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Friedman, el fundamentalismo y los negocio – mistas

Por HENRY CK LIU *
La Señal Medios propone a los lectores la consideración de este texto de Henry CK Liu elaborado en 2008 para Asia Times con el objetivo de cuestionar un homenaje a Milton Friedman. Utilizando esa polémica como punto de partida, este analista que consideramos esencial para comprender el proceso económico mundial, realiza una disección incontrastable del fundamentalismo de mercado y aboga con firmeza por la intervención estatal en la economía, sin aislarse de los preceptos del capitalismo. Las críticas que plantea al monetarismo son demoledoras y ameritan consideración a la luz de los sucesos posteriores.
Se trata de alguien que se encuentra en el eje mismo del esquema financiero como orientador de un fondo de inversión y reflexiona desde el medio citado sin idealismos ni engaños. Como los amigos de La Señal Medios saben desde hace tiempo, Henry CK Liu es una de nuestras principales fuentes de consulta. Como anécdota cabe recordar que hace un par de años nos invitó a participar de un foro de análisis internacional. El problema resultó que todos los miembros se expresaban en chino y/o ruso, lo cual atenuó nuestra integración. Eso si, los materiales de Asia Times, en prolijo inglés, resultan más sencillos de volcar en estas páginas muy argentinas.
Gabriel Fernández / La Señal Medios

Los planes de la Universidad de Chicago, anunciados en junio, de establecer un instituto de investigación económica con el nombre del ganador del premio Nobel Milton Friedman, profesor monetarista, propugnador del libre mercado, en la universidad de 1946 a 1976, enfrentan una fuerte oposición ni más ni menos que de los propios colegas de Friedman en la universidad.Friedman fue considerado por doquier como líder espiritual de la Escuela de Chicago de economía monetaria, que subraya la importancia abrumadora de la cantidad de dinero como instrumento de la política económica gubernamental como determinante de ciclos de negocios e inflación. También fue un franco defensor de los mercados libres, a los que vinculó inevitablemente con la libertad política.

Friedman recibió el Premio Nobel/ Nobel/Sveriges Riksbank de economía en 1976. El comunicado de prensa del premio mencionó que Friedman acuñó el término «el dinero importa» o incluso «sólo el dinero importa» como un eslogan atrayente para el monetarismo. El 17 de noviembre de 2006, un día después de su muerte a los 94 años, el Wall Street Journal publicó un artículo de opinión de Friedman intitulado: «Por qué importa el dinero.»

El comunicado de prensa oficial del premio explicó la elección de Friedman como sigue:

Este fuerte énfasis en el papel del dinero debiera ser visto a la luz de como economistas – usualmente propugnadores de una interpretación estrecha de la teoría keynesiana – han ignorado casi enteramente durante mucho tiempo, la importancia del dinero y de la política monetaria al analizar ciclos macroeconómicos que afectan a los negocios y la inflación. Hasta comienzos de los años cincuenta, Friedman fue pionero en la fundamentada reacción a la anterior parcialidad pos-keynesiana. Y tuvo éxito – sobre todo gracias a su independencia y brillantez – en el inicio de un debate científico muy animado y fructífero que ha estado continuando durante más de una década. De hecho, los modelos macro-econométricos de la actualidad difieren considerablemente de los de hace un par de decenios en cuanto a los factores monetarios – y esto se debe en gran parte a Friedman. El amplio debate sobre las teorías de Friedman también llevó a reexaminar políticas monetarias aplicadas por los bancos centrales – en primer lugar, en EE.UU. Es muy raro que un economista ejerza tanta influencia, directa o indirectamente, no sólo sobre la dirección de la investigación científica sino también sobre políticas efectivas.

El comunicado de prensa fue objetivo en algunos aspectos y categóricamente inexacto en otros. Es exacto que Friedman subrayó fuertemente el papel del dinero. Pero es inexacto si se describe a Friedman como alguien que invirtió el sentido de la «interpretación estrecha» de la teoría keynesiana, porque «sólo importa el dinero» es literalmente un enfoque reductor en medio de la amplia gama de factores que la teoría keynesiana considera normalmente en la formulación de política económica, incluyendo factores monetarios.

Es exacto decir que Friedman fue un temprano pionero en la reacción al post-keynesianismo, pero no es exacto calificar al post-keynesianismo de parcial. De hecho «sólo el dinero importa» sonaba definitivamente más parcial a la mayoría de los oyentes. La reacción de Friedman al keynesianismo es difícilmente bien fundamentada, aunque hay que reconocer que es reaccionaria. Como señaló el informe de prensa, el énfasis en el dinero de Friedman es importante para el análisis del ciclo de los negocios y la inflación. Pero los ciclos de los negocios no son la economía, son sólo un aspecto de ella. De hecho, la falla fundamental de Friedman es su obsesión por el ciclo de negocios tal como lo expresa el mercado bursátil, en lugar de considerar toda la economía con una amplia variedad de aspectos de meta-finanzas tales como la economía agrícola, la economía laboral, la economía de la población, la economía de la guerra, de la contaminación, del desarrollo, etc. La lista es larga e interconectada y cualquier economista que ignore parte de la lista corre riesgo de ser parcial.

