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RAMÓN CARRILLO / El hombre de quien más aprendí en mi vida

Por CHARO LÓPEZ MARSANO *

 

El hombre de quien más aprendí en mi vida se llama Ramón Carrillo. Aprendí cosas sencillas pero reveladoras, que hacen al conocimiento de la condición humana y a las relaciones humanas. ¡Algo que vale tanto como un “plácet” para transitar la senda justa del hombre, la verdadera!”, le dijo Juan Perón a Américo Barrios en una de las tantas charlas que compartieron en el exilio a fines de los años 50.

Luego le contó otra anécdota que puede darnos una idea acabada de la relación que lo unía con el “Negro”: “El Doctor Ramón Carrillo conversaba mucho conmigo, por aquel entonces. Sus charlas eran muy interesantes, porque salían de los lugares comunes de cada día y eran muy ilustrativas. Los temas que enfocaba me interesaban sobremanera. Además, el los trataba con las características de su talento. De cibernética, por ejemplo, hablaba con una profundidad y amplitud de horizontes, que hacía irresistible su charla…Una vez me hablaba de la pintura de los locos. Había enviado a los locos a pintar, para exhibir públicamente sus cuadros. Los cuadros ya estaban instalados en el Hospital Nacional de Neuropsiquiatría. La exposición se inauguraría al día siguiente. Estábamos en mi despacho de la Casa Rosada cuando Carrillo me dijo; -Presidente, ¿No quiere ver los cuadros? –Yo, sin dudar un instante, dije que aceptaba la invitación y partimos para el hospital. Allí, Carrillo me fue explicando las características de la personalidad del pintor demente, según los colores y las imágenes de cada cuadro. Fue una disertación apasionante. Tan apasionante, que cuando medité lo que estaba haciendo, recordé que ese día era miércoles, día de reunión de gabinete y que hacía dos horas que los ministros me estarían esperando o habrían vuelto a sus ministerios. ¡Así era de interesante Carrillo! Esa fue la única vez, que yo recuerde, que fui impuntual”.

En septiembre de 1955, cuando el presidente Juan Perón fue derrocado por un golpe cívico – militar, Ramón Carrillo estaba en Nueva York donde vivía con su familia desde hacía casi un año. Había llegado a Estados Unidos en octubre de 1954 mediante una beca de investigación con la intención de atender su enfermedad, que se había agravado considerablemente. La dictadura lo persiguió, lo difamó y lo despojó de sus bienes arguyendo falsas denuncias de corrupción. Imposibilitado de volver al país, sin trabajo y con la salud deteriorada, partió hacia el norte de Brasil donde había conseguido un puesto como médico en una empresa norteamericana. Un año más tarde, el 20 de diciembre de 1956, murió pobre y desterrado en Belem do Pará, tenía sólo 50 años. Sus restos tuvieron que aguardar dieciseis años para ser repatriados. Así terminó sus días el padre del sanitarismo argentino y primer ministro de salud pública de la Nación quien, en apenas ocho años había dado “literalmente vuelta” el sistema de salud de la Argentina.

Ramón Carrillo, “el Negro”, había nacido en Santiago del Estero en marzo de 1906. Proveniente de una familia de clase media y sin mayores apremios económicos, nunca se desentendió de los padecimientos de sus coterráneos. A los quince años, sus preocupaciones principales giraban en torno a ello, como así también al estudio de los caudillos de las Guerras Civiles argentinas. Así lo prueban dos escritos de su autoría: “Glosa a los servidores Humildes”, (donde aboga por un amparo a la vejez) y “Juan Felipe Ibarra, su vida y su tiempo”. Ambos datan de 1921. Tras recibirse de maestro normal con apenas dieciséis años, en 1923 viaja a Buenos Aires para estudiar medicina, egresando con medalla de oro en 1929. Ese mismo año, es designado por concurso como Practicante Mayor Interino del Hospital de Clínicas y redactor de la Revista del Circulo Médico y del Centro de Estudiantes de Medicina. Este es el remate de una brillante carrera de grado, asociada a la permanente práctica hospitalaria que, en el caso del “Negro Carrillo”, se dirigió hacia el área de la neurocirugía. En 1930, gana la “Beca de la Universidad de Buenos Aires al perfeccionamiento en Europa” con destino final Ámsterdam, donde se encuentra uno de los centros de estudios anatómicos más prestigiosos del mundo. Tres años más tarde vuelve al país. Había completado sus estudios de grado en tiempos de radicalismo, y a su regreso de Europa, con su posgrado terminado, encuentra a la Argentina sumergida en la Década Infame. Corría el año 1933 y el “Negro” adopta inmediatamente una postura “nacionalista y antiimperialista”, que lo acercará años más tarde, de la mano de su compañero de primaria Homero Manzi, a los postulados de FORJA. Hacia 1937, desde su puesto en el Hospital Militar Central empieza elaborar estadísticas sanitarias que encarga al Ministerio de Guerra. Las mismas le permiten llegar a un diagnóstico de situación del sistema de salud, encontrando entre los principales déficits un bajo número de camas hospitalarias respecto de la población, amén de su desigual distribución interprovincial. En 1942, con treinta y seis años, gana por concurso la cátedra de Neurocirugía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

No es casual que Ramón Carrillo se sintiera atraído por un sector del gobierno de la autodenominada Revolución de 1943, más específicamente por el grupo de militares y civiles nacionalistas, antiimperialistas y populares congregados en torno al Secretario de Trabajo y Previsión, el Coronel Juan Perón. No resulta claro si ambos hombres cruzaron sus destinos en los orígenes del nuevo gobierno, o si el encuentro se produjo en octubre de 1945 cuando Perón fue trasladado al Hospital Militar Central, donde el “Negro” era el jefe de neurología y neurocirugía desde 1939. Lo cierto es que la confluencia de criterios acerca del rol del Estado, de las penurias de los más postergados y de la necesidad de encontrar soluciones a flagelos como la miseria, el hambre, la desnutrición y la falta de acceso de la población a la salud, los fue llevando por el mismo camino en el que el eje de sus políticas y sus desvelos puede resumirse en una palabra: PLANIFICACIÓN.

