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viernes , marzo 29 2024
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JOSÉ MARÍA ROSA / Solamente un país es colonia cuando quiere serlo

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

Es probable que la actualidad nos defina. No está mal. Sin embargo, la visión de la misma puede aclararse al ser entornada por elementos de fondo; esto puede resultar tan eficaz como placentero.

El repaso de la labor del historiador José María Rosa es valioso porque permite incluir conceptos en el presente a través de narraciones de nuestro decurso. Y si enfocamos adecuadamente nos encontraremos con trazos que asombran. Que denotan.

En su libro Rivadavia y el imperialismo financiero, el Pepe dedica un segmento a sus Reflexiones sobre el Imperialismo. Entre otras cosas indica que “Imperialismo –dice el Diccionario de la Real Academia- es el dominio de un Estado sobre otro por medio de la fuerza”. Y enseguida aclara: “no es la acepción empleada entre nosotros”.

¿Porqué? Rosa lo precisa: “La acción del Estado dominante es indirecta y sutil, y se apoya en la voluntad de los dominados o por lo menos de una parte destacada de ellos. No es tanto una imposición desde afuera; es sobre todo una aceptación desde adentro.

El autor de la voluminosa, imprescindible y condenada Historia Argentina en trece tomos, luego completada con la cooperación de Fermín Chávez, va llegando a consideraciones que, una vez leídas, suenan razonables. Pero hasta que resultan formuladas, la oscuridad atrapa a muchos.

“En apariencia, el Estado sometido tiene las formas exteriores de la soberanía (…) ha declarado su independencia, posee un gobierno reconocido en el exterior y un orden jurídico aparente, usa bandera, escudo, himno nacional y demás símbolos nacionales y tiene sus contornos delineados en los mapas con colores propios”.

Al toque Rosa precisa: “Pero no podemos considerarla nación soberana porque no maneja su destino y su quehacer no se dirige a las conveniencias de su propia comunidad. Es una verdadera colonia manejada por una metrópoli; pocos tienen conciencia de ese sometimiento”.

El asunto no queda ahí, pues hay rasgos variados para considerar: “La relación imperialista entre una colonia y su metrópoli poco tiene que ver con la debilidad de ésta y la fortaleza de aquella. Un país puede ser pequeño, económicamente subdesarrollado, y aún encontrarse sometido por las armas, sin dejar de ser una nación si tiene mentalidad nacional y obra, dentro de sus posibilidades, con la voluntad de manejarse a sí mismo y la finalidad de sus exclusivas conveniencias”.

Antes de continuar, algunas digresiones. La inteligencia de Rosa lo llevó a adherir al peronismo, en contravención con muchos historiadores nacionalistas que desconfiaban de las masas. La labor que llevó adelante en el Instituto Juan Manuel de Rosas –él como presidente, John William Cooke, nada menos, como vice- resultó vital para el surgir de un revisionismo popular.

Esa mirada honda lo llevó a viajar a Cuba, ante el escándalo de aquellos, y valorar la iniciativa y el coraje de un pequeño país que, contra viento y marea, se había decidido a ser independiente. De ahí que el nacionalismo popular del Pepe lo acompañara hasta sus últimos días y le permitiera trazar una línea que nos permitimos traducir así: no basta con denunciar al mitrismo, es preciso amar al pueblo.

Sigamos. Rosa indica que “Tampoco caracteriza a una colonia el hecho de producir materias primas o víveres o aceptar el capital foráneo, si los intereses mercantiles o financieros extranjeros no tienen el control de su política”. Y brinda ejemplos que dan cuenta de la posibilidad de ser “colonizada económicamente por Inglaterra (…) pero con una mentalidad nacional expresada, entre otras cosas, por el conocimiento de este sometimiento material y la voluntad de liberarse”.

Y brinda un garrotazo conceptual de proporciones: “Solamente un país es colonia cuando quiere serlo; cuando hay una voluntad de coloniaje en sus gobernantes y en la clase social que los apoya”.

La explicación de esa idea potente es, a su vez, detallada: “La fuerza no construye nada durable; ya lo advertía Castlereagh al iniciar en 1809 la política del imperialismo mercantil británico. El dominio de la metrópoli sobre la colonia se basa en una coincidencia de intereses entre los metropolitanos y la clase gobernante indígena: aquellos producen manufacturas y estos víveres, o aquellos exportan o controlan capitales que estos administran”.

“Pero no basta ese acuerdo de intereses ni la corrupción de los gobernantes para establecer el coloniaje –aclara-; es necesaria una coincidencia de mentalidades. Que a la voluntad imperialista, dominante, de la metrópoli se pliegue una voluntad de vasallaje, dominada, en la colonia que haga aceptar a los nativos –y aún reclamarla- la ingerencia foránea”.

Vamos a seguir en esta línea de trabajo con rastro historiográfico para recuperar textos valiosos. El libro indicado data de 1964. Hay más y con realce presente. Pero con lo expuesto estamos, por ahora. Quien considere que estas observaciones tienen vínculo con el presente nacional, habrá entendido el sentido de la tarea del compañero.

  • Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.

 

 

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