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lunes , abril 29 2024
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PANDEMIA EN BLANCO Y CELESTE (una mirada argentina a la crisis mundial)

 

Por CARLOS BALMACEDA *

 

PRIMERA PARTE: EL VIRUS Y SUS NARRATIVAS

 

“Es el principio del fin”. Esa fue la reacción de un científico agregado a una de las mayores embajadas de Washington frente a los reportes que decían que una partícula génica sintética había sido producida en un laboratorio… “Cualquier país pequeño puede ahora hacer un virus para el que no haya cura. Solo se necesita un pequeño laboratorio. Cualquier país pequeño con buenos bioquímicos puede hacerlo’.

Y posiblemente cualquier país grande podría hacerlo mejor y más rápido”.

 

William Burroughs, “La revolución electrónica”.

 

La víctima, poseída por el mal, no se distingue en nada del resto de los humanos, puede ser nuestro padre, nuestro hijo, nuestra mujer. Solo ha ocurrido un cambio imperceptible: el vacío de sus ojos. De allí en más, los usurpadores de cuerpos convertirán en robots a la humanidad para que cumplan sus deseos de conquista.

 

El argumento de “La invasión de los usurpadores de cuerpos”, película de los cincuenta dirigida por Don Siegel, va de la ciencia ficción a la política, en épocas en las que el macartismo advertía que detrás de cualquier sujeto podía anidar el fantasma del comunismo, ese que alguna vez anduvo suelto por Europa y que ahora, según el inquisidor yanqui, podía inocularse en la sangre de cualquier ciudadano americano.

 

La narrativa que, en un sentido inverso, va de la política a la literatura, no era nueva cuando se realizó el filme, ya Marx había usado la figura del fantasma, parafraseado arriba de estas líneas, y también la del vampiro, para ilustrar cómo el capital, que es trabajo muerto, poseía al obrero y cobraba vida en forma de mercancía, tan poderosa que al fin de su ciclo usurpador, se convertía en un fetiche de propiedades mágicas.

 

Los días que vivimos reproducen el mismo vaivén que oscila entre el relato de terror y la política, la tentación de la metáfora que encasilla un fenómeno, y la prevención para que esas analogías no nos lleven a una mirada catastrófica en la que podríamos guarecernos para dar por concluida toda ambigüedad y debate.

 

Y es que el Coronavirus, que ya ha prohijado películas, obras de teatro, ensayos  y novelas, en el tiempo récord de cuatro meses, se nos presenta como un fenómeno parangonable a un relato fantástico e inquietante: aquel bebé podría contagiar a su abuelo y matarlo, esta mujer que concurre a una fiesta es una bomba viral que termina con la vida de cien invitados, ese virus, definido como “enemigo invisible”, es la sustancia que penetra los cuerpos y los convierte en enemigos mortales, resucitando  la lucha de lobos hobbesiana.

 

La emergencia da lugar a narrativas, líneas de sentido que atraviesan la sociedad: algunas difundidas desde el saber popular, con origen en usinas más o menos conspirativas; otras, como veremos a continuación, escritas sin que el propio autor se aperciba de sus intenciones y alcances, desde el propio poder.

 

TAPATE LA BOCA

 

El Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no podía elegir un slogan peor para sugerir a sus ciudadanos que se cuiden: “tapate la boca” como directiva de un gobierno que se ha caracterizado por reprimir indigentes, vendedores senegaleses, médicos y pacientes de psiquiátricos, que ha infiltrado marchas  e instrumentado escuchas ilegales, no parece la mejor opción. Aunque, quizás, sea la única posible.[1]

 

No es necesario un semiólogo conchabado de funcionario para pensar estos lemas; es solo que la firma de una gestión se revela hasta en sus disposiciones inconcientes.

 

Seguramente, no salió de un sótano del Ministerio de Bienestar Social y de la cabeza de un integrante de la Triple A, la idea de rodear al Obelisco con un anillo giratorio en el que se leía “El silencio es salud”, pero fue el clima represivo instalado por ese grupo parapolicial, y la política decidida por José López Rega, lo que determinó que la “grafía” de esa gestión propalara en el centro simbólico de la república lo que era un secreto a voces: “mejor callate”.

 

Ricardo Piglia contaba en un reportaje realizado durante la postdictadura, la impresión que le  hizo observar esas paradas de colectivos en las que se leía “zona de detención”, imaginando una fila de personas esperando ser llevadas a un centro clandestino.

 

El poder escribe en inconciente torcido sus deseos inconfesables, y el “tapate la boca” que se lee en entradas de subte y carteles digitales de tránsito, parece toda una confesión macrista.

 

Incluso la denominación “tapabocas”, adoptada ya avanzada la cuarentena es llamativa. Y esto puede verificarse más allá de esta administración. La palabra “barbijo” fue desalojada del vocabulario, y hasta súper chinos escribieron el nuevo vocablo con ortografía encomiable. Tapaboca, una vez instalada la polémica sobre el origen del virus y su uso político, rememoraba al “silencio es salud”, sonaba a chistido, al pulgar y el índice cosiendo la boca como un cierre[2].

 

Aún así cabe dudar y volver a preguntarnos: ¿no seguiremos abusando de la metáfora, de la palabra y sus asechanzas?

 

UN MUNDO INFELIZ

 

Las distopías clásicas se caracterizan por ser universales: la trama de “1984” remite a continentes dominados por el régimen del “Ingsoc”, “Un mundo feliz” alude desde su título al planeta completo como sistema hegemónico y total. El control de la pandemia, por primera vez en la historia, encuentra al mundo concertado en iguales medidas de control sanitario: la globalización parió un evento que superó a los mundiales de fútbol, esa celebración universal vivida al mismo tiempo por miles de millones de personas: al unísono y en las antípodas, ciudadanos de regiones remotas se encerraron en sus casas, cubrieron sus caras del mismo modo, hicieron sus compras respetando la distancia social, tocaron sus codos a manera de saludo y lavaron sus manos con abundante jabón al retornar del amenazante espacio exterior

 

Cualquier ingeniero social al servicio de los poderes fácticos, se habrá frotado las manos por la facilidad con la que se consiguió este disciplinamiento que atravesó matrices culturales, sistemas políticos y clases. La distopía de una humanidad encerrada en sus casas, desconfiando no solo del extraño, sino del cercano que pudo entrar en contacto con el mal, dejó de ser el exceso de un guionista de Hollywood y fue nuestro pan diario. Sin embargo, esta perspectiva fue muy poco transitada por cientistas sociales y ensayistas, abandonada a las mentes afiebradas de los mal llamados “conspiranoicos”, para después caracterizarlas como caricaturas de la especulación política.

 

Salvo algunos pensadores como Giorgio Agamben, toda una producción literaria, filosófica y política dedicada a describir dispositivos de dominio social y futuros distópicos, enmudeció, se “tapó la boca”, como si en el “estado de guerra” con que se planteó la lucha contra el virus, referirse a ese aspecto, significara establecer tratos con el enemigo.

 

Pero el relato desconfiado y pesimista discurre como el agua en los entresijos de ese dique de pensamiento cauteloso. Por eso, y a riesgo de que se nos trate de alarmistas, continuaremos desmenuzando el fenómeno desde las narrativas disponibles.

 

EL VIRUS COMO METÁFORA, EL VIRUS COMO AMENAZA

 

Elon Musk propuso colonizar los planetas cercanos en caso de que algún fenómeno natural pusiera en riesgo a éste, y entre ellos mencionó un “virus manufacturado”. El temor del magnate no es nuevo: la frase que encabeza este artículo, pertenece al ensayo de William Burroughs, “La revolución electrónica”, publicado en 1970, e ilustra el tono conspirativo de la obra, en la que Burroughs elabora un manual de insurgentes comunicacionales, que, armados de grabadores pondrían en jaque las defensas del sistema.

 

La hipótesis de Burroughs es fascinante y bastante lógica: considera que la palabra es, en sí misma, un virus, y que el lenguaje porta unidades de imagen y sentido que se pueden inocular en el organismo social. Siguiendo esa premisa, su manual de guerrilla semiológica propone grabar sonidos y reproducirlos en gran escala en el mismo sitio donde se los capturó. El caso es que el escritor asegura que esas operaciones, que él mismo concretó, produjeron cambios en los espacios intervenidos.

 

Alguno le podrá atribuir a su mente un poco perturbada o a la psicodelia de la época, los resultados que Burroughs dio como válidos; esa polémica importa poco a los fines de este apartado, sino detenernos en la figura del virus como una narrativa, útil para pensarlo desde distintos ángulos.

 

La idea del lenguaje como virus no es un delirio de Burroughs, sino que pertenece al científico alemán Kurt Unruh von Steinplatz, quien sostiene que la imposibilidad de los primates de comunicarse no radica en una incapacidad simbólica, sino en el diseño de su garganta. Su hipótesis es que un virus transmitido por vía sexual del macho a la hembra, modificó la anatomía de sus descendientes,  dando origen al lenguaje.

 

La premisa es perturbadora: la propia civilización, la vida humana y su progreso, sería fruto de un virus, tan dañino para los machos de aquella especie, como productivo para su descendencia.

 

La ironía del asunto es que en plena pandemia, Elon Musk, ya citado en este acápite, sugirió que a través de las conexiones que proporcionará su empresa Neurolink, los seres humanos podrán en el futuro comunicarse sin que medie la palabra, algo que se reservará, según el plutócrata, a los “románticos”.

 

Fin del ciclo y jaque mate para Burroughs: clausurada la palabra, el inicio del transhumanismo se asoma en el horizonte, y con él, el fin del hombre como lo conocimos, algo que Alexander Duguin ya anticipó.

 

Una humanidad que trabaja a distancia, que aprende sentada frente a su computadora con robots que en nada se distinguen de docentes humanos, que mantiene relaciones de “sexting”, y que, como en Japón, cuando convive con alguien, puede hacerlo con una aleación de látex y transistores, se acerca a pasos agigantados a ese futuro, en el que la pandemia parece marcar un hito histórico. Por eso se insiste en la necesidad de pensar el virus no solo como un parteaguas, sino también como el umbral de un cambio del que todavía no sabemos si ha sido promovido por algún tipo de ingeniería social o que, sin responsables aparentes de su origen, será direccionado en ese sentido.

 

WELLS Y LOS MARCIANOS

 

La narrativa del virus como metáfora y como amenaza no es nueva como vehículo político o literario: H.G. Wells les dio a los marcianos de “La guerra del los mundos”, un escarmiento viral: «asesinados, después de que todos los dispositivos del hombre hayan fallado, por las cosas más humildes que Dios, en su sabiduría, ha puesto en esta tierra».

 

La idea de una civilización superior derrotada por un virus, le fue sugerida por la guerra bacteriológica con que los ingleses exterminaron a los nativos de Tasmania. Wells solo invirtió al perjudicado, y fue el invasor, y no el invadido quien sufrió las consecuencias del virus.

 

Como para cerrar este parágrafo, que de alguna manera es el más lúdico de los que componen este artículo, recordemos que 38 años después de su publicación, el libro de Wells, fue llevado a la radio por su casi homónimo Orson, que inauguró con su “transmisión”, lo que podríamos considerar la primera “fake news” de la historia, la que provocó suicidios y huidas de ciudadanos aterrados, algo que solo fue posible gracias a la viralización del programa.

 

La del estribo: sobre Steven Mann, volveremos en algún otro apartado, pero de este especialista en estrategia militar y política, lobbysta y autor de la teoría del “caos controlado”, un modo en el que Estados Unidos iría preservando su hegemonía en un mundo jaqueado por el completo descontrol, sería el siguiente: “cada acto en los sistemas políticamente críticos crea energía de conflicto”, por lo tanto, “el mundo está condenado a ser caótico debido a que los actores humanos en la política tienen diferentes objetivos y valores”.

 

En este contexto conceptual, Mann afirma: “dada la ventaja de Estados Unidos en las comunicaciones y la creciente capacidad de movilidad global, el virus (en el sentido de una infección ideológica) será auto-replicante y se expandirá de forma caótica. Por lo tanto nuestra seguridad nacional será preservada”.

 

Como se ve, el virus como metáfora política, tiene un destino fructífero. De paso, se diría que Mann leyó el manual revolucionario de Burroughs y lo convirtió en uno de contrainsurgencia, porque su idea de una comunicación viral, es la misma que la del escritor.

 

LA NARRATIVA MEDIÁTICA

 

“¡En los últimos 7 días murieron 2000 personas de gripe!”

 

Este titular, expuesto en letras catástrofe, podría ser cierto, verídico y consistente, si los medios hicieran un seguimiento exhaustivo de la influenza. Con corresponsales en hospitales, columnistas especializados y algún editorialista indignado, el público no dudaría en atestar las farmacias y exigir a los gritos su inyección o el remedio que lo preservara de una muerte segura. En efecto, cada año mueren en Argentina 30.000 personas por la más palurda de las gripes, que en cuanto la dejen hacer a su antojo (no olvidemos que la cuarentena también la ha cercado) superará ampliamente los muertos por el Coronavirus. Se alega, y no sin razón, que un virus desconocido, de fácil contagio, desarrollo letal y sin vacuna, exigía las medidas que se tomaron, pero el caso es que la narrativa, más allá de la “realidad efectiva” del virus, se ha desarrollado de esta manera.

 

La idea de una “guerra” contra un “enemigo invisible” se impuso de inmediato, hasta con apelaciones chauvinistas. No olvidemos esa espantosa publicidad de YPF que convocaba desde el bronce de nuestros próceres a luchar contra el virus, que a los más viejos nos recordó el “estamos ganando” de la revista “Gente” durante Malvinas y a las arengas patrioteras de José Gómez Fuentes.

 

De esa primera época (la de los aplausos cada día a las 21 para los abnegados médicos y enfermeros), solo quedó el esquema básico informativo que medios como C5N repiten a diario: los grandes “perdedores” de la pandemia son Bolsonaro y Trump, tachados en un caso de irresponsable, y en el otro, de imbécil. La Argentina, según la OMS, y el New York Times habría “hecho las cosas bien”, mientras que el resto,  tal el caso de Chile, compone en este procedimiento narrativo el pelotón de “villanos”.

 

Nótese que la adscripción ideológica de cada modelo y de cada opción sanitaria determina ese carácter. Bolsonaro y Trump, según el facilismo ideológico de algunos medios se reducen a “la derecha”,  al igual que Chile, con el que hasta el propio presidente argentino deslizó comparaciones. El modelo descriptivo se complica cuando aparecen núcleos progresistas. Uruguay es un dilema: regido por un gobierno “de derecha”, eligió una discreta cuarentena, tiene muy pocos muertos, y hasta habilitó la práctica del fútbol profesional.

 

 

Suecia es otra referencia contradictoria: admirado por su organización social y estado de bienestar, su laxitud provocó más fallecimientos de lo esperado, de manera que se lo toma como un contraejemplo, del estilo “¿vieron lo que les pasó a los suecos, tan ordenados ellos, por haber sobrado al virus?”

 

Otros casos resultan aleccionadores: Boris Johnson afectado por el virus después de proponer una inmunización de rebaño, resultó una moraleja redonda como colofón de esta fábula periodística donde hay buenos y malos, obedientes y remisos, especuladores y filántropos.

 

Por si no se entiende: este artículo no pone en duda al virus y su poder destructivo, pero no puede dejar de señalar que las narrativas, que suelen establecer un status de realidad sobre el hecho concreto, inciden en la percepción y la descripción de la cosa.

 

La fábula moral

 

Lo mencionamos párrafos arriba: una fábula es un relato edificante de trazos gruesos que define sus personajes a través de rasgos remarcados con fibrón: la soberbia, la imprudencia, la avaricia, son siempre castigadas en esa narración moral.

 

La pandemia ofreció a los medios la posibilidad de elaborar sus propias fábulas con villanos variopintos, con los que el público exorcizó miedos y definió –a través de linchamientos simbólicos-, su propio lugar en la cadena de responsabilidad cívica.

 

El surfer, el viajero del Buquebus, los invitados irresponsables a las fiestas de Uruguay, Chaco y el Conurbano, la organizadora del baby shower, la señora que tomaba sol en los bosques de Palermo,  los que jugaban al fútbol en la villa, los “runners” porteños; todos ellos fueron puestos en la picota y, con esa economía moral de la que Barthes hablaba en sus “Mitologías”, el propio espectador pudo ser juez y verdugo, musitar un indignado “qué barbaridad, doña”, y sobrellevar un poco mejor la cuarentena, sabiendo que había seres peores que él.

 

Poco importaba si entre la irresponsable que contagió a sus conocidos en Uruguay, sabiendo que estaba afectada por el virus, y la señora que insistía en tomar sol, hubiese diferencias de grado y culpa, todos fueron sometidos al escaneo mediático, y la pedagogía sanitaria –con su final de fábula- repartió condenas y moralejas.

 

El formato narrativo en el que un virus se presenta, sin necesidad de que un narrador lo intervenga, es de por sí, como indicamos al principio de estas líneas, un dispositivo que remite al terror, convirtiendo al otro en una amenaza, y a uno mismo en un potencial asesino; ahora, cuando la leña mediática aviva el fuego, la construcción del personaje se torna insidiosa y la opinión pública, impiadosa.

 

La fábula moralizante dejó su huella: cualquier posición que pudiera interpretarse como contraria a la cuarentena, fue repudiada, y, siguiendo la lógica bélica que asumió el relato periodístico, el que la sostuvo fue parangonado a un traidor. Así, en las redes sociales, se leyeron frases como “que cedan su cama en el hospital” o brulotes un poco menos sutiles que aludían a consecuencias para la propia familia del díscolo[3].

 

Casi sin proponérselo, repitiendo una mecánica que parece instalada en la sociedad argentina como una matriz dialógica de la que no podemos desembarazarnos, se construyó otra grieta más: la de los anticuarentena y los procuarentena[4].

 

Las agresiones al equipo de C5N en la marcha anticuarentena del 9 de Julio, se inscriben en esta lógica. El canal ha cubierto cada una de estas manifestaciones, abriendo el micrófono a sus participantes, sin embargo, lo que importaría difundir el evento, es visto por los propios adherentes como un disvalor. Permítasenos entonces traer a colación el concepto previo: tanto la cobertura como la protesta, queda inscripta en la lógica de la grieta. C5N, que a través de su movilero Lautaro Maislin, le dio un tratamiento respetuoso a los manifestantes, hace luego uso y abuso de estas declaraciones, algunas de ellas, retazos de hipótesis atendibles mal formuladas y atravesadas por un rencor inevitablemente antiperonista; ese uso posterior, en el que los manifestantes se ven a sí mismos ridiculizados, genera los episodios de tensión y violencia ya conocidos.

