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sábado , abril 27 2024
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La flor del adiós

 

Por EDUARDO GURUCHARRI *

 

El martes 7 de marzo falleció en Mendoza, Sofía D´Andrea. Tenía 77 años. Quiero evocarla y creo que debo. La conocí hacia el verano del 65. Veinte años y las zapatillas rotas… – decía años ha Don Alberto Alegría, taxista.

Sofía fue docente, periodista, militante, tuvo dos maridos y cuatro hijas. Nació en 1945. Familia de origen italiano, simpatía peronista, educación cristiana.  Barrio apacible de casas bajas y pequeños jardines en Turdera, al sur del Gran Buenos Aires. Allí creció junto a su hermana mayor y el varón menor que ella.

La falaz democracia en la que se revestían la “libertadora” y sus herederos, la indignó como a tantos jóvenes sesentistas, estudiantes politizados en el conflicto entre los partidarios de la enseñanza laica y la “libre”, quizás el mayor debate público sobre educación de la historia argentina. El vuelco a la militancia política se resolvió en muchos casos con los cánones predominantes en la época, que no excluían el recurso a la violencia, harto justificado frente a la    dictadura abierta o apenas encubierta que regía y asolaba.

Nunca supe de su comienzo en las FAL. Lo leí ayer en un recordatorio, pero de todos modos me cierra. Sofía era audaz y ellos muy secretos. Yo la habré conocido en el año 65. Pronto se vino con otros compañeros mas experimentados que ella a la Juventud Revolucionaria Peronista, donde todavía distábamos de ser secretos. Fui apenas un intemediario, Detrás de mí estaban las conferencias y textos de Cooke y mas aún las proclamas de Gustavo Rearte

Hacia fines de los 60 ella dejó Buenos Aires. Había conocido a Juan Carlos Arroyo, ex estudiante de medicina en Córdoba y dirigente de la JRP de Jujuy. Luego se casó con él e instalados allá pronto nacieron las mellizas. En el 70 los jujeños y Sofía adhirieron al Frente Revolucionario Peronista, que encabezaba el salteño Armando Jaime.

En el 71 el Negro Arroyo cayó preso por combatir a la dictadura militar de entonces, pero meses después se fugó de la cárcel de Tucumán. Fue recapturado en el 72. Acusado por acciones armadas bajo la sigla puramente intencional de Ejército Libertador del Norte, recuperó la libertad el 25 de mayo del 73, al volver el Peronismo al gobierno.

Sofía se convirtió entonces en la señora esposa del Director del Museo Histórico de Jujuy, director revisionista para un museo cuyo emblema era -y es- Juan Lavalle. pero eso duró poco. El conflicto interno del peronismo provocado inicialmente por el brusco giro a la derecha de Perón se llevó todo puesto, incluso antes que el General falleciera. En febrero del 74 Arroyo sufrió un atentado y pronto tuvo que dejar la residencia permanente en Jujuy. El matrimonio no resistiría tanta movida.

A principios de noviembre de aquel año, la presidenta Martínez de Perón decretó el Estado de Sitio “para combatir la subversión”. Al día siguiente la ciudadana Sofía Alicia D’Andrea de Arroyo fue detenida en la capital provincial y sometida a interrogatorios bajo tormentos de conocidos policiales locales -represores a quienes acusaría penalmente décadas después, en juicios de lesa humanidad celebrados en la provincia.

Pero en el 74 la compañera fue en cana sin discusión, por decreto del Poder Ejecutivo Nacional. Alojada en el penal  de Gorriti, se convirtió en una presa política en sentido estricto, sin causa ni proceso. No pasó mas de un año en la cárcel. Tal vez menos. Logró acogerse a la opción constitucional para abandonar el país y mediante otro decreto de Martínez fue embarcada por la policía y partió hacia Lima, Perú.

En los primeros 70, mientras criaba a las mellizas Sofía había anudado un sólido vínculo personal y político con Marina Vilte, la fundadora jujeña de CTERA, vínculo que mantuvo hasta el final. Vilte fue detenida desaparecida el 31 de diciembre del 76 en San Salvador de Jujuy; tenía 38 años. Décadas después, en 2008, D’Andrea publicó una bella biografía sobre la dirigente de los maestros.

