BIGtheme.net http://bigtheme.net/ecommerce/opencart OpenCart Templates
miércoles , mayo 1 2024
Inicio / Medios de Comunicación y Tecnología / EL DÍA QUE FERNÁNDEZ ESCUCHÓ A FERNÁNDEZ

EL DÍA QUE FERNÁNDEZ ESCUCHÓ A FERNÁNDEZ

 

Por CARLOS BALMACEDA *

Gabriel es uno de los mejores periodistas de este país. Tanto es así que Horacio Verbitsky, por estos días y en medio de una entrevista sugirió “sería muy interesante que Gabriel Fernández entreviste al presidente”.

Le habrá costado a su interlocutor saber de quién hablaba, porque en la semicolonia, tipos con méritos nulos y escasa capacidad son famosos y están podridos en guita, y gente con un enorme talento, oficio y don de tales, suelen pasar necesidades.

Cuestión de apariencias. Jugarse a existir, en un país que ha consagrado la impostura como el medio de seguir mintiéndose para perpetuarse semicolonia, se paga con el precio del ninguneo. No ser, es decir, encarnar en una apariencia, vendiéndole el alma al diablo, es garantía del éxito.

Ser argentino es así una negociación permanente con el poder, una renuncia, un sapo que se traga, el delineo de una figura pública que una vez que se convierte en vaca sagrada se vuelve intocable y puede abrir entonces los kioscos que se le ocurran.

Hay de todo, desde un Lanata o un Majul, claramente en una punta del espinel, pasando por todos los matices, negociaciones, sapos, apariencias, complicidades, chupadas de culos, recules hasta llegar en la otra punta a un Gabriel Fernández.

Que Verbitsky, un figurón con tantas agachadas como méritos, pero con más de medio siglo de oficio lo exalte, es una proeza. Porque en la semicolonia lo usual es que los jetones se parapeten en cotos de jetones, se aprecien entre sí, se tapen los ojos ante el talento ajeno y periférico, y se premien con medallas mutuas. No es solo el modo de ignorar la realidad –que no hay APTRA ni sueldo ni figuración que te aseguren la excelencia-, sino también la manera de cerrarle el camino a los codazos a ese talento de hormiga, discreto y amenazante.

Pero Verbitsky, que vive rodeado de jetones, elige admirar a Gabriel, que hace su trabajo con certeza de cowboy –va al pueblo, arregla el entuerto, sale con la ley recompuesta- y silenciosamente se sienta a su computadora para seguir gozando de eso que, se nota, es para el tipo una bendición y un privilegio.

Cualquiera que lo conozca lo sabe, en mi caso, lo confirmé con creces. Uno ha conocido chantas, mentirosos, acomplejados, envidiosos, mediocres, vendehúmos, manteros de prestigio falso, entonces, cuando se encuentra con el tal Fernández, siente que se reconcilia con el género humano.

Tuve el privilegio y el honor de ser columnista en su programa por dos años. Desde el primer envío, Gabriel invariablemente me dejaba el estudio de SU radio para que yo hiciera durante esos 10 minutos de programa lo que quisiera, y en el estilo que me viniera en gana. Después, como todos los lunes, también invariablemente entraba para estrecharme la mano y reforzar la felicitación con algún elogio.

La humildad, en este país, no es solo un atributo moral, en gente así es un elemento de recomposición de las honras ninguneadas. Porque sabía quién me cedía el estudio para fumarse un pucho y escuchar mi columna, entonces pude saber quién era yo.

En la semicoloia, si no tenés un kiosco, un nombrecito, un carné que dice “yo soy”, no sos nadie. El carné te asegura status de vaca sagrada, Y el status te asegura chupamedias que son los que van por ahí ratificando tu prestigio. Te volvés intocable y al mismo tiempo, los que te siguen se convierten en guardaespaldas de esa fama. Nadie puede osar socavarla que ahí se tirarán en palomita y en cámara lenta como los “bodyguards” a protegerla.

¿Cómo puede progresar un lugar en el que no está permitida la crítica, el sarcasmo desmalezador, la buena malicia que siembra sospechas, la ironía que desarma, el tábano que pica, la reflexión que no mide en modos ni plácemes?

Sin darnos cuenta, casi, la semicolonia convierte esa calesita de premios y castigos, de ninguneos y de celebraciones en un sistema. Decir lo inconveniente, hacer lo necesario, revelar verdades incómodas, puede deparar absoluta soledad, y según las circunstancias volverse trágico: Scalabrini muriendo de tristeza, Carrillo pobre y enfermo en medio de la selva brasileña.

