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viernes , mayo 3 2024
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PARA HACER UNA CASA

 

Por RODOLFO LUNA *

 

En el día de los arquitectos, algo que escribí sobre mi experiencia de construir una casa, la mía. ¡Feliz día arquitectas y arquitectos queridos!

“No es para quedarnos en casa que hacemos una casa

no es para quedarnos en el amor que amamos

y no morimos para morir

tenemos sed y paciencias de animal”

Juan Gelman, Costumbres

Elegir nuestro lugarcito de mundo. Hacer zoom en Google Earth de menos a más y de más a menos hasta entender la proporción, la dimensión microscópica del pedacito de tierra donde plantamos la casa. Apenas un punto más del caótico dibujo tatuado por los hombres sobre la piel del planeta.

Pararse en el terreno en las horas distintas del día. En los días distintos del año. Escuchar. Nos habla el viento. Los colores de sus estaciones. La luz de sus amaneceres. Las fragancias que se abren preludiando la noche. Disfrutar de los contrastes que provoca el telón gris de la tormenta. Estar cuando llueve.

Honrar a la Tierra. Sabrá gratificarnos si la respetamos. Y castigará nuestra

prepotencia y nuestra soberbia. Recibir agradecidos lo que creció sobre el suelo que nos cede. Adaptar nuestra casa al relieve, a los árboles. Hacer de cada obstáculo una ventaja.

Honrar al Sol. El Dios de los antiguos, tan benévolo como cruel al igual que todos los dioses. Él proveerá. Luz, calor, energía. El Sol es el Norte. Mirar siempre al Sol sobre caprichosas perpendiculares y arbitrarios rectángulos catastrales. Abrir la casa a su tibio abrazo en los cortos días del invierno. Atesorar su calor en las gélidas noches. Protegerla con sombras de la furia estival de sus eneros. Dar la espalda a sus flechas rasantes del poniente y a los fríos vientos del sur.

Hacerse amigo del aire. Aprovechar sus estados de ánimo. La fresca alegría de la brisa tiene debilidad de amante por las ventanas enfrentadas. Dejar escapar por chimeneas solares y banderolas al aire caldeado, intruso insoportable en verano. En invierno, sin embargo, hospedarlo con herméticas puertas y ventanas para gozar su calidez. Preferir el aire libre al acondicionado.

Tomar honrada y limpiamente de la tierra, el aire, el sol y el agua lo que nos brindan. Devolverle honrada y limpiamente lo que desperdiciamos.

Procurarse los dos materiales más importantes para iniciar un proyecto. No se consiguen en los corralones y pese a ser indispensables tienen un costo insignificante. Son increíblemente maleables, permiten correcciones inmediatas y estamos familiarizados con su uso desde la infancia: El lápiz y el papel.

Soñar la casa hasta el insomnio. Dibujar, dibujar, dibujar, dibujar. Volver a dibujar. Gastar cuadernos y noches. Imaginar con audacia. Proporcionar sin timideces. Dimensionar la casa a nuestra vida, un vestido hecho a medida. La casa es un arte para ser habitado. Conjugar los verbos cotidianos sobre el papel. Comer, dormir, amar, trabajar, guardar, apoyar, transitar, descansar, cocinar, estudiar, distraerse, leer, asearse, orinar, defecar, lavar, limpiar. Proyectar la casa para que crezca con nosotros, para que envejezca con nosotros.

Cuidarse de los estilos y las modas, epidemias mortales contagiadas por revistas y suplementos de diseño. Vacunarse con sentido común, honestidad y simpleza y mirar revistas y suplementos de diseño. Mirar casas. Mirar crítica y desprejuiciadamente. Tomar notas. Reservar.

Elegir el lenguaje de los materiales. Uno o dos ingredientes principales. Como un buen plato. Como un buen vino. Todo lo demás es sazón, aderezo, notas necesarias para destacar el tema dominante. Desechar los ingredientes exóticos. Tomar lo que está a mano, lo simple, lo duradero. Estudiar los encuentros. Del noble ladrillo con la cálida madera. Del compacto cemento con la sinuosa chapa acanalada. Del vidrio y el acero.

Aprovechar el recurso, exprimirle toda su potencia. Ser sintético y práctico. Huir de lo superfluo, lo escenográfico, lo ornamental. Usar austeramente la tecnología. Ser económico. En costos. En espacios. En circulaciones. Menos es más decía el sabio Mies.

A la hora de construir confiar nuestro sueño a las manos orgullosas de los oficios. Confiar. Edificar es un verbo que sólo se conjuga en plural. Abrir el proyecto a los saberes de los maestros de obra. Son la orquesta de nuestra sinfonía. Ellos conocen los misterios del fraguado, los secretos de la soldadura, los caprichos de la madera, los nerviosos circuitos de la electricidad, los pacientes tiempos del cemento, la geometría de escuadras y plomadas, la armonía de niveles y pendientes. En sus brazos el acero se doblega, el ladrillo se apila y se levanta, los paneles de yeso obedecen las formas de los planos, el agua aparece mágicamente en las canillas y el gas en cocinas y calderas. El amor de los oficios es la argamasa insustituíble para una casa sólida.

Habitar la obra como habitaremos la casa. Matear con albañiles, electricistas y plomeros. Compartir asados con herreros, carpinteros y pintores. Corregir. Enfrentar lo imponderable. Resolver. Reírse. No dudar en cambiar sobre la marcha. Guardar energía para las terminaciones. El diseño es detalle y proporción. Colores, texturas, iluminaciones. Climas y énfasis.

Cuando la construcción esté lista, hacerla nuestro hogar. Amoblar con sencillez. Llenarla de cuadros, fotos, libros y canciones. Imprimir la huella dactilar de nuestra vida en cada uno de sus rincones. Saborearla en los atardeceres y en las noches de verano. Refugiarse de angustias y tormentas. Sentir la atávica protección del fuego de una salamandra. Abrir la casa al frescor, al humor y la sonrisa. Festejar el encuentro y los cumpleaños. Brindar por el amor y la amistad. Que los hijos y nietos la gasten con sus juegos, su crecer y sus amigos. Declararla territorio del placer y la alegría.

 

 

  • Escritor, diseñador

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