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lunes , abril 29 2024
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Política Nacional y Revisionismo Histórico

 

Por ARTURO JAURETCHE

 

HISTORIA Y REALISMO

Dice Chesterton, en alguna página traspapelada en mi memoria, que es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista, como una alternativa, y que el error proviene de confundir al político practicón con el realista, lo que es un absurdo, ya que el realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo que se compone de ideal y de cosas prácticas. Así, el político realista, es decir, sustancialmente el político, ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o de la imaginación, ni está tan atado al hecho concreto que se deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado, diferenciándose bien del practicón, que es un simple colector de votos o fuerzas materiales.

Para una política realista la realidad está construida de ayer y de mañana; de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes, de causas y de concausas. Véase entonces la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible. De ahí el subtítulo de este trabajo, -de fines nacionales-, sin un conocimiento cierto del pasado, pues no hay una política en el que la posibilidad de tales fines está contenida, tanto como en el presente.

Conocimiento de la realidad imprescindible a un planteo del futuro, del mismo modo que no puede obtenerse un producto químico sin conocer los elementos que se mezclan en la probeta. Y aquí no se trata sólo de elementos materiales, porque el conocimiento del pasado es experiencia, es decir, aprendizaje; el elemento técnico del laboratorio que ahorra la búsqueda puramente empírica, el ensayo permanente, la continua frustración, el fracaso reiterado, mucho más grave cuando la probeta es precisamente el cuerpo social, el país y sus hombres. Eso es la función de la historia en la química de la sociedad y de las naciones: proporcionar juntamente con los datos de la realidad, la aptitud técnica para aprovecharlos. La falsificación ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional.

Así hemos carecido de realismo político en el sentido señalado por Chesterton, obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones. Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se la conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional. Si la desfiguración de la historia hubiera sido un mero hecho personal, la accidental acumulación de inexactitudes históricas que toda historia contiene, unas veces por defecto de información y otras por defecto de interpretación, el error no tendría ese significado. Pero en el caso argentino no ha jugado sino en mínima parte la ecuación personal de los historiadores, el error voluntario o involuntario personal; hubiera jugado a lo sumo por término corto, por el término precario de la vida de los actores y sus pasiones de combatientes; pero no como ha ocurrido, con una deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso secular, articulando todos los elementos de información e instrucción que constituyen la superestructura cultural con sus periódicos, libros, radio, televisión, academias, universidades, enseñanza primaria y secundaria, estatuas, nomenclaturas de lugares, calles y plazas, almanaque de efemérides y celebraciones, y así…

POLÍTICA DE LA HISTORIA

Aquí ha habido una sistematización sin contradicciones, perfectamente dirigida. Ha habido una sistemática de la historia concebida después de Caseros y que no puede explicarse por la simple coincidencia de historiadores y difusores. No basta decir, por ejemplo, que los vencedores de Caseros y su más alta figura en la materia, Bartolomé Mitre, construyeron una historia falsa y que la desfiguración es el producto de la simple continuidad de una escuela histórica por ellos fundada. Una escuela histórica no puede organizar todo un mecanismo de la prensa, del libro, de la cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento, simplemente obedeciendo al capricho del fundador. Tampoco puede reprimir y silenciar las contradicciones que se originan en su seno, y menos las versiones opuestas que surgen de los que demandan la revisión. Sería pueril creerlo, y sobre todo antihistórico.

No es pues un problema de historiografía, sino de política: lo que se nos ha presentado como historia es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia histórica nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así, pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico. De tal manera el revisionismo se ve obligado a superar sus fines exclusivamente históricos, como correspondería si el problema fuera sólo de técnica e investigación, y apareja necesariamente consecuencias y finalidades políticas. La política de la historia falsificada es y fue la política de la antinación, de la negación del ser y las posibilidades propias, y la revisión de esa historia no puede prescindir del contenido político que esas circunstancias le imponen.

