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viernes , mayo 10 2024
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Los estrategas necesitan mirar su base de sustentación

 

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

De modo arbitrario, podemos tomar un puñado de acciones diseñadas por Zbigniev Brzezinski con el objetivo de entender las dificultades del estilo norteamericano para afrontar el presente. El estratega nacido en Varsovia fue partidario, entre otras políticas, de la invasión sobre Vietnam, de sostener al Sha de Persia hasta el último instante, de elaborar la Comisión Trilateral con Japón en representación de los asiáticos, de fomentar a los mujaidines, y de establecer como barrera defensiva la combinación Londres – París – Madrid. No hablemos de Irak para evitar cargar las tintas con resultados recientes. Pues el asunto es actual, pero viene de largo. Su táctica, aplicada mediante la dualidad repliegue e intervención, siempre tuvo el problema de efectuar una valoración tenue del factor económico concreto, elemento curioso si se toma en cuenta lo que estaba en juego.

Quizás comprensible si esa labor internacional se enmarca en un panorama que no ofrecía dudas a la mirada rápida sobre hegemonías. Le tocó vivir una era en la cual el control occidental parecía destinado a eternizarse. Sin embargo, Juan Domingo Perón y Henry Kissinger, desde miradas muy contrapuestas, entendieron en el mismo tramo la posibilidad de cambios estructurales en los cuales lo que crece se ameseta y lo que parece aplanado se dinamiza. Brzezinski elaboró alianzas que, andando el tiempo, no se asentaron en la prosperidad capitalista. Sin embargo, el poderío a través del cual elaboraba sus planteos, que se transformaban en decisiones mundiales, provenía de la producción, no de la renta. Aunque el trasfondo siempre es geopolítico, la pujanza de cada protagonista no resulta un dato menor.

Al hombre le fallaron las cercanías, no por traición sino porque su éxito las condenaba a padecer crisis que ya sobre fines del siglo pasado se hicieron incontenibles. Hasta que los mismos Estados Unidos empezaron a comprar las recetas que venían complicando a sus aliados. De allí que al observar el deslizamiento, Kissinger resolviera acercarse al hoy ex presidente Donald Trump y apuntalara aspectos de su verbalmente fogosa y concretamente retraída presencia internacional. El viejo estratega percibió con claridad el error de la tarea de Brzezinski y pretendió sostener lo básico mediante el tradicional esquema de golpes de Estado e influencias –como eje, la búsqueda de contrastes entre China y Rusia– sin asomarse a conflagraciones bélicas que sabía costosas y, a esta altura, difíciles de sostener militarmente.

Hay mucho más para narrar y reflexionar al respecto y ya lo haremos en Fuentes Seguras. Pero vale el breve apunte para aprehender ciertos indicadores esenciales que pueden ayudar. Quizás en estas líneas cabe añadir que el control propagandístico occidental influyó negativamente sobre las franjas dirigenciales de los Estados Unidos y Gran Bretaña, y que de esa fábrica de humo surgió la anómala diferenciación entre halcones y palomas en materia de política exterior. Los ataques del polaco norteamericano sobre Cyrus Vance –secretario de Estado en la gestión de Jimmie Carter– son la referencia visible a tomar. Ni Kissinger ni Vance han sido cobardes o anti norteamericanos, que va, sino que intentaron sostener lo posible con lo existente, mientras que la concepción idelógica de Brzezinski se prolongó más allá de la caída del muro hasta devenir en obcecación.

Hoy, los Estados Unidos, intoxicados por su propia alharaca, insisten en emprenderla contra rivales muy fuertes y en recostarse sobre países que han perdido territorialidad debido al establecimiento de un supra poder que debilita sus matrices estatales para absorber recursos de manera continua. Allí es donde la tensión creciente interna de naciones que se desarrollan asentadas en Estados que se regionalizan y se asocian, y en inversiones destinadas a la elaboración de bienes de producción y consumo, comienza a ganar la partida. Ninguna victoria presente será absoluta ni definitiva, pero marcará un nuevo cuadro de situación. La moneda de intercambio se modificará, pero sobre todo se transformará la parte delantera del ferrocarril.

 

Apuntes a Anticipo de Fuentes

 

Para entender la aproximación a un G2 que ha intentado la filosofía planteada por Henry Kissinger, es preciso zambullirse en esa especie de continuum que ha sido la política china por tanto tanto tiempo. Una clave es la búsqueda de obtener posicionamiento estratégico sin aniquilar al rival.

En su propuesta de “crecimiento pacífico”, el coloso asiático estima que la acción mundial no debe asentarse en el todo o nada, muy propio del Occidente destructivo, sino en desplegar un precepto ecuánime en el cual el ganador concede ventajas para compensar la derrota adversaria.

Se trata de una búsqueda permanente del equilibrio, utilizando las propias capacidades para conseguir que los otros actúen voluntaria o involuntariamente en la forma que más convenga a los propios intereses. Kissinger comprendió que el objetivo central del pensamiento estratégico chino no es conquistar y aplastar otros pueblos, sino aprovecharse de las diferencias y rivalidades para alcanzar los objetivos principales.

Es claro que esa mirada, aquilatada por milenios de Confucianismo y no resquebrajada ni siquiera a través de un Mao de enorme relevancia, superior a la que le asignan sus defensores, no es coincidente con la de los Estados Unidos, Europa, pero tampoco Rusia. Se asienta en el volumen propio y una trama cultural que necesitó del tiempo como gran factor.

Sin embargo, en este siglo, los Estados Unidos y la OTAN han ratificado la premisa en base a la sustitución de su deterioro económico a través del belicismo, mientras que Rusia ha re definido, tras la caída del muro, una política de contención equilibrada hacia sus vecinos de Asia Central y, por supuesto, hacia China. De allí la expresión “mi mejor amigo en todo el mundo” dirigida por Xi Jingpin a Vladimir Putin.

  • Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica / Sindical Federal

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