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NICOLINO / La noche que el Intocable entró en el olimpo

Por CARLOS AIRA (*)

Jueves caluroso. No podía ser de otra manera para un 12 de diciembre. 1968. El año del Mayo Francés. Desde temprano, el país sintonizó Radio Colonia. Nicolino Locche, aspirante al cetro mundial de los Welters Juniors, se enfrentaba al temible Paul Fuji.

Para sorpresa de todos, Locche se había quedado dormido en la mesa de masajes antes del combate. Su equipo no podía creer tanta tranquilidad. Los nervios comían por dentro a Paco Bermúdez, descubridor y entrenador. También a Tito Lectuore. Pero allí estaba Locche. Relajado. A sabiendas que en pocos minutos entraría en la gloria.

Así de especial era Nicolino. Tenía algo que lo hizo especial: era indescifrable. Piri García, en las páginas de El Gráfico, lo bautizó El IntocableUn milagro a base de visteos, cintura y bloqueos. Una demoledor mental del rival. Sus puños de algodón alcanzaban para ganar sus peleas por puntos.

Ese estilo le valió el amor del pueblo. Junto a Justo Suárez, el mítico Torito de Mataderos, fueron los grandes ídolosdel boxeo argentino. Multitudes iban a verlo al Luna Park. La gente amaba el estilo de Locche, sobre todo aquellas señoras, tan bien vestidas, que con sus cajas de bombones sobre el regazo, veían ese espectáculo casi imposible de esquives.

El camino hacia el título lo armó Tito Lectuore con infinita paciencia. Por el ring de Corrientes y Bouchard, Locche enfrentó a los mejores de su categoría. Derrotó a los ex campeones Joe Brown, Eddie Perkins y Sandro Lopopolo. Empató con el formidable púgil panameño Ismael Laguna. También con el boricua Carlos Ortiz. Finalmente, a mediados de 1968 llegó la oportunidad mundialista que venían buscando desde 1964.

Tokyo era una ciudad propicia para nuestro boxeo. Allí se habían consagrado Pascual Pérez y Horacio Acavallo. Aquel 12 de diciembre de 1968, Nicolino no dejó pasar su oportunidad. Fue el escultor de una obra de arte. Nueve asaltos de alta escuela. De galera y bastón. Pero con un agregado: a su defensa implacable le agregó una agresividad que martirizó a Fuji con un concierto formidable de jabs de zurda.

Cuando debía comenzar el décimo de los quince asaltos programados, la voz de Osvaldo Cafarelli sonó clara y vibrante desde el Kukugiyan Stadium de Tokyo: “Fuji no sale…, Nicolino campeón del mundo”. El pueblo salió a festejar a las calles. Ya pasó medio siglo.

Nicolino defendió seis veces el cetro mundial. Para el recuerdo, la inmensa lección de boxeo que le dio al colombiano Antonio Cervantes, Kid Pembelé, en diciembre de 1971. Perdió su título en 1972, cuando a cambio de una buena cantidad de dólares fue a Panamá a enfrentar a Alfonso Peppermint Frazer. Quiso recuperar el título ante Pembelé, pero aquella fue otra noche triste. Nicolino se retiró en 1976. Había dejado atrás 136 combates, con 117 victorias, 4 derrotas, 14 empates y una sin decisión. De esas 117 victorias, sólo cuatro fueron antes del gong final.

Locche nació en Tunuyán, provincia de Mendoza, el 2 de septiembre de 1939. Su vida estuvo atravesada por el boxeo y el tabaco. Fumador empedernido de cinco atados diarios. Falleció en su Mendoza, el 7 de septiembre de 2005. Tenía 66 años.

Medio siglo de su obra de arte más preciada. Una lección de boxeo para todos los tiempos. Quedarán siempre presentes sus visteos. Su calvicie incipiente expuesta a unos puños rivales que casi nunca podían llegar a destino. Y ese pueblo que le tributaba agradecimiento, con el histórico ¡Ni-co-lino… Ni-co-lino!.

(*) Conductor de Abrí la Cancha. La Señal Fútbol

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