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PROYECTO SUR / Diseñar el futuro

Por JUAN GABRIEL LABAKÉ *

 

Introducción

La Argentina enfrenta hoy una excepcional coyuntura histórica, sólo comparable con la que vivió y aprovechó plenamente entre 1880 y 1910.

En aquella oportunidad se coaligaron varios factores beneficiosos para nosotros, aunque ajenos a nuestra voluntad, como el descubrimiento del barco a vapor, del alambrado y del frigorífico. Los gobiernos agregaron a ello una rápida expansión del ferrocarril en nuestras pampas y una oportuna política migratoria.

A tales progresos técnicos y políticos, se unió la visión geopolítica del general Julio A. Roca quien, con su llamada “Campaña del Desierto”, y al margen de la interpretación política y de la valoración ética que cada uno haga de ella, permitió a nuestro país sumar un tercio de su actual territorio al dominio soberano efectivo, y expandir su frontera agropecuaria en varios millones de hectáreas.

Esa conjunción de factores positivos produjo el espectacular crecimiento económico y demográfico de nuestro país entre 1880 y 1910.

Hoy, la evolución del escenario planetario y la geografía que heredamos nos ofrecen una segunda oportunidad de dimensiones históricas, quizás de mayor envergadura que aquélla, consistente en incorporar al patrimonio nacional en forma efectiva la llamada región  del Atlántico Sur que, desde el punto de vista  geopolítico, abarca desde el límite norte de la Patagonia hasta el Polo Sur, y que incluye, además de la Patagonia, las islas Malvinas, las Georgias y Sandwiches del  Sur, nuestro sector antártico, los 6.581.000 km2 que nos ha reconocido oficialmente la CONVEMAR (Convención de las Naciones Unidas para los Asuntos del Mar) parte como mar territorial y parte como zona de explotación  económica exclusiva, y el estratégico Pasaje de Drake.

Todo ello, englobado en lo que en adelante llamaré “Proyecto Sur”.

Por otro lado, entre esta segunda gran oportunidad histórica, y la de fines del siglo XIX, hay dos diferencias sustanciales:

a)- En 1880, entre los países dominantes del planeta (los europeos) había uno hegemónico, Gran Bretaña, al cual le interesaba nuestro crecimiento agropecuario porque estaba ávido de alimentos para sus obreros industriales y sus soldados. Nos dejó hacer. Hoy, las grandes potencias del mundo no reconocen a una hegemónica. Además, necesitan explotar y aprovechar en forma directa las nuevas e inmensas riquezas (alimentos, minerales críticos, combustibles fósiles, agua potable, territorio habitable, etc.) que la coyuntura histórica ofrece a nuestro país, y están dispuestas a luchar entre ellas sin tregua y con todos los medios a su alcance para controlarlas.

b)- En 1880 estábamos relativamente unidos. Hoy, los argentinos estamos profundamente divididos.

Esas dos sustanciales diferencias nos obligan a tomar precauciones y a planificar cuidadosamente nuestra futura acción.

Desde ya conviene adelantar que la puja internacional por controlar la zona en cuestión puede ser tan dura que nuestro territorio, por primera vez en la historia nacional, podría ser el campo de batalla donde se enfrenten bélicamente (o el botín que se repartan en la mesa de negociaciones) las grandes potencias mundiales que ambicionan las riquezas que tenemos –nuevas y viejas- y no aprovechamos.

En definitiva, estamos frente a una crisis en el sentido original –griego- de la palabra: oportunidad. Si sabemos aprovecharla, daremos un gigantesco paso hacia adelante. De lo contrario, sufriremos un retroceso igualmente gigantesco.

De ahí que el primer requisito de mi propuesta es unirnos alrededor de un proyecto de grandeza nacional y justicia para todos, para encarar juntos esta irrepetible oportunidad que se nos presenta.

Asimismo, estimo necesario analizar el tablero internacional en que deberemos actuar para lograrlo.

 

El tablero internacional

El 9 de octubre de 1989, unos muchachos alemanes hicieron un boquete en el Muro de Berlín. El jefe soviético, señor Gorbachov, comprendió que eso no era una travesura juvenil, sino el signo de que la experiencia comunista rusa de octubre de 1917 había agotado su vitalidad. El líder ruso le extendió rápidamente el certificado de defunción.

Poco después, en 1991, implosionó la URSS, y Rusia comenzó una etapa de desvarío ultraliberal y de gran corrupción que, en una década, destruyó totalmente el poder de ese gran país euroasiático.