El mercado es sólo el registro transaccional de la economía. Estudiantes de la economía de mercado tienden a confundir los negocios, que son transados en el mercado, con la propia economía en su conjunto. Es el problema con los economistas de las escuelas empresariales que realmente debieran ser llamados «negocio-mistas» en lugar de econo-mistas porque por definición y por propósito no se preocupan de ‘eco’, la palabra griega oikos, que quiere decir «casa». La palabra describe las complejas relaciones simbióticas de todos los organismos vivientes en relación con su entorno en el eco-sistema. Los negocios son sólo un subsistema del ecosistema socio-económico. El objetivo de los negocio-mistas es alejar el ciclo de negocios de caídas recurrentes incluso si significa que se destruye la economía al hacerlo. Para lograr ese objetivo, se inventaron los bancos centrales.

Con lo dicho no se pretende denigrar a los expertos en negocios. Todos los expertos, por limitado que sea su campo, realizan funciones útiles, y los expertos brillantes merecen admiración. Sólo sucede que debieran abstenerse de fantasear que son generalistas que tratan la economía. Los negocios existen para obtener beneficios para el empresario y no hay nada malo en eso mientras se observen las reglas éticas. A diferencia del negocio, la economía existe para realzar el progreso en la civilización. Lo primero es artificial, lo segundo es real. El problema crucial en las últimas décadas de monetarismo de Friedman no ha sido que importe el dinero sino que importa demasiado.

Friedman también escribió copiosamente sobre política pública, siempre con un énfasis primordial en la preservación y extensión de la libertad pública, yendo más allá de la economía. Sus libros, columnas en los periódicos, comparecencias personales en los medios, y una serie en 10 partes en 1980 en Public Television con el grandioso título de «Libertad de Elegir,» seguida por una segunda serie en tres partes en 1984, que en conjunto ocuparon más tiempo en el aire que la serie en 10 partes sobre la Civilización de Kenneth Clark, le convirtieron en un influyente formador de opinión nacional, más allá de la economía. Con el tiempo, Friedman se transformó fácilmente del papel de sociólogo al de evangelista trotamundos, pregonador de la fe en lo que más adelante un banquero central japonés llamó ‘economía de poción milagrosa.’

En 1988, Friedman recibió la Medalla Nacional de la Ciencia de la Fundación Nacional de la Ciencia y la Medalla Presidencial de la Libertad del presidente Ronald Reagan. Alentado de esa manera, Friedman pasó a publicar en 2002 «Capitalismo y libertad,» en el que se hizo apasionadamente eco de llamados oficiales para extender la libertad económica individual y limitar la acción gubernamental, excepto en asuntos exteriores. El libre comercio, oficialmente apoyado por seudo-ciencia, se ha convertido desde entonces en el foco central de la política exterior «transformacional» de EE.UU. para llevar la libertad a todo el mundo. Es Adam Smith puesto patas arriba.

El presidente George W Bush ha defendido una agenda de libre comercio en términos moralistas. «El libre comercio no es sólo una oportunidad económica, es un imperativo moral,» declaró en un discurso del 7 de mayo de 2001. «El comercio crea puestos de trabajo para los desocupados. Cuando negociamos a favor de mercados abiertos, estamos suministrando nuevas esperanzas para los pobres del mundo. Y cuando promovemos el comercio abierto, promovemos la libertad política.» Aunque esas afirmaciones siguen siendo altamente controvertidas cuando son examinadas con datos reales, explican por qué Friedman, un economista de libre comercio, recibió la Medalla Presidencial de la Libertad.

Phyllis Schlafly, una columnista conservadora publicada en todo el país, respondió tres semanas después en un artículo «El libre comercio es un tema económico, no moral». En él señala que mientras los conservadores deberían estar felices de tener por fin un presidente que agregue una dimensión moral a sus acciones:

La Biblia no nos instruye respecto al libre comercio y no es uno de los Diez Mandamientos. Jesús no nos dijo que Le siguiéramos por el camino al libre comercio… Tampoco existe algo en la Constitución de EE.UU. que nos exija que apoyemos el libre comercio y que execremos el proteccionismo. En los hechos, el proteccionismo fue el sistema económico en el que creían y que practicaban los artífices de nuestra Constitución. Los aranceles proteccionistas fueron la fuente principal de ingresos de nuestro gobierno federal desde su comienzo en 1789 hasta la discusión de la Enmienda 16, que creó el impuesto federal a los ingresos, en 1913. ¿Fueron negligentes todos esos responsables públicos, durante esos más de cien años, al no adherir a una «obligación moral» de libre comercio?

A duras penas puede decirse que hayan sido negligentes, argumenta Schlafly, cuyos puntos de vista fueron dignos de mención porque la política de EE.UU. estaba en esos días atrapada en una lucha entre paleo-conservadores construccionistas estrictos y neoconservadores moral-imperialistas. A pesar de la ascendencia del neoimperialismo en la política exterior de EE.UU. el proteccionismo sigue siendo fuerte en la cultura política de EE.UU., particularmente entre conservadores y en el movimiento sindical. Y ahora en 2008, un nuevo populismo crece contra la versión estadounidense del libre comercio.

