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martes , abril 23 2024
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DEMAGOGIA / El ahorro es la base de la miseria

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *
 
LA CULPA DE VIVIR BIEN – LA INDUSTRIA NORTEAMERICANA – LOS IMPUESTOS – MI DINERO – EL FÚTBOL – LOS GASTOS – LAS INVERSIONES – EL POPULISMO – MEJOR, MEJOR – ¡EEHHHH!
 
 
Es tan simple. Uno agarra y dice: ¿sabés cuánto gasta el Estado en planes sociales?
 
–No, cuánto. Y ahí nomás larga la cifra; por tratarse de un país con la extensión de la Argentina, cualquiera sea ella resultará impactante en comparación con los recursos personales.
Todo se referencia en el mismo esquema. Saquémosle planes sociales y relevémoslo por lo que fuere: netbooks, fútbol, rutas, comedores, investigación, medicamentos, publicidad, trenes, cárceles, justicia, cloacas, jubilaciones, subsidios, cultura; lo que a cada uno se le ocurra.
 
La sencilla arquitectura argumental es siempre igual; se le añaden algunas palabras y justificaciones según el interlocutor al cual se desea integrar a la causa de la austeridad, y se lanza la pregunta, la cifra. Al momento llegará el ¡ehhh! Qué barbaridad, del atento indignado.
 
Para solaz y contento del futuro militante del ahorro, se deberá dar en el clavo con la zona que merecería ser destinataria de semejante cifra: se intercambia con los otros puntos citados, según el interés previo del escucha; pues a quién le importa.
BARRAS Y ESTRELLAS. Así se destruyó la industria norteamericana. Durante el período Roosvelt se canalizaron recursos del Estado hacia la producción, con el objetivo de dinamizar el consumo. Eso construyó la potencia más importante del planeta.
 
El cine del Norte acompañó el proceso con obras como Qué bello es vivir, donde se demostraba que el dinero de una comunidad estaba bien invertido si se destinaba a la construcción de casas. Luego, la hegemonía cultural del capital financiero hizo lo que venimos explicando, y todo se fue al demonio.
 
Desde la tele, la pantalla grande y los discursos políticos, Estados Unidos quedó sumergido por millones de “¡eehhh!”. Las voces mediáticas “informaban” a los bobos que el dinero destinado a hacer casas alcanzaba la friolera de… tantos miles de millones de dólares.
 
Entonces se llevaba la inferencia al extremo. ¿Para qué gastar ese dinero? Se puede ahorrar para, para … bueno veremos. Y allí llegaba la magnífica combinación de tonto y mezquino, que tan bien caracteriza al argentino antiperonista: en los EE.UU. se empezó a decir ¿porqué le van a hacer casas a esos perdedores con MI dinero?
 
Ya no habría planes de vivienda. El que no pudiera comprar una, a los trailers, a vegetar a la vera del camino, en condiciones infrahumanas. La plata se fue “ahorrando” en los grandes bancos, y hubo menos construcciones masivas, menos industria de industrias, menos manos de obra requerida.
 
PASIÓN DE MULTITUDES. Si se logró semejante locura, imaginemos lo fácil que puede resultar convencer al nabo que una inversión de mil millones en fútbol, nuestra principal industria cultural con beneficios humanos y económicos garantizados, es un dislate y que esa suma debería orientarse … a la salud pública.
 
Lo que pasa es que ni un centavo va a parar a la salud pública. Porque allí se realizó el mismo esquema: en los Estados Unidos se la destruyó para beneficiar a las firmas privadas del ramo, y acá se pretende lo mismo, indicando “pero porqué vamos a gastar en hospitales que usan los inmigrantes”.
 
En verdad, como el fútbol es la industria cultural más grande del mundo y en la Argentina crece la materia prima más importante del negocio, la inversión estatal a través de Fútbol para Todos en beneficio de las inferiores y la dimensión social de los clubes, no sólo era un acierto; también una obligación. De allí hubieran salido recursos para la salud, por caso.
 
Vamos a ver. Sin prisa, rellenamos el cuenco con el mítico yuyo verde y –como el termo mantiene el agua caliente- seguimos adelante arando estas ideas curiosas. ¿Dónde está la trampa? A pesar de la falacia argumental explicada, hay algo de interés por detrás. Asómese.
 
EL AHORRO ES LA BASE DE LA INDIGENCIA. En todas las campañas reiteradas sobre el mismo perfil, late la evaluación del “ahorro” como un factor positivo, benéfico. Ahí estamos en un problema, porque efectivamente son muchos años de promoción a favor de ese concepto. Generación tras generación.
 
Quien esto escribe tenía una libreta de ahorro con sus respectivas estampillas durante la primaria. Eso debería valer algo, si la proyección resultara honesta, pero dejémoslo. Los mayores repetían “es la base de la fortuna” y asentados en la lógica familiar, discurrían sobre los gastos, bien a raya.
 
