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sábado , abril 27 2024
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CRISTINA / Empoderarse y empollerarse

Por CARLOS BALMACEDA *

 

“La verdad que sí, he aprendido a utilizar el humor y la alegría como el remedio más potente contra las heridas y los dolores que algunos te infligen”

Cristina Fernández de Kirchner

Cristina: empoderarse y empollerarse

Es la primera mujer en ocupar por la vía de elecciones populares el cargo de presidenta. Es la primera reelegida. Cuando termine su mandato, habrá estado ocho años en el poder. Ni la investidura ni las circunstancias estaban destinadas a su género. Así que su estrategia de comunicación se corresponde con la de una mujer que, hablando desde el lugar del poder, habitualmente masculino, construye una figura, -si se nos permite, una persona escénica-, que deja en claro el ejercicio del mando, sin perder los atributos femeninos. Oriunda de Tolosa, en las afueras de La Plata, recupera restos de un lenguaje orillero para comunicar, a la vez, desde ese origen de clase. Así, los lunfardismos se cuelan en su mensaje, sobre todo desde hace unos dos años a esta parte. Por eso, guita, laburo, gil, son modismos habituales en su jerga.

Es claro que su empleo responde a una táctica de acercamiento al gran público, y es una forma despojada de llamar a las cosas por su nombre. Porque por otro lado, es sin duda el mandatario que ha debido enfrentar la más encarnizada batalla por el lenguaje, en la que se han pervertido usos y formas, y en la que el sentido común recibe a diario nociones construidas a través de los medios y las corporaciones que hasta llegan a establecer categorías de pensamiento.

No es casual entonces que a ese lenguaje travestido le oponga la llaneza de un lenguaje crudo y popular, y destaque ella misma, como se lee en el epígrafe al inicio de este ensayo, que el humor y la alegría son dos herramientas insustituibles en la lucha política.

En las páginas que siguen, analizaremos el contexto en el que este discurso se construye, las fuerzas que lo confrontan en el plano de la palabra y las ideas y las estrategias que desarrolló la primera mandataria en relación a esta circunstancia comunicativa.  Pero antes introduciremos un paralelismo en relación al personaje que Cristina Fernández ha creado, entendiendo que la representación de su palabra, posiblemente de manera inadvertida acudió a referencias instaladas en el imaginario popular. Este registro lingüístico ni es un dato menor ni es lateral a la política: quien emite un mensaje se constituye a través de su palabra, encarna su voz, y desde allí promueve su propia acción política. Vamos entonces a rastrear el posible origen de esta palabra.

Se dice de mí

Si tuviéramos que buscarle un paralelo con alguna figura del espectáculo, Cristina Fernández de Kirchner sería Tita Merello, cuya expresión trágica podía derivar en tangos burlescos y en expresiones festivas. Su decir las emparenta, su sesgo tragicómico también. Veamos sino esta observación que el analista teatral Osvaldo Pelletieri vierte sobre Tita Merello: “su entonación llorada, nasalizada, era a veces seria, otras graciosa o cachadora, pero siempre canyengue”. De un tiempo a esta parte, Fernández de Kirchner ahondó este rasgo, que no casualmente se vincula con una actriz popular de imponente presencia en el escenario y en la pantalla, una autodidacta de las tablas que se inició en el varieté cantando tango, y que tanto fuera como dentro de la escena mantenía rasgos pregnantes que definían cualquier personaje que tuviera a cargo.

El modo de interpelar que últimamente emplea la presidenta con sus funcionarios en medio de una intervención pública tiene algunas de estas características. Sarlo, en su nota titulada “El stand up de la presidenta” sostiene que se trata de una comunicación vertical que obliga al interpelado a festejar los retruécanos de Cristina Fernández sin posibilidad de respuesta. Nos permitimos discrepar, esas intervenciones suelen ser una reafirmación de la autoridad presidencial desde un lugar festivo, después de todo, es el único lugar el que un comediante de stand up (siguiendo el ejemplo de Sarlo) puede referirse a su público y controlar la escena: afirmando un dominio amable. Cristina suele tener en estas circunstancias arrestos “cachadores” e improntas provistas de cierto rezongo (como cuando reclama alguna cifra a un funcionario y el dato no llega rápidamente o cuando compite por comunicar esos mismos datos antes que el responsable del área específica). Recuérdese a Tita Merello sobre todo en sus intervenciones televisivas y surgirá nítido ese mismo proceder, pero además obsérvese la posibilidad que ofrece este registro de imponer autoridad preservando rasgos íntimamente femeninos.

