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jueves , mayo 9 2024
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APUNTES CRÍTICOS

Por GABRIEL FERNÁNDEZ  *

 

El asesinato de José Ignacio Rucci fue una catástrofe para el pueblo argentino. De algún modo, pasado el tiempo, la comprensión de esa realidad por parte de quien adscribe a una concepción revolucionaria del peronismo, necesita ser planteada con franqueza. Del mismo modo en que hace poco resolví hacer frente al debate fáctico y larvado entre las visiones jauretcheana y cookista. Es que si no emergen estas discusiones, tengo la sensación, las equivocaciones pueden reiterarse.

¿Porqué fue una catástrofe? Porque abrió las compuertas a la intromisión en el movimiento de fuerzas de inteligencia ajenas que operaban a favor de su división. Porque puso en guardia a toda una franja de la dirigencia sindical de entonces contra el espacio juvenil en desarrollo. Porque alentó en este último sector la idea de sustitución a través de medidas drásticas, de quienes bien o mal encarnaban una realidad. Y porque esa desconfianza alcanzó, especialmente, a Juan Perón.

Precozmente, en el orden analítico, el periodista Jorge Luis Bernetti lo señaló. Allá por 1985 si mal no recuerdo, publicó un libro titulado “El peronismo de la victoria”: su hipótesis central era que tal triunfo sólo era posible si se licuaban los desencuentros entre el sindicalismo y la juventud, entendida como toda una faja con acción política territorial. Por entonces, con mariscales de la derrota de 1983 a diestra y siniestra, no resultaba fácil aventurar una posición de esa naturaleza.

(Eso refrendaba algo que yo venía pensando: tomando como factores catalizadores las oposiciones  al lopezrreguismo y al rodrigazo, resultó evidente que gremios y juventudes políticas podían confluir en marchas y protestas articuladas para defender un programa nacional y popular. El golpe cívico militar llegó en el momento “justo” para frenar la maduración interna del pueblo argentino.)

SUSTITUCION Y DESCONFIANZA. La sustitución de los dirigentes gremiales por sectores que resultaban verbalmente más intensos y cuyas acciones tenían una inmediatez que las vinculaba a la propaganda, complicaba el natural desarrollo de los acontecimientos, donde los trabajadores delineaban con sus tiempos las conducciones más adecuadas para cada tramo. Todo aquello sucedió en un puñado de años, apenas. Ahora, que hemos tenido un período más extenso para reflexionar, sería grave dejar de lado este aporte reflexivo en aras de “quedar bien” con franjas discursivamente más potables.

La concepción que derivó en la muerte de Rucci anidaba en la desconfianza hacia los trabajadores, a quienes  muchos militantes revolucionarios no consideraban capaces de desplegar una tarea política que originara dirigencias ligadas a sus intereses profundos. Entonces, esos militantes se asignaban la representación de las masas y disponían qué referente merecía seguir en funciones y cuál no. Esto rompió el tejido que se había armado durante la Resistencia, en la cual cada uno hacía lo mejor que podía en su ámbito.

Es una tontería argumentar que Rucci (o dirk Henry Kloosterman, entre otros, recuerden) era “malo”. Se puede estar de acuerdo o no con esa aseveración, pero en sí misma no significa nada: lo que estoy poniendo en cuestión es el esquema de representación que se autoasignaban vertientes políticas que no pertenecían al andamiaje interior del movimiento obrero, con excepciones, y por lo tanto operaban sobre organizaciones que tenían una dinámica propia y un sistema electivo complejo, tan transparente y tan opaco como suelen serlo todos los diseños de representación.

El tema no es menor, si se toma en cuenta que las organizaciones políticas, humanitarias, comerciales, profesionales en general tienen un nivel de democracia interna inferior al de los sindicatos. Me llamó siempre la atención escuchar a referentes escogidos por nadie, bramar contra las decisiones de dirigentes que suelen recibir el respaldo de miles de afiliados. Y acusarlos de antidemocráticos. Y me parece preocupante que esa habitualidad, propia de partidos pequeños de la izquierda, se haya adentrado con vigor en el seno del movimiento nacional y popular.