 

LA DISTOPÍA

 

Hace poco más de un lustro, la serie británica “Black mirror”, nos mostraba una distopía posible y cercana, donde el control social era asumido a menudo por los propios ciudadanos. En uno de sus episodios, cada usuario de redes sociales era calificado según los “likes” que recibía, esa contabilidad de popularidad o desprecio colectivo que en estas épocas cimenta una reputación y hasta un capital.

 

Ignoramos si los guionistas tenían a mano las innovaciones de control desarrollados en China, donde en varias provincias el sistema es real: los ciudadanos de esas regiones son premiados o castigados según su comportamiento social: si han cruzado mal una calle, sacado la basura a deshora o abusado de los videojuegos en la soledad de su computadora, recibirán sanciones que en muchos casos los han privado hasta de salir del país. [5]

 

No olvide este dato, lector, para cuando retomemos la cuestión china en relación a otros temas: la vieja postal del manifestante deteniendo un tanque en Tianamen, ha sido olvidada por Occidente, y hoy, ese animal  bifronte, capitalista y comunista que es China, se ha vuelto un estado confiable.

 

La mecánica del sistema es orwelliana: los ciudadanos son espiados día y noche, escrutados en sus mínimos gestos morales y sus consumos; el estado ejerce así una gimnasia totalitaria que modela voluntades y esculpe con el punzón de los píxeles el contorno del terror.

 

Durante la pandemia, en Corea del Sur, la temperatura del cuerpo se convirtió en información estratégica: puede tomarse a distancia y, según los datos verificados, el ciudadano será conducido a un centro sanitario donde eventualmente será aislado.

 

No solo esto, los sensores permiten descubrir a los que han estado en contacto con el afectado, rastreando el origen del mal, lo que configura una versión tecnificada de la vieja agenda encontrada en poder de los detenidos por la dictadura, y de la que se desprendían los nombres de otros “portadores” que pronto serían detenidos en prevención de la “peste marxista”.

 

El “estado de excepción” justifica cualquier procedimiento invasivo, e incluso provocaciones un poco zonzas como la del filósofo Slavoj Zizek, que tituló uno de los capítulos de su ensayo “¡Pandemia!”: “¿Vigilar y castigar? ¡Sí, por favor!”

 

Esta larvada condición totalitaria puede colarse en donde uno menos lo sospecha: en la amable Avellaneda, tan lejos de Beijing o Pyongyang, un cartel callejero pregunta “¿En qué andás? ¿Ya saliste a buscar el Coronavirus?”,  interrogante que a los memoriosos nos recuerda aquella pregunta tan de moda durante el “Proceso”: “¿usted sabe lo que hace su hijo a esta hora?”

 

Se naturalizó que el 134 es el número para informar sobre aquel que no cumpla la cuarentena, un módico servicio de delación que no debería sentar un antecedente en el control social, y que configura, en manos de un gobierno autoritario, una potencial Gestapo[6].

 

A propósito, esta gestión, que lidia con un antecesor que se abocó a escuchas ilegales, seguimientos y persecuciones, se pareció demasiado al gobierno macrista cuando la ministra de Seguridad anunció que se efectuaría “ciberpatrullaje”, para medir “el humor social”, lo que acabó con un joven procesado en la Patagonia por usar la palabra saqueo en su cuenta de Twitter de solo 800 seguidores,  y con un hombre en Bahía Blanca denunciado por un vecino con el que compartía un grupo de Whatsapp.

 

PÁGINA/12 Y BILL, IDILIO EN CUARENTENA

 

El periodista Tomás Méndez elaboró un informe sobre el posible origen manufacturado del Coronavirus en su programa “ADN” partiendo de un reporte hecho cinco años antes por la RAI.

 

La mención a plutócratas nacidos en Estados Unidos, Europa e Israel, que estarían detrás de esta manipulación, provocó una denuncia de la DAIA y un informe elaborado por Emanuel Taub, que en nombre del INADI, imputó al periodista de antisemita.

 

Al día siguiente del informe de Tomás Méndez, la señal C5N, desde la que se había emitido el informe, puso al aire un envío sobre Bill Gates. A diferencia de los brulotes de zócalo de Méndez, en esta ocasión, el hombre de las ventanas fue conceptuado de filántropo en esta nueva versión que el canal emitió a tan solo veinticuatro horas del informe original. ¿Un cambio inesperado en la línea editorial? No exactamente, sino la ratificación que por aquellos mismos días podía verificarse en redes sociales como Facebook, que sancionó a los usuarios que subieron artículos críticos sobre el geniecito de Windows.

 

Por entonces, Página/12 publica varios artículos elegíacos sobre Gates, y en uno de ellos, se hace ostensible el modo en que este medio progresista hace mofa de los mal llamados “conspiranoicos”.

 

Una de estas notas cobrará particular interés cuando varios lectores aporten una serie de comentarios que confrontan, desmienten y complementan la mirada del matutino sobre el tema.

 

Es decir, que en medio de discusiones sobre presuntos delirios paranoides, el periódico se encuentra con argumentos, contenidos y planteos que sobrepasan su propia capacidad crítica, diluida en una línea editorial que sintoniza con el trazado hegemónico de los medios internacionales, alineados con un discurso favorable a instituciones como la OMS y magnates como Bill Gates.

 

El episodio, lejos de ser anecdótico, se intersecta con decisiones políticas contundentes. En esas mismas semanas, Donald Trump suprime las partidas con las que su gobierno financia a la OMS, y al mismo tiempo, en uno de sus indescifrables galimatías políticos, postula al propio Bill Gates como presidente de esa organización. China, por su parte, acude al auxilio de la OMS y su líder, Xi Jiping, se cartea afectuosamente con Bill Gates. Como se ha señalado líneas arriba, el mundo de las finanzas, ya no ve al gigante asiático como ese estado totalitario que por décadas se asociaba  a la postal del manifestante solitario enfrentando un tanque en la plaza de Tianamen, sino –en sintonía con su posible entronización como nuevo “hegemon”- como una potencia confiable de la que se  disimula todo rasgo autoritario.

 

Veamos en detalle todos estos actores y episodios para comprender en profundidad este aspecto político de la pandemia. En este caso, centrándonos en la nota publicada por Página/12.

 

YA NO SOS MI MARGARITA

 

El tono relajado y moteado de grageas de humor, tal vez sea el mismo, pero no las defensas que asume. El viejo Página, que acompañó a más de una generación de progresistas, se ha encontrado con un hueso duro de roer en sus propios receptores, que agudizan su mirada crítica y que polemizan con el cotidiano. En el artículo “El virus comunista y el plan de Bill Gates para controlar el mundo: las teorías conspiranoicas más locas sobre la pandemia”, que el diario recoge del medio español “Público”, se da cuenta de las siguientes “teorías”: “Estados Unidos tiene un arma biológica y a China se le escapó un virus”, “Bill Gates quiere controlar el mundo a través del 5G”, “El Coronavirus lo trajeron los extraterrestres”, “El virus puede transmitirse por correo”, “El virus comunista”, “El Covid 19 es la solución del cambio climático” y “En España el 8N es el causante de la propagación”.

 

El carácter variopinto de cada uno de los ítems, algunos de ellos, francamente delirantes, confunde las posibles implicancias reales que podrían indagarse en otros. Por caso, en el primero de ellos, la “fuga” del virus de un laboratorio chino, se cita un artículo de la revista científica “Nature medicine”, pero se evita mencionar el informe de la RAI, que sirvió de base al censurado programa de Tomás Méndez.

 

Detengámonos en el apartado referido a Bill Gates, que con astucia lo vincula al 5G, teoría que fácilmente se puede caricaturizar, de manera que todos aquellos datos que se puedan consignar del magnate (y que a lo largo de este ensayo desarrollaremos) se omiten y quedan fuera de cualquier tipo de especulación.

 

HABLAN LOS LECTORES

 

“La nota apela a ciertos y absurdos extremos conspiranoicos para confundirlo todo y de paso rescatar al bueno de Bill… Sin embargo quiero aportar que hoy hay suficiente investigación que no adhiere al paradigma científico dominante y sabiendo buscar se puede obtener mucha información para abrir los ojos. Copio un par de links como muestra de que hay un UNIVERSO DE CONOCIMIENTO CIENTÍFICO TOTALMENTE SILENCIADO por el Poder Real. Castigado y carente de financiación”.

 

Como podrá comprobar el que ingrese a la nota citada, el usuario con el nick “Solar” ofrecerá algo más que un par de enlaces para corroborar sus dichos. Por su parte, otro lector, con el nombre MCRuso, aporta, con sesgo vitriólico, observaciones que retoman aquellas que el desmañado informe de Tomás Méndez no alcanzó a desarrollar: “Digamos que el evento 201 y la tapa de la revista the economist del año pasado (que tiene: los 4 jinetes del apocalipsis, uno con la boca tapada, un bebe con un código de barra, un pangolín, el presidente de China, un pinocho!!!! entre muchos otros símbolos predictivos) más los propios dichos públicos del financiador de Windows llevarían a cualquier persona sensata a investigar un poco y estar mínimamente alerta. Pero bueno se entiende que los intereses de este periódico van en línea con los del Sr Gates y el globalismo sionista”.

 

La lectora Pepitalapistolera se dedica a desmenuzar una de las afirmaciones del artículo de Página/12, con un ahínco y profundidad encomiables, del que citamos aquí algunos párrafos: “La autora dice ‘un equipo de investigadores publicó un artículo en la revista Nature Medicine para desmentir la teoría de la creación del virus en un laboratorio que se ‘escapó’. Para crear un nuevo virus se tiene que coger parte de otro virus, algo que no se presenta en el coronavirus’”.

 

Hasta allí, su propia cita textual de la nota, aquí, su aporte: “Pero el biólogo francés Luc Montagnier que ganó el Nobel de Medicina en el 2008 por  participar en el descubrimiento del virus del sida (VIH), sostiene que el coronavirus causante de la Covid-19 es una fabricación humana, obra del laboratorio de Wuhan al que apuntan otras sospechas. Según Montagnier, se trató de una fuga accidental mientras investigaban una vacuna contra el sida”.

 

“Son dos hipótesis. El Nobel francés de 87 años, aseguró a la web médica “Pourquoi docteur?” que el SARS-Cov-2, el patógeno que está provocando la actual crisis sanitaria global, contiene algunas secuencias idénticas a las del VIH. Según el prestigioso científico, la teoría de que el coronavirus se originó en un mercado de animales vivos en Wuhan ‘es una bella leyenda, pero no es posible’”.

 

“Son dos alegaciones totalmente opuestas. La comunidad científica nos debe un estudio de este virus, para que sepamos si es cierto lo que dicen los que escribieron el artículo en la revista Nature Medicine, o si es cierto lo que dice el premio Nobel Montagnier”.

 

El foro de lectores se prolonga con lúcidos intercambios y aportes, incluidos los lectores que adhieren a la línea editorial del diario. Por razones de espacio, y cumplido el objetivo de ilustrar sobre el personaje en el que nos centramos en este tramo, damos por concluido el apartado, no sin antes mencionar que una semana antes, el propio Página/12 publicó una nota similar a ésta, con el título “La pandemia la creó Bill Gates o los celulares”, como se ve, una llamativa insistencia para acudir en defensa del plutócrata.

 

EL ACONTECIMIENTO

 

 

Alain Badiou, un discípulo de Althusser que revisitó el materialismo dialéctico, convirtiéndolo en “materialismo del encuentro”, introduce la noción de acontecimiento como una posibilidad de incluir “lo aleatorio en el orden del mundo”, es decir, de convocar al azar en la construcción de ese esquema férreo iniciado por Hegel y continuado por Marx.

 

Badiou reivindica la verdad como un concepto que puede ser revelado por una multiplicidad de sujetos, lo que no significa que se la relativice y alcance, a la manera posmoderna, un espesor lábil y antojadizo, sino que ante el hallazgo, ese orden individual puede volverse universal y afectar el statu quo con el que se rige el orden de las cosas.

 

Visualiza que esa verdad estará presente en los que llama “procedimientos genéricos de verdad”, que responden a cuatro áreas: el amor, la ciencia, la literatura y la política. De esta manera, partiendo de estos vectores eminentemente humanos, Badiou propone no solo un método filosófico, sino también una esperanza: donde quiera que un individuo experimente un hallazgo en cualquiera de estos ítems, y persista en él, la posibilidad del acontecimiento, que aparece en la historia con bríos  impensados, sorprenderá al mundo con un nuevo amanecer.

 

Si el prensador francés hubiese presenciado el 17 de octubre, sin duda habría afirmado que se trataba de un “acontecimiento”; que Scalabrini hablara del “subsuelo de la patria sublevado”, da una imagen precisa del asunto: algo oculto a la vista que de pronto marca su presencia en la historia y la modifica, cuando nadie esperaba que tal contingencia ocurriera. El sujeto que persistió en su verdad y la encarnó con su cuerpo, fue el pueblo trabajador, y aquella verdad amasada entre millones todavía camina descamisada por la historia nacional.

 

Del modo opuesto, cuando una verdad “oficial” se imponga, su contracara se presentará para empañarla y rebatirla desde los márgenes. Si el menemismo anuncia la entrada al primer mundo, miles de piqueteros en las rutas lo desmentirán, preparando para el futuro la asonada de otro acontecimiento.

 

Del mismo modo, las consecuencias de la pandemia han sido caracterizadas por diversos pensadores como un cambio de paradigma, el fin de un ciclo o la oportunidad para edificar otro sistema.

 

Slavoj Zizek propone en este sentido un “comunismo de desastre” que confronte con el “capitalismo de desastre”, porque sostiene, no sin razón, que en una emergencia como ésta, el mercado no puede asignar ni distribuir recursos, y que entonces el estado  “no sólo debe asumir un papel mucho más activo, organizando la producción de cosas que se necesitan urgentemente como máscaras, equipos de prueba y respiradores, secuestrando hoteles y otros centros turísticos, garantizando el mínimo de supervivencia de todos los nuevos desempleados, y así sucesivamente, haciendo todo esto abandonando los mecanismos del mercado”.

 

Aleksandr Duguin ve una oportunidad similar, solo que la sitúa en un eje ya transitado por su teoría: la posibilidad de que la pandemia entierre la globalización y dé a luz la multipolaridad.

 

Como bien nos previene el filósofo surcoreano Byung Chul Han, la pandemia o el virus no pueden encarnar en sí mismos un acontecimiento, pero sí revelan la miseria del orden imperante, es decir, los episodios a los que asistimos desde hace meses, son aquella verdad no dicha, vergonzante, la punta del iceberg contra el que la civilización ha encallado.

 

El virus, como ya se ha mencionado,  tiene una enorme capacidad de daño: se contagia exponencialmente y confronta a la comunidad médica como un enigma. A lo largo de este artículo no leerán ninguna insinuación que señale lo contrario; pero sin estas condiciones de vida, distribución de la riqueza, empobrecimiento e irracionalidad capitalista, la maquinaria de muerte desplegada no habría contado con esta letalidad.

 

Un sistema sanitario como el inglés, reconocido por su larga tradición de medicina pública, el HNS, colapsó, pero lo mismo ocurrió con la salud de Italia y España.  Un consejo de “tres sabios” fue designado en Gran Bretaña para decidir quién habría de sobrevivir y quién no. En Italia, los ancianos fueron asistidos con una tablet para la despedida final de los suyos, y en España, se vivieron escenas similares. En definitiva, el fenómeno Coronavirus reveló algo que Marx nos anticipó hace más de 150 años: el capital cosifica al hombre y humaniza las mercancías, en otras palabras, vuelve inhabitable el mundo para las personas y entroniza las cosas como objetos con vida propia.

 

Algo más quedó en evidencia: el sistema de medicina prepaga, que impera en el planeta para aquellos que puedan pagarlo, no solo es completamente inútil durante una pandemia, sino que además resulta un sinsentido en ausencia de esta emergencia. Su insensatez es transparente, pero su lógica, intocable: millones de personas en perfecto estado de salud aportan mes a mes a un servicio que solo eventualmente necesitarán, y que en caso de padecer alguna dolencia o sobrepasar cierta edad, les será retaceado. La mecánica predatoria del capital es evidente: quiero tu dinero a cambio de nada, porque tu aporte solventa los pacientes que, de todas maneras, ya me encargué de filtrar para no cargar con enfermos crónicos o graves.[7]

 

La mercancía, la “cosa” humanizada, es el sistema prepago de salud. La humanidad, bien gracias.

 

Los héroes cívicos de esta crisis, como ya sabemos, fueron los trabajadores de la salud pública, mientras las clínicas privadas receptoras de esas prepagas, fueron noticia, como en el caso de “La Providencia”, por los contagios ocurridos en sus instalaciones.

 

Otra manifestación de la cosificación del individuo  se patentizó en las tragedias de los geriátricos, una institución que, a los gritos, confesó su ineficacia. Residencias con decenas de muertos, viejos aislados que acabaron contagiándose entre sí, y dos de cada seis fallecidos en España fueron ancianos, la mayoría, muertes producidas en geriátricos.

 

Aquel banco de la plaza con jubilados es hoy un recuerdo en blanco y negro que revive en el sketch que cuatro cómicos hacían en “La tuerca”, pero la figura es inhallable por estos días.

 

Sin espacios de socialización, sin una presencia central en sus familias, después de que el sistema laboral los exprimió, y perdido el sentido que delineó el trazado de sus vidas –trabajar, formar una familia, retirarse- su destino final es el geriátrico. No hay espacio en un mundo con cambios tecnológicos constantes para la sabiduría o experiencia de antaño. El “mundo líquido” que describió Baumann los convierte en sus primeras víctimas, aptas para el descarte en un lugar que, como en la película de los hermanos Cohen, “no es país para viejos”.

 

El sinsentido deshumanizante es mayúsculo si se considera que la vida se ha extendido, que se cuentan ya con varias decenas de centenarios en este mismo país, y que la tercera edad comienza a ocupar el tercio más largo de una vida humana.