Redefiniendo la moralidad humanista, EE.UU. afirma que el comercio mundial es un imperativo moral y que un libre comercio semejante impulsa la democracia, la libertad política y el respeto por los derechos humanos en las naciones que participan en el comercio. Por desgracia, la igualdad de ingresos y de la riqueza no forma parte de los beneficios promovidos por el libre comercio. Incluso si la validez de esa afirmación ideológica deformada no fuera cuestionada, contradice evidentemente la práctica del embargo comercial de EE.UU. contra países que EE.UU. considera antidemocráticos, carentes de libertad política y deficientes en el respeto a los derechos humanos. Si el comercio pudiera promover semejantes condiciones apetecibles, la práctica de vincular el comercio a la libertad equivale a negar medicinas a los enfermos.

El amor es ciego y el engreimiento disimula los defectos como si fueran virtudes. Tal como Rudyard Kipling se enamoró de la magnificencia del colonialismo y vio la explotación racial como «la carga del hombre blanco,» Friedman se enamoró del Hong Kong colonial, seducido por la generosa hospitalidad de sus amos coloniales y compradores de la elite antes de que China recuperara su soberanía en 1997. Friedman confundió el sistema económico colonial de Hong Kong con libre mercado, a pesar de la prolongada historia de Hong Kong como estructura económica colonial de comando altamente organizado. La economía de Hong Kong adorada por Friedman prosperó como resultado de la tensión geopolítica de la Guerra Fría, no de un principio de libre mercado. La crisis financiera asiática que estalló en Tailandia el 2 de julio de 1997, un día después de que China recuperó Hong Kong, hizo caer en desgracia en Asia el fundamentalismo de mercado monetarista.

El nuevo Instituto Milton Friedman será financiado con capital iniciador de la Universidad de Chicago para lanzar una campaña a fin de reunir 200 millones de dólares de donantes privados, que se espera donen cada uno 1 millón de dólares o más, provenientes sin duda de fuentes que se han beneficiado magníficamente con las ideas descabelladas de Friedman.

Edward Snyder, decano de la Escuela de Administración de Empresas [GSB] de la universidad, declaró a Bloomberg News, «que se coloque el nombre de Friedman al instituto honorará al economista, cuyas teorías libertarias ayudaron a difundir los sistemas capitalistas de gobierno, y atraerá a donantes de todo el mundo. Cuando se piensa en la gran batalla entre el socialismo y los libres mercados – encabezó la carga por cuenta de la Universidad de Chicago. Hay mucha gente que donará por su nombre, esfuerzo y legado.» El capitalismo de compinches está dando a luz al intelectualismo de compinches.

En un giro imprevista del «dinero importa» de Friedman, un Comité por la Investigación Abierta de Economía y Sociedad (CORES) ha sido formado para protestar y oponerse al propuesto Instituto Friedman. CORES es co-presidido por Bruce Lincoln, Profesor Caroline E Haskell de Historia de Religiones de la Universidad. Más de otros 100 miembros titulares del cuerpo docente de una amplia variedad de disciplinas que están preocupados por la promoción de la hegemonía doctrinaria por el poder del dinero han firmado una petición oponiéndose al concepto y a la estructura de un instituto cuyo objetivo declarado es promover y legitimar un escolasticismo basado en la ideología, estrecha, controvertida (ampliamente desacreditada por los eventos), incompatible con la tradición de una universidad abierta dedicada a la investigación independiente de la verdad.

Lo que está en juego es la fuerte influencia que la Escuela de Chicago ha ejercido en los últimos decenios sobre la política gubernamental y la actitud de las corporaciones respecto a la exultación basada en la fe de los supuestos méritos del fundamentalismo de mercado que, sin embargo, ha producido evidentes resultados malsanos en todo el mundo durante las últimas dos décadas.

La Escuela de Economía de Chicago está estrechamente identificada con una oposición vehemente a la intervención gubernamental en las economías nacionales y con el rechazo masivo de la regulación en mercados libres. Su inclinación ideológica, basada en su apego a la teoría del precio, es que en temas económicos, o incluso en todos los temas, el mercado siempre lo sabe mejor. Se estima que la intervención gubernamental, incluso si fuera bien intencionada, siempre hace más daño que bien. El adelanto de la civilización puede ser intermediado a través del mecanismo del precio en mercados libres. Este dogma ha sido reforzado por estudios exhaustivos de datos históricos y racionalizado con una amplia reserva de teorías innovadoras para puntear agujeros conceptuales creados por una generalización que no da para más.

La Escuela de Chicago, refugio para fundamentalistas de mercado desairados durante la era keynesiana, comenzó a gozar de un amplio apoyo del establishment después del fin de la Guerra Fría, cuando la única superpotencia restante ya no necesitaba ganar los corazones y las mentes del mundo frenando la explotación sistémica de los débiles por los fuertes. La función del gobierno pasó de la protección de los débiles contra los fuertes, a dar rienda suelta a los fuertes para que desguazaran a los débiles bajo la doctrina de que la supervivencia del más apto fortalece la especie.

Económicamente, el giro comenzó cuando Friedman llegó a ser asesor político del candidato republicano conservador Barry Goldwater en su fracasada campaña presidencial de 1964 contra el demócrata liberal Lyndon Johnson. En su discurso de aceptación de la candidatura Goldwater dijo: «Compatriotas estadounidenses, la marea ha estado actuando contra la libertad. Nuestro pueblo ha seguido a falsos profetas.»