Ya separada de Arroyo, ella pronto abandonó Perú, volvió secretamente al país en el verano del 76 y aportó en Buenos Aires al FR17, la fusión del FRP y el MR17. Este último era la continuación de la JRP, por lo que volví a ser conmilitón de Sofía en sentido estricto. Ella conservaba el cariño y la comunicación con el Negro, quien visitaba en secreto a sus hijas.

Arroyo cayó secuestrado a fines de octubre del 76 en la bonaerense Moreno. Para entonces habían caído decenas de militantes y allegados en distintos lugares del país y Sofía tuvo que volver al exilio. Con la ayuda de la abuela Azucena y de su cuñada, logró sacar del país a las mellizas y se ocultó en Bolivia. Ahí aguantó toda la última dictadura argentina, se forjó discretamente como periodista y hacia el final logró ser reconocida como exiliada.

Estuve repasando listas de capturas emitidas por los genocidas y la encontré en dos. En “Nómina de D.T. (delincuentes terroristas) cuyos pedidos de captura se mantienen vigentes al 20/5/80”, D’Andrea de Arroyo, Sofía Alicia, figura con el número 15, número que por lo menos indica prelación en el tiempo. Y en la famosa, la lista que se encontró en 2020 abandonada en un mueble de la ex SIDE, la cual se supone estuvo vigente hasta 1983, hay 148 mujeres y Sofía figura en el número 10. ¿Tan solo víctimas? A mi modo de ver, también un honor peligroso, pero honor al fin.

Al regreso, ella eligió Mendoza con su compañero el catamarqueño Ramón Vega, de trayectoria política similar a la suya. Allí tuvo otras dos hijas, pudo ejercer su profesión docente, impulsó el movimiento de mujeres y otras causas nobles, siguió como periodista y mucho luchó por memoria, verdad y justicia.

Sofía tuvo una gran sensibilidad popular y americana. Porteña en sentido amplio, eligió vivir en provincias y cuando tuvo que exiliarse, eligió Perú y Bolivia, esta última quizás obligada al comienzo, pero allí permaneció. Que yo sepa, nunca se propuso, por ejemplo, marchar a Italia.

En la militancia política, ella siempre tendió puentes.

Yo diría valiéndome de su fondo cristiano que su vida derramó agua bendita. Lo cual no pretende evocar a una santa. Fue una mujer moderna, independiente, dueña de su cuerpo y feminista en su versión del feminismo -me arriesgo, mas bien precursor de las marrones.

En lo personal me toca muy de cerca. Para escribir estas palabras tengo que admitirlo.

En mi escasa memoria guardo imágenes. La recuerdo caminando una tarde por Boedo, quizás en 1966. Sorprendido por su regreso clandestino a Buenos Aires, en el 76. Algunas cartas que no conservo, intercambiadas entre La Paz y Madrid durante el exilio. El reencuentro, quizás en su casa de Turdera, año 85 u 86. Su locución compartida con el actual director de La señal medios, en el homenaje a nuestros compañeros caídos -acto del 30/11/96 en la CTA de Buenos Aires, que está grabado. Los días en Mendoza con Bernardo Alberte (h) presentando “Un militar entre obreros y guerrilleros” en 2001, por iniciativa suya mas el querido Ramón Torres. Los del juicio casi reciente, en 2018, el último contra Etchecolatz, aquí en Comodoro Py, por los secuestros del GT2 en Puente 12 /Cuatrerismo /Brigada Güemes y los asesinatos probados del Negro, Jorge Di Pascuale, Marta Taboada, Gladys Porcel y compañeres de otras militancias. Por citar hechos importantes, la suma de esfuerzos y convicciones que ella impulsó y enseñó a impulsar.

En octubre le mandé un saludo y respondió con una flor. La miro y veo su adiós.

 

 

*Autor de Un militar entre obreros y guerrilleros y coautor de La patria socialista.

 

 

 

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