China, a su vez, todavía estaba en el marasmo de su primera etapa revolucionaria y no tenía el poder suficiente para ser un jugador planetario de primer nivel.

Finalmente, la Unión Europea aún no había adquirido la importancia y el poder que la llevaron a ser un jugador internacional decisivo como lo fue en la década del año 2000, aproximadamente.

De esa forma, y durante los diez primeros años posteriores a la implosión de la URSS, los Estados Unidos fueron la superpotencia hegemónica en forma indiscutida en todo el planeta, al punto de que, en más de una región del mundo, desde Washington se dibujó el mapa de los países que iban a subsistir y de aquellos destinados a desaparecer. La arbitraria y caprichosa acción de Estados Unidos en Medio Oriente fue el ejemplo arquetípico de ese mundo monopolar dominado por los norteamericanos.

Varios factores se unieron para frustrar la utopía de los gobernantes de Estados Unidos de implantar a sangre y fuego lo que ellos llamaron” “A New (North) American Century” (un Nuevo Siglo [Norte] Americano).

Uno de esos factores fue la lujuria con que gastaron y malgastaron su riqueza el pueblo y el gobierno de Estados Unidos durante esos años. Otros fueron dos fenómenos insoslayables, como la recuperación del poderío ruso en manos de Putin, y el espectacular crecimiento económico de China, que produjeron la abrupta y, para muchos, imparable disminución del poder relativo de Estados Unidos frente a esos dos nuevos actores de primer nivel planetario.

La decadencia y crisis de Europa fue un factor coadyuvante de la pérdida del poder hegemónico planetario que detentaba Estados Unidos.

La crisis norteamericana de las hipotecas “basura” de 2008, y su similar europea de 2012, que aún no terminan, han hecho el resto en esta etapa de decadencia de “Occidente”.

El resultado de esos espectaculares cambios ha sido la aparición de un nuevo tablero internacional que ya se ha consolidado y que razonablemente se puede llamar de multipolaridad.

En ese nuevo escenario es manifiesto que hay tres potencias de primer nivel: Estados Unidos, Rusia y China.

 

El destino de Europa

Al margen de ello, conviene no perder de vista la situación de Europa. Los profundos cambios que estamos observando, y que he descripto someramente más arriba, crean razonables dudas sobre la viabilidad futura de la Unión Europea.

Pero hay más. En primer lugar, el Brexit (el abandono de la Unión Europea por parte de Gran Bretaña) producirá fenómenos de largo alcance y de profundas consecuencias:

  1. – La Unión Europea quedará debilitada e, incluso, correrá riesgos de disolución, o de nuevas divisiones.
  2. – La OTAN quedará virtualmente en el aire, y hoy nadie sabe en qué terminará cuando este proceso culmine.
  3. –  Gran Bretaña, separada ya de la Unión Europea, se verá forzada a estrechar filas con Estados Unidos, conformando una Alianza Nor-atlántica y una OTAN reducidas, muy reducidas.
  4. – La Europa continental, a su vez, verá menguado su interés por mantener la alianza nor-atlántica, que hoy la une muy estrechamente con Estados Unidos. Puede volver a ella, y revivir la OTAN, pero en forma muy disminuida.
  5. Simultáneamente, y como en un juego de vasos comunicantes, aumentará el interés europeo en tentar una nueva alianza hacia el oriente, dando pábulo a un proyecto que ya tiene estado público: la alianza o proyecto euroasiático, para constituir con Rusia una nueva región de poder planetario: Eurasia.
  6. Al respecto, es inocultable que la estrategia de Putin tiene como objetivo principal la constitución de Eurasia, como nueva realidad geopolítica.
  7. De la misma manera, es visible el deseo de Francia, y sobre todo de Alemania, de acercarse a Rusia y “liberarse” un poco de EE.UU.
  8. – Simultáneamente, sigue avanzando el proyecto de China de consolidar la llamada “Ruta de la Seda”, financiada desde Pekín, que facilitará la expansión incontenible del poderío económico y financiero chino hasta los límites de la actual Europa.