El clímax de su discurso fue: «Quiero recordaros que el extremismo en la defensa de la libertad no es un vicio. Y permitid que os recuerde también que la moderación en la busca de la justicia no es una virtud.» Goldwater atacó el liberalismo de Kennedy/Johnson como una amenaza para la libertad, en violación de las reglas nominales de la epistemología política.

En 1976, Friedman escribió un ensayo que declaraba: «la Gran Depresión fue producida por mala administración gubernamental,» ignorando el hecho histórico de que la no interferencia del gobierno en el mercado durante toda la era posterior a la Primera Guerra Mundial produjo el frenesí del mercado bursátil de los «Felices años veinte». En todo caso, tanto la no intervención como la intervención son políticas gubernamentales sólo que la primera es positiva y la última normativa.

Las doctrinas fundamentalistas de mercado de la Escuela de Chicago fueron adoptadas con entusiasmo por oportunistas con intereses creados. Por fin, se santificaba el buitreo como una ley positiva natural. La opresión económica mediante el poder desigual en el mercado fue redefinida como ley natural. La Escuela de Chicago gozó de un día al otro de apoyo entusiasta del sector financiero porque sus teorías oblicuas podían ser explotadas para enriquecer de modo espectacular a financistas que buscaban presionar el envoltorio ético del comercio sin interferencia del gobierno. Las instituciones y conglomerados financieros transnacionales utilizaron el fundamentalismo de mercado para tentar a responsables políticos del Tercer Mundo para que aceptaran el neoimperialismo disfrazado de neoliberalismo.

El objetivo de la cruzada evangélica de Friedman era John Maynard Keynes y los keynesianos que dominaron la política gubernamental desde el Nuevo Trato. En realidad, tanto Keynes como Friedman fueron economistas favorables al mercado. La diferencia fue que mientras Keynes proponía salvar al mercado de sus tendencias autodestructivas, Friedman afirmó que el mercado podía autocorregirse con una simple política gubernamental de concentración en el suministro de dinero. El presidente de la Reserva Federal, Paul Volcker probó la fórmula de Friedman en 1980 con su «nuevo método de operación» de controlar el suministro de dinero mediante una aguda volatilidad de los tipos de interés y casi llevó a que la Reserva Federal perdiera el control de la tasa de los fondos de la Reserva, el instrumento más efectivo para controlar el suministro de dinero sin apelar a la artillería pesada de la tasa de descuento y de los requerimientos de reservas bancarias.

Su sucesor como presidente, Alan Greenspan, también siguió el consejo de Friedman de administración monetarista de la economía y llevó a la economía global a un paseo en coche de dos décadas de burbujas seriales con su uso incontrolado del laxativo de liquidez. En 2007, lanzó al mundo a la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. (Vea «Greenspan, the Wizard of Bubble Land,» Asia Times Online, 14 de septiembre de 2005.)

Igual como declarara el presidente Nixon: «Ahora somos todos keynesianos» al reintroducir el control de salarios y precios y separar el dólar del oro en 1971, Larry Summers, Secretario del Tesoro en los últimos años del gobierno de Bill Clinton, escribió: «Todo demócrata honesto admitirá que ahora somos todos friedmanitas,» al rendir tributo a Friedman cuando murió en 2006, cuando las señales de un colapso inminente del fundamentalismo friedmanesco de mercado libre ya eran claramente visibles para los que no operaban en un modo de negación.

La Escuela de Chicago se identifica fuertemente con el monetarismo en la microeconomía. Banqueros centrales, muchos de ellos entrenados por monetaristas de la Escuela de Chicago, se cegaron ante Friedman. El monetarismo de la Escuela de Chicago gozó de un respetuoso temor reverencial de banqueros centrales porque les ofrecía una fórmula simple para manejar problemas complejos. Lo hizo al aceptar que la inflación es siempre y por doquier un fenómeno monetario, lo que los liberó del dilema de elegir entre el pleno empleo y la estabilidad de los precios. Una tasa natural de desempleo es estructural en una economía de mercado y por ello no es por culpa de los banqueros centrales. El pleno empleo ni siquiera es una prerrogativa política del banco central.

Los críticos han señalado que los datos detrás de las teorías de la Escuela de Chicago son recolectados selectivamente y ordenados para que apoyen una ideología preconcebida, lo que es más un sistema vertical de creencias que el resultado de un estudio científico verdaderamente abierto. Las ciencias económicas son un tema complejo. Cualquier tema, por complejo que sea, si es considerado correctamente, se hará aún más complejo. Por otra parte, si es mirado de un modo simplista, puede conducir a conclusiones convenientes pero engañosas. Esta verdad se escapa a numerosos expertos que tienden a evitar meticulosamente pequeños errores mientras pasan rápidamente hacia grandes falencias. Es lo que sucedió con los economistas de la Escuela de Chicago.

En su ensayo de 1953 «»The Methodology of Positive Economics», Friedman argumenta contra la «confusión básica entre la exactitud descriptiva y la significación analítica que subyace a la mayoría de las críticas de la teoría económica.» El documento afirma que realidades complejas pueden ser científicamente reducidas a simples estructuras fundamentales. Y la prueba de esta hipótesis son sus frutos. Una teoría es la forma en la que percibimos «hechos» y no podemos percibir «hechos» sin una teoría.