Esta comparación no es más que una especulación sobre el estilo discursivo de la presidenta, ni más ni menos sólida que los numerosos análisis sobre el discurso y la figura de Cristina Fernández, pero opera como un disparador que nos permite encontrar antecedentes y elaborar nuevas ideas sobre un fenómeno nuevo como de por sí es una presidenta en funciones.

Se fijan si voy, si vengo, si fui

Es posible que no sea idéntico el tono, con el que Tita Merello buscaba un efecto dramático, pero sí el espíritu que las acerca, que en las dos parece tener una misma intención: “un efecto desenmascarante para los personajes de la escena” (Pelletieri). Detengámonos aquí. En el caso de Tita Merello se trata de una escena teatral, en la que su personaje emplea giros que delimitan rangos y status en la comunicación: dirigiéndose de una determinada manera, usando un léxico específico, Tita Merello establece las condiciones en las que su personaje se desenvolverá y a partir de este planteo, la forma y el lugar que los demás ocuparán. Así, más allá del carácter que encarne, su personalidad atraviesa libretos y caracteres, y su persona escénica se define de manera taxativa.

El uso de un lenguaje plebeyo (varios analistas del discurso de Fernández hablan de una “plebeyización”) determina condiciones de comunicación: la “plebeyización” desacraliza, desmitifica; en algunos casos equipara las jerarquías (por ejemplo, el vínculo de la presidenta con el papa) y en otros casos, iguala con los  “de abajo”.

Obsérvese sino la interacción de la presidenta con los inundados de La Plata, cuando departe y hasta discrepa sobre algunos datos que como lugareña y mandataria conoce bien. Hay allí una cercanía impuesta por la actitud física, reforzada por el voseo, que la equipara con el ciudadano de a pie.

Como dijimos, la desacralización y la desmitificación desenmascaran, operación que Fernández se ve obligada a diario a realizar, tal como veremos más adelante, en relación a las constantes tergiversaciones de su propia palabra.

Por lo tanto, este desenmascaramiento se verifica en la escena teatral de Merello y en la escena política de Fernández, y coinciden en algo que Pelletieri define de este modo: “un cuestionamiento al ‘buen gusto’ burgués que este no soportaba abiertamente”.

Cristina Fernández desarrolla esta estrategia y construye esta figura escénica a partir de las circunstancias dramáticas que acompañan el ejercicio de sus mandatos. Fallecido repentinamente Néstor Kirchner, con una oposición que no vacila a veces en ataques arteros, desde su condición de mujer no puede permitirse debilidad, pero tampoco endurecerse al punto de perder su propia identidad femenina. Creemos que al establecer este modo de comunicar, Cristina encuentra un punto justo en su necesidad de hacerse entender por los sectores populares, plantarse frente a los poderes fácticos y allegarse a sus seguidores.

A la vez, este discurso tan sólido desde el punto de vista retórico es el que le permite introducir, como ya dijimos, un estilo plagado de lunfardismos y estructurado sobre fuertes figuras retóricas que a continuación analizaremos.

La paradoja y la ironía

Decía recientemente en la celebración del Día de la Bandera, en Rosario:

“La verdad que cuando hablan de tanta reforma constitucional, que reelección, que no reelección, la verdad que en el 2015 yo quiero ser jueza. La verdad es esa: yo en el 2015 quiero ser jueza. ¿Para qué presidenta? Pero no jueza de la Corte tampoco, apenas de primera instancia, una jueza federal por ahí perdida, o nacional y correccional, para que pueda tener simplemente una lapicera, un papel, una cautelar, firmar ¡y qué me importa lo que vota la gente, qué me importan los diputados, qué me importan los senadores, qué me importa el Presidente, si voy y le tumbo todo! Esta es la verdad. Así que, ya saben, “Cristina jueza 2015”.

