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APUNTES / Sobre “La Voz, el otro diario de los montoneros”

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

Finalmente, me puse a escribir este artículo. Me devoré el libro “La Voz, el otro diario de los montoneros”, en un par de días. Una tromba de recuerdos, emociones, también ideas hicieron imposible una redacción inmediata. Por eso recién ahora, casi seis meses después de la edición, intento borronear un comentario.

La investigación de Mariano Mancuso, publicada por Punto de Encuentro, es exhaustiva, dedicada. Y vale la pena. Sucede que quien vivió desde adentro, a pleno, la experiencia narrada, puede deslizarse hacia la focalización en detrimento de la visión panorámica. De ahí que resultara imprescindible adoptar una postura de relativa ecuanimidad sobre el filo de la lectura.

Una vez que el texto se ha leído con fruición, luego de comentarlo con varios protagonistas, y tras la aproximación más reciente a vuelo de pájaro, sólo para fijar algunas páginas en particular, es posible lanzarse a efectuar consideraciones más firmes. Digámoslo para arrancar, entonces: “La Voz…” hace justicia a ese diario vibrante, sufrido, querible y distinto. Sirve para entender una parte de lo vivido.

Sitúa claramente las dificultades del período en que se insertó. Dictadura militar y primeros pasos de la vida institucional. Describe con preocupación el desafío, la electricidad que significaba realizar un medio de comunicación en ese tramo. Y como acierta en lo general, y lo destacamos aquí, es preciso delinear: es injusto con la organización Montoneros que, con aciertos y errores, se puso el diario al hombro.

Luego, llega a calibrar eficazmente los variados climas internos de una gran redacción. Grande numéricamente, importante en calidad profesional. Realza periodistas que merecen ser evocados: Aram Aharonián, Alipio Eduardo Paoletti, Ernesto Ponsati, Roberto Propato, Alberto Dearriba, entre muchos otros. Canaliza buena parte de las polémicas suscitadas por otros, como Raúl Cuestas, pero sobre todo brinda espacio a los aciertos periodísticos alcanzados.

En la dedicada investigación Mancuso, pariente de otro integrante del staff, entrevistó a todos los actores que logró encontrar. Y como cada cual recordaba segmentos, fue armando respetuosamente un rompecabezas: lo hizo bien, al punto que la lectura emerge limpia; pero quien atisba el intertexto debe admitir la complejidad de la vertebración testimonial. De ahí que el resultado final resulte satisfactorio.

Quiero añadir: dedica especial atención a las palabras de este periodista y no tergiversa una sóla opinión. Y coloca en la primera mitad un espacio grato y singular para “los tres Fernández de Periodismo” (Guillermo, Dardo y yo), que vale agradecer. Una sóla objeción en este punto: el periódico mural que realizamos en La Plata durante el régimen cívico militar, en el que participaba también Vívian Elem, se llamaba “La Pared” y llevaba la imagen de Juan Domingo Perón en el logo. El libro contiene allí un leve error.

Para los hacedores de medios, “La Voz…” tiene tramos apasionantes porque refleja una parte de los debates sobre línea editorial, diseño, coberturas. Por momentos quienes allí estuvimos podemos sentir el resonar de ciertas voces, de varias posiciones; con el añadido de la reverberación que tales conceptos –vertidos por personas que recordamos, con un énfasis inaudito si se lo escucha a la distancia- atravesando los tiempos y llegando al hoy.

Esas discusiones sostienen su interés. El arribo de las nuevas tecnologías les permite un giro, habilita el surgimiento de otras oportunidades, desafíos y problemas; pero los ejes de aquellos contrastes entre periodistas mantiene una vigencia atractiva, que permite sugerir el texto a quienes se encuentran desplegando medios en la actualidad. Sobre todo la importancia asignada por entonces a la distinción entre conceptos editoriales e informaciones; pero también en el estilo blanco o negro, en el titulado, en el armado de una portada.

Vale observarse y pensar, casi a modo vulgar: cuánto tiempo ha transcurrido. Pero también afinar la puntería y admitir: nada en la vida de quien esto escribe hubiera sido igual, ni siquiera parecido quizás, de no haber participado de entradita nomás en semejante experiencia. Y a través de la lectura del libro asombrarse ante las conclusiones de otros colegas. ¿Porqué?

No deja de causar azoramiento enterarse hoy que para algún periodista que en aquél entonces también daba sus primeros pasos, como Alejandro Agostinelli, haber tenido el privilegio de aprender codo a codo con algunos de los mejores profesionales del momento, haber vivido un trazo comunicacional electrizante, y haber cobrado muy bien por hacerlo, no fue más que “una pesadilla”. Allá él.

El abordaje del conflicto –descripto alguna vez por el negro Bazán como “traumático”- es el tramo más difícil de la reconstrucción. El autor se atiene a los testimonios recogidos y es razonable. Dos objeciones al respecto: brinda un lugar de eje narrativo a Carlos Villalba, que nunca fue tan importante entre los periodistas adscriptos al peronismo revolucionario en La Voz como para ejercer un rol que bordea el juzgamiento, y a Gabriela Bruzios, que tampoco encarnaba a la franja independiente de trabajadores de prensa en el diario.

Allí patina la obra. No porque se le pueda exigir ecuanimidad, sino porque al equivocar a los decidores necesariamente inclina la interpretación. Ese es el tramo donde muchos actores consultados con posterioridad sintieron que sus miradas no habían sido debidamente tomadas en cuenta. Me consta porque lo indagué específicamente y sin preconceptos. Y sin embargo… “La Voz…” consigue, con sus aciertos, revertir el resultado.

A través de voces reflexivas se va comprendiendo, página a página, el período de descomposición del Peronismo Revolucionario, la derrota del Partido Justicialista en 1983 y sus secuelas, las complicaciones que un medio de estas características tuvo para aprehender esa realidad. Surge nítido: un diario preparado para participar de la renovada victoria del peronismo, se encuentra ante un país que había resuelto apoyar la candidatura ofrecida desde el radicalismo.

Las páginas finales logran transmitir el clima de tristeza no exenta de tensión que caracterizó el cierre de la búsqueda. Desliza a través de varias observaciones el interesantísimo rol cumplido por el diario La Voz en la gestación de un nuevo periodismo, más crítico, más atractivo, que luego desembocaría en productos de trascendencia como Página 12, entre muchos. Para quien esto comenta, lo vivido aún delata su presencia mediante una nota muy fina que se prolonga atravesando las años.

El autor se va retirando, con algo de pena, y apaga una a una las luces de aquella redacción de Nueva Pompeya. Con las precauciones del caso, vale leer su tarea. Y continuar la reconstrucción.

*Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica.

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