David Hume (1711-86) señaló en su «Investigación sobre el entendimiento humano» que ya que la conclusión de una inferencia válida no podía contener información no encontrada en la premisa, no podía haber una conclusión válida de los fenómenos observados a los no-observados.

Immanuel Kant (1724-1804) emancipó el dominio humano del conocimiento del escepticismo de Hume. En su «Crítica de la razón pura» (1781), subrayó la contribución del conocedor al conocimiento. Mientras admite que los tres grandes temas de la metafísica – Dios, libertad e inmortalidad – no podían ser determinados lógicamente, afirmó que su esencia no es una presuposición necesaria. En sus subsiguientes publicaciones: «Crítica de la Razón Práctica» (1788) y «Crítica del Juicio» (1790), Kant estableció como una ley moral su famoso imperativo categórico que requiere acciones morales para ser incondicional y universalmente vinculante para la buena fe absoluta.

La buena fe está extraordinariamente ausente en el fundamentalismo de mercado. Dios y la inmortalidad parecen haber sido reivindicados por algunos fundamentalistas de mercado sobre la base de su supuesta lógica sobre el tema de la libertad.

Preguntas positivas/normativas se distinguen por la dicotomía «es/debiera.» John Neville Keynes, padre menos conocido de John Maynard Keynes, dividió las ciencias económicas en «positivas» (el estudio de «lo que es», y la forma como funciona la economía), «normativas» (el estudio de lo que «debiera ser»), y el «arte de las ciencias económicas» (ciencias económicas aplicadas – como convertir «lo que debiera ser» en «lo que es»). Entonces, la intervención es ineluctable para el progreso.

En el mismo ensayo de 1953 sobre el positivismo, Friedman trató de negar la dicotomía «es/debiera» argumentando que las respuestas a las cuestiones sobre «debiera» dependen necesariamente del establecimiento previo de «lo que es». No obstante, la mayoría de los críticos de la metodología positiva de Friedman piensan que estaba argumentando contra las ciencias económicas normativas y por lo tanto asumen que sólo argumentaba a favor de las ciencias económicas positivas. Sin embargo, «lo que es» determina «lo que debiera ser,» lo que se refleja sobre el juicio del valor del economista aplicado. Por lo tanto la metodología positiva debe preceder a las prescripciones normativas. Pero si se utiliza la metodología positiva para justificar «lo que es» sin proceder a «lo que debiera ser», la investigación positiva se hace superflua.

La afirmación de la Escuela de Chicago de que la prosperidad provendrá de mercados dejados libres de interferencia gubernamental es cuestionada por los hechos revelados. Crisis financieras recurrentes parecen haberse concretizado en un modelo de ciclos de diez años, como lo evidencian las bajas de 1987, 1997 y 2007. A estas alturas, después de tres décadas de dominación hegemónica en la política gubernamental y en la filosofía de la empresa privada, la teología de la Escuela de Chicago ya no puede descansar sobre su plataforma segura de poder político disfrazado de supremacía teórica.

El colapso del fundamentalismo de mercado en economías por doquier pone a prueba la teología de la Escuela de Chicago. Su gran mentira ha sido desenmascarada por hechos a dos niveles. La afirmación de los Chicago Boys de que la ayuda a los ricos ayudará también a los pobres no sólo es desenmascarada como falsa, resulta que el fundamentalismo de mercado daña no sólo a los pobres y a los que carecen de poder: daña a todos, ricos y pobres, pero de maneras diferentes. Cuando los salarios son mantenidos a bajo nivel para combatir la inflación, el régimen de salarios bajos causa sobrecapacidad a través de sobre-inversiones por exceso de beneficios. Y la relajación monetaria bajo tales condiciones produce híper-inflación que también afecta a los ricos. Los frutos del test de Friedman están a la vista – y son todos pésimos.

La ascendencia política de la Escuela de Chicago se desarrolló alrededor del núcleo de monetarismo macroeconómico, del cual Friedman fue el principal gurú. «El dinero importa» se convirtió en su slogan popular. Pero el slogan es sólo verdad a medias. El dinero importa lo suficiente para que no sea sólo un tema económico; es un importante tema político. Los estudiosos de historia monetaria saben que el dinero ha sido un tema de intensa discordia política a través de toda la historia. Para EE.UU., una nación comparativamente nueva determinada a buscar una nueva forma de gobierno mediante la democracia popular, el tema del dinero apareció en cada capítulo de su historia política.

Pero la Escuela de Chicago es más que sólo un movimiento de teoría económica. En las últimas décadas, se ha convertido en un agente agresivo del imperialismo intelectual, abordando el polvoriento manto del darwinismo social, aplicando sus doctrinas económicas a otras disciplinas como ser las ciencias políticas, la teoría legal, la historia, la sociología, las relaciones internacionales e incluso la teología.

Enriquecerse se ha convertido en el equivalente de hacer un trabajo divino en el capitalismo de mercado. Sin embargo, muchas religiones consideran la actitud hacia el dinero como más indicativa a menudo del verdadero valor de una persona que la mera posesión de este último. Lo mismo vale para las civilizaciones. Esto explica el motivo por el cual sociedades modernas, cuyos miembros pueden obsesionarse por una búsqueda determinada de riqueza material, se enfrentan constantemente a crisis recurrentes de valores. La búsqueda de la maximización de la riqueza lleva inevitablemente a la traición de valores humanos que de otra manera vedarían la explotación desmedida de otros y el desdén impersonal hacia ellos. Los valores humanos no pueden ser intermediados a través del precio, a pesar del infame memorando del Banco Mundial de Larry Summers sobre la eficiencia económica lograda a través de la adjudicación de la contaminación al Tercer Mundo.

