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domingo , abril 28 2024
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Guerra en Ucrania. Dos miradas diferentes

La lectura de estos textos permite apreciar perfiles distintos a los conocidos hasta ahora. Se trata de autores profundos que, en parte, colisionan con los puntos de vista elaborados en estas y otras páginas. Entre coincidencias y diferencias, vale apreciar los aportes porque en muchos aspectos invitan a reflexionar en sentidos variados. Algunos, complementarios con el material ofrecido desde La Señal Medios; otros, contrastantes con los mismos.

La Señal Medios

 

Punto de Inflexión en Rusia

Por Enrique Lacolla *

Tal como se lo había previsto, la situación en Europa del Este se hace cada día más grave. Los últimos acontecimientos indican que se ha comenzado a girar en torno a un pozo cuya profundidad no se puede saber.

Hasta hace unos pocos días la “operación especial rusa en Ucrania” podía reivindicar su éxito si se lo medía con los parámetros de una cierta racionalidad bélica. Se había aliviado la presión sobre la Ucrania rusófona, sometida a constante acoso por el gobierno de Kiev desde hacía ocho años, se había establecido la conexión terrestre con Crimea y se había integrado a las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, que aguardan en este momento el referéndum por el cual se descuenta que ingresarán a la Federación Rusa.

El intento inicial de provocar la caída del gobierno de Volodomir Zelenski fracasó por la decisiva injerencia occidental, que comprometió una cuantiosa ayuda militar y económica para sostenerlo en su puesto, mientras Washington daba rienda suelta a sus planes para emboscar a Moscú en un conflicto de larga duración y montaba un escenario global dirigido a cercar a Rusia y a reducir a la obediencia a la Unión Europea, empujándola a tomar partido en un conflicto que comprometerá definitivamente sus chances para propulsarse algún día como un bloque regional de poder, independiente de Estados Unidos.[i]

Rusia ha evadido hasta ahora la trampa. Es difícil que pueda seguir haciéndolo, dados los acontecimientos de  la semana pasada. Pese a la lentitud de las operaciones militares, que hasta aquí se habían distinguido de parte rusa por un uso muy ponderado de la fuerza, se había arribado a un estatus quo con el cual supongo que las autoridades del Kremlin esperaban llegar a un estadio negociador que de alguna manera pusiese parches al conflicto. De ahí su flexibilidad para garantizar los corredores marítimos que permitirían a las exportaciones ucranianas zarpar de Odesa y abastecer de granos a un mundo que en muchas regiones está amenazado por la hambruna y que, en cualquier caso, ve resentida gravemente a su economía al sumar esta crisis de escasez a las sucesivas que ya acumulara la pandemia.

Si esa era la esperanza, puede decirse que, más que de expectativas, se trataba de ilusiones. Dada la tesitura agresiva e inconciliable adoptada por Estados Unidos y sus socios menores a lo largo de las décadas que lleva la expansión –lenta, pero constante- de la OTAN hacia el este, todo indicaba que ese deseo moscovita no iba a encontrar eco. Los presupuestos de la geoestrategia diseñada por Zbygniew Brzezinski, Robert Kagan y otros,  apuntan a desarticular a Rusia como factor de poder capaz de atraer a una miríada de estados y de erigirse en superpotencia. Ucrania es uno de los elementos, tal vez el más importante, cuya integración o apartamiento de Rusia hacen la diferencia entre la superpotencia y una potencia de rango regular.

 “Psy-op”

Las “Psy-op” (operaciones psicológicas) cumplen una función muy importante en la guerra moderna. Siempre la han tenido, pero la naturaleza de la guerra híbrida y la enorme irradiación de los medios de comunicación actuales exacerban esta cualidad. Las potencias occidentales son maestras en el manejo de la información, mientras que los rusos, sea porque no disponen todavía de los reflejos que da el ejercicio de la propaganda en una sociedad de larga data competitiva, sea porque como consecuencia de su postura obligadamente más transigente, no practican el ejercicio de las “fake news” con la desvergonzada impudicia de sus enemigos; se quedan un poco a la retranca en este asunto.

