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EL PUNTERO / Apuntes incompletos sobre comunicación

Por GABRIEL FERNÁNDEZ *

Hace pocos días terminé de ver El puntero. Demasiadas cosas quedaron rondando como para no plantearlas. Esta nota es, básicamente, un extenso interrogante sin respuesta aunque con algunas pistas. La obra, muy bien dirigida por Daniel Barone y excepcionalmente actuada por Julio Chávez, Gabriela Toscano, Rodrigo de la Serna, Luis Luque, Carlos Moreno, Maria Rosa Fugazot y Belén Blanco entre otros, se emitió desde el 15 de mayo de 2011 hasta el 28 de diciembre de ese año. En 2012 se consagró ganadora del Martín Fierro de Oro.

La productora fue Pol-ka y el canal a través del cual se difundió, El Trece. Ni más ni menos. Resultó, además, un éxito sorprendente entre los espectadores. La serie plantea una vindicación clara del militante de base y de la política popular. Sugiere la decadencia de la acción corrupta y ventajera en los municipios, en beneficio de aquellos que, a través de una lucha desordenada, non sancta, por momentos violenta, habitualmente democrática, logran modificaciones parciales que pueden mejorar el horizonte conjunto.

Si hay personajes estigmatizados como perjudiciales no son otros que los empresarios inmobiliarios, contratistas inescrupulosos, medios que dañan la imagen de villeros y pobladores humildes, políticos que sacan provecho de la miseria y negocian con los antedichos. Una zona enorme de los televidentes se emocionó (y se identificó), durante todo un año, con los amores, las pasiones, las roscas, las movilizaciones, los ataques de furia, la sensibilidad y los entuertos de protagonistas de los más bajos sectores sociales argentinos.

No se registran vaivenes al respecto. Un personaje VIP –el empresario inmobiliario Oscar Martínez- no genera adhesión o fascinación alguna. Un personaje grasa, el desastrado y arrebatado Chávez, origina comprensión, admiración; respeto. La pregunta que surge en mi mente tras ver El puntero, en este febrero del 2016 –hubiera sido el mismo interrogante de haberla visto hace seis o diez meses, aún durante el anterior gobierno- no es otra que ¿Qué pasó? ¿Qué ocurrió en apenas cinco años?

Por un lado el Grupo Clarín se dio el lujo de sostener la línea argumental todo el tiempo. Nada de equivalencias con la experiencia de Gente hacia El Eternauta, por caso. Por otro, el público respondió con entusiasmo. Nada de dejame de embromar con los problemas de esos villeros, nada de mirá si los negros van a ser así, inteligentes y laburadores. No: el comentario elemental era pero qué buena está esta serie, fijate lo “real” que es. Uno lo recuerda en la calle. Cuando se hablaba de política en la calle.

Una aclaración innecesaria para quienes me conocen, pero pertinente hacia los que debutan con este periodista: no soy de los que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Estoy muy lejos de eso por convicción, aunque también por emoción. Intento indagar qué sucedió entre el 2011 y el 2015 para tratar de entender porqué pasamos del diálogo abierto a la cerrazón absoluta y porqué posiciones racistas y exclusivistas vulgares que, aunque ya existían –claro- carecían de poder expansivo y de prestigio ante el promedio de los argentinos, se expresan abiertamente.

La serie en cuestión es un ejemplo interesante por los motivos señalados. Los realizadores, el canal de emisión, su audiencia. Pero es un ejemplo que sirve para evocar ese pasado inmediato. Recuerde usted lector. Uno charlaba en el barrio con personas de distinta orientación. Había bastante de “y qué le parece tal medida” o “a mi me gustó este discurso” o “lo que pasó en el 2001…”. Aunque el zonzo latía, no se desplegaba. Todos lo sabemos: hoy es imposible. Insisto: ¿qué ocurrió?

Desde hace dos años aproximadamente, una parte de la sociedad insiste obcecadamente en que el ciclo kirchnerista fue “lo peor que nos pasó” sin más argumentos que “los k roban” y tonterías de esa naturaleza. Desde hace dos años aproximadamente, ni nos preocupamos por exponer ante esos “otros” nuestro parecer: a decir verdad los despreciamos, sentimos que un diálogo con alguien que ha tenido trabajo, casa, vehículo, aire acondicionado… y se queja… ofende nuestra inteligencia. Para ser sintético: nos hemos empobrecido como comunidad.

Podemos trazar apuntes: tras la recuperación de los aportes jubilatorios, la disposición de la Asignación Universal por Hijo, la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, y en general la mayor presencia del Estado en el empuje de la economía popular y el mercado interno, los núcleos empresariales concentrados con control u orientación de las corporaciones financieras, declararon una guerra abierta al Proyecto Nacional y Popular. También les preocupó el brillo mundial de la Argentina, plasmado en la relación con los vecinos, pero también con Rusia y China.

