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EL LOCO CHÁVEZ / Un éxito para recordar, y pensar

Porteño hasta la médula, triunfó al transmitir escepticismo, frustración y humor cómplice. La dualidad entre lo que decía el texto y lo que resignificaban los lectores.

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

Pocos personajes en la historieta argentina, y en nuestra literatura en general, lograron encarnar la porteñidad como el Loco Chávez. Con un hábitat que involucraba toda la ciudad pero tenía como epicentro radial la sede de Clarín en el barrio de Barracas, transitó el Sur con sus coberturas, aventuras, flirteos, pasiones, angustias. Se trató de una memorable creación del guionista Carlos Trillo y del dibujante Horacio Altuna que cautivó a los lectores desde la cúspide de la contratapa entre 1975 y 1987. Extensión notable para una narración diaria en pocos cuadritos; vamos a intentar descubrir algunas claves de su permanencia. Y a formularnos varias preguntas que el lector ayudará, con su pensamiento, a relanzar.

Hincha de Rácing, periodista profesional, la vida lo llevaba. Distante, claro, de su homónimo conocido años después, Hugo Chávez, pues su compromiso no trascendía el círculo cercano, las amistades y los códigos para afrontar el día a día. Los autores transitaron con dignidad un período en verdad complicado para la gestación de obras con “mensaje” y se dispusieron a narrar despojados de esperanzas universales, con la pátina de escepticismo que caracterizaba la época, pero sin golpes bajos. Sobre todo, con un trazo de fuerte calidad.

Esto lo marca el investigador Fernando Ochoa: “hay que remarcar que el Loco Chávez, no es un periodista comprometido con la realidad que lo rodea. Lejos está él de entender al periodismo como un arma de fuego para combatir al opresor. En las tiras publicadas se observa que hay una gran distancia con la historia de vida de hombres como Rodolfo Walsh o Jorge Ricardo Masetti, que decidieron dejar de ser meros redactores de la realidad, para ser protagonistas. El Loco Chávez es un personaje que rescata el costumbrismo argento y vive las peripecias de una clase media que se considera el único sujeto representante de la modernidad. Pese a estos elementos retóricos, se convirtió en una de las historietas más populares de la década del 70 y 80”.

Nos interrogamos: ¿pese a eso o debido a eso? Y continuamos. La palabra de sus hacedores es de sumo interés. Sigamos el hilo a través del escritor, Carlos Trillo: “En el diario nos pidieron una historieta de aventuras y nosotros pensamos en contar la historia de un periodista porque creíamos que en esta época eran los últimos que podían llevar una vida aventurera. Nos equivocamos, ellos tienen una vida tan desgraciada como la de aquellos que trabajan en un banco. La realidad nos pasó por encima y al poco tiempo el Loco Chávez empezó a sentarse en los bares a conversar, a levantarse minas y a pelearse con los amigos”.

Hay algo que no se recuerda debido a esa porteñidad que caracterizó al personaje durante la evolución de la tira. Sobre el arranque, el periodista Hugo Chávez vivía sus peripecias en Europa y ocasionalmente en Estados Unidos, donde era corresponsal de un diario argentino. Recién en febrero de 1976, el Loco se sitúa en Buenos Aires y deja de transmitir ajenidad para adoptar briznas costumbristas. Trillo lo explicó así: “La locación argentina del personaje hace que la aventura comience a tener tácitas restricciones, dentro de las reglas del juego impuesto en la tira, dadas, por el dibujo realista, la verosimilitud de los caracteres, el explícito aquí y ahora. No puedo hacer aparecer ya un personaje como Duckman (el hombre pato) una especie de seudo superhéroe que sí era posible en San Francisco. Si lo hago aparecer en la calle Corrientes, en la tira siguiente tiene que aparecer un patrullero que lo lleve preso”.

Trillo, se refirió a la censura en los años de dictadura: “Eran épocas difíciles, no se podía hacer ninguna reflexión política, había que tener mucho cuidado. Como los militares nunca se metieron con el sexo, el Loco Chávez corría atrás de las minas y eso no era problema. Pero si decías “las mandarinas están caras”, el comité de redacción lo miraba. Era bravo”. Pero el guionista, inteligente y sincero, se desmarcó de la heroicidad al señalar que nunca censuraron una tira del personaje: “Enseguida te dabas cuenta de cómo funcionaban los dispositivos de control en el diario, es decir, sabías tus límites. En cambio en Humor era mucho más libre, pero tampoco podías decir: Videla está asesinando gente”.

