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miércoles , mayo 1 2024
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Andá pa yá bobo

 

Por CARLOS BALMACEDA *

 

Fontanarrosa, como todo profeta, contó este episodio hace mucho, cuando Lío quizás ni había debutado.

El Negro nos dijo quién sabe cuántos años atrás lo que hoy vimos y vivamos todos.

En el cuento “Lo que se dice un ídolo” el protagonista es Pedrito, un delantero que jamás recibió una amarilla, no hacía declaraciones picantes y se casó con su noviecita de la infancia.

El narrador postula que esa corrección siempre le jugó en contra, porque ni siquiera reaccionaba antes las agresiones más aleves.

“Y mirá que liga, eh. Porque siempre fue para adelante y lo estrolaban que daba gusto. Muy respetado por los rivales, por el referí, por todos, pero le pegaban cada guadañazo que ni te cuento. (…) Mirá que más de una vez se podía haber levantado y haberle puesto un castañazo al que le había hecho el ful, o a la vuelta siguiente encajarle un codazo, pero él… nada che. Una niña”.

Durante la mayor parte de su carrera, Messi fue una esfinge indescifrable para nosotros, un tipo que no recibió el don de una gestualidad elocuente y que no se lo ve pillo como para sacar esa ventaja extra que el fútbol requiere a veces.

Claro, si el pibe es un inmigrante desde los doce años, un desterrado que encerró toda noción de patria en sus padres, en su mujer, y hace unos años, en sus hijos.

Si la infancia es la patria, a Messi le amputaron un pedazo grande: un poquito de escuela, un poquito de barrio, potrero hasta ahí, y después, el Primer Mundo, la ciudad más tilinga de España, contratos millonarios con marcas de zapatillas, camisetas y lo que se te ocurra.

Sin embargo, por algún misterioso y amoroso afán, el pibe se aferró a ese pedacito blanco y celeste en el que es posiblemente el signo más poderoso de la identidad nacional: el habla.

Messi no habla como un argentino, habla como un rosarino. Cuando cualquier advenedizo con unos meses en la península anda “vale de aquí, vale de allá”, él persiste después de casi un cuarto de siglo, en inflexiones, expresiones y en los ritmos de una lengua que solo escuchó hablar a sus padres.

Alguna vez un compañero del Barsa, un gallego, lo homenajeó sabiamente con esta definición “cuando termina el entrenamiento, Lío no vuelve a la Argentina, regresa a Rosario”.

Así que era más que lógico que otro tipo de su ciudad anunciara esto que pasó hoy, y que lo vuelve definitiva y entrañablemente nuestro.

Nuestro Lío no es elocuente, provocador ni expresivo, es una maquinita virtuosa de fútbol, alguna vez comparado con un muñequito de la Play, pero, claro, cómo no sería así, si su vida transcurrió entre coordenadas asépticas, algodones mullidos y estrellas del balompié con Ferraris.

Sigue el Negro:

“Un duque el Pedro. Claro, ¿cómo no lo iban a querer? Los contrarios, los compañeros, todos. Pero… ¿querés que te diga? No sé si era cariño, cariño. Por ahí era respeto, más que nada. Respeto ¿viste? Porque mirá que yo lo conozco al Pedro y te digo que no es un tipo demasiado fácil para acercarse, para hablar, para… ¿cómo te digo?… para que se te franquee. ¿Viste? No es un tipo que va a venir y sin que vos le preguntés nada te va a contar de algún balurdo que tiene, algún fato afectivo… no, no es de esos. Es un tipo más bien reconcentrado que, a veces, para que te cuente qué le pasa, la puta, se lo tenés que preguntar mil veces, y eso que a mí me conoce mucho”.

Lío creció bajo la sombra de un dios excesivo, del que cada uno de los que estuvo cerca tiene alguna anécdota para contar, un tipo que lanzaba frases precisas y exactas como pelotas al pie, caprichoso, arrogante, que comprendió que la de gajos era un planeta que hacía girar todos los negocios y todas las mejores y peores causas del mundo.

Bajo ese peso imposible, se dedicó a jugar lo mejor posible, a cantar las estrofas de un himno olvidado en algún patiecito escolar, a tratar de conectar eso que le expande el alma justo debajo del escudo de la AFA, en cada rugido de la hinchada, pero sin saber exactamente por qué ni para qué.

Argentino al fin, se deprimió en la derrota y el desprecio, en los dados chuecos de la suerte y, anduvo con el corazón y la cabeza heridos durante tantísimos años.

El Dibu, también argentino pero más joven y con la ventaja de abrirse a un mundo que enlaza muchos mundos distintos, llevó al diván toda esa angustia, se paró bajo los tres palos en posición de loto y le metió budismo zen a cada tanda de penales.

De ese caminarse por adentro, hasta sacó la canchereada necesaria pero no bocona, el desafío de compadrito que –si Borges hubiera sabido algo de fútbol- habría apreciado.

Lío, asalariado de una multinacional del fútbol, osciló entre ser el empleado más eficaz y el intento de descifrar la que era también para él una esfinge: el pueblo argentino. En ese hacer, fue perfecto pero no nos terminaba de conquistar. Es que sin los desbordes de Evita, Gatica o el Diego, no somos capaces de adoptar un dios terrenal que nos complazca.

Y, mención al margen, habrá que revisar esa idea, porque todos esos ídolos no terminan bien, nos llenan de orgullo, fe y combate pero se mueren trágicamente jóvenes, como si se quemaran por todos nosotros en la hoguera de la historia. Ni el Che que era de puro marxista un virtuoso sin máculas se salva de ese destino.

