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FRANCIA / El otro 17 de Octubre. El trágico

Por CARLOS EICHELBAUM (*)

 

En la memoria colectiva forjada por una buena mayoría de los argentinos, el 17 de octubre traslada a un suceso histórico, 1945, con características de insurrección pacífica pero decidida de amplios sectores organizados de la clase trabajadora, dispuestos a consolidar un marco político alcanzado y una precisa concepción de país a partir del rescate y la entronización de Juan Domingo Perón como máximo referente de esas construcciones. Es la memoria de una gran victoria popular y la génesis de un Líder y una identidad política todavía vigentes en sus potencias simbólicas.

Pero en otro lugar, en un tiempo próximo pero distinto, el 17 de octubre impone –también a sectores populares en lucha- la memoria de la tragedia, la injusticia, el ocultamiento.

La noche del 17 de octubre de 1961, en París, una multitud de residentes argelinos desafiaron un toque de queda dispuesto por las autoridades para los “franceses musulmanes de Argelia”.

Acompañados por militantes de sectores de izquierda, marcharon para reclamar del gobierno de Charles De Gaulle que por fin aceptara la independencia de Argelia del dominio francés, luego de 7 años de guerra de liberación.

No encontraron como respuesta otra cosa que una feroz represión ordenada y conducida por el prefecto (jefe) de la policía de París, Maurice Papon. Aún cuando en muchas casas de familias de migrantes argelinos en París faltaron desde esa noche, y para siempre, los miembros que habían decidido marchar, el balance oficial publicitado por el gobierno francés habló por décadas de un total de 3 muertos y 7 heridos.

Según ese informe como consecuencia de acciones de legítima defensa que debieron ejercer las tropas policiales.

Dirigentes del Frente de Liberación Nacional, la organización político-militar que conducía la lucha por la independencia, e investigadores de diverso origen, incluso franceses, denunciaron muy rápidamente que las víctimas de la represión habían sido muchas más.

Aunque nunca se consiguió establecer el número exacto, se habló de un número de manifestantes asesinados de entre 60 y 200.

El hecho de que muchos de ellos hubieran sido empujados hacia las aguas del Sena, algunos vivos y otros arrojados ya sin vida, y la desaparición de documentos oficiales sobre la jornada, complicaron la determinación exacta del número de víctimas.

Hubo que esperar hasta 1998 para que el primer ministro socialista de entonces Lionel Jospin, hiciera un primer reconocimiento oficial de terrible represión de ese 17 de octubre, a favor del juicio y condena de Maurice Papon, en esos días, por su participación directa en crímenes de lesa humanidad cometidos durante la ocupación nazi de Francia como jefe policial del gobierno colaboracionista de Vichy.

El mea culpa definitivo del Estado francés por la masacre del 17 de octubre de 1961 fue asumido por el presidente Francois Hollande recién 51 años después de la tragedia.

“La República reconoce con lucidez esos hechos y rinde homenaje a la memoria de las víctimas”, dijo el presidente, sin que quedara muy claro porqué adornó con el calificativo de lucidez (lucidité) la eternamente tardía asunción de culpas.

La tragedia que cayó sobre la colectividad argelina de París ese 17 de octubre de 1961, también en el contexto de una concentración decidida para luchar por una concepción de vida –la independencia y libertad de una identidad nacional violentada por el colonialismo- y una experiencia de auto organización templada por 7 años de guerra de liberación, puede verse hoy, por eso, como la contrafigura, la pura negatividad, del victorioso 17 de octubre de 1945 de los trabajadores argentinos.

También, como un dramático punto de desarrollo de un sinnúmero de contradicciones desenvueltas en la historia.

En ese mismo 1961, entre el 21 y el 26 de abril, París había sentido con bastante terror los efectos metropolitanos del “putsch de Argel”, el levantamiento de los altos mandos militares franceses del ejército de ocupación en Argelia, como reacción a las negociaciones que algunos meses antes había iniciado informalmente el gobierno de De Gaulle con delegados del FLN.

La movida alcanzó intenciones golpistas contra el propio gobierno y la amenaza de un desembarco en París de los “paras”, los paracaidistas, la principal fuerza de élite del ejército.

Angustiada durante 3 días con sus noches, la capital francesa asistió a la organización de una movilización para frenar el golpe de la que se encargó el escritor André Malraux, el autor de La condición humana, ministro de Cultura de De Gaulle y veterano combatiente republicano en la Guerra Civil Española y en China, en las filas de los revolucionarios comunistas de Mao, además de la participación en la resistencia contra los invasores nazis en Francia.

La asonada fue desarticulada, aunque resultó mucho más difícil terminar con las acciones terroristas, en territorio francés y en Argelia, de la Organización de la Armada Secreta, OAS, un grupo paramilitar de ultraderecha y fanático defensor de la permanencia de Argelia como colonia francesa.

Como otra coincidencia contradictoria, pocos meses después de la masacre de París del 17 de octubre de 1961, el 18 de marzo de 1962, delegaciones del gobierno francés y del FLN firmaban en la ciudad de Evian un acuerdo de cese del fuego y comienzo de un rápido proceso de formalización de la independencia de Argelia.

Ese mismo día, en la Argentina, bajo el gobierno de Arturo Frondizi, se concretaba una elección clave que, pese a la proscripción que pesaba en su contra, consagraba al peronismo como el gran triunfador a nivel nacional, una victoria simbolizada especialmente por la elección del dirigente textil Andrés Framini como nuevo gobernador bonaerense, cargo que el golpe militar de pocas semanas más tarde nunca le permitió asumir.

La relación entre la revolución argelina y el peronismo tiene otras zonas de contacto. En 1964, año de los planes de lucha que debían ayudar a preparar el luego impedido retorno de Perón al país, también en octubre y acompañado por Malraux, De Gaulle hizo una visita a Buenos Aires cuando gobernaba la Argentina el presidente radical Arturo Illia.

Obedientes a la consigna de Perón en el exilio, que había pedido recibir al presidente francés como si fuera él mismo, nutridos grupos de militantes fueron a vivarlo a la zona de la Plaza Francia al grito de “De Gaulle, Perón/Tercera posición”.

La respuesta fue una desusada represión policial, ni de lejos comparable con la del 17 de octubre parisino de tres años antes.

Otra zona trágica de relación, no sólo con el peronismo sino con todas las fuerzas democráticas y populares de la Argentina, se evidenció una década más tarde.

La estrategia de terrorismo de Estado puesta en acto por la dictadura cívico-militar argentina a partir del 24 de marzo de 1976 reconoce, como fuente principal de formación y planificación de los métodos de desaparición, tortura y muerte para imponer el dominio colonial, o un proyecto neoliberal, a los oficiales de la fuerza de ocupación francesa en Argelia, especialmente durante la guerra de liberación.

Los generales Paul Aussaresses y Jacques Massu no sólo fueron ejecutores de los métodos de genocidio en Argelia: junto con otros oficiales franceses se encargaron de instruir a sus pares de las dictaduras latinoamericanas que los pusieron en práctica en todo el continente, especialmente en la Argentina.

(*) Periodista. Nieto de Samuel, hijo de Edmundo, Carlos Eichelbaum, que vivió y estudió en Francia todo el secundario, es uno de los periodistas más queridos y respetados por su formación, conducta y trayectoria. Trabajó en varias redacción y en Clarín alrededor de 25 años. Fue y es un reconocido militante social.

 

Foto: Diario La Vanguardia, Barcelona

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