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miércoles , abril 24 2024
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SEGUÍ TU CAMINO

Por KARINA SCHAJRIS *

 

-Señora, el sujeto  le sustrajo la cartera?
-Ehhh… bueno, no llegó a sustraerla porque en cuanto vi su intención en su mirada, la agarré rápidamente y le pegué en la espalda cuando pasó hacia la puerta.
-Y por qué llamaron al destacamento?
–Lo llamamos porque tiene que detenerlo! qué es lo que me está preguntando? Este hombre es peligroso para todos los ciudadanos de bien!
-Pero señora, yo no puedo detener así porque si a cualquier persona que no haya cometido un delito!
– ¡Habrase visto oficial! Ahora resulta que los que estamos puestos en duda somos nosotros!

El uniformado fue mesa por mesa preguntándonos a los clientes del bar si habíamos visto algo sospechoso pero sinceramente yo no había visto nada. Como siempre, muy metida entre mis libros y mis cuadernos, no prestaba atención a lo que pasaba a mi alrededor.
Mientras el policía pasaba, la mujer nos hacía señas con sus manos y con su cabeza pidiéndonos que la ayudásemos a culpar al supuesto ladrón.
Frente a mi había un hombre de unos sesenta años, estaba leyendo el diario La Nación. El tipo levantó la cabeza y dijo:
-Oficial, yo también lo vi. A mi también me pareció que quería robar.
-Pero solamente le dio la impresión u observó algo extraño?
-Si… si.. algo extraño! Mire como lleva la bolsa en la mano! Esa bolsa está vacía porque quería llenarla con nuestras pertenencias! Nosotros trabajamos y nos ganamos el dinero con honestidad! Pagamos nuestros impuestos y no se nos devuelve nada. En cambio a estos vagos…
Una mujer de mediana edad, sentada al final del pasillo del bar, gritó:- Si si.. digalo con todas las letras! Estos planeros de mierda! Estos son una basura! Llévelo, oficial!

El ambiente se fue poniendo cada vez más pesado, no se podía respirar de tanto olor a mierda humana. Yo tenía ganas de llorar de impotencia pero en lugar de llorar, respondí:
– Basta! Dejen en paz a este hombre! Qué tanto daño les hizo? Tienen a un presidente que roba más que nadie pero de él no dicen nada, solo hablan de este señor porque no les gusta su color de piel? Hipócritas!
– Callate vos!- me respondió la mujer que había hecho llamar al policía- No vuelven más! La kretina no vuelve más!

– Señores me llamaron por un delito que no se cometió, si quieren que actue tengo que saber qué pasó exactamente. Si no hay delito no puedo actuar así que debo dejar ir al hombre este.
-Nada de dejar ir! Les pagamos para que hagan su trabajo, no para que vayan a buscar pizza gratis! Haga algo!- dijo la acusadora
-Sin ofender, señora, sin ofender.
-Así está este país! Así está! Acá se necesita mano dura! Mano dura! En este pais cualquiera hace lo que quiere. Todos están amparados, cualquier negrito de mierda te roba y vos tenés que joderte! Para qué pago los impuestos? Todo me lo gano trabajando como…- dijo el de La Nación
-Si, para nada, pagamos para nada!-dijo la del fondo- Pena de muerte necesitamos! Pena de muerte para estos choriplaneros!

Jamás en mi vida había querido poner una bomba en ninguna parte pero en ese instante tenia ganas de hacer volar a todos por el aire. No puedo decir que sentí impotencia porque no es la palabra justa.. cómo hacer entender algo a personas que habían pasado toda su vida bajo una educación que los había llevado a pensar así? Cómo podía cambiar esos años por un instante? No tenía con quién hablar, no podía decir absolutamente nada. Yo, que me había pasado casi cincuenta años entre letras, sentía la frustración de no poder expresarme.

Miré a los ojos al hombre que estaba contra la pared del recinto. El, en voz baja decía que no había hecho nada. El policía lo empujaba haciendo fuerza como queriendo empotrarlo contra el muro.
Todos gritaban al mismo tiempo. Cada vez los gritos eran más y más ensordecedores.
-Mátelo! Mátelo!
-Uno menos! Uno menos!
-Mano dura!

Tan groseramente violento se puso todo que el policía sacó su arma reglamentaria y tiro un tiro al techo.
_Se callan!- dijo el de uniforme- Se calla todo el mundo!
Pero ese gesto tan esperado, tan ansiosamente deseado, no hizo otra cosa que enardecer más y más a esos descerebrados.
-Si, oficial! Terminemos con estos negritos! Péguele un tiro a la cabeza!

Quedé aturdida por el ruido del disparo y por la situación. Estaba ahi en medio de algo que jamás había visto antes en Buenos Aires.
Siempre tuvimos gatos para comer a las ratas que salían de las alcantarillas. Una ciudad de gatos que deambulaban por todas partes. Ahora ya no había ratas tal vez  pero había otra cosa, algo que salía de todas las cloacas de la ciudad, algo muy podrido que nos estaba invadiendo.

Sentí miedo. Sentí muchísimo miedo. Todas esas personas eran como animales, como esos animales de laboratorio preparados para una misión especial. Incapaces de pensar, moviéndose nada más que por medio de instintos crueles. Odio, odio y más odio.

En un instante en el que el policía se disponía a dejar en libertad al hombre acusado injustamente, la mujer que lo había incriminado intentó robarle el arma  reglamentaria. El policía actuó rápidamente y en el forcejeo se disparó un tiro que mató en el acto a la mujer. Ella quedó tendida en medio de un charco de sangre.
Silencio. Como en esos juegos en los que tenias que quedarte quieto en donde estabas, asi fue todo en el bar. No volaba ni una mosca.

Tranquilo, el policía limpió el arma. Puso las esposas al hombre que estaba contra la pared, le metió entre las manos el arma y le dijo:
-Queda usted preso por homicidio e intento de robo. Cualquier palabra que diga puede ser usada en su contra.
Miré a los demás que estaban ahí, busqué que alguien al igual que yo dijera que estaba cometiendo un delito. Pero solamente yo fui la que increpó al cana. Y el tipo me respondió:
-Mejor que te quedes muda porque sino vas a ir a hacerle compañía.
Nadie, absolutamente nadie dijo algo.
El hombre que leía La Nación, volvió su mirada sobre el diario mientras que en su boca se había dibujado una enorme sensación de bienestar, de tremenda satisfacción.
Miré la hoja del diario de reojo. Había una foto de Ravi Shankar. Arriba de la foto se podía leer en letras bien grandes “Si sucede, conviene”.

 

  • Escritora argentina radicada en Malta / La Señal Medios

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