 

La India

Hay un quinto actor de enormes dimensiones que es la India. Su incalculable población, que ha pasado ya los 1.200 millones de habitantes y crece a un ritmo mayor que el de China, haría pensar que pronto estará en el podio de las superpotencias mundiales con influencia decisiva. Mi impresión personal es que ese ascenso tardará aún un buen tiempo, pues la India tiene que solucionar antes enormes problemas de desigualdad social, de pobreza extrema, de atraso y abandono en el 80% de su población y, sobre todo, creencias religiosas y costumbres sociales que desfavorecen el pleno desarrollo de ese país y lo atan a un pasado de supersticiones y tabúes. Los enormes esfuerzos que han hecho sus gobiernos en los últimos tiempos por superar tales obstáculos son tan notables como la pequeñez de los resultados obtenidos, porque se trata de superar creencias que se consideran sagradas y costumbres ancestrales de todo un pueblo. Y ésa no es una tarea fácil y menos de resultados inmediatos.

 

Latinoamérica: patio trasero y último bastión del expansionismo norteamericano 

La Argentina deberá trazar su estrategia para las próximas décadas, teniendo presente los nuevos fenómenos que ya se observan en el horizonte.

El primero y quizás el que más directamente nos va a afectar (mejor dicho, que ya nos está afectando) es la citada pérdida de poder relativo de Estados Unidos y de toda su alianza “occidental”, frente al avance –casi siempre coordinado- de Rusia y China.

El ejemplo arquetípico de esa situación es lo sucedido en Medio Oriente. Hasta hace una década o un poco más, el Departamento de Estado podía diseñar a voluntad el mapa y la situación política de esa región tan castigada.

Hoy ese escenario ha quedado absolutamente obsoleto, y Estados Unidos no puede intentar ninguna acción que modifique el tablero en Medio Oriente sin el consentimiento y participación activa de las otras dos superpotencias mundiales que le han arrebatado el primer lugar en el podio: China y Rusia.

Es más, Estados Unidos, para mover una pieza en Medio Oriente, hoy debe tener presente también los deseos y pretensiones de varios actores locales que han ganado poder y protagonismo político en la región, y que son en primer lugar Irán e Israel, y también Siria, Egipto, Turquía y Arabia Saudita.

Como un ejemplo definitorio de la rapidez con que EE. UU. ha perdido su poder, conviene tener presente que aquellas limitaciones de Estados Unidos para moverse en Medio Oriente existen hoy, cuando han pasado sólo nueve o diez años de su “obra maestra” de destrucción de pueblos y naciones musulmanes y cristianos norafricanos y mesorientales: la sangrienta y mendaz “primavera árabe”. Ese mega operativo de inteligencia “occidental” destruyó en forma inmisericorde a Libia, desestabilizó al gobierno constitucional de Egipto y Tunez, y recién capotó cuando el presidente Bachar Al Assad, ayudado por Rusia e Irán, frenó el afán “primaveral” de destruir a Siria.

De ahí en más, Medio Oriente se ha constituido en la punta de lanza de la multipolaridad, en visible y brutal desmedro del poderío norteamericano en la región.

Otra zona en donde se muestra la retirada norteamericana, al menos en forma parcial, es en el Asia Central. Sus empresas petroleras, unidas a las británicas, ya no disponen a voluntad del petróleo de esa región. De los cinco países turcomanos (Kazajistán, Turkmenistán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán) sólo de dos podría decirse que responden a Estados Unidos. En los otros, la influencia china, rusa e iraní es la que predomina.

A su turno, en el continente africano el retroceso de la influencia anglosajona en general, y norteamericana en particular, se observa sobre todo en el aspecto financiero y económico. En la actualidad, el mayor inversor planetario en África es China, y lo será en mayor medida aún en el futuro previsible.

Como producto del permanente repliegue de Estados Unidos en las zonas que han sido,  en las últimas décadas, las más calientes del tablero internacional (Medio Oriente, Asia Central y África) el poderío norteamericano ha decidido, según todo lo indica, concentrarse en reorganizar su retaguardia internacional, es decir, su patio trasero: Latinoamérica.

De esa manera, los estrategas norteamericanos pensaban que podrían impulsar una nueva versión ampliada del desaparecido ALCA, a través de la constitución del llamado Pacto Transpacífico.

Esa movida le habría dado a Estados Unidos un inmenso mercado de “libre comercio” que reemplazara a los países africanos, mesorientales y centroasiáticos en los que se vio obligado a replegarse.

Esta estrategia de expansión hacia el sur fue claramente apoyada y promovida por el grupo del partido demócrata de Barack Obama y Hillary Clinton. Pero el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos ha producido un vuelco copernicano en la estrategia internacional de Norteamérica. Hoy, su objetivo es cerrar las fronteras y la economía norteamericana para fortalecer sus empresas y su mercado interno, algo diametralmente opuesto a la política de libre mercado que siguieron los gobiernos demócratas.

