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Por NÉSTOR MIGUEL GOROJOVSKY *
No miente Putin cuando dice que Rusia quiere proteger a la población de Ucrania (y es por eso que marcha con pies de plomo, evitando muertes no solamente entre la población civil sino también en lo posible aún entre los pocos militares ucranianos -no incluyo aquí a los nazis, por los motivos que se verán a continuación- que le presentan batalla).
Su objetivo es eliminar a la OTAN de ese país (yo creo que para los compañeros de Estados Unidos sería muy bueno imponerse eliminar a la OTAN de Estados Unidos). Y la apoyatura fundamental de la OTAN son los nazis ucranianos que, en rigor, nacieron antes que el nacional socialismo alemán (al que en cierto modo nutrieron ideológicamente) con la lucha de los «nacionalistas» ucranianos contra la Revolución Rusa desde el Hetmanato de Skoropadzky bajo tutela del alto mando alemán y sus Freikorps, que también nacieron ahí.
Vale la pena conocer la historia de estos grupos a muy grandes rasgos, omitiendo una serie de detalles algo accesorios pero no por eso menos importantes (como por ejemplo el catolicismo de lejana raíz en la Viena del Imperio Austrohúngaro que caracteriza a sus integrantes, quienes se consideran «occidentales» y «superiores» a los ortodoxos).
Vamos al principio de todo: 1917, el año de las dos revoluciones en Rusia, y los cuatro o cinco años posteriores.
Durante la guerra civil rusa posterior a la Revolución, y aún antes, existió, con centro en Lemberg/Lvov/Lviv/Lwow, una República Nacional de Ucrania Occidental que es el punto de partida de la conciencia nacional que pretenden imponer a la Ucrania moderna los vencedores del Maidán.
La dirigió la pequeño burguesía burocrática militar y civil del Imperio Austro Húngaro que cuando quedó atrapada entre el derrumbe de tres imperios al fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Revolución Rusa intentó salvar la ropa creando una efímera, antisemita, antirrusa y antipolaca República Nacional de Ucrania Occidental (https://en.wikipedia.org/…/West_Ukrainian_People%27s…).
Este engendro, dominado en gran medida por antiguos funcionarios imperiales, le dio a la Ucrania moderna hasta su bandera y escudo. Sus descendientes, los nazis del Batallón Azov y otras formaciones similares, le dieron su consistencia ideológica e histórica. Por eso Ucrania es el único país donde el nazismo no es un hecho del pasado sino un dato de la realidad presente.
Esa república Nacional de Ucrania Occidental no solamente no debe confundirse con la República Socialista Soviética de Galicia sino que debe considerarse su enemiga mortal (especialmente porque buena parte de los dirigentes de la segunda eran judíos de izquierda)
Pues bien: durante la Primera Guerra Mundial los alemanes (y los hasta entonces enemigos de Alemania Inglaterra, Francia, etc.) lograron «fundar» en Kiev a partir de ese tipo de elementos sociales un gobierno títere propio, Blanco: el Hetmanato de Skoropadzky. Tras la derrota de los Blancos, ese líder se refugió en Stuttgart, donde murió pacíficamente en 1942.
El nacional socialismo del cabo AUSTRÍACO Adolf Hitler (que en rigor era profundamente pro Habsburgos y antibismarkiano, es decir hijo del imperio multinacional agrarizante de Viena opuesto a los Junkers industrialistas de Berlin con quienes Lasalle supo sellar un acuerdo), recogió esa tradición en la turbia Viena de la posguerra mundial. El Mein Kampf es la coagulación de todo lo que recogió el miserable pintor convertido en cabo durante las batallas austrohúngaras de la región de Lvov.
Esos sectores sociales constituyeron luego, bajo imperio de la ocupación polaca de Lviv las formaciones de Stepan Bandera, que le abrieron el paso a los nazis a Lviv en la Segunda Guerra Mundial.
De paso: los polacos se odiaban mortalmente con este tipo de ucranianos como herencia del juego perverso entre nacionalidades que practicaban Austria y Hungría en todo el territorio del ya desaparecido Imperio.
Ya que estamos, permítaseme una notita personal: los ucronazis se quedaron con los bienes de las familias judías de Lvov y otras ciudades. Para ello ayudaron a las SS a hacer subir a esos vecinos -entre ellos, mi familia por parte de madre- a los vagones de carga que los llevarían a Treblinka, Majdanek y Auschwitz.
Tras la derrota del nazismo y la anexión a Ucrania de la antigua Ucrania Occidental polaca, pasaron a integrar guerrillas anticomunistas de ultraderecha extrema de Stepan Bandera. Tuvieron apoyo de la CIA y fueron vencidas recién en 1953 (después de eso, los soviéticos, que tenían a sus dirigentes confinados en Siberia, le permitieron a esa jefatura salir libre del Gulag).
Al igual que Skoropadzky, Bandera nunca fue capturado y eligió exiliarse en Alemania. Más precisamente, en Munich, donde lo eliminó un comando soviético en 1963.
Pues bien, los que defienden hoy a Zelinsky en Kiev, donde usan a la población civil como escudo humano (tal como hicieron en Siria los del Estado Islámico), son los partidos Sloboda y Pravy Sektor nutridos en la tradición de Bandera e integrados nuevamente por militantes de pequeño burguesía de Ucrania Occidental arruinados esta vez no por la guerra sino por la transición al capitalismo después de 1991. Son ellos quienes marcharon con sus antorchas fascistas desde Lviv y alrededores hacia Kiev para lanzar el golpe de Estado de 2014 con las bendiciones de Clinton, Biden y la presencia PERSONAL de Victoria Nuland en la plaza Maidán.
Por eso esta «campaña de desnazificación» no es una impostura de Putin. Es el rabo que queda por desollar de la Segunda Guerra Mundial. Hasta ahora los nazis originarios, los protonazis de la República Nacional de Ucrania Occidental, venían ganando. Ahora van a perder.
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