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sábado , abril 20 2024
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Una crítica peronista al pensamiento de Alexander Dugin

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

La presencia del teórico ruso Alexander Dugin en la Argentina y su paso por el salón Felipe Vallese de la Confederación General del Trabajo levantaron polvareda en el campo nacional. Es comprensible y, haciendo uso de la crítica, podemos evaluar positivo lo acaecido: no por los conceptos vertidos, sino porque del revuelo puede surgir una revalorización del pensamiento estratégico peronista en particular y nacional popular en general, con dos epicentros: Alberto Methol Ferré y Arturo Jauretche. Hay más, lo cual brinda volumen a lo elaborado por estas tierras, pero esas dos menciones resultan ineludibles.

Vamos con el barbado visitante. En Fundamentos de Geopolítica, Dugin realiza interesantes observaciones sobre el realineamiento mundial, en un tramo (1997) que lo realza porque comprende posibilidades que resultaba difícil advertir por entonces. El concepto de Eurasia y la detección del Estado Profundo ruso, en contraposición con el atlantismo y el poderío norteamericano son de manejo más habitual en la actualidad; sin embargo, a la hora de lanzar su visión, el ruso demostró perspicacia y capacidad de anticipación.

También cabe reconocer un par de ideas que fundamentan ese logro: en aquél libro realiza un puñado de consideraciones, entre tantas, que vale evaluar pues hoy se desplazan como realidades en movimiento: la importancia de fomentar el quiebre europeo de Alemania (por entonces la situaba cerca de Francia) y de Gran Bretaña. A su vez comprende la importancia de Ucrania, claro, y propone a Irán como “aliado clave”. Atenti con todo esto porque resulta extraño hallar tales  observaciones en analistas de los años 90.

Sin embargo, de ese interesante panorama, surgen dos errores importantes que devalúan el conjunto del planteo y llevan a la diferenciación entre su pensamiento y el análisis de fondo surgido de nuestro movimiento nacional. El primero evidencia la dificultad para tomar distancia y ver la dimensión del propio planteo sobre Eurasia: como si la Rusia imperial se vivificara en su interior, Dugin sugiere el “desmantelamiento” de China. Y lo hace con ofrecimientos menores a modo de consuelo que denotan una subvaloración de la milenaria civilización que se yergue al lado del gran Oso. Dice “Rusia debería ofrecer ayuda a China en dirección sur: Indochina, Filipinas, Indonesia, Australia, como compensación geopolítica”.

Este yerro, que damnifica de modo profundo la búsqueda de Eurasia es un alerta sobre otras equivocaciones muy singulares, que permitieron a sus críticos abrevar intencionadamente en fuentes fértiles. Pueden rastrearse en su acción político práctica. Al haber sido impulsor del Partido Nacional Bolchevique (un socialismo nacional, dicho esto para comprensión propia), puso en duda su vocación de generar la Patria Grande que, a través de la Organización para la Cooperación de Shanghai y otros acuerdos sí viene intentando Vladimir Putin. En esa diferencia deberían rastrearse las duras críticas de Dugin al jefe ruso en los tiempos recientes: lo ha calificado como «demasiado pragmático«. A esta altura, sabemos que esa es, en verdad, una virtud de Putin.

Sin embargo, para remarcar aquellos aciertos, no está demás recordar que entre 1991 y 1999, el presidente de la  Federación Rusa fue Boris Yeltsin. Por entonces, muy lejos de la mirada aguda de Dugin, los analistas internacionales celebraban una globalidad que machacaba sobre los pueblos el control anglosajón, impulsada una década atrás por el binomio Ronald Reagan y Margareth Thatcher. De allí que tengamos una buena percepción de las hipótesis trazadas en Fundamentos de Geopolítica. Vale el comentario porque de poco sirve deificar o vituperar al protagonista sin conocer los ejes de su planteo.

Sin embargo, lo que yacía por debajo en ese texto, un elogio antihistórico del pasado, se despliega con intensidad en La Cuarta Teoría Política, un material editado en 2009. Básicamente, Dugin propone elaborar una nueva idea que desplace al liberalismo, al fascismo y al socialismo. Quizás el ego venció al pensamiento, pues como sabemos ese es el sueño de todo politólogo de los últimos cincuenta años al menos. Cada vez que alguien logra articular unos cuantos conceptos bien imbricados, sugiere que hay una nueva pólvora en el mundo del pensamiento universal. Pero las cosas no se dan de ese modo: Karl Marx no intentó crear el marxismo, sino pensar y ayudar a entender y transformar la realidad. Las denominaciones son gestadas por el devenir.

Lo cierto es que en varios libros intermedios y no pocos artículos, Dugin desarrolla su visión de un futuro anclado en parámetros medievales. Opositor neto y confeso de la modernidad se muestra discrepante con el acelerado desarrollo tecnológico y el consumo, lo cual deriva en la valorización del “campo” y los campesinos como ideal, en detrimento de la ciudad. Planteado como sugerencia en el libro citado, es explícito cuando lo torean como hizo el The Washington Post. El pueblo es el campesinado, señala, y si bien intenta –como en la CGT– ampliar el concepto hacia “los trabajadores” el fallido empieza a horadar su obra.

Atención: nada de esto habilita la caracterización de “nazi” que le endilga la gran prensa internacional. Al igual que el norteamericano Lyndon LaRouche, Dugin es impactado por sus aciertos, no por sus derrapes. Esos aciertos se basan en la condena abierta y fundamentada del atlantismo y el poderío anglosajón, así como en el impulso de una potencia euroasiática con vigor para desarticular esa hegemonía. Pero la preocupación por una sociedad crecientemente tecnificada y por grandes masas volcadas al consumo en las naciones emergentes –también-, lo llevan a idealizar el Ser por encima del Andar del Ser. En ese punto Dugin se desprende de nuestro peronismo, que evalúa la producción industrial, el consumo popular y la identidad construida en base a la labor cotidiana como ejes de La Comunidad Organizada.