Es que la confusión parte de identificar los gastos del hogar, que no pueden – deben superar los ingresos, con el dinero circulante en toda una sociedad, que mientras más gira y se invierte en compras de bienes de producción y consumo, más dinamiza y capitaliza a una comunidad.
 
Es lógico que un grupo familiar que gana 20 mil pesos, por poner una cifra, intente gastar 19 mil. Y si es posible, menos. Así se genera un ajuste autoinflingido para contar con un “colchón” que puede servir para atender temas de salud, algún paseo, una emergencia, un gusto.
 
Eso no está mal. Lo que está decididamente mal es trasladar esa lógica a una nación de millones de personas donde la capacidad de compra de las mismas puede agilizar y brindar volumen al comercio y a la industria, gestando un círculo virtuoso en el orden económico social.
 
En un país el dinero inmóvil equivale a pobreza; el circulante es el verdadero ahorro. Esto no es una nueva ley económica; quien redacta estas líneas no ha descubierto nada esencial, sólo comunica lo que tantos saben pero mienten al emitir diagnósticos hacia el pueblo.
 
Así, instalan la importancia de los planes de ajuste, habitualmente denominados –por lo antedicho- de “austeridad” o directamente de “ahorro para el Estado”. Los funcionarios que impulsan esas acciones, queriendo hacer un mal, hacen un mal. Que quede clara la ironía: cuando alguien le propone ahorrar a una comunidad, estamos ante un atorrante.
 
EL ESTADO TIENE OBLIGACIONES. La capacidad recaudatoria del Estado tiene como objetivo aprovechar los ingresos generados por la comunidad para mejorar la vida promedio en el país. En la Argentina presente, esa capacidad está limitada y lo que se logra está destinado a mejorar las condiciones de un puñado de corporaciones privadas.
 
Al aplanar el mercado interno, en el marco de un esquema tributario regresivo, y al eliminar las retenciones a los grandes exportadores, el Estado no tiene modo de conseguir dinero. Por eso recurre al endeudamiento y al recorte de derechos para trasladar ingresos. Pero se trata de acciones económicas que sólo reafirman el rumbo y deterioran el circuito previo.
 
El accionar adecuado de un Estado en crecimiento, que a su vez ayuda a crecer al país que lo contiene, es el usufructuo de su potencial tributario para activar la economía. Los funcionarios que llevan las riendas de una nación tienen la obligación de asignar las sumas pertinentes en cada área para que la misma sea próspera y ayude a al resto de los rubros.
 
Esas sumas, que los liberales llaman “gastos” no son otra cosa que circulante originado en el pago de impuestos del espacio humano que habita el territorio, puesto a disposición de la misma población que lo genera con el objetivo de alzar la capacidad de consumo, comercio y producción de toda la sociedad.
 
De algún modo, la gran victoria conceptual del liberalismo rentístico fue lograr que a la llave del crecimiento económico las naciones la consideraran “gasto”. Quienes siguen los textos de este periodista saben que, con variantes, ha dedicado la vida a explicar este sencillo elemento de la cotidianeidad política económica.
 
VIVIR BIEN, ¿UNA CONDENA? Quizás resulte preciso rastrear los fundamentos de esa propaganda mucho más lejos. En la culpa que los antiguos poderes generaban en las personas que lograban sentir placer. Desde tiempos inmemoriales se ha cuestionado el derecho de las gentes del pueblo a vivir bien, a contar con los elementos y bienes que le brinden satisfacción.
 
Un señor, un empresario, un banquero, no deben explicar porqué tienen lo que tienen y disfrutan de lo que disfrutan. Pero en la Argentina los medios y sus tontos reproductores han acorralado a muchos jubilados por cobrar un monto mínimo sin haber completado los aportes. O a los desempleados por recibir una asignación para sostener a sus familias.
 
De allí que el dinero de la recaudación integral de una sociedad, originado en el trabajo del pueblo, resulte objetado cuando administradores justos intentan volcarlo en beneficio de ese conjunto de trabajadores que lo gestó. Los poderes llegan a administrar “racionalmente” los recursos y a enseñar a la comunidad el valor del ahorro y la austeridad.
 
Esto significa que sus empresas se quedan con el producto del trabajo de los demás. Y encima, alzan el dedo e indican que quienes no están de acuerdo promueven el despilfarro, que no es otra cosa que el sinónimo económico moral del populismo.
 
El aire fresco renueva las ideas. Es difícil compenetrarse en una filosofía que resquebraja lo conocido, lo admitido, lo difundido. El forjismo, tan nuestro, tan de abajo, es sin embargo mucho más complejo que cualquiera de las cosmovisiones que, sin sentido, fatigan claustros y medios.
 
Es que mientras mejor, mejor.
 
• Director La Señal Medios / Sindical Federal / Area Periodística Radio Gráfica.

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