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Por GUSTAVO RAMÍREZ *
Es una cuestión de diagnósticos. Aun cuando no sea tan simple. La unión del Movimiento Obrero resuena como un eco en una habitación vacía. Por momentos es fría y sin espíritu. A cuestas de la historia es una narración esperanzadora. Muchos, que vienen de otro terreno, desesperan y exigen la aceleración de tiempos que no comprenden.
Para quienes solo se nutren de la reproducción del imaginario social el escenario sindical es un universo desconocido. Por lo general las observaciones recaen en ilustraciones fantasiosas, fortalecidas por visiones románticas en torno a un deber ser apócrifo y sobrenatural.
El pasado 29 de abril la manifestación social del Movimiento Obrero no solo se plasmó en el “aparato”. La concurrencia masiva a las calles, en conmemoración al 1º de Mayo, marcó un hito en la conjunción histórica de la coyuntura. El indisciplinamiento de los trabajadores incomoda. Sobre todo a aquellos sectores propios que se ilustran sobre los obreros con la portada de diarios progresistas.
Las utopías románticas no siempre sirven para comprender los procesos internos de las diversas fuerzas políticas que componen el campo Nacional y Popular. La dinámica propia del sindicalismo no goza de buena prensa. Durante años el gremialismo ha sido atacado desde visiones morales que oscilan entre la derecha y la izquierda. Observaciones que ignoran los procesos históricos de los sindicatos en la construcción política territorial. Las críticas por izquierda al Movimiento Obrero y a sus dirigentes se estanca en categorías analíticas obsoletas que no manifiestan la representación genuina del interés colectivo de los trabajadores. En esas detracciones se soslaya al peronismo como movimiento revolucionario, aun más revolucionario que la propia izquierda argentina, que en muchos casos obró como agente funcional a las patronales y peor aun a las derechas anti-obreras. Esta “idea” pretendió debilitar a un sindicalismo que es modelo a nivel internacional y que ha corrido con fuerza detrás de una idea matriz como la Justicia Social.
Los dirigentes sindicales son representados en la tragedia y en la farsa fuera de contexto, casi siempre. Las generalizaciones sufren amputaciones acomodaticias para esbozar análisis periféricos. En la totalidad desnaturalizada las “vanguardias” políticas sufren mutilaciones conceptuales para escuchar lo que quieren oír. Construyen sus propias narraciones excepcionales para dotar de sustento argumentos desnudos y ambiguos.
Hay razones del sindicalismo que la razón social no entiende. Cuesta dilucidar los tiempos de los gremios en el pensamiento y en la acción. Frente a escenarios de crisis se pretendía la urgencia sofisticada de la reacción en términos incendiarios. Los diálogos internos exigían sin reparar en la organización general que demanda ser pragmáticos. La respuesta del Movimiento Obrero se desprendió de purismo y actúo con presta velocidad frente a la necesidad impuesta por las políticas del gobierno. Las cinco centrales obreras dieron una respuesta política a planteos morales. No hay puros, ni ingenuos, ni idiotas.
No obstante la acción no se antepone a la reflexión. Cada cosa se armoniza y se adecúa al momento, más allá de los gustos individuales. La dirigencia sindical no es ciega, tampoco es sorda y muchos menos muda. Las conducciones gremiales saben que son observadas por recelo. Por fama propia y por construcciones míticas. Hay sindicalistas que ya no tienen mucha cabida en el espacio global de la aceptación general. La unión es un oportunidad para la renovación de espacios en la estructura colectiva de las centrales obreras.
Hugo Moyano dio muestras de comprender que los ciclos tienen principios y finales. Esta semana declaró a la prensa: “Ya cumplí mi tercer mandato consecutivo, que es el único que lo ha cumplido en la historia de la CGT. Hay que dejar un poco a los jóvenes que puedan cumplir una función importante y yo me dedico a Independiente. De Independiente no me voy a ir nunca”. El dirigente camionero es sabedor de las adhesiones y antipatías que genera. Pero también conoce su poder de fuego. Su fuerza radica en el apoyo que la base de su gremio le da. “Hay gente que me tiene bronca, sobre todo en los sectores empresarios porque se tocan intereses”, declaró a la prensa y agregó: “Yo no sé cuantos dirigentes están en condiciones de convocar en su gremio. Los trabajadores responden a los gremios cuando creen en sus dirigentes”.
La renovación de cuadros sindicales no se dará de la noche a la mañana y sin un proceso de debate profundo. Dirigentes como Walter Correa, de Curtidores, o Sergio Sasia, de la Unión Ferroviaria, representan a una generación dirigencial, entre otros, que promueven el trasvasamiento generacional en la discusión interna que contemple, también, el debate profundo por el mejor país posible para los trabajadores.
No hay unidad perfecta. Ni purismo absoluto. El sindicalismo argentino es incorregible y eso, contrariamente a los que muchos piensan, es lo mejor que tiene. El Movimiento Obrero excede las fotos circunstanciales de sus dirigentes más conocidos. Es un armado complejo de alta organización social. La idea de unidad se comienza a plasmar en las regionales del interior del país donde se salvan las diferencias en función del interés colectivo. Por caso vale señalar el encuentro que realizaron en La Plata más de 70 gremios para lograr la unidad de la CGT regional.
El 29 de abril más de 300 mil trabajadores salieron a la calle a dar una muestra de solidaridad y unidad de acción frente al accionar político de un gobierno que atenta contra sus intereses. No fue un gusto discursivo. Es parte de la realidad efectiva. Esa que a veces la militancia y el campo político suelen dejar de lado para olerse los sobacos.
* Feos Sucios Malas / La Señal Medios