Desde que el revisionismo intente restablecer la verdad y dar bases verdaderas al pensamiento nacional, ya se instrumenta con política propia, y se confunde con la tentativa de crear una política nacional. Si es difícil, y será motivo de debate, desde la verdad establecida, definir cuál será esa política nacional, porque distintas corrientes podrán diferir en la programática de los fines, es incontrarrestable, en cambio, que la verdad histórica es el antecedente de cualquier política que se defina como nacional, y todas tendrán que coincidir en la necesaria destrucción de la falsificación que ha impedido que nuestra política existiera como cosa propia, como creación propia para un destino propio.

La historia falsificada fue iniciada por combatientes que, en el mejor de los casos, no expresaron el pensamiento profundo del país; por minorías que la realidad de su momento rechazaba de su seno y que precisamente las rechazaba por su afán de imponer instituciones, modos y esquemas de importación, hijos de una concepción teórica de la sociedad en la que pesaba más el brillo deslumbrante de las ideas que los datos de la realidad; combatientes a quienes posiblemente la pasión y las reacciones personales terminaron por hacer olvidar -excediendo en esto a sus errores intelectuales- los límites impuestos por el patriotismo para subordinarlos a intereses y apoyos foráneos que, éstos sí, tenían conciencia plena de los fines concretos que perseguían entre la ofuscación intelectual de sus aliados nativos.

Las pasiones de ese momento inicial de la historia falsificada, pueden explicar las simples inexactitudes. No sería, en tal caso, verdaderamente una falsificación, sino la visión parcial de la bandería. Si no hubiera pretendido ser «la historia» sería la lógica deposición de una parte de los actores, los vencedores de ese momento inicial de Caseros, solos en el escenario por el aniquilamiento o el sometimiento de los vencidos. Sería también explicable que ellos hubieran concebido la historia del mismo modo que habían actuado; como un quehacer ideológico desvinculado de los elementos de la realidad.

FALSIFICACIÓN HISTÓRICA. SUS FINES ECONÓMICOS Y SOCIALES

Pero entonces ya la falsa historia comienza a funcionar no sólo por la desvirtuación del pasado, que sería como hemos dicho explicable, sino como un sistema destinado a mantener esa desvirtuación y prolongarla en lo sucesivo imponiéndola para el futuro por la organización de la prensa y la enseñanza, de la escuela a la universidad, con una dictadura del pensamiento, esa que señala Alberdi, que hiciera imposible esclarecer la verdad y encontrar en el pasado los rumbos de una política nacional. Comienza una política de la historia. Esto era una exigencia de la estructura económica que se creaba por la aplicación lisa y llana del liberalismo económico, que coincidía en esos momentos con los intereses de la dominación de Gran Bretaña, pues su fundamento era la división internacional del trabajo.

La revisión de la historia ha puesto ya en evidencia que todos los conflictos que han precedido a Caseros no han sido más que los distintos aspectos de la lucha entre el país que quería realizarse, según su modo americano y tradicional, y la finalidad británica de acomodarlo a su esquema imperialista; a eso tendía la desintegración territorial, comenzada en Alto Perú -como lo quería Rivadavia intentada por la segregación del Litoral, lograda con la separación de la Banda Oriental y culminada con la guerra del Paraguay. Conforme al esquema de la división internacional del trabajo el destino del Río de la Plata era ser proveedor de materias primas. Si Canning había puesto en acción el pensamiento de Cobden, «Inglaterra será el taller del mundo y la América del Sur su granja», ese pensamiento había de continuarse hasta nuestros días, como se ve en las instrucciones de Churchill a Lord Halifax para sus negociaciones con los Estados Unidos durante la última guerra: «Por otra parte, nosotros seguimos la línea de EE.UU. en Sudamérica, tanto como es posible, en cuanto no sea cuestión de carne de vaca o de carnero. En esto, naturalmente, tenemos muy fuertes intereses, a cuenta de lo poco que obtenemos». (Memorias de Churchill, ed. Boston, T. VI, pág. 75).3