 

El efecto producido por una verdad oculta entre los pliegues hegemónicos del poder, lo ilustra con precisión Zygmun Baumann en este párrafo de “Amor líquido”: “La progresiva comercialización de los programas de salud, un obvio efecto del desaforado deseo de ganancia de los gigantes farmacéuticos supranacionales, sólo aparece dentro del panorama político cuando el hospital que atiende a todo un barrio es descuidado o cuando los asilos de ancianos o de salud mental locales se cierran”.

 

Perfectamente podría estar describiendo la situación actual frente a la pandemia, con la capacidad hospitalaria sobrepasada y las residencias geriátricas infectadas.

 

Otro aspecto que  revela el trasluz de la verdad oficial del capitalismo son los hoy eufemísticamente llamados “barrios vulnerables”. Según el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, su urbanización es uno de los modos en que la realidad social argentina se modificaría por completo. Cuatro mil barrios, cuatro millones de argentinos, son la cifra desnuda del espanto[8]. Allí, la solución sanitaria en algunos casos fue cercarlos, como si se tratara de “bantustanes” al estilo sudafricano. El método, eficaz, contuvo los contagios, pero no se puede asegurar que sea humanitario.

 

Un habitante de Villa Azul evaluaba de modo equilibrado su situación: “entiendo la medida, pero no nos avisaron. De pronto, ya no pudimos salir más, quedamos adentro cercados por retenes del ejército y la policía”[9].

 

El dilema es complejo, si hasta la derecha más cavernícola lo calificó de proceder inhumano, y uno de sus voceros intelectuales los comparó con el “ghetto de Varsovia”. Dejando de lado este ejercicio de cinismo, y entendiendo que las gestiones nacional y provincial no disponían de alternativas, lo que viene a revelar el cerco a Villa Azul, tanto como los geriátricos de Italia y España y los sistemas sanitarios del planeta, es que detrás de las verdades oficiales, se agazapan éstas, que tal vez incuben en su vientre el embrión de un futuro acontecimiento.

 

Como sea, Alain Badiou nos mira de lejos con una sonrisa piadosa.

 

 

SEGUNDA PARTE: ¿EN MANOS DE QUIÉNES ESTAMOS?

“Debemos estar alertas del peligro de que la política pública llegue a ser secuestrada por una élite científica y tecnológica”.

Ike Eisenhower, presidente de los Estados Unidos de América, Enero de 1961

 

¿QUIÉNES COMBATEN LA PANDEMIA?

 

Una de las discusiones con los mal llamados “conspiranoicos”, una vez declarada la pandemia,  se suscitó en torno a la figura de Bill Gates.

 

“Filántropo”, como les gusta llamarlo a los medios hegemónicos, Bill Gates es el organizador del “Event 201”, un simulacro de pandemia organizado entre otros por el Foro Económico Mundial, un mes antes de que se conociera el paciente 0 de Coronavirus.

 

Según palabras de su anfitriona, el objetivo del encuentro fue “ilustrar las potenciales consecuencias de una pandemia y el tipo de desafíos sociales y económicos que generará (…) Este escenario también revelará el rol clave que tienen los negocios globales y las sociedades público privadas en preparar y responder a una pandemia”.

 

Detengámonos un momento en su ente organizador, el Foro Económico Mundial, una organización “sin fines de lucro”, y de la que se afirma “no está ligada a intereses regionales, partidarios ni nacionales” y cuyo objetivo rector es “el compromiso de mejorar la situación del mundo”.

 

Presentado así, el Foro parece una convención de santos, y no la concertación de poderes fácticos que en su edición 2009 representaban “los más de 1170 directores ejecutivos y presidentes de empresas mundiales líderes y 219 personalidades públicas, incluidos 40 jefes de estado, 64 ministros y 30 directores o funcionarios senior de organizaciones internacionales”.

 

El Foro depende financieramente de sus mil “empresas miembro”, que son aquellas “con más de cinco mil millones de dólares de facturación”. 

 

Es decir, el Foro es, por si queda alguna duda, una conjunción de plutócratas y corporaciones, de la que han participado genocidas y violadores de los derechos humanos como Bill Clinton, Benjamin Netanyahu, Alvaro Uribe Vélez y Henry Kissinger.

 

Y esta organización, junto a multimillonarios como Bill Gates, decide efectuar un simulacro en el que, “se revelará el rol clave que tienen los negocios globales junto con las sociedades público privadas”.

 

Nótese que ni siquiera se mencionan a los estados como actores de una eventual pandemia, sino que esa coalición que se insinúa (corporaciones globales y organizaciones público-privadas) se destaca  como responsable de la emergencia en el orden mundial.

 

En un informe desmañado y poco riguroso del que ya hicimos referencia en el apartado anterior, el periodista Tomás Méndez se refirió en su programa “ADN” a este evento organizado por el Foro Mundial en sociedad con Bill Gates.

 

Un informe de la RAI del año 2015 ilustró el envío, en el que se daba por cierto que el virus fue creado en China, por científicos de ese país y de los Estados Unidos, que –ante la peligrosidad que entrañaba el experimento- abandonaron el proyecto.

 

Aquí, la transcripción textual del periodista italiano que presentó la investigación: “científicos chinos crean un supervirus pulmonar de murciélagos y ratones, se presume que por motivos de estudio, pero son tantas las  protestas que vale la pena preguntarse. Es un experimento, cierto, pero aunque se presume que por motivos de estudio, lo que hacen es insertar una proteína tomada de murciélagos al virus del SARS, -la pulmonía aguda, procedente de ratones-, de allí emerge un supervirus que podría afectar al hombre. Queda atrapado en el laboratorio, claro, sirve solo por motivos de estudio, pero ¿vale la pena correr el riesgo de crear una amenaza así de grande solo para poderla examinar?”

 

Las posibilidades de conocer la verdad sobre tan inquietante experimento, descripto cinco años antes con lujo de detalles, se perdieron, como ya sabemos, entre la falta de rigor de Méndez, y una insólita acusación antisemita, fogoneada por la inefable DAIA y concretada por el INADI, justificada por la mención de la palabra “Israel”, en medio del informe[10].

 

UN “BILL” DE INDEMNIDAD

 

Gates, como Soros, son señalados como “filántropos”, y defendidos por medios hegemónicos o que sostienen un pensamiento políticamente correcto, y atacados por medios alternativos y participantes de las redes sociales; que a menudo éstos adolezcan de las herramientas profesionales e intelectuales para hacerlo, y que llamativamente al mismo tiempo surjan teorías de la conspiración que por su propio trazo grueso invalidan posiciones críticas mucho más sólidas, no debería ser obstáculo para examinar en detalle el rol que están jugando las corporaciones asociadas a estos megamillonarios y dilucidar qué rol juegan en el entramado político mundial.

 

Es posible que, tal como postulan muchos especialistas, vayamos hacia un orden en el que lo privado, expresado en términos corporativos y monopólicos, comande el destino de la humanidad, o que quizás, como expresan otros, la emergencia surgida de la pandemia obligue a repensar el rol del estado, para refundarlo como institución y alumbrar el orden multipolar en el que confía Aleksandr Duguin. Sea cual fuere la alternativa, es necesario contemplar en detalle el carácter de estos procesos y posar nuestra mirada en la acción y el patrimonio de estos hombres.

 

En el caso de Gates, empecemos con algunas preguntas: ¿cómo es que su fortuna se incrementa a veinte años de apartarse de Microsoft? Por otra parte, sus iniciativas sobre asistencia social, sanitarismo y políticas educativas ¿pueden separarse tajantemente de sus intereses históricos, su pertenencia a un núcleo corporativo, sus aliados y mandantes?

 

Para dilucidar algunas de estas cuestiones, veamos la semblanza que traza Eduardo Sartelli, autor de “La cajita infeliz”, una obra que desmenuza al sistema capitalista y sus protagonistas, que, con precisión, sitúa la figura del millonario en el contexto histórico y económico del que surgió.

 

BILL, EL MONOPÓLICO

 

“Hoy por hoy, nadie como el dueño de Microsoft para ejemplificar el mito del inventor exitoso, que acumula fortunas gigantescas gracias al poder de su mente. Sobre todo porque Guillermito llegó a ser uno de los individuos más ricos del mundo, totalizando 63.000 millones de dólares de fortuna personal.(…) Cuando uno paga una copia del Office de Windows, no paga un trabajo hecho por Gates sino por sus obreros (sí, sus obreros). Y no está pagando ninguna propiedad mágica, sino una cantidad determinada de esfuerzo humano (…) El valor del trabajo de los programadores, dividido por los millones de usuarios del mundo, no podría superar algunos centavos por copia y, aun así sería una exageración. No, la clave del Windows es la renta que genera tener el lugar donde debe instalarse cualquiera que quiera producir algo con su PC. Cuando un inventor cobra por su patente, más allá del trabajo que le costó el invento, está extorsionando a la sociedad. Cuando esa patente, es la llave de las llaves de la comunicación mundial, la estafa es planetaria. Como en última instancia no hace más que ejercer su derecho de propietario, el principal derecho humano en la sociedad burguesa, ni Gates ni ningún otro fulano por el estilo cometen ningún delito. Todo lo contrario, es un ejemplo del tipo humano que promueve la sociedad capitalista. Por eso hay muchos competidores tratando de imitarlo, tratando de apoderarse de un sector tan rentable. Si se les hace difícil es porque Gates reduce el peso de su monopolio como instrumento de competencia, es decir, no cobra lo que se le da la gana sino lo que puede. De no ser así, Gates sería hoy dueño del mundo”.

 

El libro de Sartelli tiene varios lustros de publicado, sin embargo, la caracterización que hace de Bill Gates, está más vigente que nunca, sobre todo ahora que ha diversificado su actividad, convirtiéndose en un referente del sanitarismo planetario. Gates es básicamente un cultor del monopolio, un ávido apostador que en la ruleta mundial juega a pleno con las corporaciones, y Eduardo Sartelli lo expone claramente en la semblanza que acabamos de leer, y que se continúa en estos términos:  “Uno de los episodios cruciales de la historia del software es el debate que Gates mantuvo en la revista de aficionados Computer Notes, con los usuarios del primer programa para uso de una PC que el dúo Allen-Gates dio a luz, el Basic para las computadoras Altair. ¿Qué posición defendía el Señor de los Programas? Que no podría desarrollarse buen software si los usuarios no pagaban por él. Que él y Allen habían trabajado mucho por el desarrollo del Basic y que los resultados económicos daban la magra suma de dos dólares la hora. Así nadie iba a trabajar en el asunto y nunca habría buen software por la falta de incentivos (económicos) para los profesionales. Muchos usuarios amenazaron con demandarlo por haberlos acusado de ladrones, y otros le recordaron que el Basic había sido desarrollado a partir del PDP 30 de Harvard, o sea, gratuitamente a partir de propiedad estatal. Lo crucial es esta idea de que el software era un negocio y que el programador tenía derecho a la patente y a cobrar a todos los usuarios. Que el Linux existe prueba que no hace falta lo que exige Gates. Que hay un montón de programas gratuitos, también. Pero la clave radica en que un derecho de patente no es el equivalente por el pago de un trabajo realizado; Gates no está exigiendo que se le pague por su trabajo, sino que se le reconozca el monopolio de su invento. Es decir, que se le siga pagando por el uso de cada ejemplar de su programa aun después de que el trabajo contenido en él ya haya sido remunerado, incluso con ganancia. Es decir, un monopolio ad eternum como la renta de la tierra. Ésta es la clave de la fortuna de Gates: ha logrado construir un monopolio por el cual, hoy por hoy, la humanidad entera debe tributarle”.

 

A esta altura, y siguiendo el medular análisis de Sartelli, cabe preguntarnos por qué la lógica de acumulación monopólica de Gates sería distinta al abocarse a la producción de una vacuna contra el Coronavirus, si lo que lo ha convertido en un megamagnate ha sido su lógica de rapiña.

 

Este es entonces el hombre que se ha vuelto un factor gravitante en la emergencia de la pandemia, y que apuesta a liderar la Organización Mundial de la Salud. Concluido su retrato, sigamos adentrándonos en otros aspectos de sus decisiones actuales.

 

EL VILLANO TRUMP DESFINANCIA A LA OMS

 

En mitad de la pandemia, Donad Trump produce un hecho sin precedentes: anuncia que Estados Unidos dejará de financiar a la Organización Mundial de la Salud. De inmediato, Bill Gates recoge el guante y comunica que no solo aumentará su ayuda a la institución, sino que además convocará a otros “filántropos” a que la sostengan. El gobierno alemán, que en boca de su responsable, Angela Merkel, ha sugerido que la emergencia sanitaria es la oportunidad de una gobernanza mundial, dichos compartidos por el ex ministro británico Gordon Brown y Henry Kissinger, sugiere que se convierta a la OMS en un centro mundial contra las pandemias.

 

Como se ve, el socorro ha llegado de inmediato y promete convertir al ente en la vedette de las organizaciones planetarias.

 

La OMS, como  ya observaremos, tiene un carácter interestatal engañoso, pero a partir de estos tironeos, se encaminará decididamente a su definitiva privatización: China aporta el 0,21% de los fondos, mientras dos particulares como Bill y Melinda Gates, colaboran con un 10% de sus ingresos. Si consideramos que el bueno de Bill elevará su cuota y convocará a otros “benefactores”, la suposición de que el organismo será un ente privado se convierte en una conclusión contundente. De todos modos, como veremos a continuación, este status es la condición real de la organización por lo menos desde principios de siglo.

 

La reacción de Bill ante el anuncio de Trump no se hizo esperar: “Vacilar con su financiación durante una crisis mundial de salud es tan peligroso como suena”.

 

Dispendioso, prometió 250 millones de dólares para la OMS, aunque aseguró que su fundación seguirá batallando contra la pobreza extrema y la mejora de la educación pública en Estados Unidos, combates en los que, por lo que se ve, no estaría teniendo los mejores resultados.

 

BILL, EL VIDENTE

 

“La próxima epidemia podría originarse en la pantalla del ordenador de un terrorista intentando valerse de la ingeniería genética para crear una versión sintética del virus de la viruela, o un brote súper contagioso y mortal de la gripe”.

 

La advertencia, que nos remite a la ya conocida cita de William Burroughs que inicia este artículo, no era una novedad para los servicios de inteligencia, que para entonces habían determinado que Isis tenía armas biológicas en Siria e Irak. La pregunta, que dejamos aquí al pasar, es con permiso de quién pudo una organización terrorista, creada, financiada y sostenida por Estados Unidos e Israel desarrollar ese tipo de recursos.

 

El Event 201, realizado a semanas de los primeros casos del virus en China, fue la otra respuesta “profética” de Gates sobre la pandemia que se desataría sobre el planeta. Recordemos una vez más, que lo hizo asociado al Foro Económico Mundial, y a poco de asociarse con Pfizer, que es hoy uno de los candidatos a producir la vacuna contra el Corona. De paso, cuando la farmacéutica realizó su anuncio, sus acciones en la Bolsa de Neva York dieron un salto de 17 puntos.

 

Todos esos datos cobran una enorme importancia para nosotros, desde que la empresa anunció que probaría su vacuna en nuestro país.

 

BILL, EL ENFERMERO

 

Según la leyenda rosa que romantiza el abandono de Microsoft por parte de Gates para dedicarse a la filantropía, hace veinte años que el millonario invierte en salud, con la intención de salvar millones de vidas expuestas al zika, la tuberculosis y la malaria.

 

Lo que esta versión no aclara es por qué las ganancias de Gates se han incrementado desde entonces y su poder sobre los centros de decisión política mundial se volvió determinante.

 

En el encadenamiento del relato, la “Charla Ted” que dio hace cinco años es la perla que deslumbra con sus dotes de vate y planificador. En ella, el hombre del flequillo afirma: “Cuando era un niño, el peligro que más temor nos causaba era una guerra nuclear. Pero hoy en día, la mayor catástrofe mundial no se parece a eso. En realidad, si algo ha de matar a más de 10 millones de personas en las próximas décadas no será una guerra sino probablemente un virus muy infeccioso. No misiles, sino microbios”.

 

Y continuaba así: “la falta de preparación podría hacer que la próxima epidemia sea mucho más devastadora que la del ébola en 2014” Según el millonario, una de las razones por las cuales este virus no resultó masivamente letal fue por su propia naturaleza: “el ébola no se propaga por el aire. Cuando alguien llega a ser transmisor, ya estará tan enfermo que permanecerá en cama. (…) Pero la próxima vez podemos no tener la misma suerte. Podría ser un virus con el que los transmisores no se sientan mal y puedan viajar en avión o ir al mercado”.

 

Sin embargo, Gates aseguraba que una respuesta eficaz era posible: “Tenemos teléfonos móviles para recibir y difundir información al público. Tenemos mapas satelitales para ubicar a la gente y ver cómo se moviliza. Tenemos avances en biología. que cambian el tiempo de estudio del patógeno y permiten fabricar fármacos y vacunas que ataquen esos gérmenes. O sea, que sí tenemos los instrumentos, pero hay que ponerlos al servicio de un sistema mundial general de salud. Y necesitamos estar preparados”.

 

Detengámonos un momento en este párrafo, donde se vuelve a insistir en un “sistema mundial de salud”; Gates nos indica los instrumentos de lucha contra el virus, varios de ellos, como los teléfonos móviles y los mapas satelitales, presentes en los estantes de su vieja ferretería. Hoy sabemos que el incremento del teletrabajo, la educación a distancia y la obligatoriedad de relaciones virtuales,  disparó la demanda de computadoras y móviles cuyo componente estrella es el litio, mineral en el que Gates y sus socios tienen ingentes inversiones[11].

 

Pero el “benefactor” no se detiene en esas recomendaciones, sino que planifica en términos de política estratégica:   “necesitamos contingentes de reserva médica; suficiente personal con el conocimiento y el entrenamiento adecuado y listos a desplazarse. Y luego hay que coordinar a estos médicos con los militares y beneficiarse de la capacidad de estos para moverse rápidamente, hacer logística y tener áreas seguras”.

 

Como se ve, la conjunción médico militar implica una organización forzosa de la población, una forma de control social que inevitablemente hubo de adoptarse en medio de la crisis. La cuestión es si esta profecía autocumplida de Bill responde a un estado de excepción, o si, en un eterno alerta frente a posibles pandemias, constituirá la mentada “nueva normalidad” que regirá de ahora en más a la humanidad.

 

¿LA OMS ES EL NUEVO EMPERADOR DEL PLANETA?