De cualquier manera, sea por la vía del fortalecimiento del mercado propio o por la imposición de zonas de libre comercio dominadas por Estados Unidos, lo real es que la recuperación del poder norteamericano depende hoy de la reorganización de su retaguardia, el viejo patio trasero, para ponerlo más eficazmente bajo su órbita.

Al respecto, es necesario reiterar que la Argentina sufrirá en su propio territorio continental, y también en el marítimo, una creciente y quizás avasalladora presión extranjera (no sólo norteamericana) por el control de sus riquezas y quizás de sus tierras aptas para ser cultivadas y habitadas por el hombre.

Ante ese panorama, se confirma el futuro de poder menguante que le espera a Estados Unidos en el tablero planetario. Pronto será la segunda potencia del mundo, no la primera.

Con esas perspectivas ciertas, orientar toda nuestra política exterior según los dictados y preferencias de la estrategia norteamericana parece un error demasiado grande, que hipotecaría nuestro futuro previsible.

Estoy totalmente convencido de que nuestro porvenir en el escenario internacional del siglo XXI debe correr por otros carriles, con objetivos propios y con una estrategia nacional para lograrlos.

De todos modos, Estados Unidos conservará por mucho tiempo un considerable poder, que nos obligará a ser prudentes y serios a la hora de separar nuestra estrategia de los cauces trazados por el Departamento de Estado. En ese terreno, no hay ni habrá lugar para bravuconadas infantiles y contraproducentes, ni para ofensas tontas y gratuitas, ni para improvisaciones. Jugaremos en un campo totalmente resbaladizo. Habrá que avanzar con cuidado y previsión.

 

Notas para una estrategia internacional

Dado su tamaño, su clima templado y la diversidad y cuantía de sus recursos, es muy notoria la influencia que ejercerá el territorio sobre la política a adoptar en nuestro caso. En otras palabras, debemos trazar una estrategia geopolítica adecuada.

Y acá volvemos a las consideraciones iniciales sobre una nueva y extraordinaria oportunidad que se nos presenta en el Atlántico Sur. Al respecto, es necesario remarcar que el principal y decisivo objetivo de esa estrategia geopolítica nacional será el Proyecto Sur. Y nos conviene que lo sea.

 

En resumen: poseemos 2.700.000 km2 de territorio continental e insular, a los que se suman, desde 2016, nuestros derechos de soberanía sobre los recursos del lecho y subsuelo en más de 1.782.000 km2 de plataforma continental argentina más allá de las 200 millas marinas, más los aproximadamente 4.799.000 km2 comprendidos entre las líneas de base y las 200 millas marinas, que son de explotación económica exclusiva de nuestro país.

Las cifras son elocuentes, así como la imperiosa necesidad de controlar, poblar en su caso y aprovechar y explotar racionalmente ese inmenso territorio nacional.

En ello nos jugamos el futuro.

 

El mapa que está en portada fue preparado por la Comisión Nacional del Límite Exterior de la Plataforma Continental-COPLA, y muestra la magnitud de lo que tenemos en nuestras manos: la zona marítima coloreada de celeste corresponde al total de 6.581.000 km2 que nos ha reconocido oficialmente la CONVEMAR (Convención de las Naciones Unidas para los Asuntos del Mar).

 

Al Proyecto Sur deberá agregarse una estrategia especial para la Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní.

La realidad determina que esas son las dos grandes zonas hacia las que debemos dirigir nuestra atención y extender nuestra presencia e influencia, para lograr una adecuada estrategia geopolítica de gran nación:

1.- La Cuenca del Plata-Acuífero Guaraní, porque es un verdadero pivote de la integración y desarrollo de Sudamérica, y uno de los polos de mayor porvenir en el mundo.

2.- La Patagonia-Atlántico Sur-Islas Malvinas-Georgias-Sandwich-Pasaje de Drake-Antártida, porque es la única gran región aún no integralmente explotada del planeta, y sobre la cual tenemos legítimos derechos.

