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viernes , marzo 29 2024
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Los Espejos

Por GUSTAVO RAMÍREZ *

 

El viejo está ciego. La ceguera puede ser un desequilibrio de la infamia. Habitar la oscuridad en un cuarto empapelado de textos. Escritos universales que se pierden entre la piernas gordas de un Ser atemporal y metafísico. Destellos de una galaxia apenas perceptible inmersa en los ojos de un tigre. Un gato inventado entre los límites de insomnio y el infortunio. Las citas grandilocuentes de una enciclopedia sobre la mesa. Momentos pendientes que se han de repetir. La oscuridad sin recurso. El infinito inaguantable.

Borges diagramó su literatura impulsando una explosión interestelar en la configuración de las letras. No reordenó un espacio fantástico en la catártica diáspora del escritor mundano. Se creó a sí mismo como un planeta inhóspito. El reflejo de su trama lo torna desbordante para la crítica. Una asimilación desmesurada le flanquea los lados y lo encasilla en el acartonamiento académico. Para algunos Borges es el fiel exponente de la literatura erudita.

¿Qué es la poesía en ese cuerpo encapsulado trémulo de la poesía?

La mayor virtud literaria de Borges está en sus poemas. Aun cuando siga jugando con un formalismo virtuoso y ornando personajes de previas lecturas, en sus poemas Borges levita y compone una sencilla trama de palabras sensibles. Su escepticismo intelectual le permite desplegarse ante su mundo circundante, que en definitiva es el mundo, y lleva el existencialismo a planos de tensiones permanentes con el hiperrealismo. Su poesía siempre está al borde del abismo nihilista y aun así esparce en cada verso una resonancia lumínica que descomprime las presiones internas que el texto manifiesta.

Borges el lúdico. Embustero. Engaña. Lleva la literatura hacia la saturación de la ficción. Nada es más real que lo irreal en ese juego. Es creíble. Cada palabra lo es. Y eso da miedo. Sobre todo porque aun en el ropaje con el viste a sus creaciones, Borges, desnuda al lector. Lo pone frente a un espejo. Y lo obliga a pensarse en situación. Pero acaso sea el mayor logro de la literatura. Una interrogación permanente para el lector. Un juego de engaños donde quine lee se enmaraña tontamente en laberintos teóricos. Borges, da la impresión, disfruta de engañar a esos lectores preocupados por la sabiduría. Lo disfruta en la medida que reproduce sus propias lecturas con aire impostado. Una virtud de su ironía. El despliegue casi estratégico de su humor.

Uno recorre la biblioteca y allí están, impasibles, los libros de Borges. Libros que años atrás parecían demasiados serios. ¿Puede, la literatura borgeana, resultar vieja para las nuevas generaciones? En todo caso, más allá de lo retórico de la pregunta, cabe señalar que la escuela y la academia han alejado a una generación de Borges. Las lecturas obligatorias son una tortura. Por otro lado las letras no envejecen. Habrá que definir los gustos personales. Se modificaron los estilos, las formas y los contenidos. Pero en esencia la literatura es fiel a sí misma.

Borges. Una lámina escolarizada de una Buenos Aires comercializada en postales pintorescas. Borges, el infame universal.

Veo sus libros en mi biblioteca. Siento tanto cariño por ellos como miedo. No me asustan sus cuentos. Pero su poesía sí. Es curioso, pienso mientras siento frío  y un licor rustico ameniza la escritura, el reflejo de leer a Borges ha pasado por su prosa. No es que hubiera una negación del Borges poeta. Es que frente al devenir de su personaje de exportación, el poeta queda en un segundo plano. Aun cuando la poesía borgeana se plasma en otra dimensión. Pero su poesía también infunde temor. Ya no somos lectores desprevenidos. A esta altura el juego no nos va a tomar por sorpresa y es precisamente entonces cuando sabemos que hay versos que van a caer como un mazazo sobre nuestra sien y vamos a quedar perplejos durante el resto del día. Sobre todo porque dejamos de hacernos algunas preguntas molestas.

Borges no es lo que hicieron de Borges. Borges es el viejo ciego parado en medio de un cuarto oscuro empapelado con sus escritos. Ese, el otro, el mismo, el Escritor.

 

Otra cosa no soy que esas imágenes

Que baraja el azar y nombra el tedio,

Con ellas, aunque ciego y quebrantado,

He de labrar el verso incorruptible

Y (es mi deber) salvarme.

 

* Feos Sucios Malas / La Señal Medios

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