PROGRESISMO LIBERAL Y PROGRESISMO NACIONAL

Porque la política liberal de Inglaterra está planificada, paradoja que no quieren comprender los liberales; si en ese momento el Río de la Plata interesaba más desde el punto de vista mercantil para la colocación de las manufacturas, la línea de la política imperial iba en distancia a la creación de las condiciones de abastecedor previstas. Es lo que no comprenderán quienes viendo la política de progreso promovida por Gran Bretaña y sus ejecutores locales no perciben que ese progresismo en una dirección es el que a ella le conviene y no al país, y genera la economía distorsionada que padecemos, con la hipertrofia portuaria y la extenuación del interior; el desarrollo agrícola ganadero y la obstaculización del desarrollo, industrial; el sistema de dominio de la tierra que antepone la producción barata y en masa al desarrollo de la población rural; el sistema de transporte organizado sólo en vista a la exportación masiva, y la política bancaria y de comercialización de la producción, puesto al servicio de ese mismo sistema.

El liberalismo económico supone una planificación -valga la paradoja- que es la de la división internacional del trabajo. Es que la estructura propuesta para la Argentina supone una reducida clase terrateniente, una mínima clase media, necesaria para la intermediación, la burocracia del Estado y la escasa técnica que demanda esta economía primaria y simplista. En una palabra, el típico país productor de materias primas del mundo colonial, con una clase señorial poderosa y con una población de «pata al suelo», lo más cercana posible al infraconsumo. Así también la política de la inmigración no es, como lo fue en Estados Unidos, una política de población fuerte y afincada sino la necesaria para proporcionar mano de obra barata y acelerar el proceso de producción agrícola-ganadero dentro de aquel esquema simplista. Esta política ha hecho algunas concesiones a la defensa industrial en ciertas zonas del país, caso del azúcar y del vino, dejando actuar a los sectores del liberalismo que comprendían la necesidad de limitar el librecambio. Pero mírese bien y se comprobará que ambas producciones importaban la recíproca de alejarnos de los mercados que nos proveían de esos mismos productos, y que eran competidores de Gran Bretaña como exportadora nuestra. (Francia especialmente en lanas, y Brasil y los países del Caribe como consumidores de carne salada a las que había estado sirviendo la economía precapitalista de los saladeros).

Juntamente con la creación de las condiciones de producción prevista por Gran Bretaña -y ese es el sentido de ese progresismo- había que impedir el desarrollo de una economía de la industria y la población que creara a los exportadores la competencia de un fuerte mercado interno como ocurriría necesariamente en el caso de una economía auténtica y por lo tanto armoniosa. Paralelamente, al limitar el desarrollo del mercado de consumo interno, y de producción para el mismo, correspondía una política de eliminación en el mercado externo de toda competencia exterior, pues la política británica se integraba con el manejo de las exportaciones y su distribución que en sus manos le significaba el negocio de la comercialización, del flete y del seguro y recíprocamente el tradicional de la importación y el manejo de la moneda y del crédito financiero.

Que los hombres de Mayo hayan corrido el riesgo de esta política económica -riesgo necesario al precio de la independencia- se comprende y se justifica. Que los rivadavianos y sus continuadores hayan perdido toda la noción del interés nacional bajo la seducción ideológica y bajo el deslumbramiento de las ideas de moda y por simiesco afán de imitación se comprende; no es tan fácil de comprender su preocupación por achicar el ámbito geográfico del país, porque eso no estaba en ninguno de los países de los que tomaban como modelo, pero se explica en la fantasía imaginativa con que sintiéndose europeos en América, el espacio y la magnitud les pareciera un obstáculo para realizar su «París en el Río de la Plata».Pero esta comprensión demasiado generosa no puede tenerse para los vencedores de Caseros y los falsificadores de la historia, pues si la actitud simiesca de aquellos puede servirles de atenuante, en este caso el afán de imitación debió llevarlos precisamente a una política nacional de la economía con sólo inspirarse en los ejemplos de EE.UU. y Alemania, que tenían delante.

