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martes , abril 23 2024
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#Elecciones / Un equipo que dejó muchos interrogantes

POR CARLOS AIRA

El partido parecía ganado. En la tribuna gritábamos todos. La barra, esa que vive en connivencia con la Comisión Directiva, está en el centro de la escena. Maneja todo. No sólo las banderas y el primer plano de la tele. Son los dueños de todos los negocios: entradas, estacionamiento, boletería. El resto de los hinchas estamos relegados a un segundo plano.

En la barra hay mercenarios, pero los pibes de la barra son muy hinchas. La tribuna está llena. La mayoría no somos de la barra. Pagamos nuestra entrada, vamos a todos lados, ponemos la cara y lo hacemos con orgullo.

En un momento, nuestro técnico, mariscal de mil batallas, mandó dos cambios que no gustaron al equipo. En ese campo de juego fangoso donde nunca perdemos, metió a dedo – y con fórceps – al 5 bigotón de palabra fácil y al 8 que antes lucía una camiseta roja.
La decisión del DT no gustó nada. Sobre todo porque quedaron afuera dos jugadores vitales para jugar ese partido: el muchacho del interior profundo y el capanga de la quinta más grande.

En la tribuna nos agarramos la cabeza. La barra festejó los cambios con extraña alegría. Intuíamos algo, pero no sabíamos qué. La interna del equipo se hizo dura. Puestos a seguir el partido, los relevos no llegaban con la misma precisión. El nuevo 10 del equipo – ese que ni el entrenador ni la barra quería – era silbado cada vez que tocaba la pelota. Cuando el 5 o el 8 la agarraban, no daban pie con bola. Pero la barra gritaba loca de alegría.

Quiero decir que los rivales no sólo lucían una esperpéntica camiseta amarilla con vivos violetas y rojos, si no también que juegan con un equipo prontuariado. Debíamos ganarle con alguna facilidad, más allá de las pavorosas ayudas arbitrales y los narradores televisivos, que siempre estuvieron atentos a olvidar ese pasado funesto de cada uno de ellos. Pero se venían…

De repente y cuando menos lo esperábamos, nos dieron vuelta el partido. No lo podíamos creer. El 5 que la barra aplaudía a rabiar, ese que le hacían 6, 7 u 8 notas después de cada partido, había perdido la marca ante no sé quién. Histórico. Quedaban cinco minutos y había que dar vuelta el partido. Ganar a pesar del árbitro en contra, de las malas decisiones del técnico, del 5 y el 8…

Cuando la hinchada visitante terminó de gritar el gol, miré hacia mi tribuna. Los barras grosos, esos que cobran bien el aliento, estaban arriba del paravalancha mirando el celular. Lejos de todo. Quedan cinco minutos. El 10 que nadie quería agarró la pelota. Se puso al hombro el equipo. Ya no importaban las indicaciones del técnico. La barra no alentaba. Parecía que ya no era su partido.

Asqueados de tanto silencio, los hinchas de toda la vida – los de corazón celeste y blanco – agarramos la lanza y comenzamos a alentar. Algunos pibes de la barra también, seamos justos. Nos rompimos la garganta buscando una patriada histórica. Hicimos lo que no hicieron los profesionales del aliento. No alcanzó. El 5 de lengua fácil declaró a la Agencia Estatal de Noticias que ayer se fue a dormir a las 20hs. Nos ganaron un partido increíble, y lo peor es que no sabemos cuándo se juega la revancha.

Albert Camus fue quien declaró: «Todo lo que sé de los hombres lo aprendí en el fútbol». Coincido.

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