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viernes , abril 19 2024
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El Reino

Por Gustavo Ramírez *

“Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear”
Roberto Bolaño

I. El Hombre en el Castillo. Philip K. Dick

Un amigo me dijo una vez: no busques la verdad en los libros. Le hice caso. Pero hay libros reveladores. Tanto como hay canciones que se meten en la piel y huelen el miedo de los años. Hay libros máquinas. Hay hombres errantes. Hay creencias. Así que se puede no buscar la verdad en un libro pero podés creer en él. Un microsegundo de fe en el baño, mientras estás cagando. Puede ocurrir. En las primeras 78 páginas, el nuevo libro de Emmanuel Carrére, El Reino, es un músculo completo de fe. Una fe derrotada. Una fe auténticamente superficial. Pero fe al fin y al cabo.

Es curioso. Qué pensará, hoy, el simplón de Fukuyama y su maldita idea del fin de la historia. Y la historia como arco iris de gravedad se mea de risa. Después del 11S la clave fue correr para saltar al abismo del mundo. A nadie se le ocurrió mirar para atrás. Sobrellevar el caos de tránsito en la autopista y conducir hasta el día donde los Aliados se repartieron el mundo. Desde entonces la ficción dejó de tener sentido. El tiempo se plegó sobre nosotros y entramos a un pasillo angosto y oscuro. Entonces estábamos en la Tierra. Nos dormimos recostados en un par de mullidas tetas y cuando despertamos estábamos en Marte. No hay vida en Marte. Sin misterio. Nos quemaron la cabeza.

Así que la historia comenzó a tensarse como alambres de púas en una cerca pampeana. Ciencia ficción. Un proceso de mutaciones elementales fragmentadas en microsegundos políticos. El ideal reciclado. Lo imposible entonces se hizo posible. Ya no hubo muertos inocentes. Ni tampoco votantes desprevenidos. La vampirización del ego devoró el cuerpo andrógino de los nuevos pasantes ideológicos. Nada fue igual. Así que en este instante donde amanece a los albores del regreso liberal, algunos desprevenidos, se desayunan que la historia no empezó en el 2003. El castillo donde se guarecieron a contarse leyendas sobre sí mismos, se sacudió de pies a cabeza. La fe se ha movido. Dios ya no es del todo bienvenido.

Dios es un escritor excéntrico. Puede ser Carrère. Pero Emmanuel no es Dios. Así que Dios siempre gana. Creas o no creas en él. Lo cual, sinceramente, le debe importar muy poco. Al fin y al cabo no somos tan importantes. Dios es la máquina. Dios es Philip K. Dick. Ni Néstor, ni Cristina en el País de Nunca Jamás. Dios. Philip K. Dick. Escribiendo ciencia ficción en los pasillos, llenos de blanquitos bien arropados, de la Casa Rosada. ¿Y Scioli? Una anomalía en la máquina. Una criatura del cuento de Dios.

II. El Credo De Ballard
Es la noche del domingo 22 de noviembre del 2015. Una bomba ha terminado de arrasar las utopías dantescas del fin del mundo. Las liviandades de la clase media lloran fantasmas asesinados por la explosión. Ni Perón ni Evita salieron a la calle esta noche. Al menos no por la Avenida Patricios. La paz de cementerio no tiene clemencia. No hay putas para buscar. No hay agua para saciar la sed. La angustia está en el estómago. No hay hambre. Solo se distingue la pose sobreactuada de los autos nuevos de la década que termina. Algo más que eso. En una postal televisiva se ve gente de otros rumbos festejando con el arma apuntando a la sien. Es una noche gris. Y alguien juega a la ruleta rusa con mi patético destino.
“Creo en mis propias obsesiones, en la belleza de los choques de autos, en la paz de los bosques sumergidos, en la excitación de las playas de vacaciones cuando están desiertas, en la elegancia de los cementerios de automóviles, en el misterio de los estacionamientos de muchos pisos, en la poesía de los hoteles abandonados”. Creo en Ballard. Pero los escritores están totalmente locos y muertos.

Mientras caminos en medio de la noche, pienso en la cantidad de gente que debe estar cogiendo en el suburbio de éste clima electoral. Pienso en quienes como yo no lo están haciendo. ¿Me siento desdichado? Creo en mí. Pero sé que estoy solo en estas calles.
No hay que mentir lo que se siente. Bueno al menos no lo suficiente como para que alguien en alguna parte se entere. ¿Existe alguna mujer allí? Si. Pero todas las imágenes remiten a Santa Cristina beatificada por el amor y la igualdad. ¡Mierda, no perdimos nada! Demasiado si la conducción se fue al carajo. Nadie está más solo que Daniel ahora. Bueno, sí. Aníbal. Pero Aníbal es un blef que se reconfigura a sí mismo en la trastienda de su culo. ¡Acá no se rinde nadie! Y los aplaudidores, aplauden.

“Creo en la belleza de todas la mujeres, en la perfidia de sus imaginaciones, tan próximas a mi corazón; en el momento que apoyan sus cuerpos desencantados en el cromo de los mostradores en los automercados; en la calidez con que toleran mi propias perversiones”. Es palabra de Ballard.

Pienso en los soldados de Cristina en una trinchera montada sobre la calle Corrientes. Tengo hambre ésta noche. El mundo se mueve como rata por tirante. ¿Quién cortó el cordón? Daniel está solo con su brazo alicaído. Karina no lo mira. ¿Qué mierda pasó para llegar hasta acá? ¿Quién fue? Pienso en la sonrisa impiadosa de Axel, del Cuervo, de Juan, de Máximo, de Florencio. Esta noche por primera vez en mucho tiempo Daniel debe extrañar al Flaco. Hay gente velando fantasmas en esquina vacías.

“Creo en el alcoholismo, en las enfermedades venéreas, en la fiebre y en el agotamiento.
Creo en el dolor.
Creo en la desesperación.
Creo en todos los niños.
Creo en los mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, horarios de aviones, tableros de aeropuertos.
Creo en todas la excusas.
Creo en todas las razones.
Creo en todas la alucinaciones.
Creo en todos los pleitos.
Creo en todas las mitologías, recuerdos, mentiras, fantasías, evasiones. Creo en el misterio y en la melancolía de una mano, en la gentileza de los árboles, en la sabiduría de la luz”. Es palabra de Ballard y le creo. Que otra cosa me queda más que una espera constante y la fe en las palabras.

Es cielo está encapotado. En un cuarto vacío alguien llora. El Reino está en silencio. Demasiado silencio. Se perdió la partida por miserabilidades mesiánicas. Se levanta viento. El Parque Lezama parece una jungla voraz. Carrère, Ballard y Dios se lastiman. La fe mueve montañas. Ahora solo se mueve el viento.

* Feos Sucios Malas / La Señal Medios.

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