En estas condiciones, días pasados se produjeron operaciones ucranianas que consiguieron ocupar las ciudades de Izium y Jersón. Los media occidentales dieron gran publicidad a la noticia y también al hallazgo de una fosa común en los bosques linderos a la primera ciudad, fosa que según una primera información contenía alrededor de 400 cadáveres y, según otra, posterior, algo más de ciento, incluido un niño. De inmediato se habló de “limpieza étnica” realizada por los rusos. Es imposible discernir lo que hay de verdad o de mentira en estas afirmaciones. Después de que los rusos abandonaran el sitio de Kiev, se denunciaron masacres perpetradas por sus tropas, sobre las cuales tiempo después no se volvió a hablar; no sería raro que en este caso ocurriese algo parecido. La puesta en escena en un bosque como teatro de una matanza remite a los sombríos recuerdos de los asesinatos masivos producidos durante la guerra civil rusa y la segunda guerra mundial. En especial a la del bosque de Katyn, donde la policía política  de Beria y Stalin “liquidó” a 15.000 oficiales del ejército regular polaco en 1940. Estos recuerdos o la difusa presencia de los mismos en la mente del público dotan a las nuevas versiones de un aura de credibilidad.

Ahora bien, más allá de las consideraciones que puedan hacerse acerca de esos hechos, subsiste el dato de que son parte de una operación militar mayor. Es decir, que el ejército ucraniano se ha puesto en condiciones de retomar la iniciativa y de recuperar partes del territorio que había perdido. Es improbable que pueda hacerlo por mucho tiempo más; el costo de la operación, la pérdida en vidas humanas, no es cosa que pueda permitirse indefinidamente. Esto no le importa a la marioneta de Zelenski, ni a sus mandantes en Washington y Londres, muy dispuestos a seguir la guerra hasta el último soldado ucraniano. Habría que ver qué piensan estos. Y qué piensa la población ucraniana. Y qué puede resultar de esta reflexión.

De momento, sin embargo, el dato fundamental, el que excita los mayores interrogantes, es otro: ¿cuál es la real consistencia del ejército ruso?

Los rusos y las armas

La historia suministra indicaciones que ponen de relieve cierta tendencia a desarticularse o cierta falta solidez en los ejércitos rusos. Siempre impuso a la imaginación de sus contrincantes, en un primer momento, más por su masa que por su eficacia. Esto tuvo consecuencias nefastas para quienes los enfrentaron: en la raíz de los fracasos catastróficos de Napoleón y Hitler estuvo esa falsa figuración. Pero es un hecho que, por una razón u otra, los ejércitos rusos han ido una y otra vez a la batalla sin la preparación necesaria para alcanzar sus objetivos de una manera clara y rotunda. Las desastrosas derrotas de las tropas zaristas contra los japoneses en 1904-1905 y contra Alemania entre 1914 y 1917, y luego las del Ejército Rojo contra ese mismo enemigo entre 1941 y 1942, más la deficiente actuación de ese ejército en la guerra contra Finlandia en 1939-40, fueron en más de una ocasión motivo de asombro para los expertos occidentales. Pero la formidable capacidad de recuperación de esas formaciones después de los fiascos iniciales también provocó el asombro… y el temor.

Ahora, sin embargo, las causas de la indefinición de la “operación especial” parecen estar más claras. No ha habido “purgas” que fragilicen al cuerpo de oficiales, como en tiempos de Stalin, ni que se sepa hay incompetencia o corrupción en los mandos. Más bien parece ser que el objetivo de neutralizar a los “ucronazis” sin recurrir a operaciones de una magnitud que Moscú quiere evitar, se está haciendo muy difícil en las condiciones del respaldo occidental a Kiev y sobre todo en un marco geográfico como aquel donde se dirime el conflicto. Las extensiones de la estepa y de los bosques ucranianos (o bielorrusos, o rusos) son imposibles de controlar sin recurrir a grandes contingentes, es decir, sin apelar al reclutamiento obligatorio, que ponga a cientos de miles o a millones de soldados en pie de guerra. Para colmo el ingreso de Finlandia a la OTAN obsequia a Rusia con otros 1.340 kilómetros de frontera para defender.

