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miércoles , abril 24 2024
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ARGENTINA / Cajas destempladas

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

 

El gigantesco dolor mundial por la tragedia aérea que padeció, junto a muchos pasajeros, el plantel del Chapecoense, está generando un zumbido que evita focalizar la investigación en la Confederación Sudamericana de Fútbol, en la Confederación Brasileña de Fútbol, en la empresa y en los sistemas de control. Es preciso que quienes nos encontramos sincera y profundamente conmovidos por lo ocurrido, exijamos respuestas claras e investigaciones de fondo. Pues los datos recogidos indican que no se trató de un drama originado azarosamente sino de un suceso evitable.

Al mismo tiempo, las reflexiones sobre vida y muerte surgen a borbotones. Está claro que pocos días atrás la humanidad en general y América latina en particular, padecieron el deceso de un gigante de los pueblos. Desde La Señal Medios entregamos lo mejor posible para recorrer vida y obra de Fidel Castro. Empero, vale la observación: se trató de una existencia bien realizada. A los 90 años se despidió del andar terreno con una enorme revolución a cuestas y dejó a su pueblo con derechos sociales establecidos y consolidados. Así, vale recordar el señalamiento popular: en los velorios de ancianos, se filosofa; en los de los jóvenes, se llora amargamente.

Lo ocurrido a los jugadores del modesto club brasileño quiebra con otro aserto muy difundido: nadie muere en las vísperas. Esta vez, sí. Rumbo a la gran final de la Copa, donde todo estaba por hacerse, y rumbo al arranque de la vida, porque a partir de allí se podían delinear desde glorias deportivas hasta premios monetarios, desde celebraciones privadas hasta nuevos rumbos técnicos para los más perspicaces, la aventura acabó tempranamente. Se truncó. El elegante ofrecimiento caleño de la Copa hiere un poco más; quién alzará ese trofeo, quién dará una vuelta olímpica portando esa insignia mortuoria.

En ese marco de grandes emociones mundiales, suena opaca la renovada reyerta en el seno del campo nacional popular argentino que ha caracterizado los días recientes. Sin embargo, ese partido se sigue jugando y los protagonistas dan cuenta de un empeño divisor digno de mejores horizontes. Lo cierto es que mientras muchos homenajeaban y recordaban a Fidel, y todos lamentaban la caída del avión, esos mismos hombres y mujeres se tomaban un tiempo para lanzar los más intensos epítetos sobre los contendientes cercanos. La demonización mutua ha llegado a un decibel elevado, al punto de objetar estas mismas consideraciones.

¿Porqué? La mera evaluación de los otros como parte de un mismo campo, así como la descripción de su cercanía relativa, ofenden. Cuando alguien se refiere a esos otros como “parte” de algo, recibe rápidamente la descalificación profunda:  esos no son parte nuestra, no son aledaños, están en otra región. Documentos y discursos, artículos y réplicas. Todos pletóricos de razones. Golpes de bolsos y carpetas. Piñas de fundaciones y alianzas. Firmas y votos. La vorágine argentina de los tiempos recientes operó como un maelstrom que convirtió cualquier definición en sinónimo de traición y defección.

No nos vamos a detener en tal o cual. Entraríamos así en el deporte predilecto de los acumuladores de motivos muy fundados. Sí vamos a realizar esta consideración: a ojo de buen cubero, que conociendo el paño del pueblo argentino sirve un poco más que cualquier encuesta, las adhesiones al proyecto nacional oscilan entre el 55 y el 60 por ciento de los ñatos que deambulan por estos pagos. Aunque los intereses profundos lo desmientan, jamás se alcanzó el hipotético 90 por ciento, pues al elemento económico social es preciso añadirle el de conciencia política. En verdad, hay un 30 por ciento que ni en las instancias más vibrantes ha permitido que su corazón roce el interés público general. Y un remanente que ni sabe ni contesta ni se pregunta nada.

En principio, ese 60 por ciento merece considerarse propio. Aunque no nos guste tal o cual dirigente. Si no se trabaja para aunar el espacio, las cuentas no dan. Y allí cabe una reflexión de interés: hemos perdido las elecciones del año pasado. Lo indicamos porque muchos de los protagonistas de estas lidias actúan como si ese dato resultara menor. Durante diez años, legítimamente, señalamos a viva voz que debido al respaldo democrático recibido por la gestión nacional y popular, estábamos ante un gobierno que no debía ser obturado ni destituido. Ahora, desde hace un puñado de meses, numerosas voces sugieren que eso no vale, son puras macanas, y que si sobre el mismo esquema una administración no nos place, es preciso expulsarla.

Entonces emergen las voces que quedan bien. Líbranos Señor de aquellos que quedan bien: gritan con entusiasmo que la democracia es una farsa y que como el presente gobierno macrista es entreguista, endeudador y ajustador, hay que forzar su alejamiento. No valoran el capital realmente existente: tras mucho andar, el campo nacional y popular, con todas las locuras de la campaña del 2015, logró sostener la mitad del electorado. Y no comprenden un elemento insurreccional básico, reaprendido en el gran diciembre del 2001: los genuinos movimientos de masas que parten la historia no están referenciados en la decisión de un sector ni en el empuje de algunas voluntades.

Es difícil este diálogo, porque desde otro perfil se desconocen aspectos básicos de la labor dirigencial: el referente debe estar un escalón por encima del conjunto. No puede caminar lentamente, usando como referencia lo más perezoso del entender popular, ni desligarse tanto como para trocar en patrulla perdida. Necesita aclarar a la población que la enfermedad silenciosa del endeudamiento y el recorte de derechos, ingresa en el organismo social y lo corroe sin estridencias hasta que, tarde pero tarde, el andamiaje económico social nacional se derrumba. Una gran porción de la dirigencia política y social se viene mimetizando con la expectativa de “tiempos mejores” y de ese modo licúa su rol, daña al movimiento, retacea lucidez.

Vale pensar cómo se construyen las existencias, cuáles son los objetivos y qué modos se emplearán para alcanzarlos. Hoy podemos decir que los tiempos de la política argentina están más cerca de quien pretende llegar a destino sin el combustible imprescindible que de quien elabora con paciencia ese destino, y golpea con decisión cuando llega el momento. Estamos en instancias trascendentes para evitar rupturas plenas y abismos interiores imposibles de zanjar. La preocupada detección de las falencias ajenas sin evaluar las propias puede contribuir a desgracias mayores, porque la persistencia del proyecto liberal antinacional y rentístico dañará a todo un plantel de seres humanos que integran el pueblo de este país.

Ya que mencionamos a ese líder, podemos sugerir: necesitamos poner las barbas en remojo. Debatir y proponer sin callar proyectos pero atenuando el contraste. Reunir la energía pertinente. Además de la anulación del dicho sobre las vísperas, también ha quedado fuera la consigna de los pueblos no se suicidan: sólo basta con mirar Europa. No es cuestión de suerte. Las naves en condiciones inadecuadas, se caen, se hunden. Hacen falta buenos pilotos, y una tripulación que se sienta parte del mismo destino. Tenemos un capital enorme; una clase trabajadora movilizada y exigente. Una militancia enojada y conciente.

Basta de cajas (negras) destempladas.

  • Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.

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