 

“La Organización Mundial de la Salud parece haber dejado atrás su movilizadora consigna original: «salud para todos». Bajo la dirección de la ex primera ministra noruega Harlem Brundtland, el organismo es cada vez más dependiente de las contribuciones voluntarias de fundaciones y empresas privadas”.

Así empieza este artículo de Le Monde diplomatique publicado en julio de 2002.

 

La citada Gro Harlem Brundtland nos dice por entonces, en el Foro de Davos  (el Foro es, por si lo olvidaron, la reunión top de financistas, banqueros y jefes de estado al servicio del poder hegemónico mundial): “debemos proteger los derechos de las patentes (…) para garantizar que la investigación-desarrollo nos brinde las herramientas y las nuevas tecnologías (…). Necesitamos mecanismos capaces de impedir la reexportación de medicamentos baratos hacia las economías más ricas”.

 

Continúa la por entonces directora de la Organización Mundial de la Salud, diciendo que “debemos abrirnos a los otros”. El autor de la nota se pregunta “¿Cuáles “otros”?” y se responde “Esencialmente el sector privado, al cual se le proponía un trato de socio, al igual que a las principales organizaciones multilaterales: el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC)”.

 

Hagamos un salto en el tiempo: en octubre de 2019, en el diario El País de España se publica una nota titulada “El mundo tiene que prepararse para la próxima  gran pandemia letal”.

 

Coincide en el énfasis y la fecha con el Event 201, patrocinado por los mismos entes mencionados líneas arriba, y del que participa nuestro ya conocido filántropo Bill Gates.

 

En el artículo de “El País”, se cita un informe preparado entre varios especialistas y organizaciones, coordinado por la ex titular de la OMS, Gro Harlem Brundtland.

 

Luego de establecer causas y efectos, y caracterizar actores, es hora de volver a 2002, cuando “El Dipló” publicaba las declaraciones del director de gabinete de Brundtland, David Nabarro: “necesitamos absolutamente el financiamiento privado. En efecto, desde hace diez años los gobiernos ya no nos suministran mucho dinero; las grandes sumas de dinero están en el sector privado y en los mercados financieros. Y como la economía estadounidense es la más rica del mundo, debemos hacer de la OMS un sistema seductor para Estados Unidos y para los mercados financieros”.

 

Remarquemos este párrafo: “debemos hacer de la OMS un sistema seductor para Estados Unidos y para los mercados financieros”.

 

Vayamos otra vez a unos diez meses atrás, cuando se publica este artículo en el diario El País donde se nos advierte: “si un brote de un nuevo y agresivo tipo de gripe estallara mañana, el mundo no tendría herramientas para evitar la devastación. Morirían entre 50 y 80 millones de personas y liquidaría el 5% de la economía global. No contamos con las estructuras suficientes para hacer frente a la próxima pandemia letal”.

 

Este informe lo elabora un grupo de expertos que dependen de la OMS y el Banco Mundial y que es presidido como recordarán, por Gro Harlem Brundtland, que afirma: “el espectro de una urgencia sanitaria global se vislumbra en el horizonte. Sería genial decir que estamos preparados para lo que puede venir, pero no es así. Tenemos que hacer una serie de cambios y vamos a controlar que se lleven a cabo».

 

¿Me permiten regresar a 2002? Vayamos entonces al artículo del medio francés que cita a un diplomático hablando de Brundtland: “la posición de Brundtland respecto de la industria farmacéutica se explica por su adhesión a los valores de la mundialización actual, pues estableció estrechas relaciones con la OMC y asume como propio el discurso del BM, principal suministrador de fondos de la OMS. Por otra parte, si adoptara una actitud diferente, la directora general quedaría enfrentada a los estadounidenses, cuya influencia es preponderante”.

 

Ahora la noruega reaparece, 18 años después, en la nota de El País, que cita a su vez a uno de los autores del informe que alerta sobre una inminente e incontrolable pandemia: “»El escollo principal es la financiación. Sigue sin invertirse lo suficiente, aun siendo lo más inteligente desde el punto de vista económico. Por cada dólar invertido en vigilancia, ahorras 10 en servicios médicos».

 

“Sigue sin invertirse lo suficiente”. Ahora bien, cuando esta gente habla de financiación, ya lo sabemos, se refiere a la industria farmacéutica y a los organismos financieros internacionales.

 

La advertencia sigue con sospechoso tono apocalíptico: «hay que prepararse para lo peor. Esto quiere decir que nadie es ajeno a las consecuencias más nefastas. Europa y Norteamérica se sienten muy a salvo, pero hay que explicar a la gente que, en un mundo interdependiente, cualquier brote puede afectar, como mínimo, a los países vecinos. Creo que todavía no somos conscientes de lo conectado que está este planeta a través del transporte aéreo. En cuestión de horas puedes haber llevado cualquier enfermedad de un lado del globo a otro». Por si el lector se perdió entre las citas, le recordamos que estas afirmaciones que en octubre de 2019 eran futuristas y que un mes antes fueron presentadas a la ONU, las hace  Gro Harlem Brundtland, que sigue así: “si queremos empezar a prepararnos ya, hay que instalar laboratorios en zonas en riesgo, preparar personal cualificado como epidemiólogos e informar a la población para que ellos mismos sean los primeros que den la voz de alarma”.

 

Todo se parece de una manera llamativa a las políticas que finalmente se adoptaron, incluidos aspectos en los que creemos no estar forzando una interpretación. Incluso cuando se afirma sobre “Informar a la población para que ellos mismos sean los primeros que den la voz de alarma”, parecería una alusión al número 134, con el que cualquier vecino puede denunciar a su prójimo en caso de sospecha.

 

Por si quedan dudas, el medio reproduce una suerte de protocolo para actuar en caso de una epidemia. Vamos a desglosarlo punto por punto:

 

“COMPROMISOS PARA PREVENIR UNA EPIDEMIA MASIVA”

 

Estos son algunos de los objetivos concretos que determinan los autores del informe sobre preparación mundial para emergencias sanitarias:

 

*Elaborar un plan de seguridad sanitaria, determinar los recursos y nombrar a un coordinador de alto nivel para aplicar estas medidas.

 

Obviamente, después de esta “advertencia”, hecha tres meses antes de que el brote se iniciara en Wuhan, el valor “profético” del informe habilitará en el futuro a que se lo tome al pie de la letra; hoy, ese “coordinador de alto nivel” se convertiría virtualmente en una  suerte de emperador sanitario que podría decidir la orientación de grandes políticas supranacionales en la emergencia.  Como sabemos, ese organismo, citado en estas páginas en boca de estadistas y especialistas, es la propia OMS.

 

*La OMS y el Banco Mundial, en colaboración con los países, tienen que elaborar y aplicar intervenciones prioritarias que puedan financiarse en los ciclos presupuestarios actuales.

 

Hace algo más de tres meses, el Banco Mundial nos dio un préstamo de 300 millones de dólares, en medio de la emergencia por la pandemia. La sugerencia parece cumplirse al pie de la letra.

 

*Los donantes y los países deben establecer plazos para la financiación y desarrollo de una vacuna universal contra la gripe y antivíricos de amplio espectro.

 

Como recordarán, los “donantes”, con socios bobos entre los estados, serían las propias entidades farmacéuticas. La vacuna contra la gripe surgiría de la financiación de esta industria, una “donante” y de organismos financieros. Cabe esperar que sería pagada como el Tamiflú, aquella patente registrada por el secretario de Defensa de los Estados Unidos, Donald Rumsfeld, de la que se adquirieron ingentes partidas en todo el mundo.

 

*La ONU y la OMS tienen que definir con claridad las funciones y responsabilidades y los mecanismos de activación oportunos para la respuesta coordinada en caso de emergencia sanitaria.

 

El “gobierno mundial” que mencionó específicamente Angela Merkel, ya citada, se presenta aquí con absoluta transparencia. La ONU tendría en la OMS el organismo ideal para administrar la crisis y conseguir la cura, hasta la próxima nueva crisis.

Y ahora, vamos al punto final:

 

*También encarga a estos organismos realizar dos ejercicios de formación y simulación, uno de ellos sobre un patógeno respiratorio letal.

Eso, que se realizó al mismo tiempo, fue el Event 201.

 

LOS APORTANTES, CON PESOS, CENTAVOS Y DENUNCIAS

 

Con el cuadro que presentaremos a continuación, queda claro que la financiación de la OMS proviene de privados, laboratorios que a su vez son los principales interesados en colocar lo que producen en el mercado global; esto evidencia una contradicción: quienes sostienen a la Organización Mundial de la Salud, que hoy alienta la creación de una vacuna contra la Covid – 19, son los mismos que buscan maximizar sus ganancias. La vacuna, que solo serviría si puede aplicarse a la totalidad de la población mundial, implica un gran negocio y una gran paradoja: debería ser gratuita, y a la vez, alguien debería pagarla.

Veamos en principio el detalle del cuadro:

DONACIONES DE LAS FARMACÉUTICAS A LA OMS EN 2015*
GSK 7.769.202
NOVARTIS 6.992.742
SANOFI PASTEUR 6.158.152
MERCK SHARP 2.457.453
MEDIMMUNE 1.399.580
UCB SA 1.042.736
CSL LIMITED 979.704
ELI LILLY AND COMPANY FOUNDATION 711.525
KAKETSUKEN 659.568
BAYER 600.148
MERCK 592.252
BRISTOL-MYERS 580.000
DENKA SEIKEN 448.507
LABIOFAM 161.674
EISAI 150.000
SINOVAC BIOTECH 139.959
BEIJING TIANTAN BIOLOGICAL PRODUCTS 83.975
ALERE INC 39.071
TOTAL 30.966.248

 

LA FINANCIACIÓN, CON LUPA

Sobre la cantidad de población y el PBI, los 194 estados socios de la OMS aportan una cuota fija, que se redujo desde hace varios años, hasta representar solo una cuarta parte de la financiación total de la entidad.

 

Por eso, las “contribuciones voluntarias” representan más del 75% de su presupuesto, lo que en plata contante y sonante son unos 6.000 millones de dólares.

 

Por allí se cuelan las “fundaciones filantrópicas”, y las farmacéuticas.

 

En 2015, los laboratorios dieron, al menos, 30.966.248 dólares a la OMS en concepto de ‘contribuciones voluntarias especificadas’, es decir, los aportantes deciden en qué se gastará su plata.

 

Ese  detalle se puede observar en el apartado anterior,  y sobre esos nombres volveremos al final de esta sección.

 

Pero esos no son los únicos ingresos que registra la OMS, sino también las “contribuciones en especie”. Sí, la pituca organización cobra, como los curanderos de antaño, con un par de gallinas y un queso casero.

 

Aunque el cobro representa algo más que una módica recompensa: 60.701.307 dólares recibió la OMS en concepto de medicamentos, y la tabla la volvieron a encabezar GSK (22 millones) y Merck (15 millones).

 

Estas transas le han llevado a declarar al ex director del Programa Mundial de Medicamentos de la Organización Mundial de la Salud, Germán Velásquez: «la financiación privada condiciona las decisiones de la OMS».

 

El declarante no se anda con medias tintas y nos dice que la OMS «funciona en favor de intereses privados» porque efectivamente «ha sufrido un proceso de privatización».

 

La entidad se defiende: «las prioridades y los objetivos de la salud de la OMS los fijan los Estados Miembros (a través del Consejo de Administración y la Asamblea Mundial), ellos son quienes tienen la última palabra sobre los programas de salud, y no los donantes privados”.

 

De todos modos, la desproporción entre los aportantes privados y los estados nación, es evidente: entre los donantes privados, el más destacado  es, como el lector imaginará,  la Fundación Bill & Melinda Gates, con 185 millones de dólares en 2015.

 

Sus cifras son inalcanzables, la fundación Bill & Melinda Gates fue la entidad privada que más aportó a la OMS en 2015: desembolsó 185 millones de dólares.

 

Para que nos hagamos una idea de la magnitud de esa  contribución, el aporte de esta fundación superó 95 veces lo ofrecido por el estado español.

 

EL PRONTUARIO DE LAS FARMACÉUTICAS

 

Ahora bien, es conveniente echar un vistazo a los antecedentes delictivos de las corporaciones farmacéuticas, deteniéndonos sobre todo en Pfizer, que probará su vacuna contra la COVID 19 en varios miles de argentinos.

 

Para elaborar este breve informe sobre tropelías de los laboratorios, recurrimos a un procedimiento básico: observamos su posición en la tabla de aportes a la OMS, y luego simplemente rastreamos la situación de cada una con el simple expediente de poner sus nombres en Google, seguidos de la frase “acusada de“.

 

Así, encontramos que Novartis, acusada de sobornar médicos, tuvo que pagarle a Estados Unidos 6789 millones de euros. Ese delito fue concretado  a través de programas de conferencias falsas con las que sobornaba profesionales de la medicina.

 

Por su parte, Sanofi, que fue acusada de escamotear información a los usuarios franceses y provocar daños con su medicamento contra la epilepsia Depakine, también fue imputada de regalar viajes a médicos argentinos a cambio de que receten sus productos.

 

Pero esta aportante, tercera en la tabla de donaciones a la OMS, no se quedó allí y regaló productos de valor a altos funcionarios de Oriente Próximo.

 

Algunas como Bayer, que juegan fuerte en el negocio de los agrotóxicos, salen escaldadas con demandas permanentes; un día, nos enteramos que pagará 71 millones de dólares a una víctima de su herbicida, y después, que fue condenada a pagarle a una pareja 2000 millones de dólares por uso de glifosato.

 

Pero pasemos a una de las grandes financistas de la OMS, MSD, denunciada por mentir sobre la eficacia de su vacuna para sarampión, paperas y rubeola.

 

En efecto, MSD mintió a la FDA y a las revistas médicas y científicas al decir que sus vacunas tenían una efectividad superior al 95%.

 

Los denunciantes ofrecen más de 1000 documentos en los que se demuestra que Merck omitió, ocultó y adulteró información material con respecto a la eficacia de la vacuna.

 

No es el primer traspié que tuvo con la justicia. En 2014, la misma Merck, Sharp y Dohme se vio obligada a retirar su medicamento Vioxx, después de que se descubriese que aumentaba el riesgo de infarto.

 

Pero por si algún lector duda de que quienes bancan con más dólares a la OMS, tienen numerosas causas probadas, he aquí a la estelar Glaxo, que encabeza la tabla de aportes.

 

Hace varios años, una vacuna para la gripe producida por la compañía, el Pandemrix, provocó casos de narcolepsia en niños. En fecha reciente, el British Journal of Medicine, sugiere que la compañía no habría hecho públicos mayores problemas de seguridad.

 

Los trapos sucios de Glaxo abarcan evasión fiscal en Estados Unidos, realizada con medicamentos vendidos durante los noventa, y sobornos –un clásico de las farmacéuticas- en Polonia.

 

Para el final, Pfizer, el laboratorio que acogeremos en millones de brazos argentinos, y que desde hace tiempo fabrica el Embrel, un medicamento eficaz para combatir la artritis reumatoide.

 

La novedad sobre esta droga la aportó en 2018 un tal Christopher Rowland, periodista del “Washington post”, que anunció que el medicamento podría combatir el Alzheimer, algo que la farmacéutica ocultó durante varias décadas.

 

Finalmente, Pfizer ha sido acusada de financiar campañas contra el cigarro electrónico con donaciones secretas en Alemania.

 

Según informó “Der Spiegel”, entre las campañas que Pfizer ha financiado estarían la campaña de la Alianza para la Acción Alemana contra el Tabaco (ABNR).

 

En 2005, Pfizer hizo una donación de 180.000 euros, destinada al establecimiento de una oficina de lobby en Berlín, tal y como muestran los documentos a los que ha tenido acceso el diario alemán.

 

Sin embargo, no solo se trata de que la ABNR haya recibido importantes donaciones de Pfizer, sino que además un representante permanente de la compañía farmacéutica ha formado parte del comité directivo de la ABNR, participando directamente en iniciativas legislativas.

 

FILÁNTROPOS X LA IDENTIDAD 

 

En verdad, las empresas farmacéuticas se interesan sobre todo en la llamada «responsabilidad social corporativa», ese invento del capitalismo para convencernos de que es posible dejar al planeta en los huesos y al mismo tiempo, administrar una corporación sin corazón con sentido humanitario.

 

Pero más allá de la buena imagen que puede reportarle a una corporación emprender acciones de “filantropía”, y  mostrar cuidado por el planeta, el filón de negocios globales jamás será desatendido, aunque no dejará de enmascararse con derechos humanos y necesidades  básicas de la humanidad.

 

Así parece presentarse el proyecto ID 2020, que promete identidad para todos y todas. La preocupación de benefactores como Rockefeller y Bill Gates consiste en otorgarle a la raza humana un sistema de identidad a través del cual pueda acceder a salud, educación, préstamos y, por sobre todo, obtener lo que esas antiguallas de los estados nacionales ya no pueden asegurarles: la identidad.

 

 

Para esto, han formado un consorcio, compuesto por The Rockefeller Foundation, Microsoft y Gavi “The Vaccine Alliance”, entidad esta última que nuclea tanto a la Bill and Melinda Gates Foundation como a los principales laboratorios del mundo.

 

Pero la sociedad no termina ahí, sino que se suman las empresas dominantes en el uso de datos, entre ellas, Hyperledger, dedicada a la tecnología blockchain así como IRespond y Simprints, organizaciones dedicadas al uso de datos biométricos para la identidad digital.

 

¿Cuáles son sus objetivos confesados?

“Mil millones de personas en el mundo no pueden probar su identidad (…) Ningún gobierno, compañía o agencia puede resolver esto solo”, sostiene el proyecto, que plantea que los actuales sistemas de identificación son “arcaicos e inseguros”, proponiendo el uso de “nuevas tecnologías, incluyendo blockchain y biométricas”. “Para muchos, depender de los sistemas nacionales de identificación no es posible”

 

Se preguntará el lector para qué participarían las farmacéuticas en semejante emprendimiento. Es que una campaña de vacunación global, como la que requeriría el Coronavirus, resolvería sin la molesta intermediación de los estados nacionales, una detección de los consumidores obligados y de las vacunas aplicadas.

 

El caudal informativo del que dispondrían los patrones del ID 2020, es el más extendido y masivo de la historia, porque conectará nuestras huellas digitales, iris de los ojos, registros médicos, fecha de nacimiento, nivel educativo, viajes realizados, tarjetas de crédito, historiales de empleo, licencias de conducción  y cuentas bancarias.

