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martes , mayo 7 2024
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BISMARCK

 

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

A mi amigo Jorge Spilimbergo

 

La conducción amable pero bismarckiana de Alberto Fernández está logrando unificar una gran parte del país detrás de la inobjetable meta de combatir una afección contagiosa. El asunto no es menor pues a través de la acción determinada se evidencia el potencial y la trascendencia del Estado cual vector que resuelve los problemas. Aquí como en otros puntos del planeta la acechanza del coronavirus reposicionó el andar colectivo en detrimento de las prédicas liberales que priorizaron durante largos años el interés particular de las grandes empresas.

Tiempo atrás, con una inclusión de la e promovida por el presidente, hubiera participado con ahínco del debate. Lo saben. Hoy me encuentro con algo mucho más satisfactorio: la vapuleada letra es el elemento unificador de la oposición tuitera. A falta de política, pero también de flancos para cuestionar el sendero oficial, la andanada de ironías menores asentadas en zonceras mayores resultó abrumadora. Nada que decir, nada que argüir. Poca cosa.

Y eso que ayer Clarín brindó el impulso que se venía guardando. La edición presente en un papel que según dicen los especialistas, infecta y mucho –este lunes en La Señal por la Gráfica se informará sobre el debate interno de Adepa al respecto-, permite calibrar los resultados de aquella reunión con representantes de los medios concentrados y adláteres: se les habló de la salud pública con el corazón y con la razón, y respondieron con el bolsillo; e insultos. Pero de algún modo, todo tiene un sentido.

La columna del pobre Borensztein es un cúmulo de calificativos soeces sin fundamento que sólo da cuenta de la preocupación por el crecimiento de la imagen de Alberto y el retorno –con centenares de médicos cubanos como equipo- de Cristina. El resto rumbea por el mismo andarivel. Sobre todo la potenciada versión del macartismo con el “ministro ultrakirchnerista Saín”: parece que el concepto k está dejando de impactar y ahora hay que añadir ultra para que cause algún efecto. Los ataques denotan que los monopolios avizoran el citado re emerger estatal. Entre otras cosas.

En vez de cooperar con un cuidado racional, ese medio y los asociados siguen difundiendo el virus de la paranoia; algunos periodistas se sienten heroicos por denunciar al vecino que, bolsita en mano, caminó dos cuadras más para despejarse. La epidemia propagandística incluye a propios y ajenos. Es una pena, porque la campaña, en trazo grueso y con las objeciones que ya indicamos, está bien, tiene contundencia y ha sido adoptada por la población como propia. Lo cual también desespera al suprapoder del proyecto antinacional: una parte del famoso 41 por ciento se sumó y participa con una dirección surgida del otro polo del espectro. Esas son victorias (parciales). Pero los propios no se tranquilizan, y con su compulsión, agotan.

Cuenta mi amigo Aritz Recalde que ya tenemos 30 mil casos de neumonía al año (2500 por mes y 80 por día), con un elevado índice de mortalidad. Algo de eso intenté señalar en la nota publicada el domingo (Las cuatro hipótesis sobre el origen del virus. La sabiduría histórica del pueblo argentino) y ojalá nadie se vuelva a ofuscar por leer que esa gente merece una atención sanitaria y comunicacional equivalente. Sin embargo, lo que no toman en cuenta los críticos nacional populares del gobierno es que, con todo, ocho hospitales más, son ocho hospitales más.

Ahora es cuestión de darle volumen a los ya existentes, apuntalar las obras sociales, fomentar la elaboración de medicamentos nacionales y promover la atención primaria de la salud. Todo ello será posible si se pone de pie el aparato productivo y el mercado interno con las empresas que sí están interesadas en el país. Hay pasos concretos que fundamentan esta sensación: un intento de hacer jugar a quienes hasta ahora no entraban en el radar. De allí que señalara un par de semanas atrás, que Alberto hablaba desde acá. Y como saben, el posicionamiento es decisivo.

Ese mangrullo de orientación contiene pre definiciones que se plasman en actos. Si se confunde moralina con política, lo siguiente no se comprenderá: la realidad existe, sucede, se desarrolla más allá de la intención de muchos protagonistas, y el aprovechamiento de la misma en beneficio de los intereses del pueblo representado no sólo es una prerrogativa sino también una obligación de quien está al frente. Nadie puede decir seriamente que Juan Perón generó la Gran Guerra, pero si debería admitir que usufructuó la misma a favor de su gente. Nadie puede decir seriamente que Alberto es responsable de la epidemia que sacude Europa y lanza esquirlas.

Pero.

Mientras los clásicos buscaban, a mediados del siglo XIX, una revolución proletaria, encontraron un desplazamiento de las oligarquías feudales y la puesta en pie de estados sólidos elaborados por la burguesía. Cuando esto ocurrió, el férreo antiprusiano Federico Engels escribió a su compañero Carlos Marx: “Desde el momento en que Bismarck llevó a cabo el proyecto de la burguesía, debemos reconocer el hecho consumado, nos guste o no”. Y a los dos les gustó. Lo entendieron, lo escribieron, lo actuaron. Y la siguieron peleando.

Porque Bismarck se irguió sobre el poder del Estado por encima de la contienda y, con ese proyecto como guía, incluyó a los adversarios del mismo en la realización.

¿Cuál Engels? ¿Jauretche? Pensemos juntos, compañeros del campo nacional.

 

* Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal

 

Napoleón III y Otto von Bismarck

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