minoritarios, que patalearon. Quedaron es apabullante minoría.

Tambien hubo docentes que alzaron su voz. Respecto de estos, recibí la consulta de mas de un trabajador de la educación que fue amenazado, perseguido laboralmente y hostilizado por personal superior de las escuelas que responden al partido gobernante de la ciudad de Buenos Aires

Los gremios, incomprensiblemente desoyeron no solo las protestas sino que se resignaron o fueron funcionales al evidente despropósito.

Cabe preguntarse entonces ¿quién es el responsable de la muerte que hoy comentamos?.

No tengo dudas que las altas autoridades políticas son la cúspide, pero no obstante es importante señalar que si el contagio y muerte se produjo por la no observancia  de los protocolos, aunque estos fueran  de cumplimiento dificultoso, las autoridades de cada establecimiento son responsables directos del daño e inclusive de la autoría penal.

¿Por qué digo esto?: Porque la obediencia debida no es argumento para cometer un crimen por acción u omisión y menos un hecho dañoso en términos civiles. Al respecto, tristemente, la argentina debatió en extenso este eximente sobre hechos que no por mas graves, disminuyen o atemperan la interpretación legal.

El director que permitió aulas sin ventilación, baños inapropiados, filas sin distancia, arremolinamiento de alumnos y en general todo incumplilmiento al protocolo vigente, no puede excusarse en la imposibilidad de cumplilrlo, porque era superior su obligación de cesar el hecho antes que priorizar su obediencia piramidal. Mas aún, debería conocerse si denunciaron la imposibilidad a tiempo o simplemente se adaptaron para no contrariar a sus superiores ministeriales y a despecho de las mortales consecuencias.

Reitero, que el caso testigo, es solo eso, puesto que hay que saber el vínculo causal entre la muerte del docente y el contagio. Pero en todo caso ilustra sobre lo que puede venir.

No dudo que si hubiera reproche civil o penal por inobservancia de normas,  todos serían responsables si se aborda la casuística con los parámetros generales de responsabilidad jurídica.

No alcanzará con decir, “no se podía hacer de otra manera”, como tampoco alcanza a un chofer decir que salió a conducir el colectivo sabiendo que los frenos no funcionaban.

Podrá entenderse la necesidad de no contrariar órdenes, pero sería inapropiado deslindar la responsabilidad por obediencia debida, porque sin ser un golpe bajo, la argentina ya superó el argumento tanto de los genocidas como de criminales menores, pero criminales al fin.

El que comete un delito o un hecho dañoso a sabiendas de su probabilidad dañina, debe responder tanto civil como penalmente.

Políticamente lo deberían hacer las autoridades. Gremialmente los sindicalistas. Pero a la hora de los bifes, como decía Ringo Bonavena, cuando te sacan el banquito te quedas solo en el ring.

Y tomando en cuenta que un proceso civil o penal dura demasiado, así pasará con los ahora distraídos directivos cuando se encuentren sin defensa de los  superiores a los que temieron o quisieron complacer, cuando estos se encuentren lejos o en  otro plano político. Para ese entonces, la pandemia tal vez sea un recuerdo histórico, y el pobre maestro muerto, olvidado en los casilleros de un expediente polvoriento. Seguramente, No será Justicia.

 

  • Abogado / Café al Paso / La Señal Medios

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