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TOMÁS ELOY MARTÍNEZ / Denigración nacional para la auto justificación del periodismo amoral

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

(Un suelto para seguir entendiendo cómo llegamos a este presente comunicacional)

La idea fuerza es: el país nada en la corrupción populista y el pueblo es fácilmente engañado con narraciones místicas. Esto lleva, claro, a que Carlos Fuentes haya aseverado: Tomás Eloy Martínez está escribiendo la historia de un país latinoamericano autoengañado. La trivialidad de la base argumental evidencia una ausencia de respeto integral y profunda por la inteligencia promedio en la República Argentina. Lo curioso es que al afirmar ese concepto, un autor talentoso se liga a la zona más vulgar de la vida nacional: formada por esos que dicen la gente es bruta no entiende nada, este pueblo carece de cultura; y cree a pie juntillas lo que se le diga.

Es una auto descripción, una admisión más que una crítica aguda al entorno. A Martínez, como a esos, se le pasa por alto el saqueo de empresas públicas y el endeudamiento, la transferencia de recursos y el impulso a la especulación para aquilatar divisas a cambio de ninguna inversión. En su afán por despreciar, habla de “valijas” –curiosa premonición de un libro publicado en 2002, significativo anticipo del peor tramo del periodismo argentino- cuando los poderes que controlan la nación se llevan la vida misma que es el trabajo de cada ciudadano. Todo esto envuelto en una interesante historia de desamor y en algunos trazos de la tarea periodística que atrapan debido a la fluidez narrativa del tucumano.

Hace algunas semanas, al cumplirse diez años de la muerte de Martínez, recomendé algunos de sus libros más atractivos. La estrechez del tiempo radial, o la ausencia de dirección en mi propia redacción verbal, dejó un gusto a poco que quiero resolver –parcialmente- aquí. Y sólo se logra al señalar el trasfondo de un ideario. El mismo que transformó a otros destacados escritores argentinos, como Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, en zonzos bien vivos para observar y detallar los tropiezos de quien se mancha comiendo un choripán mientras desconocen la imbricación de los medios que los potenciaron con empresas para las cuales corrupción en sentido estricto no es más que la totalidad de su vertebración de negocios.

Recomiendo entonces leer los textos en los cuales Martínez aborda los asuntos políticos nacionales desde una ficción que parece asemejarse a la realidad y pretende desde allí –como ha detectado aquél escritor mexicano nacido en Panamá para El País- descubrir el alma putrefacta de toda nuestra Patria. Alguien dirá, a vuelo de pájaro: el ladrón cree que los demás, son de su misma condición. Puede ser, pero la cuestión es más compleja. La reducción de la vibrante y honda cultura nacional, con sus más y sus menos, a una colección de perdularios, tránsfugas e ignorantes, contribuye a la satisfacción del ansia de los mediocres: mirar desde arriba a los que en verdad están arriba. Apuntalar la denigración como elemento central de la auto percepción. Este país “es así”.

La credulidad estúpida de todo un pueblo ante un líder corrupto que dice haber visto a Jesucristo es el ocultamiento promovido desde el libro para un período que, como el menemista, tiene relación directa con la succión de esas grandes compañías de países educados y desarrollados que operan como modelo subyacente. Enlaza con la “crítica” que hundió la comunicación y se extendió con energía hasta el presente, asentada en develar la “corrupción” –entelequia propagandística para quienes padecieron el robo a mano armada de los bancos y siguieron hablando de lo sucia que es la política- como si eso encarnara el sumun de la actividad profesional en los medios.

Martínez, como otros pero con singular calidad, ha brindado argumentos morales a una caterva de periodistas amorales que funcionó cual cómplice del gran saqueo al re direccionar su lupa sobre patentes de autos, carteras presidenciales, secretos de alcoba y contratos para la construcción diseñados hasta la exactitud en base a los paradigmas empleados en el rubro por los países desarrollados a los cuales se admira. La buena de Reina Remis entiende aún menos que Camargo pero al menos obtiene una noticia cuando se la envía a conseguirla. Y encima, cobra; en la acepción negativa de la expresión porteña.

El vuelo de la reina es una obra cumbre del pensamiento antinacional. Y un buen libro.

Me debía estas líneas y quizás, se las debía a los amigos que escucharon una sugerencia sin ahondar en su sentido.

 

  • Director La Señal Medios

 

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