 

La alianza corporativa no podría expresar de manera más tierna sus objetivos, cuando afirma que “todos deberían poder tener su identidad más allá de las instituciones y fronteras nacionales, y más allá también del tiempo”.

 

Como se puede apreciar, en cada manifestante anticuarentena convocado al Obelisco, hay ramalazos inconexos, fragmentos con trazo grueso, conclusiones apresuradas, pero el telón de fondo, es éste; tampoco aquí ofrecemos cierres ni determinamos definiciones, solo acercamos un aspecto más de la información, a modo de discusión y para focalizar nuestro análisis sobre la pandemia desde nuestra perspectiva celeste y blanca.

 

Estamos de acuerdo en que la frase “Bill Gates inventó el virus” escuchada en una de esas marchas, es un reduccionismo intelectual, un atajo del raciocinio, una caricatura del pensamiento político: sin embargo, en sus enunciadores hay desconfianza hacia el sistema político, sospecha por el manejo del poder global y prevención ante las manipulaciones que se vienen.

 

En definitiva, esos protestones toscos no están muy lejos del presidente Eisenhower, cuando declaró en Enero de 1961: “Debemos estar alertas del peligro de que la política pública llegue a ser secuestrada por una élite científica y tecnológica”.

 

TERCERA PARTE: ESCUCHANDO A LOS FABULOSOS CUATRO

 

“No podemos dejar la revolución en manos del virus. Confiemos en que tras el virus venga una revolución humana. Somos NOSOTROS, PERSONAS dotadas de RAZÓN, quienes tenemos que repensar y restringir radicalmente el capitalismo destructivo, y también nuestra ilimitada y destructiva movilidad, para salvarnos a nosotros, para salvar el clima y nuestro bello planeta”.

Byung Chul Han

 

 

Byung Chul Han, Alexsandr Duguin, Slavoj Zizek y Giorgio Agamben, se encuentran entre los filósofos más respetados y difundidos de la actualidad.

 

Cada uno aportó su mirada sobre la pandemia,  permitiéndonos polemizar y ampliar sus contenidos. En este apartado le proponemos al lector una revisión concienzuda de sus dichos para contar con estas cuatro visiones y así poder intervenirlas e intersectarlas con los conceptos que desarrollamos hasta ahora.

 

HAN

 

Byung Chul Han definió nuestra época como “la sociedad del cansancio”, un período de la historia en el que los individuos se explotan a sí mismos, en su fuerza laboral, en sus posibilidades de éxito, en su búsqueda de prestigio.

 

La coerción que signó la primera etapa capitalista –horarios sin límite, desprotección laboral, explotación absoluta- es desplazada ahora por mecanismos que ofrecen al individuo una aparente permisividad, asegurándole de todos modos al capital, el rendimiento y la eficiencia laboral de acuerdo con las reglas descriptas al inicio.

 

En este contexto, la globalización expande fronteras; los que pueden, transitan libremente por el mundo y el aliento neoliberal empuja los negocios del capital financiero.

 

Han define este estado de cosas como de “positividad”, sin resistencia ni represión. En ese contexto, el individuo se debate por ser produciendo, exigiéndose a sí mismo, incorporada la noción de libertad como un acicate más que como un medio.

 

Ahora bien, en este escenario, aparece la pandemia, y eso no es otra cosa que la pura negatividad: la represión, el control, los límites, que se inician paradójicamente en las fronteras abiertas  por y para el globalismo.

 

Primera consecuencia que observa el surcoreano: la ausencia de enemigos en este régimen de “positividad” (desaparecidos desde la Guerra Fría y confirmada la decadencia del nuevo villano, el terrorismo islámico)  genera que la aparición de uno invisible, el virus, ponga en alerta todas las prevenciones y miedos.  En este sentido, considera que el terror al virus es exagerado, una escenificación de esa lucha contra aquel “miembro ausente”, el enemigo externo de la Guerra Fría.

 

Han no afirma, como lo hará Agamben, que el virus es un dispositivo de ingeniería social que viene a ocupar el lugar real del “cuco” que alguna vez fue la Unión Soviética, y, después del 2001, el terrorismo islámico, sino que deja entrever que  ese ente fantasmático vino a ocupar un lugar en el imaginario de confrontación de la política mundial. El virus no sería entonces una invención de poderes fácticos, como sí lo fueron Al Qaeda y el Estado Islámico, sino la continuidad de un hábito mental.

 

Veamos estos apuntes desde nuestra perspectiva nacional, donde ese rival de la Guerra Fría fue designado -en el discurso de la dictadura cívico militar-, como “el enemigo apátrida”, “la subversión internacional”, o siguiendo metáforas médicas, “un cáncer”, o “un virus”.[12] ¿Se lo visualizaba “fuera”  de la sociedad argentina?  En tanto “guerrilla marxista”, sí, pero como se puede observar en el plano metafórico, se lo trataba como algo que corroía a la comunidad  “desde adentro”. [13]

 

Esa “guerra” a la que no por nada se la llamó “sucia” es un significante confuso; se nos escamoteó la muerte con las desapariciones, y al mismo tiempo, con el secuestro de compatriotas arrancados de sus casas, se la reafirmó obscenamente.

 

De manera que para los argentinos, esa muerte pública y masiva no es una guerra abierta, heroica o trágica, sino un signo difuso que hasta hoy opera como un dilema en la cultura política nacional.

 

Según la investigadora Susana Murillo, de esta manera, el genocidio ejerce una suerte de pedagogía del espanto en nuestra comunidad, que asocia lo político –su gestión, sus márgenes, sus rebeldías antisistema-, con la muerte. A partir de allí, un sesgo tanático coloniza toda posibilidad de cambio.

 

Tal vez sea lógico entonces que el gobierno de Alberto Fernández haya decidido “optar por la vida” en el combate contra la pandemia, oponiéndola así a la economía. La elección está grabada a fuego en el imaginario argentino, más allá de las estrategias políticas concientes  del Ejecutivo Nacional.

 

En este sentido, elegir “la vida” no necesariamente representa el eros opuesto al tanatos, sino la opción que, al menos nominalmente, traza un margen de distancia con la muerte.

 

A partir de esta noción, tal vez podamos entender el alcance esta estrategia, que el presidente contrapuso a la economía como una opción de hierro.

 

Creemos necesario rastrear algunas decisiones políticas en estas “capas geológicos” de nuestras desgracias, porque a menudo éstas responden a un entramado de experiencias traumáticas colectivas.

 

Al menos en esta ocasión, tal vez sea un camino de exploración posible, ya que el  enfoque por el que optó el gobierno ha sido cuanto menos paradójico: cuando los muertos por la enfermedad rozaban los quince diarios, un discurso de apego a la vida dejaba de lado la centralidad  económica; luego, cuando los muertos cada veinticuatro horas llegaron a la centena, la palabra oficial, e incluso la mediática más consecuente con ella, atenuó su tono alarmista y relajó los controles.

 

La pregunta, el dilema que la Esfinge argentina sigue planteándonos seguiría siendo: ¿cómo nos representamos a la muerte?   Y con más precisión cómo procesamos ese significante desprendido del genocidio.[14]

 

NUEVAS SOBERANÍAS

 

En el mundo de la liquidez posmoderna, la tradición de fronteras dispuestas con aduanas, barreras y guardias armados, parece deshilarse. Han advierte que con la digitalización, se abre paso una virtualidad que redefine identidades y espacios.

 

“En Wuhan se han formado miles de equipos de investigación digitales que buscan posibles infectados basándose solo en datos técnicos. Basándose únicamente en análisis de macrodatos averiguan quiénes son potenciales infectados, quiénes tienen que seguir siendo observados y eventualmente ser aislados en cuarentena. También por cuanto respecta a la pandemia el futuro está en la digitalización. A la vista de la epidemia quizá deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien dispone de datos. Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía”.

 

Esta frase de Byung Chul Han nos parece de lo más significativa en el marco del análisis que venimos realizando en otros apartados. La idea de una soberanía definida por la información digital que se tiene de cada individuo, nos confirma que las prevenciones esbozadas sobre el proyecto ID 2020, referido en páginas anteriores, no solo se justifican, sino que el interés del consorcio corporativo ubicó el concepto en los  mismos términos que el pensador coreano: arrancados de cada estado nacional los datos individuales de los ciudadanos, perforadas las fronteras por efecto de la globalización, la soberanía se define como el modo de someter al otro mediante la información que se posee de él.

 

Cuando Europa proclama el estado de alarma o cierra fronteras sigue aferrada a viejos modelos de soberanía, nos dice Byung Chul Han, y de ese modo nos aclara por completo su descripción: la frontera trazada con regla y compás, la “real”, es la “vieja”, la de los estados nación fundados en el siglo XIX, con sus emblemas, banderas, lenguas y mercados internos dispuestos como trincheras de identidad.

 

Entendemos que en nuestro caso, con parte del territorio ocupado por la OTAN y el litoral atlántico sur enajenado por distintas potencias, la preocupación parecería un lujo o una distracción; sin embargo, la advertencia de Han y el proyecto del ID 2020, forman parte de la misma vulnerabilidad.

 

Proteger la soberanía territorial no debería hacernos perder de vista la configuración de una nueva ciudadanía “deslocalizada”, que signada por la digitalización, traza otro concepto de soberanía.

 

Han, enfocado en este nuevo sentido, advierte:  “los cierres de fronteras son evidentemente una expresión desesperada de soberanía. Nos sentimos de vuelta en la época de la soberanía. El soberano es quien decide sobre el estado de excepción. Es soberano quien cierra fronteras. Pero eso es una huera exhibición de soberanía que no sirve de nada”.

 

Esa forma de estado nacida en Europa, parecería entonces encontrar su tumba con la pandemia. La conclusión nos parece atinada, pero nos presenta dos interrogantes: la forma “nueva” que podrían representar los estados orientales que privilegian la digitalización (China, Singapur, Corea, Taiwán, Japón) ¿configuraría una suerte de fatalidad histórica que el resto seguirá? Y por otra parte, ¿esta forma coexistirá o competirá con la gobernanza mundial que podemos presumir detrás de proyectos como el ID 2020?

 

De alguna manera, Byung Chul Han nos da su respuesta al respecto: “La conciencia crítica ante la vigilancia digital es en Asia prácticamente inexistente. Apenas se habla ya de protección de datos, incluso en Estados liberales como Japón y Corea. Nadie se enoja por el frenesí de las autoridades para recopilar datos”.

 

Es decir, los administradores de plataformas digitales y los estados del Lejano Oriente, han compuesto un entramado de vigilancia y disciplinamiento con el que las vidas de sus ciudadanos pueden controlarse a cada momento. Han, que observa que de todos modos esta estrategia es posible en comunidades donde el confucianismo tramó una matriz cultural asequible con lo colectivo (que relega la importancia del individuo), nos previene: “China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia. China exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo”.

 

¿GLAN HELMANO?

 

¿Estamos frente a un paradigma inevitable? El desarrollo tecnológico y los proyectos de ingeniería social confirmados, parecen ir en ese sentido.

 

China ha superado hoy largamente la visión distópica de Orwell. Veamos sino esta descripción de Han: “Entre tanto China ha introducido un sistema de crédito social inimaginable para los europeos, que permite una valoración o una evaluación exhaustiva de los ciudadanos. Cada ciudadano debe ser evaluado consecuentemente en su conducta social. En China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada actividad en las redes sociales. A quien cruza con el semáforo en rojo, a quien tiene trato con críticos del régimen o a quien pone comentarios críticos en las redes sociales le quitan puntos. Entonces la vida puede llegar a ser muy peligrosa. Por el contrario, a quien compra por Internet alimentos sanos o lee periódicos afines al régimen le dan puntos. Quien tiene suficientes puntos obtiene un visado de viaje o créditos baratos. Por el contrario, quien cae por debajo de un determinado número de puntos podría perder su trabajo. En China es posible esta vigilancia social porque se produce un irrestricto intercambio de datos entre los proveedores de Internet y de telefonía móvil y las autoridades. Prácticamente no existe la protección de datos. En el vocabulario de los chinos no aparece el término “esfera privada”.

 

Con cierta resignación, se acepta que el uso de plataformas digitales, predominantes en la emergencia de la pandemia, significa la entrega lisa y llana de nuestros datos personales a corporaciones y estados. A través de este acto, no solo se tiene una idea precisa de qué consumimos, dónde nos encontramos y quiénes somos, sino también de cuáles serán nuestras preferencias en el futuro, porque estos sistemas, con sus propios formatos (cómo comunicarse, en cuánto tiempo, bajo qué patrón estético) van modelando nuestro propio hacer.

 

Este proceso, que estaba en marcha previo a la pandemia, hoy se convirtió en un estilo de vida. Las nuevas generaciones, ¿querrán negociar esta intromisión a su privacidad para preservarla al menos en parte? ¿Son concientes de este estado de cosas o lo han naturalizado?

 

El asunto no se limita a la libertad individual. El disciplinamiento por la vía del consumo y el uso de datos involucra comunidades enteras, pasibles de ser manipuladas en sus preferencias. La intromisión en comicios de orden nacional, verificados en distintos estados, confirma que la amenaza no es una fantasía conspiranoica.

 

HAN VS. ZIZEK: PRIMER ROUND

 

Ya hemos transitado el interrogante acerca de si la excepcionalidad de la pandemia provocará cambios en el sistema político mundial y construirá una nueva subjetividad. Veamos ahora cómo Han y Zizek se plantan frente a este evento y sus posibles consecuencias. El surcoreano es taxativo en este aspecto: “El virus nos aísla e individualiza. No genera ningún sentimiento colectivo fuerte. De algún modo, cada uno se preocupa solo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”.

 

El apunte confronta con el optimismo  de Zizek, que después de hurgar en ejemplos prestigiosos (Hegel, la propia Biblia)  encuentra ventajas incluso en el distanciamiento: ¿Qué significa el mandato “no me toques”? (se refiere a una cita bíblica) Las manos no pueden llegar a la otra persona; sólo desde el interior podemos acercarnos los unos a los otros, y la ventana hacia «dentro» son nuestros ojos. En estos días, cuando conoces a alguien cercano (o incluso un extraño) y mantienes una distancia adecuada, una mirada profunda a los ojos del otro puede revelar más que un íntimo roce. En uno de sus fragmentos de juventud, Hegel escribió:

“El amado no se opone a nosotros, es uno con nuestro propio ser; sólo nos vemos en él, pero ya no es un nosotros, sino un enigma, un milagro [ein Wunder], uno que no podemos comprender”.

Es crucial no leer estas dos afirmaciones como opuestas, como si el amado fuera en parte un «nosotros», parte de mí mismo, y en parte un enigma. ¿No es el milagro del amor que tú seas parte de mi identidad precisamente en la medida en que sigues siendo un milagro que no puedo comprender, un enigma no sólo para mí sino también para ti mismo? (…)  Ningún coronavirus puede quitarnos esto. Así que hay una esperanza de que el distanciamiento corpóreo incluso fortalecerá la intensidad de nuestro vínculo con los demás. Es sólo ahora, cuando tengo que evitar a muchos de los que están cerca de mí, que yo experimentaré plenamente su presencia, su importancia para mí”.

 

Sobre el final de este trabajo, y desde nuestra perspectiva nacional, ofreceremos una respuesta a esta cuestión.

 

ZIZEK     

 

El término “comunismo de desastre” le valió al filósofo muchas críticas y no pocas burlas. Provocador, este hombre que nació en Yugoslavia cuando era parte del mundo soviético, sostiene que bajo ese sistema se debería organizar el mundo de la post pandemia: una organización que soslaye el mercado en beneficio de un estado que asista en la emergencia, distribuya recursos e intervenga sin pudor, expropiando, tomando prestados espacios privados, resolviendo en definitiva la situación sin remilgos liberales.

 

Después de las befas, Zizek chicanea a sus críticos: les muestra a Trump amenazando con intervenir el sistema de salud y hasta el negocio farmacéutico en caso de fuerza mayor. De todos modos, él mismo menciona un viejo chiste: “en épocas de crisis, todos somos socialistas”, es decir, lo que Zizek postula ya es una realidad forzosa con la pandemia.  ¿Pero cómo se instrumentaría este “comunismo de desastre”? Zizek no lo menciona, y tampoco tiene obligación de hacerlo. Su ensayo es una especulación con tintes provocadores, donde nos ofrece líneas de pensamiento que aquí continuaremos.  La primera de ellas es señalar la contradicción que opera entre ese “comunismo”, y sus prevenciones sobre el sistema chino, al que imputa coartar la libertad de expresión, y de algún modo, ayudar a difundir del virus con su secretismo  (Zizek  trae como ejemplo, la muerte del médico Li Wenliang, al que considera un mártir, por ser quien advirtió antes que nadie sobre la letalidad de la enfermedad, y, silenciado por el régimen chino, falleció afectado por el virus).

 

Ahora bien, ese sistema comunista ha cumplido con lo que el mismo Zizek le pide a su versión “de desastre”: limitó la enfermedad a Wuhan, redujo a un número menor que el de nuestro país las víctimas fatales y realizó portentos como el de construir un hospital destinado especialmente al tratamiento del virus en unos diez días.

 

El régimen represivo que metió a la fuerza en sus casas a gran número de ciudadanos, los presuntos fusilamientos de disidentes, y el control digital y personalizado de la población parecen inseparables de los buenos resultados obtenidos, y por eso Han, como ya hemos visto, sostiene que este sistema policial podría exportarse.

 

Zizek advierte que la experiencia de censura china es lo que debería revisarse, soslayando que esa restricción corre paralela al control de datos y de la vida privada de cada ciudadano.

 

De esta manera, expone que la libertad de prensa y una circulación sana de la información, son herramientas estratégicas en emergencias como ésta; por esto, hace hincapié en el modo en que los estados deberían asimilar la verdad surgida de fuentes confiables y tolerarla aunque no sea de su completo agrado, porque eso redundaría en beneficio de un óptimo clima social y del bien común.