No es joda. Con todas las necesidades de su sociedad resueltas, Carrillo habría desarrollado su genio –que abarcaba desde la psicología a la geopolítica- y hasta el prestigio jetón de un Nobel lo hubiera esperado en algún recodo de la vida.

La semicolonia desjerarquiza, vende espejos de colores, premia con medallitas de latón, publicaciones y mucho humo a los que harán todo para que siga en esa condición semicolonial.

Entonces, un día, como se ha dicho, el jetón viene y dice “sería interesante que Gabriel Fernández entreviste al presidente”, y el propio Fernández, el escriba, el hincha de Gimnasia, dice en una de sus columnas habituales que al presidente le leyeron por celular una que había publicado sobre el negacionismo, que el tipo, el que desmenuza el juego del tripero sin mezquinarle corazón, tituló como un “error histórico”, y que ahora estaría tomando la decisión de archivarla, (ahora hablamos del otro, del hincha de Argentinos), y que por eso no habrá mención sobre el tema cuando se inauguren las sesiones en el Congreso.

Al leer eso, sentí que algo se rasgó en la coraza de las jerarquías, el jetoneo y los círculos de chupamedias. De pronto, esa palabra con destino de botella al mar, había sido escuchada, y alguien dijo “tiene razón”. El Fernández de las viejas teletipos sugirió que una ley contra el negacionismo no solo habilitaría la victimización de los nefastos, sino que además la verdadera puja habría que darla en el campo del sentido, en el sistema escolar y en la prensa, y que para esto lo necesario no era imponer una ley, sino brindar reglas de juego que permitan competir con ciertas condiciones de igualdad en cada uno de los discursos.

Al mismo tiempo que la noticia me esperanzó, me quedé pensando en por qué Fernández, el de Radio Gráfica, no está al frente de Radio Nacional, o de Télam, como alguna vez ocurrió, o generando un espacio de comunicación que dirija el flujo de medios con que combatir el proyecto oligárquico. Lo pensé e inmediatamente me remití a todo lo que digo más arriba, y que ahora cobrará más sentido para el lector.

Ni Dora Barancos ni Grimson ni Forster –ese consejo asesor de cráneos- le dijeron al presidente “mire que esto de la ley contra el negacionismo puede resultar así o asá”. Supongo porque no se les ocurrió, o porque están demasiado pendientes de no contradecir nada, cuidando su propia quinta o metidos en esa burbuja de jetones en la que solo se respira el ego del otro.

Cuando uno ve la lista de embajadores, asesores, nuevos cargos, parentela, puede señalar con el dedo y decir “eso es la semicolonia”.

Cuando se para frente a este episodio, podrá señalar con el dedo y decir “esto no lo es”.

Se habla de igualdad y democracia, techo de cristal y oportunidades para todos en muchísimos aspectos, pero nunca en éste: el democrático reparto de prestigios que venzan la alienación de lo que se da por sentado sobre algunos personajes, el rescate de ideas como “me parece que esa ley es un error histórico” para persistir en los repetidos lugares comunes dichos con la voz monocorde de un Forster.

Jauretche llamaba a los jetones que sostenían la estructura de dominación colonial desde las ideas y la palabra “intelligentzia”. Este gobierno, por ahora, no ha dejado de consultarla y confiar en ella. Es que aún teniendo las mejores intenciones, el brillo del jetón es hipnótico, y se hace imposible pensar desde otro lugar. Pero esta vez, algo pasó. A Fernández, el de la banda presidencial, un asesor avispado le pasó un dato y el tipo se dejó llevar por la idea y no por el carné.

No está nada mal, pero no da como para ilusionarse. Hablando de Jauretche, el tipo, además de todo su genio, en los sesenta tenía detrás un inmediato pasado glorioso transmutado en lucha, y una promesa de futuro que lo incluía. Comparados con él, cualquiera que no pertenezca a esa intelligentzia, que no abone a la súper estructura de dominación colonial, tiene detrás y delante al desierto.

Por ahí no es un mal comienzo como para empezar a caminar.

Mientras tanto, yo me quedo con aquellos apretones que me daba Fernández, el del Lobo, cada vez que terminaba la columna y como una anécdota para contar entre viejos avispados, me reservo ésta que empezaría así “y ese tipo que me dejaba diez minutos por lunes el estudio para mí, es el mismo que alguna vez modificó una decisión del presidente, el día que Fernández escuchó a Fernández”.

 

  • Escritor, periodista, actor 

 

Comentarios

comentarios

Visite también

PREVENCIÓN

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *   (Dedicado a mi amiga Stella Calloni, tras las conversaciones de ...