Por GABRIEL FERNÁNDEZ *
En 1976 el Estado y el país fueron tomados por asalto por los sectores oligárquicos a través de las Fuerzas Armadas con el objetivo expreso de doblegar la creciente economía argentina, aniquilar el potencial del movimiento obrero organizado, golpear con toda la energía posible a la militancia popular y canalizar el importante PBI nacional en beneficio de los grupos económicos.
No existe el debate, impuesto artificialmente, sobre si era necesario combatir a las organizaciones revolucionarias o si no quedaba más remedio debido a los errores del gobierno constitucional vigente. Todo eso es humo para ocultar aquellas verdaderas intenciones que luego se plasmaron en la acción dictatorial.
Esa oligarquía tomó el poder con José Alfredo Martínez de Hoz como eje organizacional y mientras aplastaba el mercado interno endeudaba a nuestro país innecesariamente. Una economía potente no precisaba aportes externos. Los mismos fueron absorbidos por las compañías y socializados por la dictadura para que los abonen los ciudadanos argentinos.
Los ejecutores de esta política hicieron desaparecer 30 mil personas, la mayor parte de ellas pertenecientes a nuestra clase trabajadora. Un baño de sangre se abatió sobre la nación y las fuerzas de la entrega pasaron a dominar.
Hubo resistencia; mucha aunque con escasa o nula difusión. Saberlo contribuye a la autovaloración de un pueblo que a veces desconoce sus propias virtudes amasadas a lo largo de la historia. Como también desaparecieron o amordazaron a los narradores, aspectos esenciales de esa resistencia han quedado opacados, difuminados.
La dictadura cívico militar fue el punto más elevado de la corrupción; vale la mención ahora que muchos se desgarran las vestiduras por un bolso. El régimen falaz y descreído se cargó al país y lo golpeó brutalmente. Danzó sobre la producción nacional, primarizó el esquema, desarticuló conocimientos técnicos y aprendizajes.
Es valioso recordar las detenciones y las torturas. Pero aún más ayudar a entender porqué se desplegaron. Aunque el análisis exija la evaluación de los matices, allí se observó nítidamente la batalla Nación – Antinación. Que nadie se confunda en esa dirección central: agitaron banderas blanquicelestes y lanzaron monsergas patrioteras para aniquilar la Patria.
Las marchas que hoy se realizan en todo el territorio nacional son genuinas, vitalizadoras y sanadoras. El pueblo en las calles para repudiar aquél golpe y su derivación presente es un eje potente para construir un futuro inmediato mejor. Ese futuro estará asentado en lo que el régimen más combate: el crecimiento y el bienestar de nuestro país.
* Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica
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