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viernes , abril 19 2024
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ROGER WATERS / Huesos Rotos

 Por GUSTAVO RAMÍREZ *

 

I

Llega el invierno. La noche parece más oscura, más larga. Los viejos temores se vuelven a meter en la cama para calentar los pies de los pesados fantasmas. Estamos ahí. Con la sonrisa petrificada. Pensamos en lejanos días donde el rock nos rompía los huesos.

Éramos demasiado jóvenes y no estábamos tan entregados. Leíamos poemas de Rimbaud y queríamos conquistar el mundo con una cerveza en la mano y un porro en la boca. Ese era nuestro viaje cósmico. Y era el principio y era el final. Nos divertíamos con Cioran o Nietzsche sólo porque nos daba placer ser nihilistas. Y el mejor disco sonaba en nuestras cabezas mientras llorábamos por un mundo mejor.

Ese ambiente lúcido se fue a la mierda en un abrir y cerrar de ojos. El diamante dejó de brillar. La muerte dejó de ser atractiva. El rock se hizo viejo. Nos miramos las manos y ya no escondíamos secretos milenarios. Ni reyes ni reinas en la poesía. Niebla y agujeros negros. Diálogos sin concluir. Y la consciencia ineludible de saber que la muerte nos acecha.

La música se olvidó de sonar. ¿Cuándo detuvimos el viaje? Comenzamos a comprar el diario y a creer en esas noticias hiperrealistas. ¿Dónde dejamos el espíritu adolescente y salvaje que nos mantenía en órbita? Nos fuimos de casa. Con el invierno sobre el techo de nuestro estómago y con la muerte calentándose junto a nuestro fuego. Grandes y desproporcionados, insufriblemente serios, decepcionados una vez más, queremos volver a casa. Estirar los pies. Cerrar los ojos. Y volver a abrir las alas. Dejar de escuchar palabras y hacer sonar el nuevo disco.

 

II

¿Desde dónde hablar de un disco? Saltar el lugar común y ponerse al oeste de la cama. Con los huesos rotos y la cabeza quemada. Paráfrasis de nuestra paranoia. Ya no estamos parados para ver el mundo. Es el maldito invierno. Y tenemos miedo.

De golpe Roger Waters rescata aquel viejo brillo nihilista y se recrea a sí mismo en la antesala de un posible fin. Antes de volver a poner sus cables eléctricos en nuestro cerebro nos pregunta si ésta es realmente la vida que queremos. Entonces nos sentamos cerca de la ventana, dejamos que el sol nos dé en la cara y nos olvidamos de toda la mierda. Y soñamos con la vida que no vamos a tener.

Is this the life we really wat? Es el mejor trabajo de Waters como solista. Cada tema recupera el espíritu floydeano del mejor Pink Floyd. Ese brutal Animals. El rayo inconformista de The Wall. Y renacemos por un instante.

Sin desprenderse de su valor político Waters vuelve al existencialismo. Cada tema nos sumerge en un clima de tremendos buenos momentos. Y asomamos la cabeza. No es cierto que cada caída nos fortalece. Cada mierda nos hace mierda. Pero la música nos reconforta. Nos alivia, aunque nos desangremos.

 

III

Waters nos propone un rencuentro con un viejo amigo. Así que nos alistamos para el abrazo y nos dejamos llevar. Cada tema entra por los poros y la sangre se contamina. Sabemos que en definitiva vamos a morir. Siempre lo supimos. Así que vale la pena sentarse y escuchar.

Un acorde es tan simple como oír soplar al viento. Nunca se trató de Marx o de Freud. Siempre se trató de nosotros. De nuestra cabeza, de nuestros huesos rotos. Envejecemos y los miedos nos ganan y perdemos el toque. Entonces la canción no es la misma.

Es absurdo pero nos comenzamos a despedir lentamente. Tal vez éste disco de Waters puede sonar a eso. O no. Es muy sartreano. El viejo Pink ha vuelto. Pero estamos más cínicos. La política nos envenenó pero vale la pena no olvidarla. Cerdos, perros, ovejas.

 

* AGN Comunicaciones / La Señal Medios.

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