 

De todos modos, vuelve a caer en esa contradicción ya apuntada, como puede apreciarse en este fragmento: “se necesita un estado fuerte en tiempos de epidemias, ya que las medidas a gran escala deben realizarse con disciplina militar (como la cuarentena). China fue capaz de poner en cuarentena a decenas de millones, y deberíamos imaginarnos las mismas epidemias masivas en los EE.UU. – ¿podría el estado aplicar las mismas medidas? (…) Entonces, ¿habría sido posible prevenir el brote con más libertad de expresión, o China está ahora sacrificando a Hubei para salvar al mundo? En cierto sentido, ambas versiones son ciertas, y lo que empeora las cosas es que no hay una forma fácil de separar la “buena” libertad de expresión de los “malos” rumores. Cuando las voces críticas se quejan de que “la verdad siempre será tratada como un rumor” por las autoridades chinas”

 

ZIZEK VS. HAN: SEGUDO ROUND

 

La tesis acerca de la “sociedad del cansancio” también es revisada por Zizek. Lo hace distinguiendo clases sociales implicadas en el llamado “teletrabajo” y funciones laborales. Nos parece necesario adentrarnos en esta cuestión, cuando la post pandemia amenaza con definir muevas modalidades de trabajo y educación, que podrían manipularse a gusto por quienes disponen de capital y medios de producción.

 

Vayamos primero a Han, que describe así su “sociedad del cansancio”: “Cuando la producción es inmaterial, cada uno ya es dueño de los medios de producción., el sistema neoliberal ya no es un sistema de clases en el sentido estricto. No consiste en clases que muestran antagonismos mutuos. Esto es lo que explica la estabilidad del sistema (…) Hoy en día, todo el mundo es un trabajador auto-explotador en su propia empresa. La gente es ahora amo y esclavo en una solo. Incluso la lucha de clases se ha transformado en una lucha interna contra uno mismo».

 

Desde aquí, desde el Sur, podríamos ensayar una respuesta provisoria, que seguramente compartirán –y conocerán de antemano- la mayoría de los lectores: la lucha de clases, más allá del cambio de subjetividad que experimentan algunos individuos, sigue siendo el motor de la historia, la explotación campea rampante por el planeta, incluso en forma de brutales formas de esclavitud, y la puja salarial en nuestro país -vía organizaciones de larga experiencia de lucha como los sindicatos-, se sitúa por arriba de cualquier pensamiento novedoso y, por cierto, esclarecedor, enfocado en aspectos del nuevo orden mundial de las clases y el trabajo.

 

La respuesta de Zizek, esta vez, no está lejos de nuestra perspectiva: “la nueva forma de subjetividad descrita por Han está condicionada por la nueva fase del capitalismo global, que sigue siendo un sistema de clases con desigualdades crecientes. La lucha y los antagonismos no se reducen de ninguna manera a la “lucha contra uno mismo” intra-personal. Todavía hay millones de trabajadores manuales en los países del Tercer Mundo, al igual que hay grandes diferencias entre los distintos tipos de trabajadores inmateriales (basta con mencionar el creciente dominio de los «servicios humanos» como los cuidadores de ancianos). Una brecha separa al alto directivo que posee o dirige una empresa de un trabajador precario que pasa los días en casa solo con su PC: definitivamente no son a la vez el amo y el esclavo en el mismo sentido”.

 

Por supuesto que el aporte de Han es muy valioso cuando el teletrabajo se insinúa como una modalidad en ciernes, que se debate incluso en el ámbito parlamentario. Más allá de aspectos como la alienación que podría producir la indiferenciación del espacio laboral y familiar, las facilidades que tendría un empleador para suprimir de la masa salarial los traslados a una planta física y al mismo tiempo cargarle al trabajador el costo de su propia alimentación “fatta in casa”, la auto explotación, un sentido crasamente individualista y la supresión de todo contacto con esos otros que históricamente conformaron la antesala del reclamo grupal y la solidaridad, -a través de mutuales y sindicatos-, son cuestiones a tratar con urgencia, y que la pandemia puso en la agenda de manera central.

 

ZIZEK Y MARIO SÁNCHEZ

 

Allá por los setenta, el cómico Mario Sánchez componía un personaje que se volvió popular: tanto en la radio como en la tele, pregonaba optimismo y celebraba los “pajaritos” y la gente “amuchada”.

 

Por momentos, el esloveno, de común agrio, se vuelve “panglosiano”[15], cuando supone en el virus una escalada histórica que terminará con el régimen que rige el mundo en la actualidad. Lo leemos:

 

“Tal vez otro virus ideológico, mucho más beneficioso, se extienda y nos infecte: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado-nación, una sociedad que se actualiza en las formas de solidaridad y cooperación mundial. Hoy en día se suele especular con que el coronavirus puede conducir a la caída del régimen comunista en China, del mismo modo que (como admitió el propio Gorbachov) la catástrofe de Chernóbil fue el acontecimiento que desencadenó el fin del comunismo soviético”. 

 

Alternando con una visión más utilitarista (cita a Netanyahu y la ayuda ofrecida a los palestinos, simplemente porque un contagio masivo en los territorios ocupados por el sionismo desataría la pandemia en Israel) Zizek arriba a la conclusión bucólica que acabamos de leer. Aquí señalaremos otra contradicción: es cierto que deberemos replantearnos el concepto de estado nación (como hemos visto, en sus posibilidades de intervención, en su noción de soberanía) pero hasta qué punto esa nueva conformación estatal (que Duguin ensambla con la categoría de multipolaridad, sugiriendo la necesidad de una fuerte defensa de la identidad nacional de cada estado en particular) es compatible con una nueva globalización. Porque eso es lo que de algún modo propone Zizek cuando nos habla de una “coordinación global”, y entonces sí, con pajaritos y flores, anuncia: “El primer modelo incierto de tal coordinación global es la Organización Mundial de la Salud, de la que no recibimos la habitual algarabía burocrática sino advertencias precisas proclamadas sin pánico. A estas organizaciones se les debería dar más poder ejecutivo”.

 

Es la misma OMS que describimos en detalle en estas páginas (ver segunda parte), aquella que entre otras marchas y contramarchas desechó el uso de barbijos para luego recomendarlo, y que como ya sabemos, no es más que un mascarón de proa de los filibusteros de la industria farmacéutica.

 

AGAMBEN

 

La palabra de Agamben resuena en boca de ese manifestante anticuarentena que afirma que al virus “lo inventó Bill Gates”; y es que para el italiano la pandemia es efectivamente una “invención”  y como tal la define desde el título de uno de sus más encendidos artículos.

 

Sin embargo, su opinión no es la de un conspiranoico, sino la de un pensador de izquierda que advierte con alarma el uso del “estado de excepción” como “paradigma normal de gobierno”.

 

Para Agamben, no quedan dudas de que el virus es la creación de un enemigo que viene a reemplazar al último conocido, el terrorismo islámico, hoy debilitado luego de su retroceso en el conflicto sirio.

 

A este respecto, es explícito: “Podríamos decir que una vez agotado el terrorismo como justificación de medidas excepcionales, la invención de una epidemia podría ofrecer el pretexto ideal para ampliar dichas medidas más allá de cualquier limitación».

 

Según su perspectiva, existiría otro motivo por el que se ha recurrido a “inventar” una pandemia: la demanda de una población aterrorizada, que necesita que sus miedos se encarnen en una amenaza lo suficientemente poderosa como para seguir sosteniendo este status de tenor.

 

El razonamiento es paradójico y conforma un círculo vicioso: el pánico habría sido introducido por los estados como una forma de control social, y ahora, en una exigencia casi adictiva, los propios individuos piden que ese monstruo posea una carnadura real: «el estado de miedo, que en los últimos años se ha difundido en las conciencias individuales y que se traduce en una necesidad real de estados de pánico colectivo, para los cuales la epidemia ofrece una vez más el pretexto ideal». 

 

El pronóstico de Agamben es sombrío: no solo percibe un estado de alienación colectiva, sino que además, no vislumbra un sujeto que pueda superarla.

 

Por su parte, Zizek no ve más que una perspectiva ideologicista en esta lectura, que el italiano compartiría incluso con la llamada “alt-right”. Pero además, nos plantea un interrogante que nos parece central. Veamos: “Agamben describe un aspecto importante del funcionamiento del control estatal en las epidemias en curso. Pero hay preguntas que siguen abiertas: ¿por qué el poder estatal estaría interesado en promover tal pánico, que va acompañado de una desconfianza en el poder estatal  («están indefensos, no están haciendo lo suficiente…») y que perturba la buena reproducción del capital? ¿Realmente interesa al capital y al poder estatal provocar una crisis económica mundial para revitalizar su reinado? ¿Son los claros signos de que no sólo la gente común, sino también el propio poder estatal está en pánico, plenamente consciente de no ser capaz de controlar la situación – son realmente estos signos sólo una estratagema?”

 

A lo largo de estos meses, a menudo nos hicimos estas preguntas sin atinar una respuesta.  Empecemos por la primera: “¿por qué el poder estatal estaría interesado en promover tal pánico, que va acompañado de una desconfianza en el poder estatal y que perturba la buena reproducción del capital?”

 

Con otro estilo, analistas de nuestro país partieron de la misma premisa que el esloveno, preguntándose: “¿cuál sería el interés del sistema capitalista en retener en sus casas a miles de millones de consumidores empobrecidos e imposibilitados de mover las ruedas del sistema? [16]

 

Prometemos volver sobre la cuestión en la cuarta parte de este trabajo.

 

DUGUIN

El filósofo ruso hizo una afirmación taxativa a fines de marzo: “Si la propagación del virus no se detiene dentro de un mes y medio o dos meses, el proceso se volverá irreversible y de la noche a la mañana todo el orden mundial colapsará”.

 

A la luz de los acontecimientos, cabría preguntarse qué entiende por colapso Alxesandr Duguin: ¿los sistemas de producción económicos con eje en las corporaciones globales? ¿El sistema unipolar del imperio yanqui? ¿Las propias estructuras –sociales, culturales, ideológicas- con las que conviven y por las que se rigen miles de millones de personas?

 

Duguin nos aclara, con más énfasis todavía, lo que estaría ocurriendo: “La globalización se derrumba de manera definitiva, rápida e irrevocable. Hace tiempo que muestra signos de crisis, pero la epidemia ha aniquilado todos sus principales axiomas: la apertura de las fronteras, la efectividad de las instituciones económicas existentes y la efectividad de las élites gobernantes. La globalización ha caído ideológicamente (liberalismo), económicamente (redes globales) y políticamente (liderazgo de las élites occidentales)”.

 

Como bien dice Byung Chul Han, es un hecho que las fronteras abiertas de la globalización (y su contracara, el intento desesperado de cerrarlas frente a la pandemia) señala una crisis severa, pero Duguin la visualiza también en las instituciones económicas y las élites gobernantes. No podemos saber a ciencia cierta, si el ruso está confirmando lo que anticipó en trabajos previos como “La cuarta teoría política” o se apresura en decretar la muerte de la globalización, precisamente porque confirma sus presunciones.

 

Lo cierto es que si identificamos el liberalismo y el liderazgo de las élites occidentales con Estados Unidos y Europa, al pensador moscovita no le falta razón. El caso es que en ningún momento atempera su pronóstico y nos arroja esta definición: “se creará un nuevo mundo post-globalista (postliberal) sobre los escombros del globalismo”.

 

Ese mundo se compondrá de potencias autárquicas, con un estado fuerte, vueltas sobre sí mismas y sus tradiciones, un modo de distinguirse de lo que ha sido la cultural global, en la que las características de cada nación se diluyen en un magma universal.

 

El desarrollo tenderá entonces a ser autónomo, asegurándose una soberanía alimentaria (Duguin menciona específicamente a la agricultura) científica, tecnológica y militar.

 

No imagina un mundo de todos contra todos, pero sí, en este ensimismamiento de cada potencia sobre su propia identidad, un estado de tensión y negociación para el que las relaciones exteriores serán una válvula de presión imprescindible.

 

Como vemos, lejos está Duguin de las preocupaciones sobre un presunto totalitarismo en ciernes tal como lo expresa Agamben, y coincide en parte con el diagnóstico de Zizek acerca de  una regulación estatal fuerte.

 

Reclama la ejecución de estas políticas a través de élites nuevas, aptas para comprender el cambio, privilegiando, por el sentido estratégico que tendrá éste, aquellas que tengan formación militar.

 

Como puede apreciarse, para Duguin, el virus ha sido la pieza de dominó que ha dado por tierra con ese armado de tres décadas conocido como globalización. Desde nuestra perspectiva nacional, cabe preguntarse con qué elementos contamos en esta emergencia y de qué manera podríamos encararla.

 

 

CUARTA PARTE:   MANO A MANO ENTRE NOSOTROS

 

EL VIRUS Y LAS TORRES GEMELAS

 

El Siglo XXI se inauguró con un atentado de falsa bandera perpetrado por el imperio en el corazón financiero del planeta. El evento se transmitió en vivo y en directo y eligió al edificio más alto del mundo como blanco, las Torres Gemelas, que portaban el emblemático nombre de Centro Mundial de Comercio.

 

La retaliación que siguió al asesinato masivo de aquellos 3000 ciudadanos norteamericanos, consistió en atacar un país con servicios e infraestructura casi medievales como Afganistán, donde se presumía estaban los terroristas de Nueva York.

 

En una sucesión criminal, se invadió Irak, estado sospechado de poseer armas de destrucción masiva. Resultado: el genocidio de un millón de personas, tal como lo reveló Julian Assange.

 

Inmediatamente se creó un ejército de fanáticos terroristas, el Estado Islámico, invención en la que colaboraron otros estados como la entidad sionista.

 

Su proyecto de fundar un califato en Medio Oriente, destruyendo estados como Irak, Libia y Siria trajo como consecuencia la implantación de una falsa guerra civil en este último país, con el resultado de medio millón de víctimas y millones de refugiados que desencadenaron una catástrofe humanitaria sin precedentes.

 

En este derrotero de sangre y muerte, las ejecuciones de hombres de estado se parecieron a la justicia del Lejano Oeste –Saddam Hussein, ahorcado-, o incluso a la de tiempos en los que ni siquiera imperaba el ojo por ojo –Muamar Gaddaffi, violado y linchado por una turba en la vía pública-.

 

Este sintético recorrido nos muestra que para la última versión del imperio, todo exceso y crueldad es posible, pero también toda maquinación política destinada a engañar a la humanidad al tiempo de aterrorizarla.

 

¿Por qué entonces provoca burla y rechazo la sospecha sobre el origen del virus?

 

En ninguna línea de este ensayo subestimamos su letalidad, ni afirmamos que efectivamente se trató de una invención, pero consideramos la duda como un ejercicio necesario para elaborar algunas hipótesis sobre la cuestión.

 

Una de ellas es la posibilidad de que el imperio, en su versión más inasible, el “deep state”, efectivamente haya diseñado un virus. Si esto fue lo que ocurrió, sus alcances y sentido  posiblemente escaparán a nuestro entendimiento durante décadas.

 

También podría tratarse, tal como insinuó el informe de la RAI sobre la cuestión, de una operación montada en China. Difícil saberlo, el ajedrez de contrainteligencia de un mundo que se dirige a la multipolaridad, moverá peones y alfiles sobre el tablero del espionaje de manera casi inescrutable.

 

Una última alternativa es que el virus sea simplemente eso, un virus, ayudado por infraestructuras deficientes y un tránsito de pasajeros de uno a otro continente jamás conocido por la humanidad.

 

En cualquiera de los tres casos, inducido o no, las consecuencias del  virus serán reales, determinarán ganadores y perdedores y entronizarán nuevos poderes fácticos en el planeta.

 

En términos locales, la pandemia nos azotó a tres meses del mayor endeudamiento de nuestra historia, efectuado por un capital parasitario que dejó a su paso un record de pobreza y activó sus propios mecanismos de impunidad para seguir influyendo, a través de poderes fácticos –medios hegemónicos, capitales agrofinancieros- en la coyuntura actual.

 

Por eso, al introducirnos en este apartado, consideramos imprescindible hacerlo desde una perspectiva nacional, teniendo en cuenta cuáles eran las condiciones en las que los argentinos nos debatíamos previo a la pandemia, y cómo podremos afrontar el futuro de acuerdo con nuestras debilidades y fortalezas.

 

UN RECUENTO NECESARIO

 

Hasta aquí, hemos ofrecido un repaso sobre las narrativas, que nos permitieron transitar por los entresijos de los discursos, las intenciones del poder y navegar los imaginarios sociales que terminan cementando un relato naturalizado del evento.

 

En la segunda parte, retratamos a los poderes fácticos caracterizados como “salvadores”. “filántropos”, o “esperanzas” para la humanidad, entre ellos, los laboratorios, la OMS y Bill Gates. Estamos convencidos de que si no se conocen sus respectivos “prontuarios” y la trascendencia que adquirieron en la emergencia, será difícil visualizar a través de qué vías transcurrirá la gestión de la crisis y quiénes se encaramarán como los grandes beneficiarios después de concluida.

 

Finalmente, a través de la lectura de Byung Chul Han, Slavoj Zizek, Giorgio Agamben y Alexsandr Duguin, confrontamos cuatro voces autorizadas, complementando sus visiones y hasta en algún caso, permitiéndonos realizar observaciones propias sobre sus dichos relacionados con la pandemia.

 

Ahora, es tiempo de atar algunos hilos sueltos, aportar nuevos datos y, como ya quedó dicho, arrimar una mirada nacional al asunto.

 

Empecemos con una cuestión que fue tratada incidentalmente en el primer apartado de este trabajo: la libertad, su supresión transitoria y sus consecuencias.

 

O JUREMOS CON GLORIA MORIR

 

Tres veces se repite la palabra libertad en el himno, y “La marcha de San Lorenzo” nos recuerda que el sargento Cabral entregó su vida por la “libertad naciente de medio continente”. En un país fundado por liberales, no debería menoscabarse su valor, aunque la emergencia imponga momentáneamente la suspensión de las libertades básicas, la de tránsito, la de trabajo y hasta la más elemental de todas: la que nos asegura que nada ni nadie podrá encerrarnos contra nuestra voluntad.

 

El asunto no es menor, no solo porque la libertad forma parte del relato mitológico argentino, sino porque además, el mundo se debate en la actualidad entre dos tácticas ideológicas en las que la libertad es un elemento central.

 

En efecto, Steve Banon y George Soros antagonizan a través de dos modelos que pretenden colonizar los sistemas políticos, desde focalizaciones distintas que, no obstante, ponen en el centro a la libertad.

