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domingo , abril 28 2024
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MANUEL BELGRANO / Un hombre clave en nuestra región

Por CÉSAR TATO DÍAZ *

 

Decía J. Habermas que “los sabios, todos están llamados a ser publicistas a dirigirse al propio público, es decir al mundo por medio de escritos” y Manuel Belgrano no fue la excepción.

Indudable prócer de la patria, conocido por todos a temprana edad como el creador de nuestra bandera y por su participación en batallas como la de Tucumán y Salta (1812-1813), que aunque no era un militar profesional no dudó en aceptar el cargo de general y luchar por la emancipación de nuestra nación.

Además fue uno de los dirigentes de la Revolución de mayo, hecho trascendental dentro del proceso independentista, y formó parte como vocal de la Junta que se creó en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810.

Pero no debemos quedarnos sólo con eso, Belgrano era un intelectual integral. La formación intelectual que adquirió en el Viejo Continente lo llevó a promover toda iniciativa tendiente a que esta región contara con los beneficios del periodismo desde época relativamente temprana. En efecto, en Europa no sólo se diplomó de abogado, sino que además tomó contacto con las ideas dominantes: fisiocráticas, iluministas y enciclopedistas. Quesnay, Gournay, Turgot, Dupont de Nemours, fueron autores franceses que conoció en profundidad; por ellos, y por el italiano Genovesi, recibió los principios fisiócratas. También evidenció la influencia del pensamiento iluminista italiano a través de Filangieri, Galiani y Muratori, sustentadores de doctrinas que gravitaron en el llamado filantropismo español y que tuvieron favorable acogida en su sentimiento religioso. Tanto Muratori como Genovesi fundamentaban sus doctrinas políticas y económicas en bases ético-religiosas y para ellos era ineludible la consideración de estas bases en toda reforma político-social que se realizara. Fue sobre todo a través de estos autores que Belgrano experimentó una reacción contra la fórmula del despotismo ilustrado que condensaba esa orientación de gobierno en la frase: «todo para el pueblo pero sin el pueblo» y que aplicaban los ministros ilustrados de Carlos III (L. Gianello, 1970: 184).

En cuanto a las ideas enciclopedistas transmitidas por el abate de Saint Pierre, Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Diderot, entre otros, tampoco le fueron desconocidas. El mismo escribió: «como en la época de 1789 me hallaba en España, y la revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, disfrutara de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido…» (Manuel Belgrano, 1928: 143).

Es innegable que las relaciones, los ámbitos, los episodios vividos gravitaron profundamente en su persona. En efecto, tuvo oportunidad de frecuentar a los principales pensadores españoles en la sociedad de «Santa Bárbara». En 1790, ya gozaba en la Corte de cierto prestigio intelectual entre sus maestros y condiscípulos; en virtud al excelente desempeño como estudiante, se lo eligió Presidente de la Academia de Derecho Romano, Política Forense y Economía Política de la Universidad de Salamanca. Al mismo tiempo, alternaba en las tertulias de alto vuelo, relacionándose con personajes de importancia y gravitación de la Corte, que respetaban su capacidad y le brindaban su amistad y apoyo. Conoció a grandes escritores y, sobre todo, trató con personajes eminentes y de valía. Además, en este ámbito frecuentó cenáculos literarios y filosóficos donde el ingenio y los conocimientos permitían una esgrima intelectual a la que era tan afecto.

Consideramos que el bagaje intelectual adquirido en el Viejo Continente coadyuvó inobjetablemente en sus inclinaciones periodísticas, pues le brindó elementos indispensables para el ejercicio de esa labor: dominaba varios idiomas -latín, italiano, francés e inglés- de modo que podía leer las obras en sus lenguas originales y no dependía de las traducciones que, en ciertas ocasiones, no eran el fiel reflejo de lo que su autor deseaba expresar. Asimismo, su curiosidad por el saber era inconmensurable. En efecto, anhelante de adquirir conocimientos para poder interpretar los misterios del pensamiento humano y al mismo tiempo agrandar el círculo de sus ideas, le comunicaba a su padre en una carta fechada en 1790 que «… he tenido el gran gusto de conseguir licencia de ver y tener en mi poder libros prohibidos de cualquier prohibición excepto los Astrólogos judiciarios, los que ex-profeso traen obscenidades y contra la Religión.. (Epistolario Belgraniano, 2001: 55).  Esta licencia otorgada por el Papa Pío VI le permitió, a diferencia de muchos de sus contemporáneos, acceder a pensamientos como los de Voltaire, Montesquieu, J. J. Rousseau y otros. Corresponde resaltar supo retransmitir esas ideas y, lo que todavía fue más importante, logró adecuarlas a la realidad de la colonia, fundamentalmente las fisiocráticas, a las que por ser de un tenor económico no se las avizoraba como tan transgresoras.

Sabido es que los fisiócratas le otorgaban al periodismo un papel trascendente, no sólo porque se valían de los periódicos para difundir sus propias ideas, sino porque también relacionaban «… explícitamente la ley con la razón que se manifiesta a través de la opinión pública… Y veían a ésta última… como la única fuente legítima de esas leyes.» (Habermas, 1994: 90). De modo que, si estos pensadores concedían tanta importancia a la prensa escrita, no nos debe resultar extraño entonces que Belgrano, imbuido de tales principios, intentara inculcarlos al retornar a su tierra. Lo efectivizó, en primera instancia, desenvolviéndose como corresponsal del periódico español El Correo Mercantil de España y sus Indias continuando su prédica con un grupo de amigos -Juan H. Vieytes, Juan J. Castelli, etc.- con el firme propósito de que estas “novedades” se hicieran extensivas al resto de los habitantes del virreinato. Por lo tanto, nos parece razonable que centrara su interés en que la imprenta de Niños Expósitos fuera utilizada en todo su potencial. Es decir, que siguiera como hasta ese momento dedicándose a la producción administrativa y religiosa, pero, particularmente, de ahí en más, librara sus tipos a la estampa de los nuevos pensamientos, con el fin de favorecer un cambio en la mentalidad feudal de la colonia. Dicho camino lo inició con su propia traducción del francés de los “Principios de la Ciencia Económica Política” (1796) y continuó con la Memoria del Consulado de 1798 (G. Furlong, 1956: 185).

Con seguridad, Manuel Belgrano había madurado largamente este anhelo, pero no desconocía que la tarea tendría sus dificultades. Así lo expresaba, al poco tiempo de haber regresado de Europa, y hacerse cargo de la Secretaría del Real Consulado de Buenos Aires: «… mi ánimo se abatió y conocí que nada se haría en favor de las Provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común”. Sin embargo, lejos de desanimarse, sabiendo que la faena para revertir una situación que parecía inamovible, sería lenta y fatigosa pergeñó la siguiente estrategia: “ya que por las obligaciones de mi empleo podía hablar y escribir sobre tan útiles materias, me propuse, al menos, echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos, ya porque algunos estimulados del mismo espíritu se dedicasen a su cultivo, ya porque el orden mismo de las cosas las hiciesen germinar» (Manuel Belgrano, 1928: 172).

De su razonamiento se desprende de manera inequívoca la trascendencia que este intelectual le confería a la palabra escrita, especialmente cuando se intentaba introducir nuevas ideas en un ámbito conservador por antonomasia; y era el periódico, conforme su entender, el medio ideal para lograrlo.

 

*El autor es Post Doctor en Comunicación, Medios y Cultura y Titular interino de Historia del Periodismo y las Comunicaciones en la Argentina. FPyCS. UNLP.

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