Así, pues, el intríngulis militar planteado a Moscú en Ucrania tiene sus bemoles. Si se excluye una conmoción interna que desaloje a Zelenski y los suyos del poder,  tras la ofensiva ucraniana, para Rusia no queda otro camino que potenciar su ejército y endurecer sus procedimientos. El discurso que ayer dio el presidente Putin proclamando una movilización parcial de las reservas está reconociendo este hecho. Pero no basta con definir el problema con medidas administrativas y con la enésima advertencia de que no se tolerarán las amenazas a la integridad territorial rusa, sino de poner en acto el sentido de esas medidas en el terreno de operaciones. Putin hizo flotar en el aire la amenaza nuclear al advertir que si su país era chantajeado con el recurso atómico Rusia disponía de iguales y  superiores armas para hacer frente a la amenaza.

Se ha vuelto a los tiempos de la guerra fría. Pero en un registro más alto, si cabe. Porque jugar con fuego en la frontera de una potencia nuclear es un oficio riesgoso. La réplica norteamericana al discurso de Putin, de aparatosa indignación, no calibra o simula no calibrar la dimensión de lo que dijo el presidente ruso, cuando indicó que no estaba blufeando. Pero en cualquier caso el juego de la propaganda y contra-propaganda sigue funcionando a favor de occidente.  Pues nadie ha amenazado a Rusia explícitamente con un bombardeo nuclear, ni antes ni ahora. La jugada es más sutil: se trata de arrinconarla para anular –en parte- el tiempo de su capacidad de retaliación en el caso de que un acto de esa naturaleza se verifique. Lo que equivale a algo mucho más grave que una amenaza explícita.

¿Cómo reaccionarán ahora los rusos ante el avance ucraniano? Es posible que este se detenga o sea derrotado en poco tiempo, pero el revés propagandístico y la pérdida de credibilidad que ese progreso territorial significa van a tener que ser revertidos. Y sobre todo, el Kremlin debe llevar el conflicto a una conclusión, a menos que acepte encenagarse en el charco de lodo de una guerra que no tardará en ser impopular. Los expedientes militares de que dispone se supone que son muchos. Tiene una supremacía aérea absoluta, lo que debería facilitarle enormemente las cosas en un choque frontal con el blindaje occidental con el que cuenta su enemigo. Su información satelital debe ser equiparable a la del otro bando. La posibilidad de hacer tabula rasa con la sede del gobierno de Kiev y con los puntos nerviosos donde se concentran los asesores y mercenarios de occidente también debería estar al alcance de la mano. Y también bombardear y destruir las vías por las que circula el abastecimiento del armamento que occidente provee a Ucrania. Sin hablar de la interdicción marítima del comercio de ese país, en especial a partir del momento en que se verificó que los contenedores de granos que Rusia dejó salir de Odesa para abastecer, hipotéticamente, a las zonas deprimidas del planeta, en realidad han recalado en puertos de países occidentales, donde su carga se sospecha podría ser comercializada con buenos beneficios…

Son estas, claro está, medidas de alto riesgo y que seguramente provocarán un terremoto mediático, político y probablemente militar. Pero este es el camino en que el mundo se encuentra gracias, sobre todo, a la obcecada locura de la clique de geoestrategas occidentales, empeñados en reducir a Rusia (¡y a China!) a la insignificancia en aras del proyecto de hegemonía global propulsado por el turbocapitalismo neoliberal, emperrado en abolir todo lo sólido –nación, familia, estado- para implantar la dictadura impersonal de la maximización de la ganancia y de los flujos del dinero.

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[i] Forzar a los países de Europa a cortar con la compra de gas ruso, no daña tanto a Rusia como a la misma Europa, que se ve obligada a adquirir ese mismo elemento a un costo incomparablemente superior a los Estados Unidos o en el Medio Oriente. Esto no sólo precipita una debacle interna en materia de inflación y precios en Europa, sino que trastorna la industria y compromete el empleo. Las secuelas de esta situación están todavía por verse, pero a los mandantes del Deep State y del Pentágono el problema no parece preocuparlos, por ahora.