Es curioso. Pese a la cotidianeidad sin fisuras de la obra, el afecto que despertó en los lectores los llevó a imaginarla como contestataria. ¿Una equivalencia con Serú Girán, tal vez? Es demasiado aventurarse allí. Pero el propio autor citado lo aclaró: “Cuando los exiliados argentinos volvían al país nos decían lo valientes que habíamos sido para publicar chistes en Clarín. La valentía nunca pasó más de poner las mandarinas están caras. Si eso es revolucionario… Dios nos libre. Lo que pasa es que si nadie habla, de pronto que alguien pronuncie una palabra en contra, suena como una bomba. Pero nada fue más lejos que la política editorial del diario. El medio estaba en contra de la política de José Martínez de Hoz y comentar que las mandarinas estaban caras era perfectamente licito”.

Completó la idea de este modo: ”Para la época de la Guerra de Malvinas, Altuna se había radicado en Barcelona con su familia. Por eso dejamos tres meses la historia adelantada, es decir que no hablábamos del conflicto porque no sabíamos que iba a estallar. Los episodios transcurrían en un edificio del que algunas personas querían tomar un piso. La cantidad de gente que nos dijo que habíamos hecho una metáfora de la situación bélica fue descomunal. Ellos encontraron señales que no habían sido emitidas”.

Como contracara, el autor realzó la calidad general de las historietas elaboradas en todo el tramo. “Lo que nunca tengo claro es si estas cosas colaboraron con algo, me refiero, a salvar alguna vida. Lo que sí sé es que por lo menos algunas de estas historias ayudaron a leer más libre. Aunque no derrocaron al régimen, aunque no fueron armas de fuego contra el sistema, las historietas de la época ayudaron a pensar. Andrés Cascioli debe andar muy cerca de la idea de que HUM® o Fierro, fueron revolucionarias o contraculturales. Yo no coincido con esa idea. Los regímenes dictatoriales caen por cosas más grandes que un puñado de revistas”.

El dato no es menor. Se asienta en aquella dualidad: Lo que hacen los medios con las personas, pero, a su vez, lo que las personas hacen con los medios. La resignificación de los sentidos de las contratapas de Clarín, que incluían a un Clemente en abierta polémica con José María Muñoz –no por el apoyo del relator a la dictadura sino por la práctica de arrojar papelitos sobre el césped al ingresar los equipos- y muchos de los cuadros de Crist, más los sencillos y estilizados apuntes de Cora Cané en Clarín Porteño, sobre la parte inferior, manaban libertad sin exponer la idea. Aunque los propios realizadores no lo supieran, ese clima impactaba con energía sobre una comunidad doblegada.

Por entonces se desplegaban acuerdos tan sólidos como sórdidos entre la empresa Clarín y la Junta militar para hacerse de las acciones de Papel Prensa. Y si una porción de la militancia popular anti régimen lo sabía, se permitía un espacio para distanciar la complicidad ejecutiva con el intertexto que creía percibir en el decir de los graciosos personajes que atravesaban la zona de cierre del matutino. A lo largo de los años, nadie imputó a esos guionistas y dibujantes por haber estado ahí, en ese momento: Caloi, reconocido peronista, era invitado a escribir en la bien opositora revista Línea. Crist fue despedido de la vida con loas a su identidad social. Hace semanas nomás, Diego Carbone desplegó su recuerdo emocionado de Trillo en la web Nac & Pop.

Otras discusiones surgieron con posterioridad. El Loco Chávez ha sido evaluada como una historieta machista. La expresión “minas” atraviesa la obra y enfatiza el rol de objeto sexual. Los dibujos de Altuna son elocuentes y caracterizan la mujer ideal como una sex simbol. “En las tiras no se puede hacer una mujer normal por su belleza. Las mujeres pueden ser como la esposa del Señor López o como Pampita. En el medio no hay nada”, sostuvo al respecto Carlos Trillo. Altuna fue más lejos. Entrevistado por el escritor y experto en historietas Juan Sasturain, se quejó hace poco de los nuevos tiempos, en los cuales hay que cuidarse de todo. Tanto en España como en la Argentina, sostuvo el dibujante, no se pueden hacer chistes sobre homosexuales, negros, judíos… En su filosofía, el humor bien realizado no tiene porqué ser ofensivo.

Sería injusto, sin embargo, no abrir un paréntesis en la polémica para realzar la importante creación gráfica que resultó ser Pampita. Una belleza trabajada con detenimiento por el artista, que se asentó en la imagen de una poeta que conocimos en las cenas de la Oesterheld, años después: Stella Maris Fabrizzi. En un intercambio que permite razonamientos de fondo, la mujer de carne y hueso aceptó el seudónimo impuesto por la tira, aunque los contenidos de la obra no necesitaban que la Pampita que quitaba el sueño al Loco Chávez se apasionara por temas demasiado profundos.

