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lunes , abril 29 2024
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«Ahora me toca a mí…»

 

Por ENRIQUE MARTÍN *

 

El asesinato del obispo de San Nicolás, Carlos Ponce de León, en un fraguado accidente automovilístico el 11 de julio de 1977, fue uno más de la tenebrosa y sangrienta serie de crímenes de la última dictadura cívico-militar contra sacerdotes comprometidos en la lucha contra la desigualdad.

Ponce de León, valiente denunciante de las políticas de terror imperantes en aquella época, había vaticinado su final menos de un año antes, en el funeral del obispo de La Rioja, Enrique Angelelli, también víctima de un «accidente», el 4 de agosto de 1976.

Ese asesinato había sido precedido a su vez por el de sus sacerdotes colaboradores Carlos de Dios Murias y Gabriel Longeville, secuestrados, torturados y asesinados el 18-7, así como el laico y dirigente social Wenceslao Pedernera, acribillado a balazos frente a su familia (24-7).

La ordalía de sangre contra religiosos había comenzado justo un mes antes del atentado contra Angelelli, cuando un grupo de tareas asesinó en Buenos Aires a otros tres sacerdotes (Leaden, Kelly, Duffau) y a dos seminaristas (Barletti y Barbeito) de la orden de los Palotinos, en lo que luego se denominaría Masacre de San Patricio.

También las monjas francesas Duquet y Domon sumarían sus nombres a la trágica nómina.

Hace pocos días se cumplió un nuevo aniversario del martirio de Ponce de León, que aún sabiendo que su muerte estaba decretada, jamás dejó de ejercer su Ministerio cerca de los más pobres y perseguidos, ni de gritarle al mundo lo que tantos callaban.

 

* Periodista / DyN / La Señal Medios

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