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domingo , mayo 19 2024
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El Factor – Gallardo

Por Carlos Aira​ *

River Plate se consagró campeón de América luego de 19 años. En poco menos de un año, la banda se consagró campeón de los dos torneos más importantes a nivel continental. ¿Qué cambió en River para dejar atrás el oprobioso descenso y su paso por la B Nacional para llegar a este presente soñado?

Se pueden realizar variados análisis. El primero es político-institucional. El perfil que le imprimió la gestión Rodolfo D´Onofrio lo emparenta a momentos mas propios de la historia riverplatense. Lo que en una primera instancia fue una idea de reencuentro con la historia se tradujo en realidad. River se consagró campeón del Inicial 2014, quebrando una racha de seis años sin títulos de primera, y el segundo en una docena de años. Luego de la salida de Ramón Díaz, el manager Enzo Francescoli tomó una decisión vital: sugirió la contratación de Marcelo Gallardo.

Tracemos un perfil del popular Muñeco. Debutó con sólo 17 años, allá por 1993. Su enorme talento no estuvo acompañado de un reconocimiento. A la sombra de Ortega y el mismo Enzo, forjó un carácter enorme en situaciones difíciles. Sin reconocimiento por parte de la prensa y el público. Se decían barbaridades de él. Se decía que Daniel Passarella era dueño de su pase, que por eso jugaba. Que tenía conductas extradeportivas que no eran correctas. Tantas cosas se dijeron. Dos historias que marcan como templó su carácter: partido amistoso del seleccionado argentino ante Australia. Año 1995, cancha de Quilmes. Gallardo ejecutó un penal por encima del travesaño. Un ignoto defensor visitante – ante un estadio que no paraba de insultar al Muñeco – se paró delante de él y le hizo el universal gesto de «cagón». Casi ningún compañero fue a copar la parada. Gallardo, de 20 años, era la imagen de la impotencia. Pocos años después, en 1998, fue titular en el partido que el seleccionado enfrentó a Croacia en fase de grupos. Esa tarde francesa, Daniel Passarella lo volvió loco con las instrucciones. Gallardo le gritó: «deja de hincharme las pelotas, Daniel». Sirvió, para que nunca más lo alineara de movida, si bien fue la gran figura del partido. Ya no era el mismo jugador. Los títulos obtenidos en River le habían permitido sumar una confianza enorme.

Este Gallardo, que sólo vistió la camiseta riverplatense en nuestro país, fue el encargado de darle un plus a River. El «Inflador Psicológico», como alguna vez definió el Toto Lorenzo. Cuando en Agosto de 2014, el Boca de Carlos Bianchi adquiría jugadores por millones, River tan sólo contrató a Leonardo Pisculichi en condición de jugador libre. Piscu fue fundamental para el juego que mostró River durante el segundo semestre del año. Pero llegó el momento de la encrucijada: luego de un campeonato que se decantaba, un empate sorpresivo ante Olimpo en el Monumental lo colocó a Gallardo ante una decisión – seguramente consensuada con la dirigencia – de alta exposición: obtener el bicampeonato o enfrentar a Boca Juniors con lo mejor en la semifinal de la Copa Sudamericana. Poco había quedado de aquel muchacho humillado en el Centenario cervecero.

No era una decisión sencilla. Más por el momento personal de Marcelo Gallardo, que perdía a su madre en esas horas. La prioridad riverplatense fue enfrentar a Boca en un mano a mano que no se intuía venturoso: los xeneizes tenían en sus espaldas grandes victorias internacionales sobre River en competiciones internacionales, y se proyectaba esta idea como una cruz sobre la banda roja. Gallardo le brindó a sus jugadores una combatividad ilimitada. El equipo lujoso del 2014 – hasta la lesión de Matías Kranevitter en el partido ante Independiente – le dio paso a once muchachos que jugaron cada pelota con una ferocidad extrema.

Para el recuerdo quedaron las lesiones que el lateral Leonel Vangioni le provocó una seria lesión al «Burrito» Martínez. Pero en ese partido jugado en la Bombonera fue explícita la nueva actitud de éste equipo. El resto es historia. Victoria en el Monumental – con penal atajado por Barovero antes del minuto de juego – y final superada ante Nacional de Medellín.