Desde ese período se desarrolló una intensa campaña de acción psicológica –que detectamos y señalamos en estas páginas- para condicionar al público en el rechazo a todo lo que se originara en el oficialismo. También, se reposicionaron modelos de vida y comportamiento absurdos, asentados en la codicia y la diferenciación. Junto a los medios en sentido estricto, la publicidad hizo lo suyo. Sin fundamentos trascendentes, la cadena nacional de radios de Amplitud Modulada reiteró, día a día, que el latrocinio era el principal objetivo de la anterior administración.

Envenenaron a un pueblo que estaba dispuesto a discutir. Y anularon la discusión. Pero tengo la sensación que todo eso y bastante más es una parte, decisiva, pero una parte del problema. Que hay otros asuntos. Más que interesantes para quienes nos movemos en el ámbito de la comunicación y que deberían preocupar bastante a quienes se posicionan en el mundo de la política nacional y popular.

Por caso, es ostensible que faltó una estrategia destinada a obturar esas maniobras. Se dejó fuera a Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz, a Rodolfo Walsh en la elaboración comunicacional. Quedó difuminada la combinación entre razón y pasión que suele resultar contundente a la hora de elaborar los mensajes. Se tornó difuso el canal de contacto con el público promedio. Se le dieron muchas instrucciones, bastantes órdenes y pocos interrogantes a los hombres y mujeres de nuestro pueblo.

Y también se postularon como modelos propios aquellos que afirman sin consultar y descartan toda opinión diversa, identificándola con la del consabido “gorila”. Desde nuestro campo, pasó a tener predominancia (prestigio, calidad combativa), aquél que sostenía la necesidad de defender todo a libro cerrado, por fuera de variantes y consideraciones lógicas que surgían ante cada desafío. Así, cada vez menos argentinos dispuestos a defender el Proyecto Nacional y Popular con cabeza propia, objeciones y correcciones, se hicieron oír.

Esto se ha sentido fuerte en los encuentros militantes del año pasado. “Mejor me callo, a ver si piensan que soy destituyente…”. Y cuando el compañero cierra el pico, la tensión del diálogo disminuye, las perspectivas de esclarecimiento callejero se diluyen. Prima la Razón de Estado, y el cusifai que anda por ahí contento con el aumento de salarios pero no se lo banca a Boudou, prefiere abandonar el debate para no tener que decir “con esto acuerdo; con esto, no”. Pues ese último “no” puede derivar en anatema.

El periodismo y la comunicación tienen sus claves. Aunque la base siempre es una buena gestión, bien orientada en beneficio del pueblo, como lo fue la Década Ganada, la ligazón con la opinión pública, tanto con la visible como –sobre todo- con la invisible, al decir scalabriniano, posee sus exigencias. Códigos, registros, tramas, no son cualquier cosa. Aunque enunciados así resulten conceptos de difícil aprehensión, se trata del quehacer cotidiano de una población que necesita pensar y entender para actuar.

Revivo un ejemplo que puede servir, para dejar la reflexión abierta. Todos los que hacemos periodismo a diario en algún momento, hemos intentado que en nuestras realizaciones se incorpore la “columna de historia” para ilustrar al público. Pero resulta que esas columnas suelen ser un embole. En la experiencia que hace tanto disfrutamos en La Comunitaria de Avellaneda, la misma gente tiró la punta, y la captamos. Por entonces arrasaba otra novela, Más allá del horizonte. ¿Qué hicimos? Con la música del éxito televisivo, empezábamos a hablar de la tira.

Los llamados y la participación resultaron históricos para la comunicación popular (Quizás semejantes a lo que vivimos hoy en Terapia de Grupo por AM 770 Cooperativa). A partir de los romances, desencuentros y líos propios de la historia en pantalla, pudimos dialogar con los oyentes sobre la historia argentina, las guerras internas, la organización nacional, el surgimiento de los partidos, la persistencia de la causa federal. Lo que la gente nos estaba diciendo era: “todo bien con la historia y la política, pero con nuestros códigos. Pónganse las pilas”. Y desde los hogares más modestos del Docke manaban las observaciones más perspicaces sobre la actualidad.

Por eso en La Señal Medios abrimos las puertas al debate. Hay quienes objetan: esos temas se tratan en “casa”. Estamos de acuerdo; sucede que nuestra casa es el Pueblo Argentino. No vamos a discutir a sus espaldas.

Empezamos con una tira televisiva y terminamos con otra. Son tiempos distintos, pero los recorridos, valen. El interrogante está. ¿Qué pasó entre el 2011 y el 2015 para que el clima social se modificara de un modo tan terminante? Aquí planteamos apuntes. Habrá que completarlos.

• Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica

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