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jueves , mayo 2 2024
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SANTA FE / La noche de los barbijos frios

 

Por PABLO E. SUÁREZ *

 

Cuando en 2001 los bancos confiscaron los depósitos de los ahorristas, esas personas salieron a las puertas de los bancos a romper las fachadas y reclamar ahí mismo, en tu cara y en tu sucursal. La devolución demoró un tiempo pero llegó… multiplicada por un coeficiente menor al que lograron los bancos: el dólar se multiplicó por 4 y a los ahorristas les dieron 1.4 más CER. Los destinatarios de esas protestas eran los Bancos pero el que terminó de hacerse cargo de la diferencia de cotización del dólar fue el Estado.

 

En días pasados el gobierno de Santa Fe dispuso el regreso de fase (en el marco de la pandemia) para algunos departamentos de la provincia. En algunos de ellos, se realizaron manifestaciones opuestas a la medida (las más resonantes Venado Tuerto y Rosario). Quisiera reflexionar brevemente sobre estos sucesos.

 

Somos todos conscientes del terrible daño ocasionado a las economías del país (la grande, la mediana y la ínfima de cada individuo) la cuarentena a la que tuvimos que someternos  (no todos del mismo modo, está clarísimo) para minimizar la expansión de la pandemia. No hay que abundar en eso. Y en ese sentido, si vamos a comparar, el daño es mucho mayor que el que sintieron los ahorristas de 2001. En su mayoría eran pequeños ahorristas (los grandes, se enteraron y sacaron todo antes del desastre) que no veían comprometida su subsistencia diaria en ese dinero. Eso no impidió las tragedias individuales de personas que murieron por la angustia de saber si ese dinero que en muchos casos estaba asociado a largos años de trabajo, iba a estar finalmente a su disposición.

 

Esas penas si bien eran ajenas, nos parecían totalmente justificadas, como las de quienes hoy no pueden trabajar, o abrir su comercio, taller o actividad cualquiera que sea. Evidentemente, las medidas elementales propuestas por el gobierno en todas sus instancias no han sido suficientes. El número de enfermos no paró de crecer en Rosario, lo que indica que la comunidad no estaba implementando bien los protocolos estipulados y es por eso que el gobierno provincial (con la venia del municipio) propuso cierto  retroceso de fase aunque no quedó claro a qué fracción entre la 1 y la 2, poniendo fin a la pequeña primaverita de dos meses en la cual muchos negocios pudieron volver a abrir y a mover la caja.

 

En las manifestación del sábado 5 (realizada a bordo de automóviles, para no transgredir la normativa) se le pedía al Estado, que retrotraiga la situación a 15 días atrás y que los negocios pudieran abrir hasta las 23. Eso implicaría que el crecimiento de la famosa curva se mantendría en los valores de multiplicación que venimos teniendo, generando a futuro un verdadero caos escalonado: primero asistencial, luego social y finalmente económico en la ciudad.

 

Elegí contrastarlas con las de 2001, porque se trata de un sector social que es más o menos el mismo de aquellos años, y que se ha jactado de que sus movimientos son “apolíticos” y solamente se basan en la defensa de sus derechos individuales. En 2001, eran las únicas víctimas del corralito.

 

Un sector, (simplificando: clases medias urbanas identificadas por su rechazo al peronismo en su faz populista) que no ha dejado de movilizarse desde que asumió el actual presidente. Están prestos a movilizarse; en defensa de esto o aquello ganaron la calle varias veces. Atención: esta vez, no necesitaron del protagonismo relevante de políticos opositores (que si adhirieron a la convocatoria, no fueron determinantes como en las anteriores movilizaciones.

 

La movilización del sábado no fue estrictamente ideológica (aunque tiene algo de eso), ni obedece a intereses puramente individuales (el derecho a comerciar para todos ellos, le da un toque “de comunidad”). El modo espontáneo lo convirtió en una manifestación de “gente común” pero pronto dejó claro que se trata de un reclamo sectorial: “los comerciantes”.

 

Hoy, aunque comprendamos su problema económico, cuesta  empatizar con ellos cuando vemos que las víctimas de la pandemia son otras. Y lo que está en juego no son ahorros ni medios de vida, sino la vida misma. Parecen haber perforado nuevos pisos de solidaridad e integración social: no se conmueven con los números de muertos, enfermos y ni siquiera con los testimonios de los médicos. Ellos piensan que el gobierno exagera las medidas de resguardo para imponer una política de control y sometimiento. En ese relato, no pueden verse a sí mismos ya no como muertos, o enfermos, ni siquiera como portadores asintomáticos de la enfermedad.

 

El estado se ubica en grave disyuntiva: habilitar esos comercios y ver explotar la bomba viral en sus efectores, que están muy cerca de desbordarse o soportar el mal clima social que crece y que tiene en estos sectores a su principal vocero, aunque no sean los más agredidos por la crisis. Los pobres, los marginados, los indigentes son un público con poca o nula presencia callejera; y si así lo fuera, sus demandas son más sencillas de atender, vinculadas como están a la mera subsistencia. Pero esos sectores medios urbanos se pusieron picantes, tienen un alto nivel de visibilidad mediática y generan un conflicto muy especial para las autoridades que no logran darle respuestas a sus demandas, porque esas demandas están fuera de rango ya no sólo económico sino social. Lo que están riesgo no son las arcas del municipio o la provincia (que ya están pauperizadas), se trata de destrozar los servicios de atención de la salud pública y privada, de desatar un conflicto que puede tomar dimensiones históricas.

En 1880 el cólera cambió la fisonomía de la ciudad; en los 50s la poliomielitis marcó a toda una generación, ¿quién querrá salir en la foto del colapso del coronavirus?

 

Me parece interesante analizar y tener en cuenta estas marchas por las siguiente razones

 

  1. demuestran que cada paso dado en la apertura, es un paso del que será muy difícil retroceder.
  2. demuestran también que en defensa de sus intereses, estos sectores pueden prescindir de las convocatorias organizadas por miembros de la oposición. La angustia o calentura los pone en una situación de cierta autonomía. Habría que ver qué ocurriría en CABA si Larreta toma medidas como las que tomó Perotti el viernes pasado.
  3. En el famoso tema de “como comunicar estas noticias” imagino que la comunicación de las medidas se fragmentará para que cada intendente, gobernador o Presidente, pague el costo de sus decisiones. No me imagino un año electoral en el que alguien acepte pagar costos ajenos.

 

Como quizás nunca antes en Argentina los poderes ejecutivos de todos los niveles están en una situación en la que deben elegir si administrar los insumos sociales que la sociedad les arroja en la cara (estados de ánimo, protestas, rebeliones impositivas, presión en las redes sociales), o deciden convertirlos en combustible para poner en marcha la conducción de los procesos y de las transformaciones que ellos pretendan implementar en sus jurisdicciones y territorios, aún en el marco de esta terrible crisis. Eso también es hacer política, aunque está claro, no es para cualquiera.

 

  • Periodista / Santa Fe / La Señal Medios

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