Esa misma decisión le permitió a River sobreponerse de situaciones límite en ésta Libertadores. En fase de grupos, más cerca del arpa que la guitarra, logró dos goles agónicos ante Tigres en Monterrey cuando se descontaba la eliminación luego del empate-derrota ante Aurich en el Monumental. Clasificó último para los octavos de final y le tocó enfrentar a Boca. Allí apareció nuevamente el Factor-Gallardo. Cuando la cátedra lo tenía al Boca que no había resignado puntos favorito, River encaró los clásicos coperos con inteligencia y rigor. En Núñez no faltó pierna fuerte, y un gol sobre el final. En la nefasta noche del gas pimienta, River mostró todas sus virtudes para desnudar las fragilidades xeneizes.

Pero las muestras de temple continuaron. Ante Cruzeiro – la gran bestia negra millonaria – luego de la derrota inicial en el Monumental, llegó una goleada 0-3 con un Teófilo Gutierrez en plan estelar. Claro, el delantero colombiano es tan temible como impredecible y luego del parate por la Copa América decidió emigrar. Ahí apareció nuevamente la dirigencia. Llegaron los ilustres restos de Javier Saviola y «Lucho» González, y casi inadvertido, un delatero santafesino que hacía pocos meses había vuelto a la primera división con los diez ascensos a la máxima categoría. Muchos se preguntaban si Lucas Alario era refuerzo para River. El ojo clínico de Gallardo fue implacable. Tanto como su reclamo por el uruguayo Tabaré Viudez, al cual había dirigido en Nacional de Montevideo. En el Defensores del Chaco, ante un Guaraní que se había cargado a Corinthians y Racing – ambos de visitante – el toque magistral de Viudez y la definición del santafesino dejaron a River de cara a una inesperada final luego de 19 años. Un equipo feroz.

Las finales ante Tigres fueron un paso hacia la gloria. Por idiosincracia, los equipos mexicanos no están capacitados aun para comprender – en su total dimensión – la Copa Libertadores de América. Apoyados en la fortuna de la industria cementera mexicana, la Universidad de Nuevo León – Los Tigres – son un equipo formado a base de cheques millonarios. Como la millonaria excentricidad del delantero francés André-Pierre Gignac, contratado por cinco millones de euros anuales. River no pasó sobresaltos en los 180 minutos de juego. Controló con la solidez de un arquero tan frágil como seguro, como lo es Marcelo Barovero. Se recostó en la zaga Maidana-Funes Mori, que juegan juntos hace cuatro temporadas, y no escatimaron presencia física y juego aéreo en ambas finales. Un tándem de medios que auna talento en ese proyecto de enorme jugador que es el tucumano Matías Kranevitter y Nicolás Bertolo, con fuerza e inteligencia en Carlos Sánchez y Leonardo Ponzio. Arriba, la potencia de Alario y la presencia histórica de Fernando Cavenaghi.

Un dato más que no le caerá simpático a los amantes del Fair-Play: Tigres tuvo dos veces en sus manos la eliminación riverplatense. Estuvo a minutos de echar a River en la fase de grupos, antes del empate anteriormente citado. Una semana más tarde, envió suplentes – y no todos los necesarios para sentar siete en el banco de suplentes – ante Aurich en Perú. Con perder o empatar aquella noche, se sacaba de encima a un gigante y dejaba en competencia a un equipo limitado. Ganó 5-4 en Perú. A buen entendedor…

5 de agosto de 2015. La noche soñada de River. Un histórico renacer luego del descenso de 2012. Bajo el diluvio porteño, Leonardo Ponzio, abanderado de aquel regreso, jugó un encuentro conmovedor. Cuando debió exponerse a la burla y una enorme pérdida de sangre en aquel partido definitorio ante Boca Unidos de Corrientes, lo hizo. Ayer fue el corazón millonario. En esta vuelta no hubo mágicos como Beto Alonso o Enzo Francescoli. Este equipo es hijo del talento y la verguenza deportiva. El factor-Gallardo a pleno.

* Desde el Barrio / Abri la Cancha / La Señal Fútbol

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