En febrero de 1946, cuando la fórmula del partido laborista se impuso a la de la Unión Democrática por más del 52% de los votos, Carrillo pasó a ocupar un lugar central en la estructura del naciente peronismo. El 23 de mayo se crea la Secretaría de Salud Pública, con rango de ministerio. Una semana más tarde, mediante un decreto del Poder Ejecutivo, el “Negro” fue designado Secretario de Salud Pública, cargo que asumiría el 4 de junio, cuando Juan Perón juró como Presidente, y que conservaría hasta julio de 1954. El sector mostraba un déficit complejo, tanto a nivel de instalaciones e insumos, como en lo referente a la falta de personal capacitado. Era urgente bajar la mortalidad, combatir graves epidemias como el paludismo, la tuberculosis, la fiebre amarilla y el mal de Chagas, procurar condiciones dignas para la asistencia de los enfermos mentales, de los ancianos y de los niños. Frente a la falta de planificación, tanto normativa como administrativa, Carrillo desarrolló su “Plan Analítico de Salud Pública”, sobre la base de tres premisas básicas:

  • Todos los hombres tienen igual derecho a la vida y a la salud.
  • No puede haber política sanitaria sin política social.
  • De nada sirven las conquistas de la técnica médica si ésta no puede llegar al pueblo por los medios adecuados.

Sus preceptos se tradujeron en políticas concretas que implicaron un salto cualitativo y cuantitativo en el sistema sanitario argentino, donde esta concepción social de la salud, que sólo puede leerse en clave peronista, se vio plasmada.

La obra de Ramón Carrillo habla por sí sola. Estas pinceladas gruesas, estas instantáneas que procuro rescatar en este instante, sólo buscan rendirle homenaje a un hombre íntegro, cabal y comprometido con sus convicciones de toda la vida, sin traicionarlas, lo que en tiempos de “modernidad líquida” como los que hoy vivimos, no es poca cosa.

Si la vida y la trayectoria político – profesional del “Negro Carrillo” no pueden sustraerse de lo que significó el peronismo en tanto movimiento nacional y popular, su trágico final sólo puede pensarse como el resultado del odio y la revancha clasista perpetrada por el antiperonismo. Curiosamente, el país que lo acogió en el exilio le otorgó en el final de su vida y en su muerte un tratamiento diferencial y humanitario que la “dictadura fusiladora argentina”, empeñada en perseguirlo y degradarlo, le negaba. El contraste entre los periódicos brasileños y argentinos a la hora de anunciar el fallecimiento del “padre de nuestro sanitarismo” es elocuente al respecto y, leídos desde hoy, nos invitan a reflexionar acerca del nefasto rol de los medios de comunicación cuando trabajan al servicio del imperialismo y de la oligarquía. Sin embargo, ese rencor resentido del gorilismo vernáculo de ayer, de hoy, de siempre, no pudo, no puede, ni podrá envenenar con mentiras el espíritu de las almas nobles que seguirán emocionándose al leer la carta que, antes de partir hacia los Estados Unidos, le escribió a Perón expresándole su lealtad.Al igual que Arturo Jauretche en su momento, Carrillo supo entonces subordinar su posición personal a los objetivos revolucionarios que habían sido el objeto de su vida:

“…necesito tener este desahogo en su confianza, para que sepa que este viejo amigo suyo, que jamás apareció para las buenas, que aguantó en silencio cuantos ataques injustos se le hicieron, siempre estuvo a su lado en los momentos difíciles, porque amo su obra titánica, porque la he visto nacer y crecer. Uno quiere al peronismo como se quiere a un hijo, porque sufrimos en su nacimiento y desarrollo. Es evidente que los neo-peronistas, que ahora nos corren a barrigazos por todos lados, no sentirán tanto como nosotros, los hombres de la guardia vieja. Al contrario, tratan de liquidarnos y desgraciadamente vamos quedando pocos. Tome, estimado jefe y amigo, estas palabras, como dictadas por el cariño y admiración que le profeso –y no por el deseo espurio de hacer méritos ante Ud.- que nunca lo hice por ser contrario a mi espíritu.”

Esta carta y las anécdotas acerca del “Negro Carrillo” que Juan Perón compartió con Américo Barrios en el exilio, nos hablan del aprecio y del respeto mutuo que ambos hombres supieron cultivar a lo largo de una década y trascienden a su tiempo para ser sometidas al juicio de la historia, donde cobran su dimensión justa. No sólo eso, se engrandecen frente al egoísmo y la pequeñez de sus detractores, tanto los que le negaron al “Negro” su patria y su tierra en 1956, como los que montaron un dispositivo pretoriano en 1972 para intentar que la repatriación final de sus restos no cobrara la dimensión y el respeto que Carrillo merecía. Esos otros dictadores fueron capaces de someter a María Salomé Gómez Carrillo con sus 88 años, a la humillación de ser flanqueada por soldados con ametralladoras y policías con guardias de perros, en el momento justo en que ella avanzaba hacia el féretro que contenía los restos de su hijo. No es casual que ese día y en ese escenario, entre los militantes peronistas que fueron a recibirlo y a los que se les negó el acceso al aeropuerto, se encontrara Arturo Jauretche, levantando su puño amenazante contra una dictadura en decadencia y puteándolos.

* Profesora de Historia – UBA / Revista Mestiza – UNAJ / La Señal Medios.

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