Desde otro perfil, vale considerar un interesante apunte de Ochoa: “La identidad machista, no solo se sostiene por el concepto de mujer que se trabaja en las peripecias del periodista, sino que lo hace a través de la forma tan masculina de vivir la amistad, una cofradía de complicidades y bromas, donde los personajes nunca exponen las penas de amor porque socialmente fragiliza. El vínculo que rodea al periodista es la exposición de un mundo varonil en toda su plenitud. Hay que señalar que el código implementado por Trillo y Altuna, pudo ser posible por el consenso social que existía a la hora de publicarse las historietas, es muy probable que muchas de esas aventuras tendrían que ser reformuladas si tuvieran que reescribirse en el presente”. Sin entrar en cruces, desde estas líneas podemos decir “ma non troppo”, como lo comprobamos miércoles a miércoles con el clima gestado en el programa Terapia de Grupo que realizamos en Radio Gráfica.

El Loco Chávez resultó un habitué del café de la esquina de la redacción. Allí, resultaban memorables sus discusiones sobre los más variados temas con los amigos, que en conjunto evidenciaban tipologías porteñas en tono costumbrista. Los locales de Pumper Nic, las cabinas telefónicas de ENTEL y las máquinas de escribir son ideogramas de un modelo de país que ya no está. Las aventuras del protagonista equilibran en trascendencia conquistas y coberturas. Es que el acercamiento a las mujeres no quebraba el domo, mientras que las aproximaciones demasiado intensas a la realidad circundante hubieran originado dificultades editoriales. Las tramas maliciosas resultaban inocentes, y viceversa. En la relectura, el lector contemporáneo puede sentir que a la tira le falta un toque, digamos, de periodismo.

En el año 1987 el personaje se tornó más introspectivo. Chávez confió directamente al lector, sus frustraciones y esa percepción bastante difundida entre los porteños de las capas medias que ven concluir la juventud sin encontrar el rumbo para cambiar su destino: “Me siento solo, no he conseguido tener una pareja a mi lado y no sé si es porque a lo mejor soy un maniático insoportable. Además no tengo guita, no he conseguido ni un techo estable, ni siquiera un auto viejo. Encima Rácing no sale campeón hace 21 años”.

La inflación como disciplinador social era un síntoma concreto del fin de la primavera radical. Imperceptiblemente, empezaba el nuevo exilio argentino, en este caso con motivos económicos. El 10 de mayo de ese año, el Loco recibió un ofrecimiento de trabajo de una agencia española. En medio de la preocupación de sus amigos por la noticia, reapareció Pampita y después de tantas vueltas se enlazaron a fondo. Finalmente, el Loco Chávez se las picó, con la “mina”, rumbo a aquella España de puertas abiertas, hoy indetectable.

El volumen alcanzado por la serie y la dimensión que tenía para el público lector se evidenció en la misma contratapa. En las ediciones posteriores, personajes como Clemente, Diógenes y el Linyera se prendían en el juego y comentaban el cierre de las historias del periodista. El 12 de noviembre apareció en el lugar de la tira el cartel “Si leyeron bien: Fin”. Al día siguiente, un empleado de maestranza descolgó la presentación con la marca de la historieta y las firmas de los autores y en la última entrega, el jefe de redacción del Loco dijo, y se dijo: “se fue nomás”.

El 22 de noviembre de 1987 se publicó en ese espacio de la contratapa un aviso en el que se solicitaba periodista para un diario. Una semana después aparecía Roberto Blanco, al que le decían El Negro. La nueva historieta tenía guiones de Trillo pero esta vez con dibujos de Ernesto García Seijas. Fue una continuación de ese universo costumbrista, aunque con un personaje que resultó asociado –y comparado- con el de su antecesor. Careció de suceso. La gente, por así decir, quería al Loco, no a un sucedáneo.

Quizás la clave del éxito del Loco Chávez haya sido la identificación profunda con los lectores. Hombres que cuestionaron un poco pero no se jugaron mucho. Que dijeron rabietas entrelíneas sin asomarse a la lucha franca y directa. Que anhelaron mujeres de historieta y enlazaron su pasión a un paño con colores y un balón. Que sobrevivieron. Existen muchos modos de insertarse en esta profesión. Hay un lugar para periodistas estrellas; otro para animadores televisivos; un lugar para directores y editores; un lugar para redactores satisfechos con un buen texto; y también un espacio para quienes se asoman al periodismo y mientras lo ejercen, tratan de averiguar cuál es su lugar en el mundo.

En una de esas el Loco, allá lejos y con Pampita a su lado, haya encontrado el sitio justo.

 

** Texto publicado en el periódico Conexión 2000, Arte y Cultura en el Nuevo Milenio.

  • Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica

 

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