 

En el caso del plutócrata húngaro, se trata de la elección libérrima de identidades que fragmentan cualquier posibilidad de articulación comunitaria[17], mientras que para el norteamericano, el uso de la  libertad  incluye la desobediencia al poder estatal y la consecuente negación del monopolio de la fuerza por parte del estado mediante la libre portación de armas.

 

De manera que tanto por “izquierda” como por “derecha”, se bate el parche del deseo individual como motor de la historia, lo que da lugar a expresiones que glorifican este modo de vida desde una u otra perspectiva.

 

En nuestro país, la prédica quedó en manos de la derecha macrista y de los libertarios, ese espacio difuso en el que los que se reivindican como liberales exaltan el poder de las corporaciones y los monopolios. Lo concreto es que esos discursos atraen y encarnan en parte de la ciudadanía, y por lo tanto sería una torpeza abandonar el cuidado y encomio de las libertades individuales a los que solo las reivindican en abstracto.

 

Por otra parte, la relación del peronismo con la libertad es compleja, sobre todo en lo discursivo. Ningún movimiento sufrió más el recorte de las libertades –persecuciones, fusilamientos, torturas, desapariciones, exilio y censura- que las bases peronistas, pero al mismo tiempo, los excesos autoritarios de sus dos primeros gobiernos facilitaron que el “país burgués” insista en su autoritarismo cada vez que regresa al poder, incluso en una versión un tanto desleída como la que hoy gobierna el país.

 

De manera que los medios hegemónicos agitan una vez más el fantasma del meneado autoritarismo peronista, basados en el recorte de libertades que obligadamente surgieron con la pandemia.

 

¿Cuál ha sido la respuesta de la gestión Fernández a estos cuestionamientos?

 

En uno de sus mensajes de cuarentena, el presidente hizo una reflexión a nuestro juicio equívoca, cuando mencionó que “sin  vida, no hay libertad”. Entendemos que en la emergencia y desde su función de jefe de estado, apelar a la responsabilidad y al cuidado social es correcto, pero aquí pretendemos ahondar en el aspecto discursivo y en el modo en el que el imaginario colectivo procesa esta sentencia.

 

Como recordábamos párrafos arriba, el sargento Cabral es exaltado en la “Marcha de San Lorenzo”, por inmolarse y preservar así la libertad de medio continente, una noción de moral heroica que no es ajena a la tradición de luchas populares. Arturo Jauretche, por su parte,  la reivindica en su poema “El paso de los libres” que evoca la intentona yrigoyenista para devolver a su líder al poder: “En cambio murió Ramón, jugado a risa la herida, cuando es grande la ocasión, lo de menos es la vida”.

 

Es una paradoja que un gobierno apoyado por entusiastas apologistas de la militancia setentista, que llevó al paroxismo la noción de sacrificio personal, nos aleccione desde la figura paternal de Fernández sobre la inconveniencia de privilegiar la libertad o  promueva una cautela que podría tildarse de burguesa frente a la pandemia.

 

Se insiste, creemos que la apelación puede ser la indicada, pero al mismo tiempo, se le sigue cediendo a una derecha que chilla por los presuntos desbordes autoritarios de la gestión Fernández –Vicentín, reforma judicial-, la defensa de las libertades individuales.

 

El oficialismo, como muchos de los intelectuales orgánicos que lo apoyan, fueron remisos a considerar que efectivamente las libertades se restringieron con la cuarentena, que esto es un estado de excepción, y que admitirlo tal vez sea la mejor manera de comenzar a procesar el sentido de esa situación.

 

Las manifestaciones opositoras, ya desde el primer gobierno de Cristina Fernández, se caracterizaron por una épica que resalta el valor de la libertad y una estética que reivindica cierto desparpajo como respuesta a un poder que se conceptúa como tiránico. Importa poco si se trata de  una impostura, sino de que de esa manera se ven a sí mismos quienes se manifiestan contra un gobierno de signo peronista.

 

La experiencia histórica dejará su huella, y sería conveniente –más allá de la emergencia de la pandemia-, atender el concepto de libertad, problematizarlo y, sobre todo, apropiárselo en nombre de valores nacionales, populares y revolucionarios.

 

Observando la situación mundial, se puede apreciar que la libertad se ha convertido en eje de protestas, reivindicaciones  y polémicas, en parte por la manipulación que los poderes fácticos han hecho de la ciudadanía. Desde las “revoluciones de colores”, preámbulos de golpes de estado en distintas partes del planeta, a las marchas gerenciadas por la ideología de género o las protestas antirracistas en Europa y Estados Unidos, la libertad se convirtió en leit motiv estético y motor desestabilizador.

 

No nos parece entonces ocioso discutir este concepto, cuando en Estados Unidos, para poner un ejemplo, se pone en entredicho el poder del estado desde posiciones completamente disímiles: en Michigan, civiles armados defienden sus libertades amenazadas por la pandemia, y en Capitol Hill se constituye una zona libre, casi una parodia de comuna, que reivindica su autogobierno. Que estos movimientos se hagan por la derecha y por la izquierda del espectro ideológico, nos habla de lo complejo y en parte inasible que resulta hoy el concepto de libertad.

 

En definitiva, la noción estaba en juego antes de la pandemia, definida como goce individualista, apropiada por la cultura de un capital financiero trasnacional que promueve la satisfacción inmediata. Ahora bien, la pandemia y sus restricciones a la libertad, trazaron una huella en la subjetividad. Cómo la procesará cada individuo, qué rédito sacará el poder de esta experiencia y cómo manipulará al conjunto, son elementos a tener en cuenta, sobre todo, si los medios hegemónicos siguen insistiendo en nuestro país con el sonsonete del ogro peronista que devora las libertades individuales.

 

Como ya señalamos en otras páginas de este trabajo, se desautorizó a los llamados “anticuarentena” tildándolos de delirantes o advirtiendo una cerril oposición a cualquier medida que tome este gobierno. Es posible que muchos de ellos, intoxicados de un discurso mediático que revisita el gorilismo con nuevo ropaje, respondan a ese perfil, pero no todo anticuarentena es antiperonista, asumió una pose ideológica de moda o se ha empachado de lecturas conspiranoicas. La desconfianza hacia los poderes fácticos y los personajes que los encarnan, revela un malestar al que habrá que atender, aunque más no sea para desactivarlos como potencial núcleo duro de protestas opositoras.[18]

 

PERDEDORES Y GANADORES

 

Antes de seguir con nuestro apartado nacional, es conveniente revisar qué ha ocurrido con la economía del mundo, de la que obviamente no somos ajenos.

 

Trascurridos seis meses, se tiene certeza de quiénes han salido favorecidos y quiénes son los perdedores de la crisis.

 

Con una caída de la economía mundial que según los  cálculos más optimistas llegaría al 3,1 y otros más realistas sitúan en un 5%, los desempleados y empobrecidos se contarán por cientos de millones, en tanto los nuevos megamillonarios concentrarán la riqueza en unas pocas manos. Los que tenían la vaca atada, paradójicamente han perdido 553.000 millones de dólares en los primeros  meses de la pandemia, pero aquellos vinculados con los negocios virtuales, se han convertido en los nuevos patrones de la economía mundial. Entre éstos se cuentan Apple, Zoom, Microsoft, Amazon, Netflix y Glovo; todas plataformas digitales o soportes de éstas.[19]

 

Su ascenso se vincula con el uso obligado de los servicios que ofrecen, y  con las modalidades de consumo que definitivamente ha impuesto el Coronavirus.

 

Una persona atravesada por esta época puede teletrabajar desde su casa, pedir su comida a Glovo, donde le ofrecerán los servicios de un “personal shopper”,[20] que elegirá sus productos en las góndolas del supermercado, para que los ya conocidos ciclistas se los acerquen; luego, ya con el plato dispuesto sobre la propia mesa de trabajo, se conectará a Netflix[21] para ver una oferta inabarcable de películas y series. Y si necesita algo de calor humano, podrá practicar sexting antes de irse a dormir.

 

Este panorama, activado por la pandemia, nos ofrece algunas certezas, que de aquí en más deberían volverse datos a tener en cuenta. Contabilizamos estos cuatro aspectos como factores centrales a la hora de hacer cualquier tipo de análisis sobre cómo encarar la crisis:

 

  • Más pobres: Un ejército de nuevos desocupados y empobrecidos puebla el planeta. Desconocemos si el virus ha sido manufacturado para luego determinar una pandemia que, con sus restricciones a la libertad de tránsito y de trabajo, provocó una crisis sin precedentes, mayor que la Depresión de los ´30; el caso es que ese es el nuevo paisaje del mundo, que entre otras cosas traerá consigo un aumento de la violencia y el malestar social.

 

  • Concentración de riqueza en manos de megamillonarios dueños de corporaciones digitales: paralelamente a la creación de nuevos pobres o de la caída acentuada de los que ya estaban desfavorecidos, se produce un ascenso de nuevos millonarios, con una marcada influencia en las decisiones políticas del planeta. Por caso, Amazon no solo es una plataforma que vende productos y produce películas, sino un gigantesco almacén de datos estatales, entre los que se guardan archivos de la CIA.[22] Netflix no es únicamente ese cine universal que cada habitante del planeta con un televisor y una membresía de la compañía podrá disfrutar, sino un fabuloso aparato de propaganda que promueve agresivas campañas pro aborto en los Estados Unidos contra aquellos estados que se niegan a legislarlo. Los contenidos de Netflix respetan los cupos de personajes rigurosamente seleccionados según la ideología de género, componiendo un nuevo tipo de villano entre sus estereotipos: el varón heterosexual, que viene a reemplazar a los malvados orientales o a los criminales nazis.

 

 

  • La globalización cultural ha triunfado: aunque Aleksandr Duguin afirme que la globalización ha sido enterrada, esta cultural global se yergue triunfal sobre la faz de la tierra. No solo implica consumos que han sido descriptos párrafos arriba, sino modalidades de trabajo en las que campea la explotación a destajo. El concepto de “sociedad del cansancio” esbozado por Byung Chul Han, que hemos relativizado en otras páginas aquí adquiere carácter de acertada ilustración: los ciclistas de Glovo son la representación fiel, con su autoexplotación (jornadas de doce horas que deben hacerse a toda velocidad para cumplir la entrega de pedidos con los que sacar una diferencia a favor). La globalización ha triunfado asimismo en la estandarización del consumo: hoy el planeta entero puede ver series como “La casa de papel”, trascendiendo diferencias culturales y aplastando identidades específicas. Este fenómeno cabalgaba sobre el mundo en forma previa, pero la emergencia lo cementó definitivamente.

 

  • El disciplinamiento social es una realidad: el estado de alarma y prevención deja a la mano de cualquier poder fáctico la posibilidad de recurrir a la reaparición de este virus en forma de rebrote o mutación, o de alguna nueva afección que nuevamente encierre a porciones enormes de la población mundial en sus casas. El recurso, con origen en un virus manufacturado o no, provocado por un protocolo direccionado para promover el disciplinamiento de gran parte de la humanidad o no, ya forma parte de una táctica más de las guerras híbridas. Miles de millones se pueden inmovilizar con solo activar el recuerdo de esta crisis y la amenaza de una futura. La aceptación de un estado policial, la resignada cesión de los propios datos personales para ser preservados en pro de nuestra salud, forma parte de un proceso de ingeniería social que los especialistas en la teoría del caos controlado no dejarán pasar. La nuestra no es una advertencia alarmista, sino la observación objetiva de un fenómeno que  está a la mano de los ingenieros sociales.

 

Estas cuatro certezas no deben considerarse una exageración del “pesimismo de la razón”, sino un diagnóstico que deberá analizarse y, en caso de que este statu quo se pretenda imponer en toda la línea, combatirlo con el “optimismo de la voluntad”.

 

Lo cierto es que si no se admite en principio la realidad, mal podremos después modificarla.

 

¿POR QUÉ NOS QUIEREN ENCERRADOS?

 

Lo mencionamos en páginas precedentes, cuando nombramos analistas que se preguntaban sobre la aparente zoncera que significa que el capital sacrifique el consumo, motor y sentido de su existencia, encerrando a miles de millones de personas en sus casas. La apreciación es atendible, pero aquí, continuando algunos de los apuntes ya realizados, acercamos una posible hipótesis.

 

Como ya hemos visto, la crisis perfiló definitivamente una forma de consumo de sesgo puramente individualista. A diferencia de otros sistemas políticos y sociales en los que la continuidad entre tecnología, ritualización y cultura política requería de grandes masas que escenificaban estos consumos culturales y se celebraban a sí mismas, la nueva hegemonía parece expresarse a través de un acotado ámbito privado; después de todo, la permanente promoción de identidades fragmentadas nos habla de esto: minorías creadas artificialmente, que reivindican su existencia entre el orgullo y la victimización, son la expresión de un poder que domina a través del aislamiento entre los individuos, separados por sus propias problemáticas específicas, para de ese modo impedirles, precisamente, una articulación comunitaria.[23]

 

Para visualizar esto que podría ser un cambio de paradigma cultural y tecnológico, tomaremos el concepto de espectáculo en el Siglo XX. Entonces, los cines fueron gigantescos auditorios que no solo contenían multitudes, sino que además cumplían con un sentido ritual. Por algo los frentes de aquellas salas tenían una arquitectura monumental, que todavía puede observarse en viejas y abandonadas estructuras del Conurbano  o en edificios como los del viejo Ópera o el Gran Rex, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

 

La monumentalidad era común a las pantallas y a las estrellas que se admiraba a través de ellas. Ese star system creaba las categorías inalcanzables de ídolos y divas. Regímenes autoritarios, tributarios de la modernidad con la que irrumpieron las masas en la historia, hicieron del cine un instrumento de propaganda, concluyendo así la tríada tecnología-ritualización-cultura política.

 

Los grandes rituales del Siglo XX, las celebraciones de carácter universal, siempre tuvieron ese carácter masificado; Copas del Mundo de Fútbol, Juegos Olímpicos, Ferias Mundiales, son algunas de sus manifestaciones.

 

Hoy hasta la representación del viejo star system ha desaparecido, reemplazada por una constelación de estrellas de las redes sociales que paradójicamente son masivas para públicos segmentados y completamente desconocidas para otros tantos millones.

 

La celebración narcisística –puedo ser un personaje masivo con un video de Youtube- ensimisma al sujeto y lo aísla, aunque se encuentre “conectado” con millones.

 

La reproducción también se ha empequeñecido: de la pantalla del Cinerama a la del celular.

 

Advertimos que la nuestra, más que una hipótesis, es una tentativa de explicación. No sabemos qué ocurrirá después de la pandemia con celebraciones masivas como el fútbol o de qué manera podrían modificarse rituales como las fiestas electrónicas o los boliches, pero cabe la posibilidad de que, si el virus persiste o reaparece periódicamente, esos ritos inicien un lento declive.

 

En ese sentido, la cuarentena mundial, de un modo planificado o casual, quizás haya echado la primera palada sobre la tumba de esta cultura. El consumo se convertiría así en una celebración puramente individual, un ritual privado, y el vínculo con el otro existiría de un modo predominante a través de la pantalla.

 

¿Habrá sido entonces esta modalidad una estrategia del capital que se acopló a la crisis o una consecuencia de un cambio de paradigma que ya venía ocurriendo? No lo sabemos, simplemente aportamos esta perspectiva.

 

De lo que no pueden quedarnos dudas, así como de las cuatro certezas descriptas párrafos arriba, es de que el evento crítico es un “bocatto di cardinale” para cualquier ingeniero social. Los teóricos del caos controlado sin duda habrán tomado nota, sino es que lo alentaron desde las sombras.

 

El caos controlado sostiene, como ya apuntamos en la primera parte de este trabajo, que todo sistema experimentará tarde o temprano, un estado caótico que determinará a su vez un nuevo orden. Los teóricos, mayoritariamente norteamericanos (Leo Strauss, Zbigniew Brzezinski, Steve Mann, Thomas Barnett) se complacen en promoverlo a través de guerras híbridas y –como ya lo hemos señalado- mediante la implantación de nuevas subjetividades, ancladas en la fragmentación identitaria.

 

Este es un dato que no se puede obviar, como que su análisis opuesto, La doctrina del shock, de Naomi Klein, nos indica que luego de cada evento traumático, el poder hegemónico ha implantado un cambio que de otro modo la voluntad general no habría aceptado. Pecaríamos de ingenuos si no advirtiéramos que esta emergencia traerá aparejados movimientos de ingeniería social que la teoría del caos alienta y sobre los que la doctrina del shock nos previene.

 

Lo cierto es que después de aceptar la magnitud de la crisis y las asechanzas, es necesario sugerir algún tipo de camino para superarlas, lo que al fin y al cabo es un ejercicio del mencionado “optimismo de la voluntad”.

 

Lo haremos, tal como reza el título de este opúsculo, en celeste y blanco.

 

LA PANDEMIA MACRI Y LOS MEDIOS

 

A los tres meses de asumir el gobierno, la pandemia alcanzó a la gestión de Alberto Fernández. Ocurrió en medio de un panorama regional complejo. En octubre, mes de su elección, ocurrió un golpe de estado en Bolivia, junto a protestas callejeras en Chile y Ecuador, que, a juzgar por las medidas tomadas a posteriori, no parecen haberse resuelto en favor de las masas populares que las protagonizaron.

 

La situación se parece mucho a la que tuvo que afrontar el general Perón en su tercera presidencia: gobiernos ilegítimos y dictaduras rodean a un país que, pese a la cantinela de los medios hegemónicos, conserva sus instituciones a pleno.

 

Pero la pandemia se inició por aquí cuatro años antes. La gestión Macri aumentó la pobreza y produjo el mayor endeudamiento de la historia, concentrando la riqueza en unas pocas manos.

 

La crisis no debería diluir la responsabilidad de aquel gobierno entreguista. No puede soslayarse que un trimestre antes de decretar la cuarentena, Argentina no tenía ministerio de Salud. En este sentido, se vuelve imprescindible recordar aquel status del país y esa situación de abandono y carencia.

 

El andamiaje comunicacional, que este gobierno no afectó, y con el que celebra transitorios acuerdos de paz (entrevistas a periodistas de los grupos hegemónicos, entremezcladas con algunas ofrecidas a medios más afines, más pasos atrás cada vez que los primeros ponen el grito en el cielo por algún desliz que juzgan autoritario) hace difícil esa tarea pedagógica de separar las dificultades producto de la crisis, de la destrucción sistemática ejecutada durante cuatro años como plan de saqueo.