El ruso, que nos cae simpático por valuar la obra de Juan Domingo Perón al percibir su trascendencia internacional, desconoce La Comunidad Organizada o en todo caso la sitúa –como tantos socialistas– en función de tránsito hacia algo mejor. Si en estos se trata de un camino en dirección a la integralidad orientada desde el Estado, en Dugin no es más que un rechazo a la modernidad que facilita la retracción temporal. Como suele suceder con los intelectuales, el amigo subvalora la elaboración del Pensamiento Nacional surgido en estas tierras cual si se tratara de un diseño provisorio, destinado a apuntalar organizaciones sociales más importantes.

La trascendencia que le otorga al Ser –tentadora para los lectores y escuchas atosigados por celulares, webs, radios y televisoras- se desvanece al pretenderlo fijo, cristalizado, cuando los pueblos se despliegan al construir su Ser en la mundanidad, en el trabajo, en la polémica abierta, en las movilizaciones, en el poder de compra y en la identidad colectiva en movimiento. El industrialista Perón, como Francisco, Putin y Xi Jinping, y buena parte de los BRICS, algo del Unasur latente y varios más, se opondrían a esa noción desde el presente proyectado hacia el futuro.

No estamos ejerciendo la crítica por inferencia. Leamos a Dugin:

“Amo la Edad Media y odio la modernidad. Para mí, la Ilustración está totalmente equivocada, y la ciencia moderna y la visión mundial “científica” moderna más amplia se basan en una mentira.  (…)  Soy tradicionalista y seguidor de los eslavófilos rusos, de Dostoievski, de Soloviev, de varios filósofos y monárquicos religiosos rusos. Aprecio mucho las ideas de René Guénon y Julius Evola. Estoy absolutamente a favor de la antigüedad y la Edad Media y absolutamente en contra de la modernidad en todas sus formas. Así que tengo una visión del mundo anti-moderna y anti-occidental (cuando la modernidad y occidente significan lo mismo), y veo la modernidad como la catástrofe y el declive de occidente. Filosóficamente, estoy de acuerdo con Heidegger en que la modernidad se basa en el olvido del ser, y hago un llamamiento a las personas que piensan para despertar al nuevo descubrimiento del ser. Considero a la Inteligencia Artificial como la personificación final de das Man (o Gestell) y lo considero que es el Anticristo, o una de sus cabezas”

“Estoy a favor de la restauración del Sacro Imperio: Romano para Europa y Bizantino para Rusia. Al mismo tiempo, me gusta la idea de los colectivos rurales autónomos, por lo que el Imperio debería ser policéntrico y federal de alguna manera, no centralizado y nacionalista. Rechazo la raza y abrazo la religión como una identidad profunda para ser defendida. Siendo cristiano ortodoxo, tengo una gran simpatía hacia otras religiones tradicionales: Islam, hinduismo, budismo, algunas ramas tradicionales anti-modernas del judaísmo (como Naturei Karta). También soy un admirador de la civilización sagrada china. Espero que todas estas retornen. Realmente soy un defensor del Regreso de los Grandes Tiempos, o de la Edad Media; la Edad Media es el reflejo de la Eternidad, no del pasado. Así que la Edad Media es siempre posible. No es una cuestión de tiempo, es una cuestión de elección”.

Hablemos de política, entonces. Estos segmentos del pensamiento de Dugin nos ayudan a comprender su inviabilidad, pues si las naciones citadas abordan criterios semejantes, su potencial decaerá inevitablemente, transformándose en fáciles territorios de saqueo por parte de quienes sí apuesten al desarrollo tecnológico. Todo el proyecto enunciado (disculpen lo que podría ser caracterizado como vulgaridad frente a tanto empeño filosófico), generaría en los gigantes que hoy protagonizan el renacer capitalista con rasgos terceristas una caída en sus productos brutos que desarticularía hasta la misma pretensión.

Para ser más claros: aniquilaría la Multipolaridad que el teórico ruso dice defender pero a la cual no le encuentra la vuelta. Con menos pretensiones universalistas, el gran analista Henry CK Liu, desde Asia Times, sonreiría y diría “¿de dónde piensa sacar el dinero para doblegar al imperio anglosajón?”. De allí que una influencia más vasta de la labor de Dugin podría resultar paradójicamente placentera para su archienemigo Zbingniev Brzezinski si viviera. La gran aspiración del estratega norteamericano de origen polaco no era otra que el quiebre de la coalición chino rusa y el desmembramiento de ambas hiperpotencias.

Como contraste, para retornar al párrafo inicial. El sentido profundo de la continentalización augurada por nuestro oriental peronista cristiano, y la determinación del lugar del mirador que surge del atigrado pensador lincoleño, deshacen este criterio arcaísta y se lanzan con enjundia y números bien claros hacia el futuro. La construcción de Patrias Grandes según el interés geoeconómico profundo, articuladas desde la producción, la ciencia y la técnica y el potencial político pero también económico de los pueblos. Esa es la cultura, aplicada. La combinación de Comunidad Organizada y Tercera Posición no refleja un ingenioso amparo conceptual para una Estación de Tránsito. No porque sean fines en sí mismos, sino porque la humanidad puede desplegarse y relanzarse, pero desde sí misma, asumiendo sus propias creaciones.

Como hemos dicho, sin Jauretche (y sin Methol Ferré) la oscuridad.

¡La oscuridad del Medioevo!, podríamos añadir, para cerrar con una broma.

 

  • Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

 

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