Los súper-ganadores en el capitalismo de mercado son no sólo respetados y admirados por lo que hacen para ganar en el mercado sino también por su supuesta sabiduría en la vida. Se les busca constantemente para que opinen sobre los grandes problemas de nuestros tiempos, incluso a aquellos que están muy alejados de sus campos de competencia.

La Universidad de Chicago apuntó históricamente a alentar una comunidad de hombres de letras de diversos puntos de vista y experticia para germinar amplias ideas sobre grandes problemas sociales, no a través de la realización de una tímida investigación empírica sobre el status quo, sino de atrevidos saltos nuevos de intelecto puro que serán temas futuros de investigación empírica, como bajo las presidencias de gigantes de la educación como William Rainey Harper y Robert Maynard Hutchins. Es por lo tanto irónico que sea la sede de la Escuela de Ciencias Económicas de Chicago, vista generalmente como una plaza fuerte doctrinaria.

En 1856, el senador demócrata Stephen A Douglas, famoso por los debates Lincoln-Douglas, quien introdujo la doctrina Freeport contra la esclavitud que permitió que los nuevos territorios excluyeran la esclavitud en nombre de la soberanía popular, ofreció una donación de 0,4 hectáreas de terreno a los presbiterianos «para un lugar para una Universidad en la Ciudad de Chicago.» Los elitistas presbiterianos declinaron y la oferta recayó por defecto en la populista Primera Iglesia Bautista de Chicago, que creía que la gracia de Dios es para todos y no sólo para individuos predestinados.

Los administradores bautistas se apoyaron en cuotas suscritas por ricos chicaguenses para financiar el edificio de la universidad. Sin embargo, el Gran Incendio de 1871 y el Pánico de 1873 destruyeron el valor de una gran parte de las cuotas que habían sido conseguidas incondicionalmente. Esas calamidades endeudaron considerablemente a la universidad, que nunca pudo pagar sus deudas. La puesta en marcha del 16 de junio de 1886, marcó el fin de la primera Universidad de Chicago.

Para mantener en vida a la Universidad, el administrador bautista Thomas Goodspeed pidió apoyo financiero a John D Rockefeller, también devoto bautista, que nunca había visitado Chicago. En esos días, Rockefeller estaba pensando en crear una gran universidad bautista en Nueva York. Después de negociaciones entre Nueva York y Chicago, con la intermediación del clérigo bautista Frederic Taylor Gates y del erudito judío William Rainey Harper, Rockefeller optó por Chicago. Gates fue un asesor crucial para convencer a Rockefeller de su necesidad de filantropía a fin de desarrollar un propósito social para su enorme riqueza y para reconstruir la imagen pública de su nombre apoyando proyectos e instituciones dedicadas al bien público.

Con la Ley Interestatal de Comercio de 1887 y la inminente Ley Antimonopolista Sherman de 1890, Chicago tenía la ventaja de estar lejos de Wall Street y de que evitaría el habla sobre una relación especial entre intereses adinerados y la nueva universidad. La Escuela de Ciencias Económicas de Chicago y el propuesto Instituto Milton Friedman parecen haber superado totalmente una susceptibilidad semejante.

En 1890, Rockefeller aceptó donar 600.000 dólares (el equivalente de 14 millones de dólares en dólares de 2008 – muchos menos de lo que se busca ahora para el Instituto Milton Friedman) si los chicaguenses locales ofrecían otros 400.000. Goodspeed recurrió al banquero y filántropo de Chicago, Charles Hutchinson, para que dirigiera a la elite de Chicago para que cumpliera con la condición de Rockefeller y así nació la nueva universidad. El comerciante Marshall Field donó el terreno para un nuevo campus en Hyde Park.

Harper fue nombrado presidente y abrió la nueva Universidad de Chicago el 1 de octubre de 1892. Fue un prodigio académico que obtuvo un doctorado en Yale a los 18 años. Formado en hebreo y estudios bíblicos, Harper disponía de competencia lingüística en arameo, árabe, siríaco, y acádico. Como primer presidente de la nueva universidad, anticipó un glorioso futuro para la Universidad de Chicago, que sería destinada a competir con las ocho universidades más prestigiosas de EE.UU., como Harvard y Yale, no copiándolas sino dejándolas atrás. Rockefeller hizo su primera visita a la universidad recién en 1897, la que terminó por crecer hasta ser una de las mayores del mundo. También marcó el inicio de un masivo programa de filantropía de Rockefeller en la educación en todo el globo.

