BIGtheme.net http://bigtheme.net/ecommerce/opencart OpenCart Templates
viernes , abril 19 2024
Inicio / Cultura Y Espectáculos / LEOPOLDO MARECHAL / El andar emocional por los barrios porteños

LEOPOLDO MARECHAL / El andar emocional por los barrios porteños

 

Por Gabriel Fernández *

Es posible viajar, protagonizar una odisea, sin atravesar las fronteras del país. A decir verdad, sin trascender las de nuestra ciudad. Ese viaje, para generar todas las emociones y conocimientos de un viaje en toda la línea, deberá tener rasgos externos e internos. En ningún caso lineales, pues la geografía y la interioridad, aunque enlazadas, se organizan en la percepción.

Así lo demostró el escritor argentino y porteño Leopoldo Marechal cuando, en 1948 publicó su Adan Buenosayres, una novela experimental sorprendente y brillante. Un texto que incorpora al surrealismo sin dejar de narrar con sentido, que delinea el horizonte cultural de época y rastrea en debates muy argentinos; abre mentes, incentiva sensaciones, y brinda un ejemplo nítido del potencial creativo nacional.

Adán Buenosayres viaja por nuestros territorios. La Boca, Constitución, Retiro, Villa Crespo, Saavedra. Anda por las orillas del Riachuelo, roza el centro, deambula y reflexiona.  Evalúa las distancias a través de sensaciones interiores, que sólo en ocasiones se coaligan con la métrica tradicional. Sugiere que hay “algo” por acá cerca que vale la pena aprehender, da cuenta de aspiraciones que se concretan en sueños y promueve senderos sinuosos que son, en sí mismos, arribos y relanzamientos.

Sólo Julio Cortázar, Jorge Luis Borges y algunos amigos de Marechal comprendieron la dimensión de la obra. Ninguneado por su adscripción al peronismo, muchas de las figuras “cumbre” de la literatura argentina, cuyas elaboraciones no alcanzaban el volumen psicológico y narrativo marechaliano, participaron de este ocultamiento. Lo cual, aunque no evitó que semejante libro llegara hasta nosotros, demoró buena parte de su incidencia.

Adan Buenosayres, entonces, también tuvo su propio “viaje”. De mano en mano, sugerido por gigantes y menoscabado por medianos, zigzagueó en la historia cultural porteña. Y evidenció una verdad singular: pese a todo, si vale, se construye el propio camino. Claro que su originalidad es tal que resulta difícil situarla en una vertiente, rastrear antecedentes o visualizar herencias. Sin embargo, las calles porteñas pueden brindar pistas.

Por caso, se nos ocurre que la combinación de humor y filosofía con briznas macedónicas, habla de una influencia. La belleza borgiana, quizás, de otra. Y en materia de derivaciones, parece haber dejado huella en una vasta región de la prosa popular, especialmente en aquella que emergió de las mismas concepciones sociales que atravesaron al autor. Pero todo es hipotético, porque los intersticios surrealistas a veces, difuminan las ligazones.

Al decir del investigador Fabio Crescenzi “el poeta Adán Buenosayres y su círculo de amigos son remedos ficcionales de ciertas figuras capitales del campo cultural de los años 20: Leopoldo Marechal (Adán Buenosayres), Jorge Luis Borges (Pereda), Jacobo Fijman (Tesler), Xul Solar (Schultze), Raúl Scalabrini Ortiz (Bernini) y ¿Oliverio Girondo? (Franky Amudsen), entre otros. La novela, sin ir más lejos, es un corrosivo retrato de los más ilustres miembros de la generación martinfierrista, jóvenes que compartían una misma experiencia generacional en una ciudad en pleno proceso de modernización”.

En el libro, Marechal se nutre de la arquitectura porteña pero le brinda un sentido existencial. Borronea y reconstruye construcciones, así como nuestra mente suele hacerlo a la hora de evocar lugares que en verdad están configurados, influenciados, por los recuerdos emocionales. Y transmite con rara veracidad el sentido difuso de las distancias: los kilómetros se vuelven vaporosos en ocasiones, y se extienden en otras, sin atarse a la medición estricta.

Adan Buenosayres es, también, una reflexión activa sobre lo argentino, sin caer en fórmulas ni arengas. Nada más extraño para este escritor católico que la propaganda disfrazada de literatura. Lo cual no le impidió sumarse a la histórica movilización del 17 de octubre de 1945 como un trabajador más. Intenso pero sereno, Marechal jamás renunció a sus convicciones para lograr un lugar en un suplemento especializado. Y tampoco resignó su decir denso para sentar bien a quienes exigen direccionalidad comprensible.

El hombre anduvo por acá, por estos barrios, observando y pensando, primero en compañía de su esposa María Zoraida Barreiro, fallecida en 1947, y luego junto a Juana Elvia Rosbaco, a quien llamó ElbiaElbiamor y Elbiamante. Del primer vínculo nacieron sus hijas: María de los Ángeles y María Magdalena, nombres que condensan su fé. Como muchas de sus otras obras, Adan Buenosayres puede abrirse hoy, leerse con detenimiento y pasión, y sugerir que la vida es bastante más que la foto visible del presente continuo.

Cerramos con un fragmento de Cortázar escrito en 1949: “La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa. Las notas que siguen -atentas sobre todo al libro como tal, y no a sus concomitancias históricas que tanto han irritado o divertido a las coteries locales- buscan ordenar la múltiple materia que este libro precipita en un desencadenado aluvión, verificar sus capas geológicas a veces artificiosas y proponer las que parecen verdaderas y sostenibles. Por cierto que algo de cataclismo signa el entero decurso de Adán Buenosayres; pocas veces se ha visto un libro menos coherente, y la cura en salud que adelanta sagaz el prólogo no basta para anular su contradicción más honda: la existente entre las normas espirituales que rigen el universo poético de Marechal y los caóticos productos visibles que constituyen la obra. Se tiene constantemente la impresión de que el autor, apoyando un compás en la página en blanco, lo hace girar de manera tan desacompasada que el resultado es un reno rupestre, un dibujo de paranoico, una guarda griega, un arco de fiesta florentina del cinquecento, o un ocho de tango canyengue. Y que Marechal se ha quedado mirando eso que también era suyo -tan suyo como el compás, la rosa en la balanza y la regla áurea- y que contempla su obra con una satisfecha tristeza algo malvada (muy preferible a una triste satisfacción algo mediocre). Abajo el imperio de estos contrarios se imbrican y alternan las instancias, los planos, las intenciones, las perversiones y los sueños de esta novela; materias tan próximas al hombre -Marechal o cualquiera- que su lluvia de setecientos espejos ha aterrado a muchos de los que sólo aceptan espejo cuando tienen compuesto el rostro y atildada la ropa, o se escandalizan ante una buena puteada cuando es otro el que la suelta, o hay señoras, o está escrita en vez de dicha -como si los ojos tuvieran más pudor que los oídos.”

* Director La Señal Medios / Area Periodística Radio Gráfica. Publicado en el periódico Conexión, Arte y Cultura en el nuevo milenio.

Comentarios

comentarios

Visite también

Revoluciones, Resistencias y Creaciones

Por HÉCTOR AMICHETTI *   De nacimientos, muertes y resurrecciones se nutre a través de ...