Ambos objetivos geopolíticos nos llevan a formular una política exterior que contemple:

a)- La transformación del Mercosur en una auténtica comunidad de naciones, unidas por una cultura común. Reformularlo y darle nuevo impulso para que abarque toda Sudamérica, dotándolo de objetivos políticos que superen su condición de mero acuerdo aduanero, demasiado volcado hoy al servicio de las grandes corporaciones transnacionales.

b)- Reformulación e impulso del UNASUR, que en la actualidad es un organismo sólo simbólico.

c)- Elaboración e impulso de alianzas estratégicas bilaterales o subregionales con:

c.1.- Chile, para la defensa de nuestros comunes derechos sobre la Antártida y el aprovechamiento de sus ingentes recursos (al respecto, se debe retomar el camino de realizar expediciones conjuntas chileno-argentinas a la Antártida, iniciado en 1942/43), así como para ejercer el debido control sobre el pasaje de Drake y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.

c.2.- Bolivia, sobre todo para el aprovechamiento integral del río Bermejo y la adopción de una estrategia común para la explotación del petróleo y el gas. Intermediar con Chile y Perú para lograr una salida de Bolivia al Pacífico.

c.3.- Colombia, Perú y Ecuador, para integrarlos al Mercosur y lograr una presencia comercial importante de la Argentina en el Océano Pacífico.

En los tres casos mencionados, el objetivo general debe ser ampliar y fortalecer la alianza surgida de la Cuenca del Plata, y contrarrestar el intento norteamericano de capturarnos definitivamente en la órbita del Pacto Transpacífico.

c.4.- Sudáfrica y Angola, para un mayor intercambio comercial y cultural, que conduzca a una estrategia común en el sector del Océano Atlántico que une ambas costas. En este punto, me inclino por retomar la doctrina del “mare nostrum”, elaborada y propuesta por el contraalmirante Segundo Storni ya en 1916, en su obra Intereses argentinos en el mar. Se trata de hacer del Atlántico Sur un mar “interno”, o de costas “propias” (a través de una alianza estratégica de la Argentina con Sudáfrica y Angola) al estilo de lo que lograron los romanos con el Mar Mediterráneo.

d)- Estudio e impulso de las obras de infraestructura regionales que unan físicamente a la Cuenca del Plata y a toda Sudamérica.

e)- Rechazo de la incorporación de nuestro país al llamado Pacto Transpacífico, sucesor mal disimulado de la nonata ALCA.

f)- Firme oposición a la instalación en el territorio nacional de bases militares extranjeras de cualquier tipo, y con cualquier finalidad declarada.

 

Comenzar por la base

Queda, pues, trazada la estrategia geopolítica que nos indica la realidad para las próximas décadas, así como la política internacional o regional que de ella se desprende objetivamente.

Tales proyectos, que marcan nuestra actitud fronteras afuera, deben ir acompañados de una estrategia también de gran nación fronteras adentro. Y al pensar en una política interna se repite la necesidad de partir de un hecho incontrastable: nuestro inmenso y rico territorio nacional.

Esa realidad es la que aconseja un plan que contemple, entre otros puntos básicos, los siguientes:

1.- Elaboración e impulso de un programa de largo plazo para poblar y aprovechar integral y armoniosamente todo el territorio nacional, con especial énfasis en la región de los lagos cordilleranos de la Patagonia, en su costa atlántica, y en las otras áreas o zonas de frontera geopolíticamente sensibles. Al respecto, es necesario prestar especial atención al desarrollo de las 5 cuencas fluviales que atraviesan la Patagonia de Este a Oeste y desembocan en el Océano Atlántico: la de los ríos Colorado, Negro, Chubut, Santa Cruz y Deseado.

2.- Aprovechamiento integral de las riquezas de la plataforma continental argentina, cuyos nuevos límites exteriores, como dije más arriba, fueron reconocidos en 2016 por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (CONVEMAR).

3.- Elaboración de un plan de poblamiento y desarrollo integral y armónico de todo el territorio nacional.

4.- Elaboración e impulso de un plan de grandes obras de infraestructura nacional que posibiliten el citado poblamiento y desarrollo integral y armónico de nuestro país.

5.- Elaboración e impulso de una ley de migraciones que regule y planifique el ingreso y arraigo de migrantes, y los oriente hacia las zonas y los proyectos de desarrollo señaladas como prioritarias por el Estado Nacional en acuerdo con las provincias.

6.- Elaboración e impulso de una política de Defensa Nacional, y de una doctrina militar que contemplen los objetivos estratégicos mencionados y las reales hipótesis de conflictos actuales.

 

Requisito indispensable: la unidad nacional

Ése es nuestro gran desafío del siglo XXI: aprovechar esta oportunidad histórica.

Para ello es indispensable lograr la unidad nacional, superar la grieta actual.

Lo lograremos, justamente, si por encima de nuestras diferencias abrazamos un proyecto común de grandeza y justicia como éste.

 

Buenos Aires, 1º de enero de 2018 (Año nuevo, esperanza nueva).

 

* Abogado, investigador / La Señal Medios

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