Los últimos decenios del Siglo XIX fueron un período turbulento para la economía de EE.UU. Graves pánicos financieros y crisis agrícolas aparecieron junto con la emergencia de monopolios que actuaron como comadrones para el nacimiento de la economía industrial. La concentración de la propiedad a través de finanzas depredadoras, mientras facilitaba un crecimiento espectacular, causó resentimiento público debido al fraude generalizado, la manipulación financiera y el abuso de la fuerza de trabajo. Cruzadas agrarias y sindicalismo fueron enfrentados con indescriptible violencia por parte de capitalistas y gerencias que contrataron a matones como fuerzas de seguridad privada que prácticamente tomaron la ley en sus propias manos. Reformadores populistas como Henry George, monetaristas bimetálicosprogresistas, e incluso republicanos Silveritas entraron en escena y buscaron consejo de economistas progresistas para un apoyo conceptual para sus posiciones políticas.

La nueva Universidad de Chicago, encargada de la visión de Harper de sobrepasar a los centros de poder académicos del este, inició un agresivo programa de agenciarse de jóvenes estrellas ascendientes de instituciones destacadas, una estrategia copiada posteriormente por todas las universidades con medios financieros. Como prácticamente todos los economistas respetables de la época eran, en diferentes grados, apólogos que defendían el nuevo capitalismo industrial, con todos sus defectos, la universidad invitó en 1892 al economista archi-conservador J Laurence Laughlin a formar su primer departamento de ciencias económicas. Laughlin había estudiado bajo Charles Dunbar en Harvard, más tarde abandonó el entorno académico para hacer una pequeña fortuna en los seguros, y luego volvió para enseñar en Cornell durante dos años antes de recibir el llamado de la Universidad de Chicago.

En la universidad, Laughlin estableció una tradición de expansión del espacio intelectual y nombró a varios institucionalistas, notablemente a su antiguo estudiante en Cornell, Thorstein Veblen, para que dirigieran el Journal of Political Economy de Chicago. «Teoría de la clase ociosa,», una crítica clásica del consumismo, fue escrita por Veblen.

El propio Laughlin, ávido partidario del libre mercado, junto con Frank Taussig en Harvard, Arthur T Hadley y el social darwinista William Graham Sumner, ambos en Yale, se negaron a ser miembros de la Asociación Económica Estadounidense, que había sido concebida por la «nueva escuela» como equivalente en EE.UU. de la «Asociación de Política Social,» Verein fur Sozialpolitik, alemana, convirtiendo por defecto a la asociación en un baluarte de los emergentes institucionalistas. La reputación de Laughlin en el establishment se basa en su trabajo en la economía monetaria, como elocuente oponente al bimetalismo y enérgico impulsor del sistema de bancas centrales.

Los American Apologists [economistas y sociólogos archi-conservadores de fines del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX, N. del T.] emplearon argumentos religiosos y morales para defender el status quo del capitalismo industrial como obra de «leyes eternas de la economía, benditas por Dios y la moral, incluso si no es totalmente justo. Todo intento de interferir, como ser la legislación anti-monopolista o sindicatos legalizados, era antinatural si no directamente inmoral, y terminaría por significar la autodestrucción de la especie humana, destruyendo su instinto de supervivencia. Veblen, junto con Henry J Davenport y Frank H Knight, lo pasaron regio ridiculizando a los Apologists con sus propias declaraciones insensatas.

Frank H Knight, conocido como el «Gran Patrón» de Chicago, era tan respetado como Joseph Schumpeter en Harvard. Junto con Jacob Viner, Knight presidió el Departamento de Ciencias Económicas de Chicago desde los años veinte hasta fines de la década de los cuarenta, y jugó un papel central en el establecimiento del carácter del departamento. Su famosa disertación «Riesgo, Incertidumbre y Beneficio» (1921), sigue siendo una de las lecturas más interesantes sobre economía, particularmente en estos días.

Knight hizo una distinción entre el «riesgo» y la aleatoriedad con probabilidades cognoscibles y la «incertidumbre» resultante de la aleatoriedad con probabilidades incognoscibles, que es conocida ahora como Teoría del Cisne Negro, acuñada por Nassim Nicholas Taleb, el brillante teórico sobre finanzas cuantitativas. Frank planteó el papel del empresario en una teoría característica del beneficio e hizo una de las primeras presentaciones de la famosa ley de las proporciones variables en la teoría de la producción.

Viner fue un keynesiano al revés en que creía que las depresiones se debían a que la deflación en los precios de producción ocurría a un ritmo más rápido que el colapso en costes. La recuperación, creía, requería una restauración de los márgenes de beneficio, incluso si se producía una inflación inducida por el gobierno, pero no centrándose en la expansión monetaria o en la inflación, sino más bien mediante gastos fiscales deficitarios para crear el necesario aumento de precios mientras los costes seguían rezagados y los beneficios aumentaban. Friedman describió erróneamente a Viner como un monetarista de la primera hora. El agujero en la receta de Viner es que sin aumento de los salarios o pleno empleo, no puede recuperarse ninguna depresión. Es particularmente verdad en la actualidad cuando la sobrecapacidad es un problema central. Como descubrió Henry Ford, el camino al beneficio es mediante salarios más elevados que los de subsistencia mínima.

El empuje intelectual de la Escuela de Chicago de 1920 a 1950 difirió significativamente de su encarnación posterior. Dirigida por Knight, la escuela sospechaba fuertemente de la metodología económica positiva para el estudio del trabajo normal de la economía. Los miembros del cuerpo académico denunciaron el imperialismo intelectual, argumentando a favor de un papel limitado para el análisis económico. Sospechaban de las afirmaciones de eficiencia de la economía del laissez-faire, y las aceptaban sólo sobre una base no-consecuencial. La eficiencia no es contagiosa; tiende a aumentar mediante una disminución de la eficiencia en otras áreas.