“Porque la verdad que hay que tomarlo con humor. Pero piénsenlo bien, porque además, si sos juez, no pagás impuesto a las ganancias, no hacés declaraciones juradas, nadie te conoce, viajas cuando querés y a dónde querés sin poder explicar nada de cómo viajás, cómo tenés y dónde vivís. Las ventajas son innumerables, así que, los que estén pensando en ser legisladores, senadores, gobernadores o intendentes, les recomiendo que replanteen sus ambiciones por algo más cómodo y seguro por favor, y donde además nadie te critica porque nadie te conoce. Lo único que tenés que hacer es encontrar algún gil que sea presidente para que junte la guita que te pague los sueldos, para que te haga los edificios, para que mantenga al pueblo y para que no pase lo que pasó en el 2001. Eso es lo que hay que hacer, la verdad. Así que, bueno…”

“La verdad que sí, he aprendido a utilizar el humor y la alegría como el remedio más potente contra las heridas y los dolores que algunos que te infligen”

Cristina emplea una inversión, un recurso retórico que implica en este caso la ironía. Lo que está diciendo es que si un juez tiene más poder que la propia presidenta, entonces sería conveniente presentarse a elecciones para jueza, con todos los beneficios que ese status trae aparejado. Nótese que este recurso, típico de algunos comediantes de stand up anglosajones como George Carlin, tiene un cariz didáctico: por la vía de la inversión, la oradora informa acerca de las diferencias entre los miembros del poder judicial y del poder ejecutivo. El discurso de Cristina, de este modo, se vuelve pedagógico: transciende la “audiencia redundante” que puede acordar con ella, y la amplificación mediática la acerca a las masas. Es similar al juego que se emplea en la producción cómica para liberar la creatividad, ese que parte de la premisa “qué pasaría si un marciano llegase a la tierra y viera…”. En este caso, se encontraría con un estamento que en la asignación de funciones no gobierna, pero que en los hechos, por su capacidad de obstaculizar, toma decisiones que debilitan permanentemente el poder del Ejecutivo.

El stand up de la presidenta

Beatriz Sarlo da cuenta de un giro en el discurso presidencial. Descontracturada, bromista, la presidenta se permite chistes con sus colaboradores más cercanos y hasta con eventuales personas de a pie con las que pueda llegar a interactuar. La semióloga llama a este cambio “el stand up de la presidenta” y como tal ha sido narrado en una nota de opinión en “La Nación”.

Sarlo supone muy a la ligera que el conjunto de “anécdotas, gustos, recuerdos, diálogos con la platea, bromas, sonrisas, miradas de costado” y hasta el “revoloteo de manos y pasos de baile” son parte de una estrategia de comunicación que la emparentaría con este género. La caracterización es equívoca, el stand up puede incluir algunas de las acciones o recursos mencionados, pero como discurso es bastante más complejo y se emparenta con el presidencial pero de un modo mucho más profundo.

Hagamos notar que en ambos coincide un yo afectado, es decir, una comunicación fuertemente subjetiva que denota estados de ánimo y una mirada particular del mundo. La conjunción es rica: desde el lugar del estado, impersonal y colectivo, la presidenta le impone a sus palabras un sesgo personal. Así, en el anuncio de la ley de democratización de la justicia, no restringe su voz a la del funcionario que técnicamente explica sus fundamentos (característica propia de de la Cristina Fernández parlamentaria, que leía sus discursos y los fundamentaba desde ese sentido tecnocrático) sino que aporta su experiencia como persona vinculada al derecho, ofrece apuntes casi folklóricos sobre ese medio y expone crudamente lo que ha sido tradicional en el mundo de la justicia. El discurso así se convierte en un mosaico en el que quien expone está fuertemente involucrado para, de ese modo, involucrar a su vez al receptor.

Hay dos registros que quienes analizan los discursos presidenciales han hecho notar, uno épico, que recoge tradiciones de lucha y reivindicaciones y ese estilo orillero y familiar al que ya hemos hecho referencia. Uno de sus analistas se pregunta de qué modo sostener, sobre todo en momentos de crisis, la “psicosis” de esta dicotomía. Se refieren a que uno de los modos, inflamado y emocional, puede entrar en colisión con el otro, que a veces se acerca a un paso de comedia.

La respuesta está otra vez en los vínculos más profundos con el stand up, los que Beatriz Sarlo no ha querido o no ha sabido ver. Comediantes de stand up como Bill Hicks, que aúnan la denuncia al chiste más descarnado, establecen un perfecto equilibrio entre ambas dimensiones, e incluso sus quiebres (estallidos emocionales combinados con súbitas interrupciones intimistas o secuencias que preparan un nuevo remate) nos hablan de que sostener este discurso dicotómico es posible. Admitimos que la comparación es osada, pero es la misma que establece Sarlo, sólo que en nuestro caso buceamos en busca de vínculos más profundos entre una y otra. Explorar este costado tragicómico del discurso político ha sido un hallazgo de Fernández de Kirchner, que por otra parte, no es más que la respuesta a un ataque sistemático de parte de sectores de la oposición que incluye un vasto elenco mediático.