 

Por el contrario, a fin de manipular el humor social, la lupa hegemónica sobre cada acto de la gestión convoca a la rabia ciudadana, que una vez manifestada, hace vacilar al gobierno sobre sus propias medidas. Así ocurrió en el caso de la posible expropiación de la empresa Vicentín, duramente resistida a partir del cacareo unánime de los medios asociados al negocio agrofinanciero.

 

Esa mezcla de ejercicio timorato del poder y de corrección política, afín al estilo del presidente, no parece haber dado resultados o al menos asegura que cada decisión favorable al interés nacional y popular será considerada por los poderes fácticos como una afrenta, que una parte de la población manipulada por éstos, asociará a la “corrupción K” y al mentado “autoritarismo peronista”.

 

De manera que se vuelve necesaria una red de medios activa, dispuesta a la defensa de los intereses populares, que la gestión Fernández debería sostener para que su entramado se vuelva eficaz; a ese armado deberían concurrir también los medios públicos, hoy con un discurso deslavado  e insustancial.

 

Los mal llamados “medios alternativos” o populares son parte integral de esa red, pero a la manera de barcazas sueltas ofrecen poca resistencia contra los portaaviones de los medios hegemónicos. Se impone entonces coordinarlas como una flotilla ágil, que a la manera de una guerrilla comunicacional una los puntos de la información y la reflexión para mantener a la sociedad activa y  en defensa de sus intereses.

 

Los pasos que parecería dar el gobierno en este sentido, lejos están de esta concepción: se insiste en buscar el apoyo empresarial que cambie el signo de medios otrora opositores sin que eso redunde en una comunicación eficaz.[24]

 

DEL LABERINTO SE SALE POR ARRIBA

 

La pandemia no le dejó al gobierno demasiadas alternativas. Si la idea de Alberto Fernández era la de molestar lo menos posible a los poderes fácticos, la magnitud de la crisis lo obliga a una gestión audaz.

 

Se sugiere que con la post pandemia se promoverá una renta básica universal, que, según trascendidos, abarcaría unas tres millones de personas. Si se procede así, se trataría de un contrasentido: la IFE, anticipo de este tipo de medida, alcanzó según datos oficiales, a diez millones de personas, de manera que llamar “universal” a un ingreso que contendrá a tan solo un tercio de aquellos que lo recibieron en la emergencia, no solo es faltar a la verdad, sino desvirtuar un instrumento redistributivo que podría ser clave en el consumo interno y el despegue productivo.

 

La medida amerita una discusión profunda y decisiones audaces, ya que, similar a la AUH, o a la implantación de regímenes previsionales durante el kirchnerismo, podría tener una incidencia central en el aspecto económico, social y político.

 

La crisis, como hemos visto, ha dejado en el mundo ganadores y perdedores, que aquí se reiteran; grupos como Techint extorsionan con salarios a la baja o cierre de plantas, configurando una virtual flexibilización laboral. De este modo, las condiciones del trabajo se ven amenazadas en la post pandemia. La resistencia no solo dependerá en este caso de las medidas que tome el gobierno, sino que requerirán de una atenta vigilancia de los sectores populares encolumnados en el movimiento obrero.

 

Otro aspecto a tener en cuenta será el de la inseguridad. Aunque estadísticamente configura un tema menor, en la sensibilidad popular, a menudo fogoneada por los grandes medios, ocupa un lugar central.

 

Con la crisis, delitos menores como el robo de objetos de cobre o bronce (picaportes de casas, números de identificación de domicilios, etc.) se combinan con otros de inusual violencia. Sobre éstos últimos cabalgará el descontento social, que, como ya se ha dicho, atizado por los medios, convierte a la inseguridad en tema de agenda política.

 

La magnitud de la crisis no deja margen a medidas timoratas o medias tintas. El evento, histórico, excepcional, habilita a la gestión Fernández a un shock político. Que la ciudadanía lo agradezca y las corporaciones lo resistan, será una consecuencia lógica de los intereses que se tocarán y de los sectores que serán beneficiados. Lo que debería tener en claro este gobierno es que defecciones o mensajes ambiguos acompañados de medidas tibias lo alejarán cada vez más de su base electoral.

 

En este apartado, como se habrá apreciado, nos permitimos dar una serie de sugerencias, generales, incompletas, convencidos de que en estos temas de urgencia política abundan los especialistas que sabrán ofrecer análisis medulares y diagnósticos precisos. Lo hemos hecho solo con cierto afán orientativo, y para que el andamiaje teórico que sostiene a todo el trabajo, ancle de alguna manera en observaciones más terrenas.

 

Pero el tronco conceptual de este trabajo, más allá de la información vertida en su segundo apartado, han sido algunas hipótesis vinculadas a lo cultural. A ese especio retornamos para ponerle fin a este aporte.

 

 ES EL PERONISMO, ESTÚPIDO 

 

“La democratización del goce”, le llama Daniel Santoro a la celebración que significó la irrupción del peronismo en la sociedad argentina, una fiesta en la que el consumo de bienes y servicios inaccesibles para la mayoría de nuestros compatriotas, dio carta de ciudadanía real a los eternos marginados del sistema.

 

Ese goce, que no espera un paraíso socialista ni siente culpa por asumirse capitalista, deja una huella en la sociedad argentina: para consumir, para ir al encuentro de la mercancía, hay que ser visible, y para hacerlo, se irrumpe en el mercado, corporizado en lugares concretos.

 

Así, Mar del Plata será para inicios de los cincuenta un punto de encuentro de las masas populares con ese consumo y con ese goce. Sus cuerpos, que producen asco a sectores oligárquicos,[25] se mostrarán, orgullosos, chillones, felices.[26]

 

El plebeyismo, que es un signo de identidad en la cultura nacional, irrumpe con nuevos bríos, y el señor feudal Patrón Costas afirmará que lo que no soporta de la herencia peronista es esa insensata costumbre que le ha quedado a la peonada de mirar a los ojos al patrón.

 

Desde entonces, y en particular cuando el 17 de octubre la muchedumbre ingresa a la plaza y a la historia, lo que se inscribe en los márgenes del “país burgués” es ese contacto material de los cuerpos con un lugar que les era ajeno. Las patas en la fuente son, de esa manera, el símbolo central de aquella jornada.

 

Evita besa “hasta a los leprosos”, dirá el propio Perón de su mujer, y así nos acerca una idea de lo que los cuerpos y la cercanía significaron para el peronismo.

 

Y no solo aquellos que irrumpían gozosos en las pizzerías y obligaban a las clases medias altas a comprar manuales de buenos modales como una forma de distinción, sino también los que después del ´55 sufrirán persecución y muerte. Los cuerpos de los fusilados del ´56, la voz de Hugo Del Carril traspasando los muros de Devoto para cantar la “marchita”, los primeros caídos en acciones guerrilleras, los caños y los actos relámpago. Todas estas instancias involucran cuerpos, cercanía, materialidad, exactamente lo opuesto a la distancia y virtualidad que propone la posmodernidad y que la pandemia pretende imponer definitivamente.

 

No es una enumeración anecdótica: desde la vajilla checa con que un pibe comía en la Fundación Evita, esa máquina de coser entregada por la Abanderada, Rucci protegiendo con su paraguas al General, el cuerpo martirizado de Norma Arrostito, las multitudes liberando presos, los sometidos a  tormentos por la dictadura; cada imagen confirma que con el peronismo y la “democratización del goce” que trae consigo, los cuerpos irrumpen en la sociedad argentina.

 

El propio kirchnerismo revivió la tradición en la celebración multitudinaria del Bicentenario y en el acceso popular a Tecnópolis, las marchas en apoyo al gobierno y las muchedumbres festejando cada 25 de mayo como fecha propia.[27]

 

El peronismo, parafraseando a Cooke, es un hecho erótico en el país burgués, y en nombre de esa impronta, al quedar asociado con el distanciamiento y el encierro obligado, corre el riesgo de mutilar su propia naturaleza.

 

Reactivar la economía y privilegiar a los sectores desfavorecidos deberían ser, sin duda, ejes centrales de la post pandemia; pero este aspecto, profundamente cultural, no puede desatenderse.

 

Es necesario ganar el espacio público como punto de encuentro, celebración y ágora. Que la superación de la enfermedad se festeje en las plazas, en los anfiteatros, en las calles, que los cuerpos vuelvan a encontrarse para intercambiar, jugar, celebrar.

 

El peronismo no puede quedar asociado a un cuidado maníaco obsesivo, a la distancia social, a la pérdida del abrazo y del grito.

 

Frases como “ya nada será igual”, “transitaremos una nueva normalidad”, “todo ha cambiado para siempre”, huelen a derrotismo y naturalización del desastre. El pueblo argentino está dispuesto una vez más a poner las patas en la fuente, y el gobierno de los Fernández, como siempre lo hizo el peronismo, deberá allanarle el camino hasta la Plaza.

 

 

[1] La demostración palmaria de este proceder se confirmó el último 2 de agosto, cuando el gobierno de Rodríguez Larreta, después de tolerar varias marchas “anticuarentena”, reprimió una manifstación en reclamo por Santiago Maldonado.

[2] El término, por otra parte, es equívoco e ineficaz: para oponerle al virus una segura protección, es necesario cubrir la boca y la nariz. El nombre “tapaboca” alude solo a uno de estos orificios.

[3] Nótese hasta qué punto se siguió la lógica de un relato bélico, que, cuando arreciaron las muertes a partir de la segunda semana de Julio, canales como C5N dejaron de señalar en su parte diario el total de muertos, dedicándole tres franjas en color rojo verde y amarillo a las “bajas” del día, los infectados y los recuperados.

[4] Cuando se produjo el deceso de un hombre de 74 años que participó en una de las marchas anticuarentena, en las redes sociales se llegó a festejar el episodio.

[5] La iniciativa se conoce como “crédito social chino”.

[6] En Neuquén, una turba agredió y quemó la casa de un enfermero, lo que marca un pico de irracionalidad y violencia en este sentido.

[7] En este sentido, resultó significativa la advertencia que el CEO de Swiss Medical, Belocopit, hizo a mediados de Julio, cuando anunció el colapso de los lugares de internación dentro del consorcio privado que preside. Mientras la salud pública siguió albergando pacientes, sus dichos revelan que el sistema privado está orientado al lucro y no a la atención universal de los posibles afectados por el virus.

[8] Es imprescindible comparar las cifras de habitantes de barrios de emergencia en 1955, al final de dos períodos de gobierno peronista, con las actuales. Por entonces, solo el 2% de los argentinos vivía en villas, que de todos modos eran considerados un lugar de paso, parte de un ascenso social que se produciría no bien cada familia se asentara y procurara un destino mejor. Las cifras que ofrece Arroyo nos habla de un 10% de la población viviendo en estas condiciones.

[9] Entrevista registrada en el canal C5N.

[10] La acusación sobre antisemitismo a Tomás Méndez fue fogoneada como de costumbre por la DAIA, virtual embajada paralela del Estado de Israel, y promotora de denuncias a particulares que osen criticar los crímenes de lesa humanidad de la entidad sionista. Esta vez, de todos modos, contó con un aval oficial preocupante: el propagandista sionista Emanuel Taub, se esmeró en encontrarle un sesgo conspirativo y racista al informe, que, comunicado a través del INADI, se publicó luego en la página oficial del gobierno argentino.

[11] En una nota de El Cronista publicada el jueves  20 de Febrero de 2020, leemos:

“Bill Gates apuesta al negocio del litio en la Argentina

El multimillonario y filántropo lidera una ronda de inversión de u$s 20 millones de un start up que busca eficientizar los procesos de extracción y evitar la emisión de gases de efecto invernadero.

El cofundador de Microsoft, Bill Gates, entra en el negocio de desarrollo del litio en la Argentina. El multimillonario y filántropo lidera una ronda de inversión por u$s 20 millones a través de dos fondos, «Breakthrough Energy Ventures» y «The Engine» del MIT, para financiar a Lilac Solutions, una startup norteamericana que implementa nuevas tecnologías para eficientizar el uso del agua en los procesos de extracción minera.

La compañía norteamericana hará las pruebas piloto en la Argentina a finales de 2020 junto a la empresa minera Lake Resources.  La asociación entre ambas no fue casualidad.

Consultado por El Cronista, el director de Lake Resources, Steve Promnitz, señaló que recientemente, en Atacama, la gente local protestó contra la modalidad de las operaciones de Sociedad Química y Minera de Chile (SQM). «Lake quería encontrar una mejor manera y estudió más de 10 nuevos procesos de extracción directa para encontrar uno que fuera más eficiente y utilizara menos agua, lo que sería mejor para el medio ambiente. Así encontramos a Lilac», destacó Promnitz.

 

 

[12] En la revista “Gente”, esos motes eran usuales. Cuando se interviene la universidad de Bahía Blanca, y se menciona un listado de los textos encontrados en su biblioteca, se habla de un “cáncer para nuestros hijos”.

[13] Con el atentado que se cobra la vida del jefe de la Policía Federal, perpetrado por Ana María González, esta interpretación se vuelve ostensible. La misma revista “Gente” reúne varias personalidades en mesa redonda para analizar qué estaba pasando con los jóvenes, Alarmados, la interpretación recurrente aborda el tema desde su costado psiquiátrico. El episodio reafirma la noción de que el enemigo estaba adentro: en los vínculos más cercanos y familiares.

[14] Los límites de este trabajo superan largamente estos interrogantes, que requieren respuestas específicas, y una exploración de las distintas experiencias traumáticas vinculadas a la muerte que padeció la sociedad argentina en los últimos sesenta años, muchas de las cuales tuvieron la característica común del ocultamiento: cuerpos que no se ven, cifras vidriosas. Desde el bombardeo del 16 de junio de 1955, silenciado durante décadas, a la voladura del edificio de la DAIA AMIA y la tragedia de Cromañón, parte del trauma parecería producirse por la ausencia de respuestas oficiales, a lo que se le suma  a veces la imposibilidad de comprobar esa muerte y proceder al necesario duelo. En este sentido, la Guerra de Malvinas resultó otro capítulo significativo: se trató de un combate que no se vio, al producirse fuera del continente argentino, y en el que los sobrevivientes fueron cuidadosamente escondidos por las propias Fuerzas Armadas.

[15] Pangloss es un personaje de la novela “Cándido” de Voltaire, paradigma de un optimismo a ultranza.

[16] Marcelo Ramírez, de la productora ASIATV, y miembro del  programa “Humo y espejos” fue particularmente insistente en este interrogante.

[17] Es conocida la promoción y financiamiento con que Soros y sus ONG`s sostienen la ideología de género, pero también, aunque no tan difundidas, las iniciativas que el magnate húngaro lleva adelante para alentar el libre tránsito de grandes conglomerados de migrantes. Como se ve, ambas modalidades involucran la libertad como concepto central.

[18] En este sentido, resulta significativa la bandera portada por un grupo de ellos en una de las manifestaciones ocurridas en el Obelisco, en la que se podía leer la frase “Soros o Perón”. La antítesis es emblemática de nuestra historia política, porque nos remite a “Braden o Perón”, la opción que prohijó el primer triunfo del general Perón en 1946.

[19] “Desde la última semana de marzo, cuando la pandemis derivó en crac bursátil, hasta fines de mayo, la cotización conjunta de esas grandes empresas tecnológicas subió en unos 810.000 millones de dólares” Fuente: Sputnik, recogida por “Motor económico” de Alfredo Zaiat.

[20] Se calcula que durante la pandemia, este puesto aumentó en su demanda un 600%.

[21] “Netflex anunció el 22 de abril pasado que registró 16 millones de usuarios nuevos entre enero y abril”- Fuente: Sputnik, recogida por “Motro económico” de Alfredo Zaiat.

[22] “Sus servers guardan documentación de grandes corporaciones, como también de la CIA, la agencia de inteligencia estadounidense. Según la lista anual publicada or Forbes, que calcula los patrimonios de los empresarios más importantes del mundo basándose en propiedades, dinero en el banco y acciones entre otros, Bezos (propietario de Amazon) ocupa el lugar más alto del ranking con un estimado de 131.000 millones de dólares”. Fuente: Sputnik, recogido por “Motor económico” de Alfredo Zaiat.

[23] “Ese esquema se reproduce en veganos, ambientalistas, etc. Todos en realidad son grupos extremos montados sobre algo cierto pero recubierto de mentiras que con sus radicalizaciones rompen con otros grupos, por ello es imposible con esta multiplicidad de grupos construir algo, son reivindicaciones parciales individuales, confrontativas, que no pueden conciliar una agenda” Marcelo Ramírez, en comunicación con el autor.

[24] La gestión actual no parece haber tomado nota del fracaso de la administración kirchnerista en este sentido. Dejar en manos de empresarios ajenos al negocio de la comunicación multimedios como los que componían Radio del Plata y 360TV, o Radio América, CN23 y Tiempo argentino, derivaron no solo en un fracaso periodístico, sino en un desastre económico. Hoy, los canales que formaban parte de esos consorcios, han quedado en manos de grupos evangelistas y se emiten en dúplex por la TDA.

[25] “Accedimos al pedido de la Madre Superiora y fuimos a comer con las otras presas del patio (…) Eran feas y negras. Después del almuerzo, se apretujaron para mirarnos de cerca. Con mucho respeto, algunas nos tocaron los brazos como para contagiarse de nuestro destino (…) Algunas de nuestras compañeras estableció la costumbre de abrazarnos: eso es espantoso, un verdadero sacrificio por el olor que despiden”. Testimonio de Adela Grondona, extaído del libro El grito sagrado, que reproduce Norberto Galasso en su biografía de Perón.

[26] “Hombres y mujeres de todas las edades, de las más variada gama de siluetas y tipos, y con abundante superávit de oscura pigmentación, fisgoneadores e impertinentes, llegaban a los modestos pueblos del interior (…) haciendo alarde de sus desnudeces y excrecencias adánicas que para peor de todos los males, eran la contrapartida de la estética, la belleza y el sentido del pudor con que la naturaleza suele adornar a la criatura humana” Reynadl Pastor, Frente al totalitarismo peronista, reproducido por Norberto Galasso en su biografía de Perón.

[27] El velatorio de Néstor Kirchner fue, como los de Perón y Evita, otro ritual que encadenó un hito más de la épica peronista.

  • Escritor, dramaturgo, actor, periodista.

 

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