 

Septiembre 22 2022

* http://www.enriquelacolla.com/sitio/index.php

 

 

Reviendo el conflicto en Ucrania, medio año después

Por Abel B. Fernández *

El 20 de febrero de este año -4 días antes que las tropas rusas cruzaran la frontera- publiqué un posteo, con el título algo pedante Geopolítica para salita de 5: el enfrentamiento en Ucrania. No volví a escribir extensamente sobre el tema en todo este tiempo, porque, como digo al comienzo «la franja politizada de nuestra sociedad se comporta como las hinchadas de un deporte espectáculo. Impulsada por nuestras propias internas, en ambos lados de la grieta«. Salvo algunos analistas serios, esa fracción de mis compatriotas que toma una posición lo hace en una guerra imaginaria entre Buenos contra Malos. Lo que hace aburrido al debate.

Ahora que la ofensiva ucraniana en el noreste y el reagrupamiento estratégico que anuncia Moscú, le dan movimiento e incertidumbre a lo que se había convertido en una guerra de desgaste en el molde de la I Guerra Mundial -primacía de la defensa sobre el ataque- lo pongo de nuevo a consideración (?) de mis lectores. Quiero hacer notar una conclusión a la que había llegado 4 días antes que empezara el baile: las dos Grandes Potencias involucradas, EE.UU. y Rusia, ya habían conseguido sus máximos objetivos razonables, ANTES que comenzara el cañoneo.

Moraleja: la guerra es un mal negocio, en términos de costo/beneficio. Pero para evitarla, es necesario estar muy bien armado, lo suficiente para convencer al que podría atacarte que el costo será alto. Reconozco que no es una conclusión muy original, pero creo que vale la pena repetírsela y repetírsela a nuestros gobiernos.

 

Mi motivación para ponerme a especular sobre una crisis que aún no terminó surge de mi fastidio con el entusiasmo local por embanderarse en enfrentamientos lejanos. Tal vez se deba a que Argentina no tiene una tradición de protagonismo en la política internacional. Pero la franja de nuestra sociedad que está politizada y además sigue estos temas, se comporta como las hinchadas de un deporte espectáculo. Eso sí, impulsada por nuestras propias internas. En ambos lados de la grieta.

Así, para nuestras hinchadas, un lado del enfrentamiento es autócrata / imperialista y Malo. Por lo tanto, el otro sería el Bueno (?). Aquí trataré de señalar algunos hechos, obvios, y ajustarme a ellos (Es cierto que autores modernos insisten en que no hay hechos, sólo construcciones. Parece que nunca estuvieron en choque de autos. O en una guerra).

El primero, evidente, tiene que ver con el título que elegí. Porque «geopolítica» se usa a menudo para escribir de temas de política internacional, a secas. En este caso, la geografía es un factor decisivo.

Mirando el mapa, queda claro que hoy sólo Rusia puede invadir Ucrania. Los países vecinos no están en condiciones de hacerlo, ni de amenazar a Rusia. Estados Unidos puede intervenir a través de una operación aeronaval gigantesca… si contase con la aprobación y participación de Turquía.

O en el marco de una guerra que involucre a la Europa Central y Oriental. Ninguna de las dos alternativas está hoy en el menú de opciones.

Sigamos con los otros hechos. Que no son muchos, por todo el humo que están distribuyendo desde hace semanas las 2 potencias y la potencia residual involucradas (EE.UU., Rusia y Gran Bretaña), repiten los medios internacionales y páginas de Internet, y consumen las hinchadas de uno y otro bando.

Hay disparos de artillería y atentados en las regiones autónomas del Este de Ucrania (que en algunos momentos del siglo XIX, y de estos años, fueron llamadas Novoróssiya).. Pero eso no es un hecho nuevo. Sus manifestaciones más recientes llevan más de ocho años. Y sus raíces son profundas.

Como recordó Putin en una conferencia de prensa reciente, la República (Socialista) Ucraniana la inventa Lenin poco después de la Revolución. Por mil años, rusos y ucranianos han sido el mismo pueblo, pero en los últimos 500 a menudo se dividieron por la obediencia o no al Zar o al Patriarcado de Moscú. Y los pueblos eslavos tienen la tradición de discutir con energía sus diferencias políticas o teológicas.

Como sea, la historia influye, pero no determina. No caigamos en el error de sobreestimar el peso de la historia, aunque se trate de hechos tan recientes y terribles como la colectivización forzosa de Stalin, que mató por hambre a centenares de miles de ucranianos, o la posterior colaboración de otros ucranianos con la ocupación nazi y sus masacres.