POLÍTICA DE LA POBLACIÓN

Más arriba se ha señalado, al pasar, cuál fue el signo de la política de la población correspondiente a la política económica que planificó el liberalismo; es necesario insistir. La finalidad de constituir un país de señores propietarios de la tierra vinculados al mecanismo de la exportación y la importación, manejado desde afuera, sobre un pueblo de «pata al suelo». Si la clase media habría de resultar relativamente numerosa, esto sería consecuencia inevitable del tipo de producción de zonas templadas que proporciona el país, distinto al de las zonas tropicales más apto para aquella estructura social. La ganadería y especialmente la agricultura de zonas templadas necesitan una dirección más múltiple, una intermediación más frecuente, y esto llevaba inevitablemente a que no se pudiera impedir la existencia de gran número de colonos y la formación de una clase relativamente numerosa de pequeños y medianos propietarios, la diversificación de actividades bancarias y comerciales y la necesidad de un cierto sector profesional, especialmente médicos, abogados y contadores que llegarían con el tiempo a constituir una clase media; también el surgimiento paralelo de actividades comerciales e industriales que permitirían formar una pequeña burguesía local y un proletariado calificado -especialmente el de los servicios públicos- desvinculado del problema social de las peonadas. Con este proletariado en su mayoría extranjero se nutre el primer sindicalismo, de composición y mentalidad foránea, que nutre los partidos de la izquierda internacional, pero está desvinculado del problema de las grandes masas nativas. Estas masas «sumergidas» son las que caracterizan la economía simplista de un país colonial o semicolonial y hacen que el problema social problema nacional se identifiquen inseparablamente. )

APTITUDES DEL NATIVO

En el momento de establecerse en el país la nueva economía, de corte exclusivamente comercialista, nuestra población rural, formada en el sistema de res nullius, o de la estancia patriarcal con las características de la gens, no tiene aptitudes para la competencia en las nuevas condiciones, con la inmigración de mentalidad y técnica capitalista, y que viene a implantar el modo rural que conoce. Carece también de la docilidad de ésta, porque ha ignorado las formas casi esclavistas del trabajo europeo de entonces. Por el contrario, el gaucho ve que las nuevas condiciones ocurren en su perjuicio, porque al crearlas no se lo ha tenido en cuenta, o peor se ha partido de la necesidad de exterminarlo. Matar gauchos es obra santa, ha dicho Sarmiento.

En vano Hernández pintará esa tragedia en Martín Fierro, y propondrá soluciones para la creación de una economía rural que lo incorpore. Pero mejor que incorporarlo es utilizarlo para valorizar la tierra de los otros, o incorporar nuevas, que a su vez sólo podrán llegar a los colonos inmigrantes después de valorizadas y distribuidas por la especulación. Oigamos lo que dice Zeballos (Viaje al país de los Araucanos, pág. 402 y sig.) a este respecto, hablando de la conquista del desierto, y la supuesta incapacidad del nativo para el trabajo: «La población urbana, que vive de la producción exuberante de la campaña, fuente alimentadora de su lujo y su abundancia no da contingente para aquellos intereses amenazados por el indio. El campesino, el paria, el perseguido por la autoridad o por el desfallecimiento, es ese, y será generalmente el soldado, destinado en son de castigo a las banderas, hasta que la reforma fundamental inicial iniciada por el general Roca nos dé un sistema culto de reclutamiento. Lo he admirado en Carhué y en Choele Choel, dócil a la disciplina y fácil de entendederas son al poco tiempo instrumentos de guerra, y como además viven en el desierto y necesitan casas para abrigarse de sus rigores, convierten sus campamentos en preciosas villas». «Saben y hacen de todo. Fabrican el ladrillo, cortan y labran las maderas, cosechan la paja silvestre para techos, baten el hierro en las fraguas, pulen la madera en el banco, edifican desde su casita hasta el teatro y los cuarteles, siembran inmensos potreros para las cabalgaduras, se desempeñan admirablemente en todas las artes y oficios urbanos que caracterizan una civilización embrionaria, doman potros, amansan muías, tienen tiempo asimismo para realizar obras de arte en sus asaltos en las vizcacheras y para bolear avestruces, asegurándose el aumento de la escasa ración de carne, y al toque de generala de los clarines están listos y sonrientes a caballo, para batirse victoriosamente con los indios, en las nieves del Nahuel Huapi o para llegar en nueve días al clima caliente de la revolucionaria Corrientes, desde el fondo de los lejanos desiertos meridionales».