En efecto, cada uno de los analistas que se abocó a desmenuzar las palabras de nuestra presidenta, prescindió estratégicamente de este contexto, que no sólo se solaza en la interpelación a menudo altiva e irrespetuosa, sino que se complace en poner bajo una lupa semiológica cada uno de los términos que Cristina Fernández expresa. Una palabra monótona y previsible como la de los presidentes De la Rúa o Menem, eran el correlato de proyectos políticos en los que la propuesta se asentaba más en factores externos o continuidades políticas, dictadas de antemano. Algún pintoresquismo o “boutade”, cuando no amenazas lisas y llanas se podían rastrear en Menem, político que posiblemente sea el primero en construirse mediáticamente. Su característica principal es la banalidad, su “cholulismo” es un rasgo de estilo que lo asocia con famosos y poderosos a los que él mismo introduce a menudo en la política. Por eso es que en el ámbito de programas humorísticos podía sentirse más cómodo que en el ágora política.

Si bien hace buen uso del humor, no hay demasiado que indagar en su registro lingüístico, sobre todo porque su palabra es su programa, que en un punto los intelectuales progresistas denuncian desde un lugar moral, lo que habla de sus propios límites.

La palabra de Cristina Fernández también es su programa, por eso muta, se renueva y desconcierta. De lectora de sus discursos en la Cámara a oradora brillante en cualquier foro, el acervo estadístico late bajo las necesarias justificaciones de su acción de gobierno, pero un permanente llamamiento emocional pone esa palabra en sintonía con las grandes mayorías: apela, convence y sobre todo, confronta.

Zonceras

Mundo complejo el que nos ha tocado habitar y en el que a esta mujer le ha tocado gobernar. Período histórico en el que al revisarse la historia completa del país, las voces se entrecruzan, los actores se citan en “esquinas virtuales” como Twitter para exponer e imponer sus ideas, y en el que la desmesura es signo de época. Desde carteles altamente ofensivos dirigidos a la investidura presidencial, comentarios infamantes en los foros de los medios de comunicación y hasta un periodista que monologa con guiones de stand up a la manera de editoriales, sin olvidarnos de otro comunicador que “interpela” a la presidenta mirando a cámara durante largos minutos de su programa semanal. Gestos melodramáticos, brulotes ofensivos, agresión calculada no siempre con buenas artes, a esto nos referimos cuando hablamos del escamoteo de los analistas que proceden a la deconstrucción del discurso presidencial. ¿Cómo responder a ese universo de opiniones que estigmatiza y define? Posiblemente con un recurso muy empleado por la presidenta y al que ya hemos hecho referencia, la ironía, un arma discursiva que por definición invierte el sentido, operación que precisamente desbarata discursos que de por sí llegan envenenados por un sesgo perverso. Y aquí entiéndase que definimos perverso no desde un punto de vista moral o psicológico sino desde su raíz etimológica: invertir. Por eso insistimos: esa flecha que ya llega con un sentido inverso, escamoteado, es devuelta con otra que, por definición retórica, “invierte la inversión” y contrapesa la lógica. Ejemplo: titulares de diarios que masivamente anuncian: “Ténganme miedo”, dando por sentado que esa fue la afirmación de la presidenta en medio de una alocución, cuando en realidad se refería a la pertinencia de que sus funcionarios incompetentes o corruptos le temieran, serán respondidos sistemáticamente por la presidenta en distintos discursos con el latiguilo “ahora van a decir que dije” o “ya veo mañana los titulares de los diarios”.

En este contexto entonces es que Cristina Fernández rompe el protocolo discursivo de un primer mandatario y expone los hilos de la comunicación, revelando –como si se tratara de una tramoyista de la lengua-, qué es lo que comunica cada cual y desde qué lugar lo hace. Su estilo combativo que porta resonancias socarronas tiene un antecedente ilustre en la lucha por las ideas nacionales y populares: Arturo Jauretche. En efecto, el pensador de Lincoln se dedicó a desarmar el discurso del poder, a combatir lo que Gramsci ha denominado el “sentido común” y para ello recurrió permanentemente al humor: la parábola, la anécdota, o el desmenuzamiento de lo que llamaría “zonceras” fueron los arietes con los que “combatió alegremente” contra el establishment y la inteligentzia. La oratoria de Cristina Fernández reclama ese antecedente.

 

* Cómico, dramaturgo, sociólogo, escritor / La Señal Medios

 

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