Por ENRIQUE MARTÍN *
Imaginen al tipo cantándole en 1927 a las madres solteras, a los obreros explotados, a la igualdad de género, a los huérfanos, a los presos olvidados, a los parias, a los mendigos y a los discapacitados.
El pueblo humilde conectó enseguida con él y lo transformó en un enorme ídolo nacional (sólo viajó a Uruguay y a Chile).
Murió a los 39 años y también fue plataforma para el despegue artístico de Evita, aunque las lenguas largas apenas hablarían de un romance que jamás existió.
Con una hermosa voz y dotes líricas incuestionables sólo tropezó con dos obstáculos: la gigantesca figura del Gardel cinematográfico en EEUU y la imbatible estigmatización de su repertorio.
Cursi, sensiblero y lacrimógeno, sentenció la pacatería de la Academia.
Lo que odiaban en realidad era el contenido del primer párrafo de este posteo.
A Discépolo lo condenaron por lo mismo y le aceleraron la partida.
Alguna vez Agustín Magaldi encabezó la protesta de las empleadas de una gran tienda porteña, que recurrieron a él a falta de representantes confiables.
Antes de 1930 cantó como pionero de la paridad genérica: «Si estamos iguales y no nos queremos, que cada cual siga con su libertad…»
El divorcio llegaría (por seis años) con la Constitución del 49. Y luego en 1984…
Magaldi murió en 1938. Aquel pueblo pobre y poco instruido, despreciado por el poder y por los bienpensantes, entendió esas letras precursoras que hoy parecen recién nacidas para un universo poco afecto al buceo histórico aunque rápido para la calificación fácil y a la moda.
Fue hace 90 años…
Levanta la Frente.
Libertad.
Acquaforte.
El Penado 14.
El Huérfano y el Sepulturero.
Jorobeta.
La Muchacha del Circo.
Afilador.
Nieve.
* Periodista y Compositor / En qué nos parecemos / DyN / Autor de Narices Chatas / La Señal Medios