¿Incapacidad técnica para el medio en que actuaba? o simplemente falta de educación para la nueva sociedad comercialista, impuesta brutalmente y sin contemplar el problema del hombre argentino, quien después de haberse adjudicado la oligarquía las tierras no pudo constituirse en clase propietaria y promotora. Cuando a su vez la nueva formación de origen extranjero se asentó, la oligarquía habría de encontrarle, «por meteca», defectos paralelos a la vieja población, «incapaz por nativa». Así pasó cuando los descendientes de los inmigrantes llegaron al estado a través del radicalismo, como pasó cuando los de la vieja población criolla emergieron a la vida pública, con los acontecimientos del año 1943 y siguientes.

Nos apartaría de nuestro propósito extendernos en el análisis de como casi todos los mitos de la inteligencia liberal fueron y son utilizados para justificar la destrucción del viejo pueblo argentino y su sustitución por otro, provisto de aptitudes ideales. Solo quiero dejar aquí establecido que también como en el caso de la economía, se hizo lo contrario que se estaba realizando en EE.UU. en el mismo momento, en materia ínmigratoria. El signo nacional impuesto al desarrollo norteamericano en el sentido de la extensión -«destino manifiesto»- fue precisamente la ampliación del espacio geográfico, que nuestros liberales sistemáticamente redujeron en coalición con el extranjero. EE.UU. se integró con la población de los espacios vacíos: pero en la marcha hacia el oeste la población inmigratoria actuaba frontalmente, y bajo la conducción de los elementos nativos que la inmigración no era vista como sustitución de una población por otra, sino como su ampliación por otra, para los fines de la primera.

LA REVISIÓN HISTÓRICA Y LA POLÍTICA MILITANTE

Conviene precisar los efectos de la política de la historia falsificada en la formación de la «intelligentzia». La política intelectual nos servirá para ello. Si saliendo del terreno estricto de los historiadores nos trasladamos al campo político no es fácil percibir como correspondiendo al sentido nacional de los partidos populares se manifiestan las tendencias hacia el revisionismo histórico. Revisionista era en su origen el radicalismo, desde su primera figura, Alem, a Yrigoyen el organizador que lo llevó a la victoria. Si el primero vio a su padre ahorcado por mazorquero, éste era nieto del mismo federal. Sale el radicalismo del seno del alsinismo, que es el primer escenario donde lo popular intenta actuar después de Caseros y en el que comienzan a reaparecer los federales radiados. De origen y convicciones federales son los hombres que constituyen los primeros cuadros en provincias ese es el antecedente con que se los convoca a la acción. (Ricardo Caballero, Yrigoyen y la revolución de 1905).

Esta característica del radicalismo se vio pronto desfigurada por la incorporación de nuevas promociones universitarias descendientes de la inmigración, que desconectadas del pasado ya remoto, sufrieron la influencia de los instrumentos de cultura que la oligarquía puso al servicio de la mentira histórica. Aun el mismo Yrigoyen fue intimidado y no valoró suficientemente -como igualmente después Perón- la importancia política de la historia. Paulatinamente el radicalismo fue perdiendo su sentido histórico y es corroborante de lo que venimos sosteniendo señalar que ese proceso es paralelo a la pérdida de su sentido nacional y social, que comenzado con la desvirtuación alvearista terminó por colocarlo en la vereda de enfrente, en la misma línea que la oligarquía con posterioridad a 1935, cuando fue batida totalmente la línea yrigoyenista y el radicalismo se constituyó en uno de los partidos del sistema. La línea histórica se retrajo en FORJA buscando el reencuentro con el pueblo que halló en el cauce común de 1945, o en la tímida reticencia de algunos intransigentes.