Los Chicago Boys de esta era aceptaron políticas activas del gobierno para curar recesiones, incluidas el Plan Chicago de Henry Simons para una política monetaria anticíclica. En la facultad estaba Paul Douglas, apasionado liberal del Nuevo Trato, quien partió para ser senador de EE.UU. con gran influencia incluso en la política exterior. Mediante la Escuela de Sociología de Chicago, Douglas desarrolló una afinidad intelectual con Jane Adams, reformadora social y la primera mujer estadounidense en recibir el Premio Nobel de la Paz. Otro miembro fue el socialista activo Oskar Lange quien desarrolló un modelo para el socialismo de mercado. Se esperaba que Lange llegara a ser un personaje importante en el departamento pero abandonó Chicago a fines de la Segunda Guerra Mundial para unirse al nuevo gobierno comunista en Polonia y sirvió como su embajador ante la nueva Naciones Unidas.

En la década de los sesenta, el departamento comenzó a cuajar en una nueva forma, dirigida por George J Stigler y Friedman. A esto se refieren a veces como la Segunda Escuela de Chicago, famosa por su polémica anti-keynesiana. Terminó por ser conocida como la Escuela de Ciencias Económicas de Chicago, tal como se entiende actualmente ese término. El período Stigler-Friedman de economía neoclásica niega obstinadamente la posibilidad del fracaso del mercado, con una hostilidad militante contra la competencia imperfecta que restringe el ingreso al mercado, como en el caso de los monopolios. Los Chicago Boys de esta era se vieron a sí mismos como instrumentos natos de perdición de la economía keynesiana.

Los Chicago Boys fueron destacados propagandistas, que hicieron buen uso de sus dos publicaciones influyentes – la Journal of Political Economy y la Journal of Law and Economics – como heraldos de la verdad. Aprendiendo del éxito secular de la Escuela de Economía de Manchester, de libre comercio, que había sido reforzada por apoyo político directo del gobierno británico y por el patrocinio financiero de la industria, la Escuela de Chicago se concentró en la forja de alianzas ideológicas dentro de Washington con conservadores sobre temas internos y con neoliberales en cuestiones internacionales, alianzas financieras con banqueros de Wall Street que querían menos interferencia gubernamental, y alianzas con banqueros centrales que querían fórmulas simples que los absolvieran de ser responsabilizados.

Esos fundamentalistas de mercado se ocultaron detrás de sus vigorosas metodologías de investigación para secuestrar a la verdad como su propiedad privada, a pesar de que otros economistas igualmente vigorosos sacaban conclusiones diametralmente opuestas, pero menos sensibles a los intereses adinerados. Los Chicago Boys capturaron rápidamente puestos clave en el aparato político del gobierno y puntos de poder en la administración de los negocios para vengarse por sus años en el desierto durante la era keynesiana.

En la microeconomía, dirigidos por George Stigler, el paradigma neoclásico fue ampliado para incorporar nuevas observaciones sensibles al análisis económico, allanando nuevos derroteros con interpretaciones económicas del capital humano, de los derechos de propiedad y de los costes de transacción, asignando valores mensurables a todas las cosas para que la utilidad marginal pudiera informar la toma de decisiones.

Era un enfoque que permitía que la eficiencia eclipsara a la dirección. No importaba adonde iba la nación mientras lo hiciera rápido y a bajo coste. Los negocios y las finanzas, previamente de incumbencia para las escuelas vocacionales, fueron introducidos a la filosofía del campo intelectual en la universidad e incorporados a la economía neoclásica. La planificación corporativa se hizo indispensable para la supervivencia y para empresas respetables, pero la planificación nacional fue considerada como una amenaza para la libertad. Los beneficios comenzaron a lograr una condición equivalente a la inmortalidad. Las ciencias políticas y la teoría institucional fueron reestructuradas para que tuvieran una base financiera en lugar de un fundamento económico, incluso en el caso de la seguridad nacional y las relaciones internacionales.

A un cierto nivel, la controversia del Instituto Milton Friedman en la Universidad de Chicago es un tema local en una universidad privada. Pero la Universidad de Chicago es una institución de clase mundial con conexiones e influencia en todo el mundo.

Lo que sucede en Chicago conlleva amplias implicaciones en otros sitios del mundo.

En ese ámbito, la lucha en Chicago es global. Instituciones de educación superior por doquier luchan todas contra el uso ilegítimo de recursos financieros abrumadores, mal ganados, para perpetuar ideologías defectuosas que han racionalizado semejantes ganancias mal obtenidas a costas del bienestar de miles de millones de personas en todo el mundo, y para aumentar ciegamente la eficiencia de un régimen de explotación global. El problema es especialmente agudo en las economías emergentes.

La lucha en la Universidad de Chicago podría actuar como un fanal en todo el mundo para despojar al fundamentalismo de mercado de su pretensión seudo-científica y desenmascararlo como un artefacto propagandístico para racionalizar la explotación de los muchos por unos pocos en todo el mundo.

 

HCKL * Texto publicado en Asia Times en el año 2008

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