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sábado , abril 27 2024
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LA PIROTECNIA Y EL ZEN

 

 

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

Después de informar y reflexionar sobre algunos asuntos de cierta trascendencia y antes de analizar la producción hacia la tarde noche, vamos a detenernos –espalda serena y mate a la vera del teclado- sobre un puñado de asuntos baladíes.

Arrancó diciembre, mes de un cumpleaños que celebraré con nuevo gobierno nacional popular. Bien. Pero como arrancó diciembre, ya están llegando las humanas campañas anti pirotecnia que caracterizan a tantas personas que suponen hacer el bien a los demás.

La más llamativa observada en las redes sociales, es la que convoca a evitar “los petardos” –lindo sobrenombre para un wing chiquito y rápido- y relevarlos por “los luceros” o “las linternas”, una especie de velador volante con fuego en su interior. Yo no sé si están todos chiflados o comieron algo raro.

En medio del calor veraniego lanzar fuegos al cielo, conociendo la científica premisa de que todo aquello que sube, en algún momento baja, es una incitación al incendio de zonas secas, techos de paja o madera, fábricas de productos plásticos variados, almacenes textiles y lo que fuera.

Fui testigo. En una marcha tripera por Calle 7 el asunto venía de contaminación auditiva. Bombo y bombas de estruendo se sumaban a las trompetas. La gente gritaba –como nadie escuchaba nada cada uno se mandaba con su propia canción- hasta que apareció lo que podríamos llamar un hincha ecólogo con uno de esos veladores aéreos.

Para dar el ejemplo a la runfla vocinglera lo elevó delicadamente y todos observamos la elegante travesía de la fogata voladora. Subió, subió y se detuvo en el balcón de un departamento, al cual incendió de modo pertinaz. A partir de ahí los únicos gritos fueron de la familia que estaba en el interior.

Y menos mal que estaba, porque con baldes, sifones y gaseosas sus miembros lograron evitar el ingreso de las llamas al interior. Como siempre pagan justos por pecadores, después del susto se pudo ver al señor del hogar lanzando pullas contra toda la multitud reunida en la intersección de la Calle 49.

Eso es lo que sucederá, amplificadamente, si relevamos cuetes por fuego.

Me gusta la pirotecnia en las Fiestas. Las ciudades toman un cariz de zona atacada por la aviación, todos nos sobresaltamos, y aunque también me gustan los perros, un calmante, un hueso y la promesa de no hacer ruidos molestos el resto del año resuelven parte de la cuestión.

(Los perros, como los loros, alcanzan una edad mental equivalente a la de cuatro años en un ser humano. Más o menos, según lo chambones que sean determinados perros, determinados loros … y determinadas personas. Lo que pretendo indicar es: se les puede hablar.)

Hace tanto ya, junto a pibes familiares y amigos, hicimos estallar todas las cañerías que desembocaban en el cordón de la vereda. Fue un suceso traumático para el barrio, pero sirve como recuerdo grato del inicio de algunas vidas que luego hicieron estallar otras cosas.

La idea de utilizar fuego volador para reemplazar los rompeportones que en La Plata se llaman “dalelobo” es una de esas ideas absurdas como la eliminación de los canódromos –van a pensar que tengo algo con los pichichos-, la prohibición de fumar aún en lugares abiertos, la instalación de baños mixtos o la decisión de otorgar grandes pautas publicitarias a Clarín.

Ahora, mientras escribo, tomo unos mates y observo una parte de esta Capital Federal a través de las ventanas, esbozo la idea de que la expulsión del pibe Insfrán, sobrino del gran gobernador formoseño, puede ser considerada un acto antiperonista del Colegio de Arbitros. De haberse autorizado público visitante, un buen petardo cerca del referí lo hubiera ayudado a reflexionar.

Quién sabe de qué modo llega la iluminación súbita zen.

Cierro todo, y me voy rumbo a nuestra emisora.

 

* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica

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