 

LAS LLAMADAS IZQUIERDAS Y SU POSICIÓN HISTÓRICA

A su vez las llamadas izquierdas tuvieron en materia histórica la misma incomprensión de los fenómenos locales que tuvieron para lo social, económico y cultural, contemporáneo. El sindicalismo de importación fue incapaz de comprender los problemas del proletariado nacional y se redujo a sectores obreros calificados, o al proletariado extranjero que transfería su problema europeo a nuestro país, en un momento en que gran parte de los trabajadores urbanos eran extranjeros; esto explica su extinción con la nacionalización de la masa trabajadora que organiza otro tipo de sindicalismo. Los partidos izquierdistas fueron también incapaces de plantear sus problemas específicos dentro de una comprensión que hubiera demandado el encuentro con la realidad histórica.

Esto vendría después, precisamente cuando al nacionalizarse las agitaciones sociales, por el nuevo equilibrio demográfico que disminuyó la influencia extranjera y por el surgimiento de la industria y la incorporación del obrero criollo -antes sólo peón rural u obrero de changa-, el planteo de los problemas sobre bases nacionales exigió al nuevo sindicalismo que participase de la revisión histórica, cosa que se está cumpliendo vertiginosamente. Los partidos de izquierda se quedaron atrás, a la cola de los partidos de la oligarquía, ajenos al hecho nacional que se producía. La formación política de 1945, absorbiendo las grandes masas populares, y los grupos minoritarios que habían actuado en la vanguardia de la nueva conciencia argentina -especialmente en el nacionalismo y en FORJA- son en el campo político, las fuerzas paralelas de la revisión histórica, los vehículos de su difusión. Constituyen el medio histórico a que nos hemos referido anteriormente en la cita de Croce: «Las edades en que se preparan reformas y transformaciones que miran atentas al pasado… se expresan en ellos».

Las llamadas izquierdas han estado ausentes hasta hace poco de la revisión, salvo muy contadas excepciones. Por el contrario, han sido solidarias sostenedoras de la historia falsificada. Esta coincidencia con la oligarquía liberal no es la única y desde luego, obedece a una causa común. La izquierda, por su formación intelectual ha sido tan antinacional, como la oligarquía por sus intereses, y por eso ha carecido de eficacia en el campo político social; los grandes movimientos sociales y económicos de la historia del siglo han pasado delante de ella sin que percibieran su significación, y permanentemente hostilizados. Si no comprendían el presente mal podían comprender el pasado.

Así, marginada de la vida social del país, se ha encontrado incapacitada para corregir sus propios errores adecuando su pensamiento y su acción a las demandas de la realidad. No ha tenido ninguna significación masiva y ha quedado siempre reducida a un campo intelectual común con el liberalismo: el de la «intelligentzia» cosechando pequeños disconformismos burgueses, inquietudes epidérmicas de estudiantes o escritores, en el intervalo hasta la hora de los tejidos grasos. Constituyen sólo una suma de posturas individuales. Si nos referimos al comunismo la explicación puede darse por la sujeción a directivas externas y el sometimiento a una política mundial en que lo argentino, ni el pueblo argentino en sí, son fines. La explicación doctrinaria no sirve porque la reiterada actitud del partido comunista argentino en su postura de paralelismo con la oligarquía liberal cada vez que las masas argentinas se pronuncian hacia el avance en la economía nacional corresponde a una estrategia siempre condenada por los maestros del marxismo. Basta recordar que Lenín, coincidiendo en esto con el pensamiento de Kautski, condenó la posición del Partido Social Demócrata Polaco cuando en nombre del internacionalismo se oponía a la autodeterminación polaca con el argumento de que ésta era propiciada por la burguesía nacional. Lenín dijo entonces: «Temiendo el nacionalismo de la burguesía de las naciones oprimidas, Rosa Luxernburgo favorece en realidad el nacionalismo ultrarreaccionario de los Grandes Rusos». ¿Y qué otra cosa es la tarea que han cumplido aquí los partidos marxistas, y específicamente el socialismo, sino oponerse a todas las realizaciones nacionales, so pretexto de defender a los trabajadores contra la burguesía local, cuando no a mérito de la inmadurez de nuestras clases humildes, o de las formas primarias y cesaristas con que se expresan? ¿Qué otra cosa han hecho por otra parte que hablar generalidades sobre el imperialismo in abstracto, uniéndose siempre con la oligarquía para combatir los dos procesos que en algún modo significaban una posibilidad emancipadora?