(En esta consideración me inspira Rodolfo Walsh, a través de sus Documentos dirigidos a la Conducción Nacional de Montoneros. “Un oficial montonero conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917, pero ignora cómo Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1921”. Allí, Walsh cuestiona la ideologización y la sustitución, y propone retomar la identidad peronista, que es la del pueblo trabajador.  La mención es intencionada, porque en los últimos tiempos muchas figuras centrales de nuestro movimiento han sido homenajeadas sin respetar sus pensamientos y acciones reales.

http://www.desaparecidos.org/nuncamas/web/investig/wolf/walsh05.htm)

DESCRIPCIÓN O DESEO. La fantasía es nítida y surgió, en los últimos debates en estas páginas, cuando señalé que el pueblo argentino hoy estaba listo para un paro general pero no para una eclosión con rasgos insurgentes como la del 2001. Varios lectores se enojaron como si esa obvia descripción tuviera que incluir algo así como una convocatoria. ¿Me siguen? De todo lo que venimos conversando, surge una idea que es necesario absorber para operar con potencia sobre la realidad: un dirigente, un militante, un periodista, no pueden convocar a una eclosión social.

Eso no puedo hacerlo yo a través de un artículo, pero tampoco Daer o Schmid, ni Scioli, Amichetti, Palazzo, ni el Chino ni D´Elía o la mismísima Cristina. Esas situaciones integrales, de quiebre entre una época y otra, que arrastran a cientos de miles de personas, se van configurando en el seno mismo de un pueblo. El criterio que lleva a suponer que todo cambia si alguien afirma tal cosa, es el que intento desmontar en los párrafos anteriores. Si dejamos de lado a dirigentes que no nos gustan y ponemos a los que nos gustan, para que digan lo que queremos, la realidad material y consciente de millones de seres humanos ¿se modificaría rápidamente?. Bueno: no.

DESENCUENTROS Y REAGRUPAMIENTOS. Ahora  bien. En los primeros ocho años de este último tramo de gobierno nacional y popular, vivimos en un paraíso político mientas se desarrollaba la reconstrucción económico social. ¿Porqué? Pues se había configurado aquella unidad que soñó, entre otros, el amigo Jorge. Las dos centrales sindicales, CGT y CTA, junto a los jóvenes militantes y las organizaciones sociales, respaldando la gestión kirchnerista.  Ese capital político, con fortísima voz callejera, obturaba las campañas de los medios concentrados a través de la comunicación directa con el resto de la población y bloqueaba los intentos de reposicionar al zonzo como protagonista.

Se había logrado lo que no se pudo conseguir en la idealizada década del 70. Pero esa conjunción se quebró. Los desencuentros entre la conducción política del movimiento y un amplio sector de la dirigencia sindical, dejaron una estela de resquemores que pagamos en la elección de noviembre del 2015 y seguimos padeciendo en el presente. La desarticulación de ese espacio conjunto habilitó el desmembramiento del movimiento y las fugas en distintas direcciones, debilitando la construcción en sí misma, el vínculo con la sociedad, y las perspectivas electorales.

Durante el último año, con mucho esfuerzo debido al impacto de la derrota comicial, las distintas regiones que configuran el movimiento nacional y popular se van agrupando para resistir los embates del macrismo y los poderes financieros concentrados que encarna. Tengo la certeza que cooperar con esa amalgama es ayudar a una transformación genuina en nuestro país y a facilitar la reinstalación de un poder popular genuino al frente del Estado. Con todo lo que ello implica, además, para América latina.

FRANQUEZA Y RESPETO. Estas consideraciones surgen al analizar lo realizado durante todas las décadas mencionadas y evaluar los debates internos y generales de los distintos sectores del movimiento. También, de tomar en cuenta aspectos importantes y descuidados de la vida política internacional. Yo sé que puede generar enojos, porque desarma las formulaciones sencillas de tipo anarquista que sirven para impactar en un grupo reducido (“a la mierda con los burgueses y sus servidores”, “basta de dirigentes claudicantes y viva la revolución”). Pero como mi planteo es respetuoso, sólo requiero respeto al debatir. No acuerdo a rajatabla.

A todos puede gustar alzar la voz y quedar como los más combativos en un marco adecuado. Pero el menoscabado movimiento obrero argentino es de lo mejor, en el rubro, que se puede hallar en el planeta. Grandes formaciones internacionales estentóreas que han sido tomadas como ejemplo hoy languidecen en grupos de “indignados” y pataleadores varios sin eje y sin proyecto. Recuerdo tantos asertos antijauretcheanos lanzados al aire con aura de gloria: “esos sí que son luchadores, esos si son revolucionarios. Acá el peronismo lo complica todo. El mundo se divide en clases y los peronistas confunden a los obreros de poca formación”.

Creo que la evaluación serena de las más variadas experiencias puede contribuir a pensar mejor el presente y por lo tanto, a forjar un futuro distinto con herramientas auténticas. Mi intención no es pelear con nadie en sentido horizontal, sino asumir errores propios para no incentivar a las nuevas generaciones a cometerlos como si fueran grandes banderas populares. La realidad es terca. Y no está en contra de los intereses obreros de fondo. Que son los intereses de la Nación.

  • Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

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