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viernes , abril 26 2024
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LOS ARGENTINOS / Aquellas pequeñas cosas

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

La renovada ofensiva sobre el movimiento obrero organizado y las pretensiones oligárquicas contra las leyes laborales permiten indagar en un perfil que suele descuidarse a la hora de desplegar un debate social. Si por un lado cabe evitar la trampa de “ah bueno, pero este sindicalista en particular sí debe ser mafioso” para comprender que en realidad se busca horadar el dique de contención social al ajuste, por otro vale preguntarse por asuntos más íntimos, menos ligados al trazo grueso.

Es evidente que una parte muy grande, difícil de mensurar pero en principio importante de la sociedad, anhela vivir bien sin pelear por los factores que contiene esa expresión con rasgos ideales. Importa destacar la cantidad de personas que no hilvanan el hecho de poder comprar una mesa, un termotanque o un pantalón con la existencia de organizaciones gremiales fuertes y decididas a defender derechos económico sociales y laborales. Resulta, en esa dirección, curioso pero veraz ligar el nivel de vida del profesional que sale con su vehículo a media mañana con ese oscuro mundo que late bajo el sello CGT.

Al seguir la línea de razonamiento, nos encontramos con que una gran parte de los comercios de la ciudad de La Plata se han visto, todos estos años, beneficiados por el accionar del Pata Medina: si esos ñatos en camiseta, cuando cae la tarde, se acercan a los comercios a comprar 200 de paleta, algo de queso, un pancito, leche, una gaseosa y un vino, es porque vivieron un proceso de la construcción expansivo y se agruparon en un sindicato que dijo a los empresarios: paguen esto, aquello y lo otro. Desarrollo industrial a través de un gobierno nacional popular y derechos para quienes componen la base del mercado masivo.

Eso no es todo. En las zonas grises entre profesionales, comerciantes y obreros, esos lugares de intersección social donde los beneficios obtenidos confunden al no estar entornados por un debate a fondo sobre sentidos y proyectos, surge otro interrogante de valor. ¿Qué se necesita para estar bien, para vivir bien? Nos hemos encontrado, los tiempos recientes, con medianos empresarios que tras una jornada productiva subían a su camioneta, llegaban a su lindo hogar, encendían el aire acondicionado, descorchaban un buen vino y antes de desplazarse hacia un sillón, al observar las promociones de Desarrollo Social kirchnerista en medio de un partido, afirmaban “en este país no se puede vivir”.

Pero también colectiveros, lo hemos señalado, que se quejaban a voz en cuello pues “que querés, con 30 lucas no podés hacer nada”. Esta aseveración, tres años atrás; Imaginen. Ahí, en esos dos casos y en tantos otros, el asunto se pone verdaderamente intrincado. Da la sensación que techo, ropa, comida, educación y trabajo son el cielo para quien carece de ellos, pero poca cosa para quien los posee. En todo, late el profundo desconocimiento sobre cómo se vive en otros países, sobre cuánto se abona a un empleado, sobre los rasgos de confort en cada zona. Al ignorarse esos datos, es difícil valorar el extraordinario nivel de vida promedio alcanzado en la Argentina durante el último tramo de la Década Ganada.

Hay situaciones quizás inevitables para el ser humano, pero al menos se deben conocer con el objetivo de preguntarse si se pueden encarrillar con más sentido. Desmerecer lo logrado por el movimiento peronista y el sindicalismo para todos como si se tratara de beneficios “naturales”, que siempre estuvieron y siempre estarán. Participar de campañas contra los “corruptos” que permitieron al ciudadano la adquisición de ese vehículo que contribuyó a tornar insoportable el parque automotor. Amargarse porque no puede comprar el nuevo modelo que aparece en la propaganda televisiva. Tener a mano la mejor educación pública del continente, hablar mal de ella, y esforzarse absurdamente para pagar una educación privada mediocre para los pibes. Dejar el agua corriendo. Contar con un gran cine y decir “el cine argentino es aburrido” para mirar, hasta cambiar porque harta, quince minutos de Rápidos y furiosos.

Sentarse con la familia a comer en un resturante con mesas en la calle sobre las 22 horas en una noche primaveral. Y mientras se engulle, afirmar “con esta inseguridad ya no se puede salir a ningún lado”. Pasear al pasajero por el derredor de Parque Chacabuco hasta abultar el costo y mientras tanto, escuchando Radio Mitre, exclamar “¡estos se robaron todo!”. Tener un problema con el jefe de personal, consultar al abogado del sindicato y resolver la situación; y luego decir “estos sindicalistas, qué manga de ladrones”. Y tanto más.

Qué hacer con eso. En el año 2013 y 2014 nuestro país logró los mejores indicadores de calidad de vida del planeta. Ya lo había conseguido en 1952. Pero los beneficiarios no se dieron cuenta. Allí se desmonta todo porque si alguien que tiene todos los elementos para ser feliz no lo es ¿con qué darle? Toda una estructura industrial motorizada por Pueblo y Estado alcanzó un desarrollo importante. Faltaron cosas, ya sabemos, pero la comparación no es con Marte sino con países reales donde viven personas reales. No hay nada peor que vencer sin darse cuenta. No se valora lo alcanzado y entonces, se lo pierde sin pena ni gloria.

 

* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

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