Estas fuerzas se han movido en un círculo vicioso: por carencia del sentido nacional han cerrado sus posibilidades políticas en lo popular; sin posibilidades populares, pierden a su vez la influencia realista del pueblo, que pudiera darles sentido nacional.

Su actitud mental es la que corresponde a la política de la historia falsificada y hasta es creador de un término, «política criolla», que revela su incapacidad para comprender las particularidades naconales propias de cada país. Esta expresión es típica del ideólogo que supone que la realidad debe someterse a las ideas y no las ideas adecuarse a la realidad; en lugar de intentar la construcción del socialismo criollo, reclama primero que el país deje de ser criollo para que sea socialista. Es siempre el esquema de «civilización y barbarie» en sus distintas variantes: la oposición entre un mundo ideal previamente establecido, y el mundo de la realidad que debe entrar necesariamente en el supuesto previo. ¿Cuál podía ser la posición histórica de este sector sino la del absurdo método que aplicaba contemporáneamente?

Si el retardo en la comprensión de nuestra historia puede explicarse por la visión antinacional de los partidos llamados de izquierda, no se puede negar que al margen de esas responsabilidades de partido, la incomprensión ha sido característica de toda la postura mental. En los llamados intelectuales se explica por qué la izquierda no es pecado para la oligarquía y el imperialismo; se repite la de 1930; pueden convivir cómodamente y tienen abierto el acceso a la Universidad, a todas las cátedras y tribunas de prestigio, a la gran prensa y a la nombradla internacional, siempre que cumplan el tácito pacto, reiterado en toda nuestra historia, de distraer y desviar las inquietudes populares fuera de las soluciones nacionales o en conflictos adjetivos, y prestar su colaboración, en 1955 como en 1930, como en Caseros, al establecimiento del sistema de la oligarquía.

Esto explica la recíproca contraprestación de autobombos y ayudas. ¿Pueden estos representantes de la «intelligentzia» aceptar la revisión histórica que importa tanto como comprobar esa permanente colaboración contra el país? Al servicio de esa «intelligentzia» termina la Reforma Universitaria una vez que pierde sus dos únicos rasgos de autenticidad, que trascienden del simple problema técnico del gobierno de las casas de estudio: la expresión renovadora traída al país por el acceso del pueblo al poder, con el radicalismo, y la tentativa de crear una inteligencia latinoamericana, un modo cultural propio, que por lo menos dio frutos en algunos otros países de América. Aquí el hecho histórico Reforma Universitaria, generado por la realidad nacional, en lugar de dar frutos nacionales da un nuevo y eficaz aporte a la «intelligentzia» con los «maestros de la juventud» que en la posición histórica de la oligarquía, la sirven en sus coyunturas decisivas, 1930,1945 y 1955.

¿Cómo habían de comprender la historia, si no comprendieron -¿ceguera o vanidad?- el hecho mismo del que eran hijos? Ajustándonos estrictamente a la materia histórica, estamos en presencia de una paradoja. Los sectores nacionalistas, señalados como antipopulares por su origen y por sus esquemas políticos primarios, son los primeros en llegar a la comprensión del fenómeno histórico argentino y de los movimientos sociales que son su contenido, y aquel sector del pensamiento que vive en permanente declamación de pueblo, se atiene a los mitos históricos de la oligarquía, o sea del anti-pueblo. Tal vez bastará para intentar una explicación el que los primeros, los nacionalistas, al sentar sus planteos sobre la base necesaria de lo nacional se vieron obligados a considerar al hecho histórico en concreto, referido a nuestro país, mientras los segundos, la izquierda, actuando en función de ideologías, generalizaron sin ajustarse al estudio de la propia realidad pasada.