El hecho es que hasta 2013, las relaciones entre la Federación Rusa y Ucrania eran estrechas y cordiales. Un presidente abiertamente prorruso, Víktor Yanukóvich, había sido elegido en 2010. Pero… cometió el error de permitir que un tratado con la Unión Europea apareciera como una opción distinta de otro, que unía más a Ucrania con Rusia.

El «poder blando» de la UE, de su sociedad más abierta, y sobre todo de su nivel de vida, sirvió para unir a la oposición contra ese gobierno prorruso, y empezaron las manifestarciones, el Euromaidan.

Podemos entenderlos ¿cuántos de nuestros compatriotas tramitan la ciudadanía europea, aprovechando algún abuelo que vino de ahí?

Víctor Y. es destituido en 2014 y sube un proeuropeo. Putin, realista, no confía en el «poder blando» de Rusia y ocupa la península de Crimea, donde estaba su base naval más importante en el Mar Negro desde los tiempos del Zar. Península que siempre había sido rusa desde que dejó de ser otomana, dicho sea de paso, pero esa ocupación lo convirtió al conflicto -inevitable- en un enfrentamiento de nacionalismos.

Este conflicto se inserta en otro más amplio, entre Rusia y la OTAN, sobre el que escribí hace un mes, aquí. Dije entonces: «10 años después de la caída del muro de Berlín, 8 después de la unificación alemana y la desaparición de la URSS, (la expansión de la OTAN) fue espectacular. Prácticamente todos los países que formaban parte del bloque soviético se sumaron entre 1999 y 2004. No es de extrañar que a Putin, al nacionalismo ruso, se le despierte la paranoia cuando saben que Ucrania está interesada en ingresar».

Vamos a 2022. Lo único que sucedió de relevante hasta ahora es que Rusia dispuso unas gigantescas maniobras militares, con hospitales de campaña y todo, cerca de las fronteras orientales de Ucrania. Y los servicios de inteligencia estadounidenses -y algo más tarde los británicos- convencieron a sus jefes políticos -o fueron convencidos por éstos, eso siempre es difícil de saber- que eran los pasos iniciales de una invasión militar. La fecha anunciada se ha ido atrasando, pero el presidente Biden insiste que es inminente. También ha ha hecho saber a los ucranianos que cuentan con su solidaridad, pero que no esperen un solo soldado yanqui. Algunos que había, fueron retirados.

El presidente Putin -no un hombre confiado- participó de otras maniobras militares, estas con armas nucleares.

Hasta el momento de subir este posteo, esto es todo lo que se sabe con certeza. Me alcanza para concluir que ambos actores principales, Rusia y Estados Unidos, han conseguido ya los objetivos geopolíticos y de política internacional a los que podían aspirar.

Rusia ha mostrado, urbi et orbi, un dato obvio, pero opacado por el derrumbe de la URSS: que es la mayor potencia militar en el occidente de Eurasia. Se puede decir que ha recuperado la posición que tenía en 1812, después de la derrota de Napoleón (No la de 1945, después de la derrota de Hitler: Europa no está destruida). Y que la OTAN no está dispuesta a defender a Ucrania a costa de una guerra.

Y EE.UU. también ha recuperado una posición hegemónica. Ha quedado claro que la Unión Europea no tiene la voluntad de enfrentar a Rusia -aunque le fastidien mucho los cambios unilaterales de fronteras. Se puede hacer otra analogía histórica con la Europa postnapoleónica, para los que gustan de ellas: EE.UU. es la Gran Bretaña de ese tiempo. Europa es el escenario, pero la UE no es el protagonista.

No veo motivos para una guerra, entonces. Pero no estoy pronosticando nada, eh. La locura y la estupidez son hechos humanos, también.

Las conclusiones generales que me animo a ofrecer son bastante obvias. Que la economía es un factor fundamental en el largo plazo, pero en el corto, la geografía, y el poder militar son los que deciden.

Eso sí, creo que puedo agregar con seguridad una conclusión, esta para el mediano plazo: hay otro actor principal, que no ha aparecido en este guión, pero debe estar disfrutando mucho de la obra. Está en Beijing.

 

Septiembre 11 2022

  • https://abelfer.wordpress.com/

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