Fontanarrosa, o, más bien, el narrador de su cuento, insiste a Pedrito por esa mancha que lo hará grande.

“Incluso yo a veces le decía: No dejes que te peguen» porque me daba bronca ver cómo la ligaba y se quedaba muzzarella. No dejes que te peguen, Pedro le decía. Poneles una quema, meteles una buena plancha, a ver si así te van a entrar tan fuerte».

Y así, nosotros viendo a Messi, tal como los hinchas que seguían a Pedro, no comprendíamos la corrección del tipo, que más de una vez nos pareció amargura de pecho frío.

Pero no, y aquí está otra vez el Negro para aclarar la cosa:

“Cuando se armaban esos bolonquis de todos contra todos o esos entreveros con el referí en el medio, que son ¿sabés qué? pa repartir tupido, son una uva, él se quedaba a un costado, con los bracitos en la cintura, ni se acercaba. Y en esos entreveros no hay peligro ni de que te echen, ahí te meten esos puntines en los tobillos, o te tiran del pelo, te meten los dedos en los ojos o te aplican un cabezazo y vale todo. Nadie vio nada. Que siga la joda. Y no era que el Pedro no se metiera de cagón, ¿eh? Porque eso sí, de cagón nunca tuvo un carajo. Un tipo que se mete en el área como se mete el Pedro, oíme, a un tipo de esos ni en pedo lo podés catalogar de cagón.

Pedro no se calentaba. Tenía eso. No se calentaba. No era un tipo que se podía calentar. Lo fajaban y se quedaba en el molde. Y la hinchada lo quería, sí, pero nada más. Cuando salía de los vestuarios después del partido, las palmaditas, Bien Pedro, Buena Pedrito”.

Y es que tanto a Messi como al personaje, lo definen las mismas cuestiones. Ni alcohol, amantes, cocaína, caídas y puteadas, hasta que alguna revista le inventa un romance, y entonces, el tipo sale a desmentir tajante la especie.

Para el segundo rumor, el consejero-narrador le dice:

“Pedrito no hagas declaraciones. No digas ni desmientas nada. Quedate chanta, haceme caso. Lo corrí un poco con el verso de que él no podía prestarse a ese escándalo, que él tenía que mantenerse por sobre toda esa suciedad, que no tenía que prestarse siquiera a hablar del asunto. Que ya bastante se había ensuciado antes con el balurdo anterior con la Mirna Clay. Y el Pedro me hizo caso. Lo llamaban de los diarios y él decía que no iba a hablar del asunto. Que no insistieran. Y los periodistas, que son lerdos también, se agarraron de eso que el que calla, otorga. Al domingo siguiente, tenían que jugar en Buenos Aires un partido chivo contra Vélez. Y al Pedro lo marca Carpani, un hijo de mil putas que le pega hasta a la madre y este Carpani lo empieza a cargar. Le decía: ¡Qué mierda te vas a voltear vos a esa mina, si vos en tu vida te volteaste ninguna!, ya que sos tan macho animate a entrar al área que te voy a romper la gamba en cuatro pedazos, esas cosas. Y le tocaba el culo. Al final el Pedro, mirá como estaría, le pegó semejante roscazo que le arruinó la jeta. Le puso una quema en medio de la trucha que lo sentó de culo en el punto del penal. ¡Te imaginás lo que fue eso! Que al terrible Carpani, el choma que se comía los pibes crudos, el patrón del área, le pusieran semejante hostia en la propia cancha de Vélez, en el Fortín de Villa Luro. Lo tuvieron que sacar en camilla porque quedó boludo como media hora. Y a Pedro, más bien, tarjeta roja y a los vestuarios. Por primera vez en la vida (…) volvió en cancha nuestra, contra la lepra. Y ahí se confirmó mi teoría. Era un mundo de gente. Muchos habían ido por el partido, pero muchos habían ido para verlo al Pedro. ¡Y cuando entró… se venía abajo la tribuna, mi viejo! «Y coja, y coja, y coja Pedro, coja» cantaban los negros. Era una locura. Y pegue, y pegue, y pegue Pedro, pegue. Como será que hasta el Pedro se emocionó y se apartó de los muchachos para saludar a la hinchada con los dos brazos en alto. Una locura. Ahí empezó a ser ídolo. Ahí empezó”.

Hoy Lionel se plantó frente a la provocación de Van Gaal y le zampó un “Topo Gigio” al mejor estilo Riquelme, lo hizo callar con una manito significativa y después, al fin, nos dejó una frase maradoniana en medio de una entrevista: “´¿Qué mirás, bobo? ¿andá pa´yá, bobo”. Payá, así le dijo, como si fuera Olmedo jugando con Portales en el sketch del sillón, volviendo a la vieja y querida lengua.

Sí, además hoy fue, siempre según su estilo entre tímido y reconcentrado, caudillo del equipo. Donde antes había un caprichoso que no terminaba de madurar, perdido en la encrucijada de patria, negocio, victoria y derrota, entre el ser, el parecer, y la persona escénica que finalmente nos dijera “aquí el brazo argentino triunfó”, nos puso frente a un varón en todo y por todo, ante un compatriota al que sacarse el sombrero.

Hoy se cumplió la parábola que Fontanarrosa remata así, hoy aquel Juan Bautista que anuncia a este mesías, cumplió el ciclo y se apropió definitivamente de su ADN:

“No podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio… ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo. Decí que el Pedrito se apioló tarde de cómo viene la mano”.

Para Lío, por suerte, y para nosotros también, todavía hay tiempo.

 

  • Escritor, periodista, actor. 

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