Pero creo que también ha facilitado a los primeros su contacto más directo con el país y su pasado, por su entronque familiar y por la influencia de una tradición cultural, religiosa o histórica, por excepción sobreviviente en algunos individuos de la clase dirigente, culturalmente no afrancesados y económicamente no anglicanizados.

Conviene aquí señalar la gravitación del pensamiento de FORJA sobre las tendencias nacionales, en la década de 1935-1945 aportando al revisionismo histórico el complemento necesario de la revisión económica y social, que contribuyó así a vincular la historia con la política concreta del país. Le tocó a FORJA concretar la formulación de un pensamiento nacional excluyente de toda influencia foránea que trazaba la línea de confluencia futura en el programa mínimo de la política constructiva que aglutinaría las masas desde 1943 en adelante. Esa fue su tarea que consideró cumplida en octubre de 1945, fecha en que se disolvió para facilitar la incorporación de sus militantes al nuevo movimiento popular.

En cambio, los estratos sociales provenientes de la inmigración no tuvieron como aquellos «nacionalistas» algunos puntos de apoyo en la realidad nacional y su formación fue puramente libresca. Cultura de lecturas abundantes y meditaciones escasas; ideas y novelería y pocos hechos, y sobre todo subordinación del hecho nacional, del hecho local y propio, a interpretaciones fundadas en una erudición de fórmulas y soluciones correspondientes a otras realidades. Porque esa es la sustancia de nuestra «cultura» en cuya cuidadosa elaboración ha intervenido la política de la historia que se propuso dar ese tipo de formación intelectual.

Es aquella de la que dice Dostoievsky en la cita que extraigo de Hernández Arregui, en Imperialismo y Cultura, «Desprendiéndose de la sociedad y abandonándola no van hacia el pueblo, sino a cualquier parte, al extranjero, al europeísmo, al reino absoluto del hombre del reino universal que no ha existido jamás y de esta manera rompe con el pueblo que lo desprecia». Compárese, de paso, esto que dice Dostoievsky con referencia al supuesto cosmopolitismo del mundo, que es la base de la teoría liberal en la economía internacional. Ese «reino universal» no ha existido jamás y lo que existe son agolpamientos nacionales en distinto estado de desarrollo, y el liberalismo pretende negarlo en beneficio de los más adelantados. Pero volvamos a Dostoievsky, en las citas del mismo origen: «Por fértil que sea una idea importada del extranjero, no podrá adquirir arraigo entre nosotros, aclimatarse y sernos útil realmente, como si nuestra vida nacional sin ninguna inspiración ni empuje exterior hiciera surgir de sí misma esta idea natural y prácticamente a consecuencia de una necesidad reconocida por todos. Ninguna nación en el mundo, ninguna sociedad se ha formado bajo un programa de encargos importados al exterior».

En realidad las masas populares han comprendido siempre la reciprocidad de los términos, política nacional y revisionismo, sin necesidad de todas esas figuritas que tenemos que hacer los que nos creemos intelectuales, para comprender los hechos, y esto en razón de que el buen sentido de lo popular no tiene anteojeras que le deformen la visión. Por eso su encuentro con la revisión y sus comprobaciones encajan la historia en el hecho nacional y lo estructuran en el tiempo. Con su historia surge la posibilidad de una política nacional panorámicamente arquitecturada, sin las contradiciones de las tentativas anteriores, 1916 y 1945, hijas precisamente de la falta de una nueva visión total que sólo puede darla la comprensión histórica. El espacio integrado en el tiempo, con la presencia del pueblo, el agente vivo de la historia.

 

Fragmentos de Política Nacional y Revisionismo Histórico, de Arturo Jauretche.

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